Sobre estar siempre cansados, sobre lo inservible de la poesía y sobre las condiciones necesarias para escribir
La escritura nunca me ha abandonado
Marguerite Duras
Este año he dejado de escribir poesía. Apenas he esbozado un par de borradores. Confieso esto con auténtico terror, con un miedo que he estado cargando agazapado a la espalda hace ya mucho. He dejado de escribir poesía y no es que no haya querido hacerlo, que no desee hacerlo, que no piense en hacerlo. He dejado de escribir poesía y no sé muy bien por qué.
Intento desandar los pasos, retroceder hasta el principio. Mi primer poema lo escribí con seis años. Lo escribí porque no tenía nada que hacer y me aburría. No recuerdo cuándo fue la última vez que sentí que no tenía nada por hacer. ¿En qué momento se convirtió el aburrimiento en un privilegio sin que me diese cuenta?
Ahora lo cuento todo, lo comparo todo. No puedo evitarlo. El año pasado leí 45 libros. Este año apenas he terminado diez. No saqué matrícula en ninguna asignatura el último curso, el anterior obtuve dos. Mi media de uso del móvil ha subido 1 hora y 13 minutos respecto al mes pasado. En septiembre he bajado involuntariamente otro kilo y medio, y no he escrito ningún poema.
Mi vida se ha vuelto una cifra oscilante, un cúmulo de datos biométricos, un informe de productividad. Todo lo que soy es mensurable, y por lo tanto comparable, y por lo tanto susceptible de ser sometido a juicio. Estoy inserta en un sistema productivo inabarcable, inalcanzable, incontentable, y estoy dando unos pésimos resultados.
¿Qué tiene que ver eso con escribir? Que la poesía, como expresa la escritora estadounidense Francine Masiello, «va en contra del sentido común propulsado por los vientos del mercado». O, en palabras de la poetisa Aurora Luque, «no sirve porque no es útil y sobre todo porque no es sirvienta. La poesía no vende; nos denuncia, nos interpela como ‘vendidos’». En una era digital, la poesía resulta anacrónica. En un mundo capitalista, la poesía peca de anárquica. En un sistema que se rige por la producción, la poesía no tiene razón de ser.

Con un contexto así, ¿dónde encontrar el hueco, la grieta, el paraíso escondido en el que refugiarse a escribir? «He alquilado mi vida, he puesto en venta mi tiempo, el laboral y el presuntamente libre, que no es libre porque ya me imponen que lo viva bajo forma de paquete de tiempo libre, envasado, etiquetado, adquirible en el mismo y único mercado», plantea Luque en su ensayo Consumo poema: poesía, persuasión y resistencia.
Escritores como Raymond Queneau llevaron como principio: «escribe, no hagas nada más»; o se jactaban, como el poeta Charles Bukowski, de que quien desea dedicarse a la escritura, lo hará sin importar sus circunstancias:
«Ya sabes, la familia, el trabajo,
siempre ha habido algo
en mi camino
pero ahora
he vendido mi casa, he encontrado este
sitio, un estudio grande, tienes que ver qué espacio y
qué luz.
Por primera vez en mi vida voy a tener un sitio y tiempo para
crear.No, hijo, si vas a crear
crearás aunque trabajes
16 horas diarias en una mina de carbón
o
crearás en un cuarto pequeño con 3 niños
mientras no cobras más que
el paro.Crearás como parte de tu mente y de tu
cuerpo
destrozados.
Crearás ciego
mutilado
demente, crearás con un gato subiéndote por la
espalda mientras
la ciudad entera se estremece ante un terremoto, un bombardeo,
una inundación, un incendio.»(…)
En contraposición, autoras como Virginia Woolf reclamaban ya en el siglo XX que las mujeres necesitaban «tener dinero y una habitación propia para poder escribir», haciendo referencia a las condiciones de independencia, seguridad económica, espacio y tiempo que requiere poder permitirse la actividad artística y literaria. Porque la creación es una criatura indomesticable, con sus propios ritmos y sus propias exigencias.

La poesía, igual que un fenómeno de la naturaleza, necesita unas condiciones muy concretas para darse. Necesita el momento, la emoción, el espacio, la ocasión, la intención, la voz y, en definitiva, el ‘tiempo sin tiempo’ que tanto deseaba el poeta Mario Benedetti: «Preciso tiempo necesito ese tiempo / que otros dejan abandonado / porque les sobra o ya no saben / que hacer con él», ese «tiempo para mirar un árbol un farol / para andar por el filo del descanso / para pensar qué bien hoy es invierno / para morir un poco / y nacer enseguida / y para darme cuenta / y para darme cuerda / preciso tiempo el necesario para / chapotear unas horas en la vida / y para investigar por qué estoy triste / y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo».
Y, por encima de todo, la poesía necesita a uno mismo. Porque, igual que explicaba Reiner Maria Rilke en Cartas a un joven poeta, «una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad». En su propiedad simétrica y transitiva, lo humano es lo poético y lo poético es lo humano, y la poesía pide esas «soledades infinitas». Hay que estar en uno mismo, cuando escribir es un acto que requiere la detención de todo lo demás, dejar a la escritura a solas con uno, ya que solo así puede brotar.
Este año he dejado de escribir poesía, pero queda algo de consuelo en saber que he sido yo la que se ha ido, que la poesía no me ha dejado a mí. Solo me hace falta tiempo sin tiempo; una habitación propia; aire, luz, tiempo y espacio; necesidad y soledades infinitas. Detrás, o después, o más allá de todo ello está el poso, la piedra preciosa, lo elemental a lo que apuntaba Marguerite Duras: «la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana».
La escritura nunca nos ha abandonado.
Conversación telefónica del 15 de marzo:
“sí, mamá, sigo queriendo ser escritora
(…)
sí, ya sé que llevo un año sin escribir
es que estoy muy ocupada
a veces pienso cosas que me gustaría que fueran poemas
pero luego nunca hay momento para la elaboración
y se quedan en pensamientos a secas
pero sí, quiero ser escritora
(…)
ya lo sé mamá, la gente cada vez lee menos
pero yo no creo que eso sea completamente cierto
(…)
sí, es verdad que yo cada vez leo menos
pero eso no significa…
(…)
es que ha sido un año de locos
de perros de agujas
no he podido ni parar a sentarme
a subrayar libros o hacer dibujos
(…)
no, no sé dibujar
no es que ahora me quiera dedicar a eso
pero antes tenía tiempo para hacer las cosas
solo por el placer de hacerlas
aunque no se me dieran bien
ahora no
ahora hay que priorizar y priorizo
la escritura, que al menos eso lo manejo
(…)
vale, tampoco estoy escribiendo
solo digo que si tuviera tiempo para escribir o para dibujar
pero no para ambas cosas
elegiría escribir
aunque ahora no tenga tiempo para ninguna
(…)
ya me entiendes
tengo ideas, buenas ideas,
al menos yo creo que son buenas
(…)
no lo sé porque no he tenido con quién compartirlas
(…)
es que últimamente estoy tan cansada
que aunque me haya pasado el día en silencio
cuando llego a casa no tengo ganas de hablar con nadie
así que tal vez no sean tan buenas en realidad
(…)
no mamá, no es tan fácil
no buscan poetas en LinkedIn.Amanda Rodríguez Machín
Bibliografía:
- La naturaleza de la poesía. (Revista de crítica literaria latinoamericana) – Francine Masiello
- Consumo poema: poesía, persuasión y resistencia (ccc) – Aurora Luque
- Aire, luz, tiempo y espacio – Charles Bukowski
- Una habitación propia – Virginia Woolf
- Tiempo sin tiempo – Mario Benedetti
- Cartas a un joven poeta – Reiner Maria Rilke
- Escribir – Marguerite Duras

Deja un comentario