Una mirada crítica desde El viaje de Chihiro
Tamia Olga Cáceres Palma
El Viaje de Chihiro es una película Hayao Miyazaki producida por Studio Ghibli en 2001. Chihiro, la protagonista de diez años, se muda a una nueva ciudad con sus padres. En el trayecto de ida, la familia entrará en un antiguo parque abandonado que resultará ser un mundo de espíritus. Los padres de Chihiro, transformados en cerdos, serán apartados de ella, mientras que la niña se verá obligada a trabajar para salvarlos y poder volver a casa.
La levedad y la tragedia de vivir
La levedad como huida de la tragedia puede ser una solución en situaciones críticas. Sin embargo, el sentimiento trágico que provoca la existencia no puede ser paliado con remedios leves. Hay múltiples definiciones de la tragedia y de lo trágico. Si nos fijamos en la que da la RAE: “trágico” queda recogido como: perteneciente o relativo a la Tragedia; dicho de un autor: que escribe tragedias; de un actor: que las representa o de alguien: que es un desgraciado (entre otras cosas).
El sentido de la tragedia en El viaje de Chihiro se encuentra ligado a la supervivencia en un mundo lleno seres narcisistas convencidos de poder solucionar cualquier problema mediante el dinero o la violencia. Esto lo ejemplifican a la perfección Sin cara y Bebé.
Lanzados al mundo
La protagonista aparece al principio de la película como una niña infantil, malcriada y cobarde, fruto de la sobreprotección de sus padres. El despliegue de su identidad se encuentra íntimamente unido a su experimentación de la tragedia (su paso de extremidad a cuerpo; de parte a todo). Al perder a su familia y quedarse completamente sola, deberá analizar qué recursos tiene, qué necesita y cómo sobrevivirá en un entorno hostil.
La tragedia, en Sófocles, Nietzsche, Zambrano, Unamuno o Camus, ha sido escrita y descrita de diversas formas. Podríamos decir, a modo de simplificación, que el ser humano no entiende por qué vive o, más bien, por qué se encuentra obligado a vivir cuando constantemente se encuentra superado por unas circunstancias que escapan a su control. Hayao Miyazaki defiende en esta obra la necesidad de abrirse a la vida poniendo énfasis en el comienzo. El mundo que se abre ante Chihiro es en sí mismo trágico, ya que implica una lucha con fuerzas que la superan. No obstante, la protagonista decide hacerse responsable de sí misma. No ocurrirá lo mismo con los dos personajes mencionados antes: Sin cara y Bebé, que mostrarán ser unos señoritos satisfechos.
El señorito satisfecho
Ortega en La rebelión de las Masas, presenta al individuo contemporáneo como un «señorito satisfecho» convencido de que no tiene nada que mejorar y poseedor de la razón por derecho. Bebé, el hijo de la bruja Yubaba, caprichoso e hipocondríaco, permanece en su habitación llena cojines a salvo de las enfermedades que, según comenta, podrían matarlo. Esta personificación del señorito satisfecho de Ortega en la película, muestra a un ser que, sin libertad, vive exclusivamente para él mismo y toma como una ofensa cualquier negativa a sus deseos. Herbert Marcuse en El hombre unidimensional defiende que en las sociedades modernas industriales, se ha confundido la necesidad verdadera con necesidad falsa, siendo esta última perpetradora de represiones –aunque resulten gratas al individuo–. Cuando Bebé dice a Chihiro que le retorcerá el brazo si no juega con él, muestra esa necesidad falsa que lo reprime: si satisface el deseo de jugar, se seguirá envileciendo y atrofiando a sí mismo.
Chihiro se comporta con el Sin cara como con Bebé, mostrando compasión. Su actitud ante ellos es comprensiva. Entiende que tienen miedo, que poseen un dolor incomunicable y que necesitan ser escuchados. Un señorito satisfecho, que vive la vida de manera leve no entiende, no comprende y no siente compasión por nadie más que por sí mismo. El no comprender al otro es en sí un fallo de comunicación que provoca, precisamente, incomunicación y sufrimiento. No es casual que el personaje más solitario y triste no pueda hablar.
Compensación y sufrimiento
El Sin cara se mueve entre dos polos: la complacencia y la ira. Al ser ignorado por su entorno, trata de resultar grato regalando oro, pero al darse cuenta de que no puede conseguir verdadera compañía o cariño (Chihiro no acepta sus regalos) se revuelve contra todos, comiéndose a los trabajadores, acosando a Chihiro y volviéndose violento.
Esto me recuerda a las ideas de Simone Weil en La persona y lo sagrado: el sufrimiento siempre busca compensación. El dolor que no puede ser comunicado busca causar más dolor para ser comprendido. El ser humano siempre busca, de un modo u otro, ser escuchado. El Sin cara ejemplifica esto: al no poder comunicar su vacío (es mudo) infiere dolor para tratar al menos de sentirse comprendido.
La incomunicación es una realidad que todos sufrimos en mayor o menor medida y que no puede solventarse con dinero. La transformación de este personaje en un ente grotesco es un aviso para el espectador.
Intuición y fe
En la película se presenta un leitmotiv: la única forma de seguir hacia adelante es mediante la fe. No se trata de un credo concreto, sino más bien, de la confianza en la imprevisibilidad de las acciones humanas. En la película tenemos multitud de ejemplos de esto: Chihiro coge un tren con un billete solo de ida, confiando en que volverá. Entrega el pastel de hierbas, que posiblemente podría salvar a sus padres, a dos personas que lo necesitan confiando en que encontrará otra forma de salvarlos. Confía en que logrará salir de los baños aunque desconozca cómo. Todas las acciones que lleva acabo se derivan de la fe. Aún así, Miyazaki no defiende el abandono de sí ante la tutela de ningún superior. Por el contrario, aboga por la autonomía, el desarrollo de una conciencia moral propia y la comprensión de su entorno.
Al final del filme, Chihiro humaniza por primera vez a sus padres, a los que en algunos momentos ha llegado a ver como seres grotescos. Ahora simplemente los ve. Y es que El viaje de Chihiro es una oda a la atención, a la mirada y a la responsabilidad de la propia vida. Chihiro, que comenzaba siendo una señorita satisfecha, solo es capaz de regresar al mundo –de vivir– tras haberse visto a sí misma: sus fallos y sus debilidades.
Una sociedad cuya espiritualidad es nula e incapaz de ver sus fallos, cuyo concepto de sí misma es excepcional y cuyos deseos represores son sistemáticamente satisfechos, tiene como resultado, precisamente, unos ciudadanos similares a bebés malcriados satisfechos de sí mismos, pero reprimidos en un cuarto lleno de cojines. Este tipo de ciudadano jamás aceptará la tragedia de estar vivo, y por consiguiente, la propia vida.
BIBLIOGRAFÍA
- López Martín, A. (2021) El viaje de Chihiro, nada de lo que sucede se olvida jamás, España: Diabolo Ediciones S.L.
- Marcuse, H. (2016) El hombre unidimensional, Barcelona: Austral.
- Ortega y Gasset, J. (1992) La rebelión de las Masas, Barcelona: Espasa.
- Weil, S. (2011) La persona y lo sagrado, Madrid: Hermida

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