Atreverse a hablar

Published by

on

Una lectura crítica del silencio como dispositivo de control

9–13 minutos

Para nosotros, [los grupos colonizados u oprimidos] hablar de verdad no es solo una expresión de poder creativo; es un acto de resistencia, un gesto político que desafía a la política de dominación que nos querría sin nombre y sin voz.

bell hooks

Hace unos meses, mi amigo Liam me comentó que uno de sus mayores retos a la hora de escribir es asumir que a alguien le va a importar lo que dice. Me explicaba que siempre escribía tratando de ocupar el mínimo espacio posible para no aburrir al lector. Esta es una concepción que me han trasladado muchas de mis amigas en distintos momentos y de distintas formas, y que yo misma he sentido. Cuando les dije que iba a hacer un artículo sobre “atreverse a hablar”, todas entendieron perfectamente a lo que me refería.

Hay, sin duda, gente que siente mayor legitimidad para hablar, gente que siente que el lenguaje es suyo, que le pertenece; mientras, otros lo ocupamos como si fuésemos invitados, como si estuviésemos haciendo un abuso cada vez que usamos una palabra de más. Parece que estamos aquí, tanto en el discurso oral como escrito, como si fuésemos hermanas menores, y no como interlocutoras de pleno derecho. Lo primero que hay que establecer es que esta emoción no es estrictamente privada, y que se puede analizar críticamente teniendo en cuenta el contexto social e histórico. 

Silencio estructural: una tecnología invisible de disciplina social

No es casual que, precisamente, uno de los pilares que tiende a caracterizar los sistemas opresivos sea el imponer un silencio a los oprimidos. Esta privación del derecho a hablar se hace evidente en los sistemas dictatoriales, pero también se lleva a cabo como un dispositivo cultural de control, aunque de forma menos evidente, en distintas estructuras como el racismo o el patriarcado. Por esto mismo, uno de los focos del activismo feminista ha sido instar a las mujeres a hablar, a contar sus experiencias y denunciar las violencias que sufren. bell hooks afirma “Atrevernos a superar el miedo a alzar la voz y a decirle la verdad al poder sigue siendo una de las prioridades clave de todas las mujeres”.

Pero, si tan importante es, ¿qué es lo que nos impide hacerlo?, y ¿qué significaría, por fin, atreverse?

El silenciamiento puede ser explícito, evidente y fácil de reconocer, pero en realidad sus mecanismos son más complejos y difusos de lo que podríamos pensar si nos limitásemos a analizar tan sólo la cara más visible de esta imposición. Hay muchos impedimentos que, a pesar de que son originalmente exteriores, se acaban por interiorizar y tienen como consecuencia que el individuo se discipline a sí mismo, ya sin necesitar ninguna violencia correctiva que venga desde fuera: él mismo se la impone. Esto, como nos enseñó Foucault, es mucho más efectivo para el poder. Desde un punto de vista de control, más que perseguir y silenciar constantemente aquello que lo desafía, es mucho mejor conseguir directamente que ciertas personas, o ciertos colectivos, no se atrevan a hablar. Para hablar, -así como para escribir, entendiendo que también es o puede ser una manifestación pública de discurso- es necesaria una seguridad y una confianza que le es negada sistemáticamente a ciertos grupos, constituyéndose como un impedimento más para acceder a él y transformarlo. Ideas como que lo que uno tiene para decir en realidad no es importante, o que a nadie le va a interesar, o que de alguna manera uno es indigno de ocupar “tanto espacio” o de hablar sobre sí mismo y su realidad porque “quién soy yo”, constantemente nos lastran. Especialmente teniendo en cuenta que nuestras historias -las de los grupos oprimidos- ya se han contado y se siguen contando, el problema es que no las hemos podido contar nosotras. Cuando revertimos esta realidad, recuperamos agencia, ya que pasamos de ser el objeto del discurso al sujeto que lo enuncia. Si tú no hablas por tí mismo, alguien más va a hablar, y ya Paul B. Preciado nos avisaba de que no será posible sobrevivir sin contar nuestra propia historia de otro modo.

Hablar ¿con qué palabras?

Sin embargo, es importante recalcar que el acto de hablar no es suficiente en sí mismo. En su obra Respondona. Pensamiento feminista, pensamiento negro, bell hooks afirma que “en muchos grupos étnicos no se considera que expresar la opinión sea un gesto de poder femenino. En estas culturas, manifestar la opinión es la expresión de un rol femenino tan sexista como el silencio femenino lo es en otras”. Por lo tanto, el hablar que debemos reivindicar no debe ser cualquiera, sino un hablar honesto, resistente y combativo, ya que para las mujeres negras -afirma- el contenido es más importante que el acto: que se te escuche, usar el lenguaje como propio, decir lo que verdaderamente quieres decir y lo que es cierto para tí. Esta idea se articula muy bien con algo que ya afirmaba Foucault en su estudio sobre la relación entre el sujeto, el poder y la verdad: que ni el silencio ni el discurso están necesariamente en contra del poder o sometidos a él, sino que ambos pueden ser a la vez un instrumento de poder y un obstáculo o punto de resistencia, partida para una estrategia opuesta. “El discurso transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y permite detenerlo”. En este sentido, se puede inventar, generar un discurso que lejos de reforzar el poder encuentre sus fisuras y las atraviese, que lo desestabilice o lo ponga en cuestión. Él considera que para decir una verdad que se corresponda con nuestra opinión debemos afrontar cierto riesgo, el de ofender o encolerizar al otro que nos escucha, y quizá recibir violencia. Es por tanto, el acto de decir toda la verdad (que él denomina parresía) uno que requiere coraje, tanto a la hora de enunciar el discurso como a la hora de recibirlo. “La parrhesía es, por ende, el coraje de la verdad en quien habla y asume el riesgo de decir, a pesar de todo, toda la verdad que concibe”.

La obra de bell hooks ha sido un intento constante de hacer eso. Ella sostiene que uno de los lugares donde más explícita es la imposición del código de silencio es la familia, con la idea que a todos nos suena de una forma u otra de que “Los trapos sucios se lavan en casa”. El hecho de hablar abiertamente de su vida doméstica y además de forma crítica se entendió como una gran traición, tanto a ojos de su madre como a ojos de la cultura general que impone un tipo de feminidad determinada. Para ella, sin embargo, este acto es sanador, sea con las heridas del patriarcado o con las del racismo:

Para mí, ha sido toda una batalla política aferrarme a la creencia de que nosotros, los negros, tenemos muchas cosas de que hablar, muchas cosas que son privadas pero que debemos compartir abiertamente si queremos que nuestras heridas (las heridas provocadas por la dominación, la explotación y la opresión) cicatricen y si queremos recuperarnos y realizarnos.

Otro de los impedimentos esenciales para atreverse hablar es precisamente ese, que hace falta atreverse. Si es un acto de coraje, como ya hemos establecido, es precisamente porque está caracterizado por el miedo. La autora afirma:

El miedo al descubrimiento, el miedo a que las emociones más profundas y los pensamientos más íntimos sean descalificados como tonterías, ese miedo que sienten tantas chicas jóvenes que escriben diarios que contienen y ocultan el discurso, me parece ahora una de las barreras que las mujeres siempre han tenido (y siguen teniendo) que derribar para no seguir sometidas a ese secreto o ese silencio impuestos.

Audre Lorde: romper con el miedo

Es difícil encontrar a alguien que haya tratado este tema de forma más clara y lúcida de lo que lo hizo Audre Lorde, una de las teóricas feministas más importantes del siglo XX, en su capítulo The Transformation of Silence into Language and Action (”La transformación del silencio en lenguaje y acción”) del libro Sister Outsider. Escrito después de un momento de enfermedad física potencialmente mortal, Lorde reflexiona sobre su vida y se da cuenta de que de lo que más se arrepiente es de sus silencios, ya que en ese momento de vulnerabilidad concluye:

I was going to die, if not sooner then later, whether or not I had ever spoken myself. My silences had not protected me. Your silence will not protect you.

(Iba a morir, tarde o temprano, hubiese hablado yo misma o no. Mis silencios no me habían protegido. Tu silencio no te va a proteger)

Ella afirma que su colectivo, el de las mujeres negras, tiene que aprender muy pronto una lección fundamental: que no estaban pensadas para sobrevivir, por lo menos no como seres humanos de pleno derecho. Sin embargo, no sólo ellas: esto es cierto para casi todos los grupos oprimidos en general. El hecho de que ésta situación sea así para tantas personas es muy doloroso, pero es también una fuente de gran fortaleza, porque la máquina -como ella refiere- va a tratar de convertirte en polvo independientemente de si hablas o no. En este sentido, dice, guardar silencio mientras nuestras hermanas, nuestros hijos y nuestra tierra son destruidas no nos garantiza, en realidad, nada. No alzar la voz nos aporta una cierta sensación de seguridad ya que tememos ser descalificadas, ser juzgadas o sufrir escrutinio y violencia, pero la realidad es que ya hemos vivido todas esas cosas y las seguiremos viviendo, absolutamente independientemente de si nos atrevemos a hablar o no. Lorde nos hace ver que podríamos haber mantenido un voto de silencio toda nuestra vida para protegernos y aún así habríamos sufrido las mismas violencias. Por tanto, también podríamos quedarnos para siempre mudas como tapias, y no tendríamos ni un poco menos de miedo. Ella finaliza enfatizando, al igual que bell hooks, el poder de hablar sobre todo aquello que es importante, y dice:

We can learn to work and speak when we are afraid in the same way we have learned to work and speak when we are tired. For we have been socialized to respect fear more than our own needs for language and definition, and while we wait in silence for that final luxury of fearlessness, the weight of that silence will choke us.

(Podemos aprender a trabajar y hablar cuando tenemos miedo de la misma manera que hemos aprendido a trabajar y hablar cuando estamos cansados. Porque hemos sido socializadas para respetar el miedo más que nuestras propias necesidades de lenguaje y definición, y mientras esperamos en silencio ese lujo final de no tener miedo, el peso de ese silencio nos ahogará.)

Así, Lorde, en pocas líneas, señala varias cuestiones fundamentales: la primera, que cuando mantenemos el silencio es a costa de nuestra necesidad de hablar, traicionándonos a nosotras mismas, es decir, dejando ir algo más grande e importante que cualquier ilusión de seguridad que podamos ganar. La segunda, que para hablar no tenemos por qué esperar a dejar de tener miedo, precisamente porque el miedo es característico del acto de hablar de verdad, ya que éste implica un cierto riesgo. Sin embargo, podemos aprender a obrar con él, no dejar que nos limite y aprender a ir más allá, reclamar ese coraje.

Audre Lorde y bell hooks nos ayudan a pensar y analizar críticamente el papel del silencio impuesto en nuestra cultura, su extensión y complejidad, la forma en la que opera no sólo en el espacio público sino también en el doméstico y en las relaciones interpersonales. Ambas autoras reconocen la dificultad de realizar el cambio que plantean, pero están convencidas de su importancia, ya que abre la posibilidad, como dice hooks, de una vida y un crecimiento nuevos.

y cuando hablamos tenemos miedo

de que nuestras palabras no se escuchen

ni sean bienvenidas

pero cuando estamos calladas

todavía tenemos miedo.

Así que es mejor hablar

recordando

no se suponía que íbamos a sobrevivir.

Audre Lorde, Letanía de la Supervivencia

Bibliografía:

  • Hooks, B. (2022). Respondona: Pensamiento feminista, pensamiento negro. Ediciones Paidós.
  • Lorde, A. (1984). The transformation of silence into language and action. En Sister outsider: Essays and speeches (pp. 40–44). Crossing Press.
  • Foucault, M. (2009). El coraje de la verdad: El gobierno de sí y de los otros II. Curso en el Collège de France (1983-1984) (H. Pons, Ed.; H. París, Trad.). Fondo de Cultura Económica.
  • Foto: Ute Weller/Bazar do Tempo/Divulgação

Deja un comentario