Reflexiones sobre la novela de Roberto Bolaño a partir de un trabajo de investigación
Escribe Roberto Bolaño en Los sinsabores del verdadero policía: «Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca» y tiene necesariamente mucho que ver con toda su obra y -cómo no- también con su monstruosa novela, 2666. Todos los libros de Bolaño, incluso su propia vida, nos hablan de un viaje, de una búsqueda a tientas, ansiosa, desesperada por momentos, pero capaz de darle sentido a todo lo que ocurre. En las obras del chileno, siempre hay que descubrir algo, que perseguirlo y cada aspecto, cada detalle mínimo tiene algo que decir, aunque no seamos capaces de verlo.
De entre todos esos detalles, quizás el más relevante sea su estructura. Conociendo la predisposición de Bolaño hacia lo lúdico y lo críptico, es necesario pensar que la forma que adquiere la novela quiere transmitir un mensaje determinado. Cuando, en el año 2004 -tras el fallecimiento de Roberto Bolaño-, la editorial Anagrama publicó 2666, lo hizo como una única novela, contradiciendo así la última voluntad del autor, que pretendía separarla en cinco libros independientes para así asegurar la estabilidad económica de sus hijos. Jorge Herralde, editor, Ignacio Echevarría, crítico, y sus herederos decidieron conjuntamente publicarla como una novela unificada tal y como Bolaño la había proyectado cuando seguía criterios exclusivamente literarios. Sus cinco partes: «La parte de los críticos», «La parte de Amalfitano», «La parte de Fate», «La parte de los crímenes» y «La parte de Archimboldi», podrían parecer, a simple vista, cinco novelas independientes tan relacionadas entre sí como lo están todas las obras del autor sudamericano, pero no es así, sus 1128 páginas forman una única gran, colosal, monstruosa, caleidoscópica, tubular novela.
Desde su publicación, el mundo académico ha tratado de lanzarle redes a esta novela, intentando cotejar su forma para comprenderla por entero. Myrna Solotorevsky apuesta por un uróboros, esa serpiente que engulle su cola formando un circulo perfecto y perpetuo. Por su parte, Ernesto Abundis Martínez, de la Universidad de Hamburgo, apunta más bien a un pentagrama en el que la ficticia ciudad de Santa Teresa ocupa el centro. Estudiar la estructura de un texto sólo resulta pertinente si esta es vital para su comprensión y, en este sentido, el trabajo La estructura tubular de 2666 de Roberto Bolaño (un juego de espejos) de Mónica Daniela Albarrán Bernal para la Universidad Autónoma del Estado de México adquiere una relevancia mayúscula. Es el propio autor chileno el que decía, en una entrevista, que «esa novela [decimonónica, lineal y con una forma archiconocida] ya está acabada, y no está acabada ahora porque yo lo diga, está acabada desde hace muchísimos años».
La forma tubular
Se puede apreciar en casi todas las obras de Bolaño -como podrían ser La literatura nazi en América o Amberes– un claro interés por la experimentación y por romper la concepción estanca y tradicional de la estructura narrativa. Según Albarrán, «La narrativa moderna implica nuevas complejidades estructurales, no solo como sostén del texto, sino también como parte fundamental para construir un argumento sólido y estructurar las partes y las voces que la conforman». Era necesario, dentro del concepto de novela que el propio autor proponía, que una estructura justificase todo cuanto acontece dentro de 2666 y es entonces cuando la forma tubular cobra sentido.
De este modo, la estructura de la novela -amparada por los apuntes que el propio autor utilizó para redactarla- se basa en un tubo vertical con un centro evidente y explícito en su parte más alta y otro oculto debajo. Este tubo sostiene argumentalmente los cinco tubos horizontales que nacen de él.

Según indica, en su brillante trabajo, Albarrán, el centro de esta estructura es el personaje de Benno Von Archimboldi, que representa un continuo en todas las partes del libro y, por ende, el punto de fuga en base al que se articula la trama. En «La parte de los críticos» hay una búsqueda del autor alemán; en «La parte de Amalfitano» adquiere una presencia sutil ya que Amalfitano es el único académico especializado en él en todo México; en «La parte de Fate» puede intuirse su presencia puesto que se naturaliza sigilosamente la hipótesis de que sea precisamente Archimboldi el autor intelectual de los crímenes de Santa Teresa; durante «La parte de los crímenes» está presente intuitivamente y, más tarde, por estar emparentado con Klaus Haas, encarcelado por dichos crímenes; y, finalmente, es total en «La parte de Archimboldi».
Todas las partes son sostenidas por la existencia del escritor alemán, pero además, atendiendo a los apuntes de Bolaño, se reconocen sutiles conexiones entre los diferentes tubos horizontales. En la siguiente imagen, en vista cenital, se aprecian unas ondas, ramas o nerviaciones que interconectan las partes entre sí. Esas ramas son el testimonio del juego de espejos en el que Bolaño entra para materializar la interconexión que cohesiona la novela. Estas ramas se reflejan, brotan unas de las otras, rebotan y se confabulan entre sí para rodear toda la estructura como un haz de luz que la hace destacar.

Laberinto de espejos
2666 de Roberto Bolaño puede, con muy buenas razones, ser denominado un juego monstruoso. Monstruoso atendiendo a la etimología de esta palabra, que se refiere a algo sobrenatural, prodigioso y, hasta a día de hoy, una cosa que se desvía notablemente del resto de miembros de su especie. Esta es una novela monstruosa, rara, excéntrica, reflectante e infinita, un juego brillante que, si bien no está concluido, no es por la repentina muerte de su autor, sino porque su naturaleza adquiere una resonancia eterna, está viva. Es esa reflectancia, esa capacidad de reflejarse las unas a las otras y todas en una, lo que dota de sentido al juego que Bolaño plantea. El autor, en una entrevista realizada por el periodista Cristián Warnken, sostenía que:
«Los textos tienen que tener [sic] espejos donde ellos se miren a sí mismos. En donde el texto se mire a sí mismo y vea también qué hay detrás suyo. En fin, es un juego —ahora que hablo de él— igual me parece tonto, igual es un juego ocioso y sin sentido. Pero toda la literatura —en ocasiones— parece no tener sentido, también».
Es por eso que no habría tenido ningún sentido separar en novelas compartimentadas las cinco partes de 2666, porque su reflejo se habría perdido, porque se convertiría en un haz de luz moribundo que repta hacia la nada. En Rayuela, Julio Cortázar alude constantemente y de una manera casi obsesiva al centro, al centro existencial de todo que él metamorfoseaba en tornillo con la ayuda de Morelli, y aquí -como en casi todas las novelas de Bolaño- se hace evidente la necesidad de un centro que contenga todo cuanto existe, de un Todo en el que Todo esté presente. De esta manera, la novela se estructura con su forma tubular, pero, a su vez, como un continuo movimiento, fundamentado en los múltiples reflejos tintineantes, en el afán de búsqueda hacia el interior, de reflexión en el sentido más plástico posible. Los críticos salen en busca de Archimboldi, física e intelectualmente, Amalfitano quiere encontrar el por qué o el para qué de toda su vida, Fate la forma de describir los atroces crímenes de Sonora, Epifanio y Lalo Cura al asesino y, finalmente, Archimboldi busca, en palabras de Albarrán, «su propia escritura, una voz narrativa a través de su biografía». Lo que nos lleva a otro de los puntos relevantes de su trabajo.
El autor que se escribe a sí mismo
Como ya hemos dicho, todas las obras de Roberto Bolaño tienen algo de detectivesco, pero detectivesco per se, bien porque la búsqueda siempre está presente, o bien porque el lector es parte del juego, porque ese escondite permea y supera el texto en sí mismo. Se entiende, por lo tanto, que ese centro oculto tras el personaje de Archimboldi es la propia figura de Archimboldi como narrador, que es él el que nos cuenta esta historia y se conforma a través de sus personajes. El narrador no es explícito, pero debe suponerse, convirtiéndose en un dotador de sentido. Si toda la literatura, según Bolaño, tiene que ser un reflejo de sí misma, toda la obra, a su vez, debe ser un reflejo mediante el cual podemos reconocer a su propio narrador. Cada pequeña búsqueda que los personajes periféricos emprenden es contenida en la propia búsqueda de Archimboldi como narrador. Transita por la primera parte mediante una escritura académica; en la de Amalfitano predomina la filosofía y la explicación lógica; por su parte, en la de Fate encontramos una dignificación de la marginalidad y un empeño en perfeccionar el registro periodístico; en «La parte de los crímenes» entramos en un relato forense con forma de crónica en el que la insistencia envía un mensaje determinado relacionado con la violencia, el mal y el olvido; y, por último, en la parte final, el propio narrador-personaje trata de comprender su presente y su futuro a partir de su biografía.
Un reventón antológico
De esta forma, Roberto Bolaño consigue construir en 2666 una novela en la que la narración no es lo más relevante, sino la manera en la que ha sido construida, como una trama multi-nuclear condensada en un tubo bipolar que, consiguiendo lo que pretende, ha revolucionado la novela en el siglo XXI. Se trata de un libro-mundo, una construcción narrativa con multitud de voces, testimonios, sucesos y perspectivas que son aglutinadas en una sola y que, si bien están llenas de sentido separadas entre sí, sus interrelaciones posibilitan ese paso más allá, esa capacidad divina de la literatura para crear y destruir en un movimiento continuo y perpetuo. 2666 es una anti-narración, una novela en la que la trama, los recursos dramáticos y las historias no importan tanto como el propio discurso y su evolución. Una evolución que deja huérfano al lector y lo supera, un monstruo sin principio ni final que se fija en el espacio para engullir la literatura, para formar un mundo y destruirlo a su antojo. Estamos ante la obra más revolucionaria de nuestro siglo, una bestia tan potente que es capaz de transformar por completo nuestra concepción de la novela, una experiencia trascendental de esas que, cada muchísimo tiempo, tiene a bien en regalarnos la literatura.

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