Testimonio epistolar de existencia

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Querido mío,

Encontré un libro de Ernaux del que se me olvidó hablarte. Te contaría la trama, pero no tiene; querría aludir a su lenguaje grandilocuente, pero no lo alberga. Solo traduce el deseo y lo moldea. La autora recoge las fotografías de su ropa arrugada y perdida por el suelo, maraña textil que se crea en los pasos previos a hacer el amor. Cada mañana, ella y su amante contemplaban una composición nueva, un jardín diverso y extraño que era una prueba de lo acaecido, según Ernaux, «la única huella objetiva de nuestro goce».

Debo confesarte, cariño, que yo también lo he pensado. Alguna vez, después de sentirte tan cerca, me he levantado en la oscuridad y, con una linterna, he seguido los trazos de tu jersey y mi vestido, y he continuado por el camino que formaban, como si fueran migas de pan o migas de este amor que hemos ido dejando caer. Debo confesarte que he sentido el deseo irrefrenable de capturar ese cuadro y, luego, escribir esta carta, que no sé si es un diario o una revelación; que no sé si se dirige a ti o a mí misma; pero, lo hago porque hay algo que me drena, y necesito materializar con palabras lo que no puedo demostrar con fotografías.

Cariño, en miles de ocasiones he deseado realizar una especie de

fotorreporterismo erótico o de la pasión.

No sé si alguna vez te lo he contado pero, cuando era niña, abría el armario antiguo del salón y sacaba los álbumes de fotos de los viajes de mis padres. Conocía el orden de cada imagen, reconocía la sonrisa de mi madre o las manos de mi padre en ellas, y me obsesionaba la idea del recuerdo y de la ausencia. Los momentos en los que no existen fotografías, parece, no consiguen terminar de existir. Por ello, hacer tangibles las memorias de mis padres suponía, en cierto modo, reconstruir algo de mi pasado, dar sentido a una parte de mí; ser testigo, mejor, voyeur, de una historia que no es -y sí es- la mía. Hace poco, leí a Susan Sontag y comprendí aquel fulgurante anhelo de ver y ver, y reconocer y formar recuerdos en mi mente que no eran propios: «Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. Significa establecer con el mundo una relación determinada que parece conocimiento, y por lo tanto, poder». Algo similar le sucede a Ernaux, y señala: «Constantemente tenemos la necesidad de hacernos fotos como para poseernos».

No sé si alguna vez te lo había contado, pero es algo que me encoge y retuerce de cuando en cuando si pienso en que, tú y yo, no tenemos fotografías juntos.  Existe una doble temporalidad, un doble espacio, un doble caminar transparente y abstracto, un hueco. «Las fotografías procuran pruebas», dice Sontag. El retrato genera veracidad y presencia. Si no hay imagen, ¿cómo puedo demostrar que es cierto, que sí lo fue, que rozaste mis costillas un día y creamos un lenguaje propio y separado? Si mañana me negaras, si mañana te olvidaras, yo no sería nadie. He descubierto hace poco a Idea Vilariño y su verso me atormenta cuando reflexiono sobre el uso de la foto como símbolo: «No llegaré a saber//por qué ni cómo nunca//ni si era de verdad […]// ni quién fuiste//ni qué fui para ti//ni cómo hubiera sido». Querido, me aterra pensar que mi recuerdo será más débil y se irá desvaneciendo porque nunca delimitamos las huellas de este amor.

Pero Ernaux no recoge rostros, no recoge manos ni ningún fragmento de piel en su obra. Solo fotografía el desorden y la velocidad; los lapiceros por el suelo, las notas y los cuadernos amalgamados entre tangas y calcetines. No es necesario mostrar la corporalidad si se representa con los elementos que la componen. En las imágenes, vemos otras imágenes que dichas imágenes no muestran: el olor, el movimiento, la brisa y la celeridad. El amante de Ernaux, M., lo describe como «lo que ha sucedido antes, durante y justo después». Sabes que Barthes me encanta y que te lo nombro, a veces, en cosas insignificantes, pero que tienen relevancia en realidad. En La Cámara Lúcida, señala: «Al mirar una foto incluyo fatalmente en mi mirada el pensamiento de aquel instante, por breve que fuese, en que una cosa real se encontró ante el ojo». 

Por eso, miro y veo;
miro y recojo;
miro, y evoco.

Una vez, caminábamos por la Cuesta de Moyano y encontré un libro que llevaba meses buscando. Mientras lo compraba, observé cómo analizabas los demás sobre aquella mesa desmontable que parecía derretirse en esa tarde de mayo. Quise capturar cómo se fruncían tus cejas y se arrugaba el lunar que tienes en la derecha; quise adentrarme en tu cabeza en ese momento y escuchar lo que decían tus voces internas; quise hacer tantas cosas que, simplemente, tomé una fotografía de una de las portadas. En ella, un ángel, una cruz y dos rosas adornaban el título, La Nochebuena. El miedo a que me descubrieras nubló mis acciones, pero supe que aquella portada, aquella imagen, siempre me recordaría a ti.

Fue el primer día que me cogiste la mano.

«La Fotografía no rememora el pasado […], sino el testimonio de lo que veo que ha sido» (1989, p.128). La Imagen nombra y define; la imagen es nostalgia y dolor; de hecho, la imagen otorga espacio al dolor. Dice Sontag, «casi todo lo que se fotografía […] está impregnado de patetismo”. En esa temporalidad dual de la que te hablaba, no hay oquedad al sufrimiento, porque no existe estampa a la que se pueda llorar; y aun así, me siento patética. Nunca hubo viajes, nunca hubo cenas especiales; nunca me atreví a fotorreportear nuestro deseo; tampoco nunca me he atrevido a proponértelo. Supongo, entonces, que no había nada que retratar… Aunque, si te soy sincera, mi única pretensión ha sido siempre hacer factual al tiempo; crearlo de alguna manera, fabricar una conectividad realidad-imagen-espacio-amor-existencia. «Las fotografías son tentativas de alcanzar o apropiarse de otra realidad», sigue Sontag.

Encontré un libro de Ernaux del que se me olvidó hablarte, cariño. Se trata de una especie de certificado de nacimiento, una concesión de vida, un manifiesto o símbolo del lazo de dos enamorados. Se trata de un álbum que dibuja y representa la certeza.

«Querido,
me he dado cuenta de que
nosotros, nunca,
tendremos certeza».

BIBLIOGRAFÍA

BARTHES, R. (1989) La cámara Lúcida. Paidós Comunicación:Barcelona. 

BERGER, J. (2013) Mirar. Editorial GG:Barcelona.

ERNAUX, A. & MARIE, M. (2022) El uso de la foto. Cabaret Voltaire.

SONTAG, S. (2016) Sobre la fotografía. Debolsillo.

VILARIÑO, I. (1962) Poemas de amor. Acali editorial:Montevideo

Una respuesta a “Testimonio epistolar de existencia”

  1. Avatar de Emma González Calvo
    Emma González Calvo

    Enhorabuena, es un relato inteligente, bien estructurado, pensado y armonizando el contenido con la forma. Repito, enhorabuena, faltos estamos de tesoritos de esta naturaleza. Muchas gracias.

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