Hablar de amor es, a día de hoy, mucho más incomodo que hablar de sexo
«La carga moral decidida por la sociedad
para todas las transgresiones
golpea todavía más hoy la pasión que el sexo».
Fragmentos de un discurso amoroso – Roland Barthes
Esta serie de artículos sobre las figuras de Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes -y otros tantos sobre el amor que nada tienen que ver con el semiólogo francés- están teniendo muchas menos visitas de lo que a mí me gustaría. Podría hacer la debida autocrítica y entender que quizás no es un tema relevante, o no le doy la suficiente publicidad, o mi revista no es lo suficientemente grande como para conseguir lectores en algo tan concreto. Podría hacer un listado de fallos, pero me parece mucho mejor no hacerlo y, además, utilizar este sentimiento para hablar de otra de las figuras de Barthes: lo obsceno. Supongamos que no he dicho nada y que el problema de repercusión que tienen estos artículos es única y exclusivamente culpa de la sociedad.
Es evidente, vivimos en un mundo mucho más acostumbrado a hablar de sexo -que no de sexualidad- a la ligera y conseguir trivializarlo. Las reuniones de amigos se llenan de crónicas erótico-festivas con preguntas como «¿Y lo hicisteis?», «¿Estuvo a la altura?» o «¿Qué le gusta hacer?». Conversamos sobre sexo con total impunidad y desinhibición, pero cuando se trata de amor la cosa nos quema entre las manos. Si alguien osa hablar de amor, ni siquiera de su amor, sino del amor en general, solemos tratarlo de intenso, cursi, ridículo o ensimismado. La conversación amorosa ha pasado de ser vox populi a esconderse en favor del sexo, se ha vuelto una obscenidad. Por Dios, si hasta hemos tenido que titular una serie televisiva que no habla de otra cosa que amor: Sexo en Nueva York.
«OBSCENO. Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.»
La sentimentalidad, en una sociedad acelerada y sin tiempo para emociones, deber ser considerada un acto trasgresor, una disidencia vital. Si en los años de la Revolución Sexual mantener el sexo en la conversación era un modo de defender su libertad y naturalidad, lo mismo debe hacerse ahora con el discurso amoroso. Barthes advierte una: «Inversión histórica: no es ya lo sexual lo que es indecente; es lo sentimental —censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, más que otra moral—.» A día de hoy, siguiendo la pauta de Barthes, decir «yo amo» nos incomoda a todos. De hecho, en España -a diferencia de en Latinoamérica- utilizamos el verbo «querer» en lugar de «amar». Se usa como un sinónimo, pero no es realmente lo mismo. Y lo utilizamos porque es una manera de bajarle intensidad, de no exponernos demasiado, nos gusta permanecer en un lugar en el que no se vea lo que nos sucede por dentro.
«le pareció que la palabra [amor] no ganaba nada siendo tantas veces repetida. Por el contrario, esas dos sílabas acabaron por parecerle muy repugnantes, se hallaban asociadas a una imagen como de leche aguada, a algo blanco azulado, dulzón…»
Pues bien, si utilizar esa palabra es un acto revolucionario en plena posmodernidad, quien les escribe debe ser el Che Guevara del amor, porque, tan solo teniendo en cuenta los siete artículos anteriores en los que se ha hablado del libro de Roland Barthes, he escrito un total de 187 palabras de la familia léxica del amor. Casi dos centenares de veces las pocas personas que hayan leído mis artículos habrán tenido que escuchar dentro de sus cabezas esos terribles sonidos que provienen del amor; toda una obscenidad, una impudicia. ¿Cómo se atreve usted a sacarse el amor e ir enseñándolo por ahí a la vista de todo el mundo? Si Cortázar siguiera vivo me habría dicho: «un mínimo de decencia (¡decencia, joven!)»

Lo expresa así en su libro, Todo sobre el amor, la activista y académica americana bell hooks:
«No hay ningún aspecto de la sexualidad que no sea estudiado, discutido, demostrado. Hay cursos de introducción a cualquier dimensión de la sexualidad, incluso a la masturbación. Pero no hay escuelas de amor.»
Se me ocurren dos posibles explicaciones para esta incomodidad ante el amor: o padecemos colectivamente una enfermedad mental, o bien hemos abandonado la moral judeocristiana para adscribirnos a la moral del mercado. Sobre la primera, ¿podría ser que suframos todos una especie de alexitimia selectiva? La alexitimia es un trastorno psicológico caracterizado porque el que lo sufre no es capaz de expresar, identificar y significar ni sus emociones, ni las del resto. Es un asunto muy serio, así que no haremos muchos juegos dialécticos con ello. Pero no debemos padecer todos de alexitimia, no es falta de entendimiento, es repelús, vergüenza a la sentimentalidad. Es como si hubiésemos aprendido que el hecho de exhibir por ahí nuestros sentimientos, significase hacernos mucho más vulnerables.
Además, la debilidad es incompatible con la sociedad del siglo XXI. Nuestro ecosistema social se parece mucho al mercado de valores. Cada uno de nosotros (una empresa), tratamos de hacer atractivas nuestras acciones, de hacerlas confiables y seguras para atraer posibles inversores. Ante cualquier ápice de vulnerabilidad dichos inversores podrían asustarse y vender sus acciones, haciendo que cada vez valgan menos. Es por eso por lo que no nos atrevemos a correr riesgos, a reconocer que esa imagen de convicción e inmunidad es totalmente falsa, porque, de mostrar por un momento siquiera nuestras subjetividades y emociones, nos veríamos inmersos en un Crack del 29 social. «Sus acciones son muy volátiles, muy impulsivas, no vale la pena arriesgarse» dirían de nosotros.

¿Quién va a confiar en un enamorado si es lo más impulsivo y caótico que se puede encontrar? No por casualidad José Ortega y Gasset llamaba al enamoramiento «la enfermedad de la atención». Decía que un enamorado no puede verosímilmente apartar sus pensamientos de la persona amada, que es imposible centrarle y mantenerle atento a lo que está haciendo. Por eso los enamorados llenan tantos cuadernos en los institutos con el nombre de sus amores, porque no pueden parar de pensar en ellos. Ya lo dice Barthes: «El enamorado delira («desplaza el sentimiento de los valores»), pero su delirio es tonto. ¿Hay algo más tonto que un enamorado?». Al fin y al cabo, convenimos en que las mayores locuras han sido cometidas bajo la bandera del amor y, en ese caso, no sería muy descabellado empezar a considerarlo como una enfermedad mental que nos hace perder la razón.
«Me obstino, rechazo el aprendizaje, repito la misma conducta; no se me puede educar —y yo mismo no lo puedo hacer—; mi discurso es continuamente irreflexivo; no sé ordenarlo, graduarlo, disponer los enfoques, las comillas; hablo siempre en primer grado; me mantengo en un delirio prudente, ajustado, discreto, domesticado, trivializado por la literatura.»
El enamorado es de una tozudez incomparable, pero aún le quedan un par de represores sociales, no quiere inmolarse por el hecho de sentir lo que siente, así que lo disimula lo mejor que puede. Todo el mundo hemos visto a alguien que sonríe sin ninguna razón aparente porque piensa en su amado o que le brillan los ojos al hablar por teléfono, hay cosas que no se pueden esconder tan fácilmente. Quizás tengamos que reprimir el discurso amoroso porque, en un tiempo obstinado en el valor de cada cosa, en la rentabilidad constante, el amor sea de esos pequeños aspectos imposibles de monetizar -excepto en San Valentín, por supuesto-. Tendremos que aceptar que, el amor, está pasado de moda y constituye una obscenidad:
«El sentimiento amoroso está pasado de moda (demodé), pero ese demodé no puede ni siquiera ser recuperado como espectáculo: el amor cae fuera del tiempo interesante; ningún sentido histórico, polémico, puede serle conferido; es en esto que es obsceno.»
Más artículos sobre Fragmentos de un discurso amoroso:
¿El amor no se explica? ft. Roland Barthes
Vocabulario amoroso según Roland Barthes I: el abrazo
Vocabulario amoroso según Roland Barthes II: adorable
Vocabulario amoroso según Roland Barthes III: átopos
Vocabulario amoroso según Roland Barthes IV: Exilio
Vocabulario amoroso según Roland Barthes V: incognoscible
Vocabulario amoroso según Roland Barthes VI: declaración
Bibliografía mencionada:
Fragmentos de un discurso amoroso – Roland Barthes

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