Un pasillo joyceano entre los cassettes de mi madre y Dublineses
Son las 16:18 en el aula 14.1.7. Estoy en clase de Movimientos Literarios Contemporáneos.
Cuando no acierto a apuntar la última palabra de cualquier frase del profesor, me frustro un poco. Dibujo una raya pequeña donde algo falta y trato de asumir que a mis veintidós años es imposible entenderlo todo bien. No me queda claro si es pronto o si es tarde para eso.
DE PEQUEÑA, de los libros me perdía siempre una parte por mirar la tele. ¿Acaso puede comprenderse todo y bien? ¿Acaso no he disfrutado siempre más de todo aquello que NO ENTENDÍA?
Uno de mis recuerdos más felices: las nueve en punto de las noches de mi infancia. Mamá me recogía de casa de los abuelos y metía una cinta de cassette por aquella ranura misteriosa.

¿Ranura mágica? Ya no, claro. Entonces sí.
Deseo extraño de una demencia tardía que me permita volver a bajar las ventanillas y cantar a gritos de nuevo SIN ENTENDER QUÉ DIGO, balbuceando:
«Partiré de viaje enseguida
A vivir otras vidas
A probarme otros nombres A colarme en el traje y la piel
De todos los hombres
Que nunca seré
Al Capone en Chicago
Legionario en melilla
Pintor en Montparnasse
Mercader en Damasco
Costalero en Sevilla
Negro en nueva Orleans»
[…]
La del pirata cojo (J. Sabina, 1992)
El profesor eleva la voz y me saca a la vida de un susto: «CARACTERÍSTICA FUNDAMENTAL: ¡EXTRAÑAMIENTO DEL LENGUAJE!». Decido apuntar por si acaso merece la pena.
APUNTES DE LA LIBRETA MOVIMIENTOS LITERARIOS CONTEMPORÁNEOS: La LITERATURA de JAMES JOYCE
«En Dublineses, Joyce nos presenta quince relatos como quince frustraciones». «Tengan siempre en mente la idea del sujeto como un nadie: el nadie, el nadie…»:
- «Viejo verde en Sodoma
- Deportado en Siberia
- Sultán en un harén
- Policía, ni en broma
- Triunfador de la feria
- Gitanito en Jerez
- Tahúr en Montecarlo
- Cigarrillo en tu boca
- Taxista en Nueva York
- El más chulo del barrio
- Tiro porque me toca
- Suspenso en religión
- Confesor de la reina
- Banderillero en Cádiz
- Tabernero en Dublín»
[…]
La del pirata cojo (J. Sabina, 1992).
Mientras apunto dictados sueltos del profesor, me divierte hacerme ilusiones con que, si pongo empeño en mi fantasía, puedo llegar a creer en mi posibilidad de entender – acaso un poco – la literatura de James Joyce.
Entre el deseo imposible de volver a la alegría plena de la incomprensión infantil del mundo y la fatiga triste que conlleva la ansiedad adulta por comprender algo o por entenderlo todo, ya no tengo elección. Solo queda la posibilidad de jugar sabiendo que el juego ya ha terminado.
Me pregunto hasta qué edad, más o menos, es capaz el ser humano de arriesgarse a la nostalgia. De emprender un viaje frustrado desde el principio. De mirar el hueco.

Si abriese la guantera de aquel Opel Corsa de mi madre, aquellos cassettes de Sabina ya no estarían.
En la imagen que me llena la cabeza en mitad de esta clase, aquellas cintas se desintegran entre los dientes del desguace mientras yo estiro la mano para salvar La del pirata cojo: «La presencia más fuerte, en Joyce, es la ausencia. La patria perdida del autor, como aprecian a lo largo de la obra, está más que presente».
Cuando esas cintas se deshacen en mi imaginación entre los dientes de una máquina que aplasta vehículos, ¿las pierdo a ellas o pierdo una imagen (inventada) de mi rostro de niña? Supongo que nunca más seré «ella». Ya he perdido el tiempo en el que era capaz de pronunciar un «yo» sin sentir que, en algo, estoy mintiendo.
«Aprecien ustedes que entre los primeros relatos de Joyce en Dublineses (sobre la niñez. Ej: el niño de Dos hermanas) y los de la siguiente parte de la obra (sobre la juventud. Ej: Eveline) hay una diferencia fundamental en el sujeto protagonista: mientras el niño tiene iniciativa, ilusión por el viaje; el sujeto que aterriza en la juventud ya está hecho por otros, de otros. El no-niño es, simplemente, OTROS»:
«Tuve dos mujeres, pero quise más a la que más me quiso» (Cuando era más joven, J. Sabina, 1985)
«Mientras huyo del abismo, mientras el miedo se enfría, mientras solo soy yo mismo de cara a la galería» (Sin pena ni gloria, J. Sabina, 2017).
Son las 16:42. Recabar los ánimos para tomar apuntes en una clase me supone un sentimiento muy parecido al dolor de cabeza que me despertaba cuando bajábamos con las monjas del colegio a rezar a la capilla escolar «Dice Eco en Las poéticas de Joyce : abandonada la fe, la obsesión religiosa no abandona a Joyce» .
| «No supe cómo decirte Que el cuerpo está en el alma Que Dios le paga un sueldo a Satán Nena, cómo contarte Que nadie va a ayudarte Si no te ayudas tú un poco más». Cómo decirte, cómo contarte (Sabina, 1986). |
| «Como si al fin Un buen poema me saliera… UNA ORACIÓN». Como un dolor de muelas (Sabina, 2002). |
«Lean, ¡lean Las poéticas de Joyce!… Umberto Eco es esencial para entender todo lo que les estoy diciendo». Dibujo una flecha al lado de ese apellido que me suena de algo y escribo –> «De los 1000 ejemplares de la 1ª ed. Del Ulises, hay uno en la biblioteca privada de Eco y otro en la casa de Joaquín Sabina en Tirso».
Yo hace tiempo que no rezo y que no escribo. Construyo apuntes a partir de este tipo de vaguedades, y luego los completo de alguna manera con flechas y frases sueltas como quien rellena los huecos de los viejos cimientos de una casa con plastilina podrida.
Cuando no sé en qué pensar, traigo a la cabeza porciones de canciones de aquellos cassettes. También estribillos que cantaba entre las filas de uniformes que conformábamos muy rectas en medio de las misas colegiales.
Hay noches en las que me propongo escribir y acabo tratando de recordar cómo era yo cuando escribía y no intentaba recordar nada. Me intuyo reflejada en el cristal del ventanal de mi cuarto y no me atrevo a mirar.
«A Joyce le obsesiona tanto la idea del espejo como el concepto del doble: le atormenta tanto el hecho de no tener certeza de su propio rostro como la posibilidad de que alguien pueda tener el mismo que él…»
«Corre, dijo la tortuga
Atrévete, dijo el cobarde
Estoy de vuelta dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte
[…]
A ti te estoy hablando, a ti
Que nunca sigues mis consejos
A ti te estoy gritando, a ti
Que estas metido en mi pellejo
A ti que estas llorando ahí
Al otro lado del espejo, a ti, que no te debo
Más que el empujón que anoche
Me llevo a escribir esta canción…»
Corre, dijo la tortuga (Sabina, 1990).

Y cuando llega el momento en el que el reloj marca una hora a la que es conveniente dejar de tratar de escribir – menos veinte, menos diez – invierto el último rato en abrir los cajones donde mamá nunca llegó a guardar los cassettes de Sabina. Supongo que todo sería bastante distinto si estuvieran en ese lugar que yo les presupongo o mejor, que casi les deseo. Llenos de polvo y tal vez… ¿olvidados? – «La presencia más fuerte es la ausencia», vuelvo a anotar.
En cambio, mamá sí guardó mis primeras libretas, mis apuntes y diarios de la adolescencia tardía. Entre ellas encuentro la única ocasión de poner unos papeles sobre la mesa que me expliquen, más o menos, de qué disfruto o por qué lloro.
Me pregunto hasta qué edad, más o menos, es capaz el ser humano de arriesgarse a la nostalgia. De emprender un viaje frustrado desde el principio. De mirar el hueco.
«Queridos alumnos, han de darse cuenta de que Joyce tira del hilo de Spinoza presentando el mito en tempus nostri. Es esencial que al leer al autor tengan presente la idea de que existe un eje eterno desde el que cualquier cosa puede verse, piensen también en el eterno retorno nietzscheano…».
Me digo que es verdad que a veces me calma poner la palma de la mano en la portada de las libretas que garabateé hace tanto. ¿Siguen todas las cosas, todas las tristezas, un hilo extraño en el que el tiempo solo las va degenerando?
«Si se fijan, la mujer que el autor describe en Dos Galanes… La chica bajita, corpulenta, musculosa, la del vestido azul y las pocas intenciones de mantener la castidad hasta el sagrado matrimonio… Esa… Esa es la virgen».
«Y si la Magdalena
Pide un trago
Tú la invitas a cien
Que yo los pago
[…]
Sólo te pido que me escribas
Contándome si sigue viva
La virgen del pecado
La novia de la flor de la saliva
El sexo con amor de los casados»
[…]
Una canción para la magdalena (J. Sabina, 1999)
Son las 17:13H. La clase está muy cerca de terminar. En mitad del horizonte de cabezas perfecto, ordenado y en calma, una mano se alza e interrumpe el transcurso previsible de los hechos… Pero, en verdad, es lo que siempre pasa.
– Y entonces, profesor, ¿por qué no plantea Joyce una renuncia a la mirada? ¿Por qué no propone un replanteamiento de la misma? Me refiero, si el precio a pagar es la sensación eterna de carencia, esa amputación… ¿No?
La alfombra de pequeños adoquines que comienza a la salida del edificio me invita a conformar una imagen mental de aquellas cintas de cassette, esta vez todas juntas. No me atrevo a pisar. Camino por el bordillo, liso y sin dibujo, y me pongo los cascos tras cruzar el paso de peatones hacia la estación de cercanías.
Me pregunto hasta qué edad, más o menos, es capaz el ser humano de arriesgarse a la nostalgia. De emprender un viaje frustrado desde el principio. De mirar el hueco. De coger un tren.

Me pregunto hasta qué edad seguiré trazando notas vagas sobre los cassettes de mamá. Hasta cuándo podré atreverme a seguirlos buscando.
«El Dorado* era un champú
La virtud, unos brazos en cruz
El pecado, una página web
En Comala comprendí
Que al lugar donde has sido feliz
No debieras tratar de volver»
Peces de ciudad (J. Sabina, 2002)
*La leyenda de El Dorado perdura porque «uno quiere que sea verdad», dice Jose Oliver, profesor del Instituto de Arqueología del University College de Londres (Reino Unido); «creo que nunca hemos dejado de buscar El Dorado».
RECOMENDADO:
- Dublinenes, James Joyce (1914). En especial, los relatos Eveline, Arabia, Dos Hermanas, Una pequeña nube y Los muertos.
- La del pirata cojo, Joaquín Sabina (1992)
- Peces de ciudad, Joaquín Sabina (2002)
- Cuando era más joven, Joaquín Sabina (1995)
- Sin pena ni gloria, Joaquín Sabina (2017)
- Cómo decirte, cómo contarte, Joaquín Sabina (1986)
- Como un dolor de muelas, Joaquín Sabina (2002)
- Corre, dijo la tortuga, Joaquín Sabina (1990)
- Una canción para la Magdalena, Joaquín Sabina (1999)

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