Ni Desdémonas ni Otelos: los celos y la muerte en el amor

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Como les sucede a otras muchas obras que han sido enmarcadas dentro del canon literario, Otelo de William Shakespeare (1604) y su argumento han terminado formando parte del imaginario colectivo e, incluso, han servido para nutrir terminológicamente a la literatura clínica. En este caso, como también podríamos pensar en el Edipo de Sófocles, el nombre de Otelo ha inspirado la denominación de una patología psíquica. No fue hasta 1955 que se publicó en el Journal of Nervous and Mental Disease un artículo titulado “El síndrome de Otelo: un estudio en la psicopatología de los celos sexuales”.

Bien es cierto que Shakespeare – adulado de una manera incomparable por la crítica – ha sido destacado por las profundas descripciones y construcciones psicológicas de sus personajes. Hasta, en ocasiones, se ha llegado a denominar al Bardo de Avon como un neurólogo renacentista, tan avanzado estaba en eso a su época. Es, en concreto, a partir de 1600, al publicar sus “comedias oscuras” y sus grandes tragedias, cuando comienza a sumergirse en el razonamiento psicológico de sus personajes. En la figura de Macbeth reflexiona acerca de las tentaciones del poder; en Hamlet sobre la dicotomía moral entre perdón y venganza; y, en Otelo, describe el poder destructor y tanático de los celos. El síndrome de Otelo es un trastorno de carácter delirante con contenido celotípico, a menudo relacionado con el consumo de ciertos fármacos o el desorden límbico, que se explicita en una continua desconfianza en la fidelidad de la pareja y puede devenir en pensamientos obsesivos, compulsivos y peligrosos.

Tratándose de una obra datada en torno a 1604, no tendremos inconveniente en revelar su argumento: Otelo, el moro de Venecia, es un general al servicio de la república que termina casándose con Desdémona, una joven y entregada muchacha, sin el consentimiento del padre de esta, Brabancio, un senador veneciano. Recientemente, Otelo había decidido nombrar como su lugarteniente a Casio, causándole la correspondiente decepción a Yago, su alférez. Este, con el objetivo de vengarse de Otelo, trama un plan para convencerle de que Desdémona y Casio llevan en secreto una relación extramarital. La trama de manipulación que Yago consigue llevar a cabo – involucrando a casi todos los personajes de la obra – conforma en la mente de Otelo unos profundos y lacerantes celos que le llevan a perder la cordura, asesinando a Desdémona y quitándose a sí mismo la vida después.

Como siempre acostumbramos a hacer, nuestro objetivo es tomar estos hechos para poder analizar la realidad que nos rodea, demostrando así que la literatura clásica es asequible, universal y sigue aplicándose a nuestra propia existencia. Dicho esto, es cierto que, si analizamos rigurosamente la celotipia en la que cae Otelo, estaremos centrándonos en un extremo y perderemos el factor común que este tipo de comportamientos tienen en nuestras vidas. Por ello, aunque nuestro protagonista manifieste un preocupante cuadro psicopatológico, nos centraremos en qué puede contarnos esta historia sobre un sentimiento tan debatido y presente como son los celos y sus voraces efectos con respecto al amor. En este caso, y contradiciendo a Montaigne que, en sus ensayos argumentaba que “los celos son, de todas las enfermedades del espíritu, aquella a la cual más cosas sirven de alimento y ninguna de remedio”, el propio Yago nos apunta que existe una manera de acallarlos:

“Si la balanza de nuestras vidas no tuviera un platillo de razón para equilibrar otro de sensualidad, la sangre y la bajeza de nuestra naturaleza nos llevaría a las más disparatadas conclusiones. Pero tenemos la razón para temperar nuestros impulsos rabiosos, nuestros aguijones carnales, nuestras lascivias sin freno.”

Yago, el genio y artista de la manipulación

Antes de entrar a analizar más detenidamente a Otelo, Desdémona o la transformación neurótica que este terminará manifestando, debemos centrar nuestra atención en la figura de Yago. Tal es la importancia de este personaje que, el gran lector shakesperiano, Harold Bloom le definió, en su libro Shakespeare: la invención de lo humano, como “un piromaníaco moral que pone fuego a toda la realidad” e, incluso, afirmaba que “el Diablo mismo -en Milton, Marlowe, Goethe, Dostoievski, Melville y cualquier otro escritor- no puede competir con Yago”. Se trata, sin lugar a dudas, del personaje más relevante de la obra; Otelo pronuncia tres soliloquios, Yago, en cambio, ocho.

Sin la intervención de Yago – y esto lo advierte con maestría Bloom – sería imposible comprender el sentido de la obra, quizás precisamente porque Otelo está dotado de una simplicidad, ceguera de espíritu y vulnerabilidad psíquica que lo convierten en una fácil marioneta para las manos del artista de la manipulación. La razón que lleva a Yago a trazar este ardid no es tanto la decepción de no ser designado lugarteniente, sino el desmoronamiento de la deidad en la que confiaba. Para él, Otelo, ese heroico líder militar curtido en lo más voraz de la batalla significaba un dios de la guerra. Es esta la única religión que profesa Yago, la fe en la guerra. Es incapaz de convivir con la paz y articularse en el arte de la diplomacia con la soltura con la que Casio lo hace y es esto, esencialmente, lo que provoca la decisión de Otelo.

Yago vive permanentemente en la batalla, es un ser – extraordinario, sea dicho de paso – permanentemente enfocado en la destrucción y el caos. Desde el comienzo de la trama, advierte que su principal poder y herramienta es la manipulación, pero va descubriendo su maestría poco a poco. Apenas va dejando caer afirmaciones o humildes sospechas que van introduciendo a Otelo en una situación de agitación y vulnerabilidad propicia para influir en sus acciones. Sabe que enmascararse como confiable asesor de Otelo será tarea fácil pues: “El Moro es de naturaleza abierta y libre que juzga a un hombre honrado con sólo parecerlo.”

Aunque, ciertamente, como todos los grandes villanos, Yago ve desmoronarse su propósito por olvidar un factor fundamental; el amor de su esposa por la honradez de su ama, Desdémona, es más fuerte que la servidumbre que debe a su marido. Cuando Yago comprende que la situación exige la muerte de Desdémona o la suya propia, parece reaccionar de manera templada y analítica, no se sobresalta puesto que le resulta fácil enmascarar su intervención y condenar los actos de Otelo. Pero no contaba con que Emilia, a quien también había manipulado, tendría la valentía de revelar todo lo que había visto, inculpándole a él y causando que este la matase. Toda la capacidad destructiva de Yago termina volviéndose en su contra. Resumido por Bloom:

“El soberbio psicólogo que deshizo todas las costuras de Otelo y manipuló hábilmente a Desdémona, a Cassio, a Roderigo y a todos los demás cae furioso en el sino que tramó para su víctima principal, el Moro, y se convierte en otro asesino de su esposa. Al final, se ha prendido fuego a sí mismo.”

Otelo, el ingenuo y heroico macho

La figura de Otelo se nos presenta como un gran héroe de guerra, un hombre relevante en la república que, a fuerza de méritos, ha conseguido ser insustituible a pesar de su cualidad de extranjero. De hecho, sus hazañas no sólo le reparan la gloria política en Venecia, sino que también le otorgan el amor de su más preciado fruto, Desdémona, la dama con el amor más puro jamás escrita por Shakespeare. En palabras del propio Otelo: “Me amaba por los peligros que yo había pasado y yo la amaba por apiadarse de ellos.”

Esto nos hace comprender dos cosas: una, que Desdémona no está enamorada de Otelo – a quien íntimamente no conocemos en ningún momento -, sino de su alta figura y sus nobles gestas, el propio Moro es consciente de esto puesto que nos cuenta que: “Me dio las gracias y me dijo que si algún / amigo mío la quería, le enseñase / a contar mi historia, que con eso podía enamorarla.”; y, dos, Otelo no está enamorado de ella, sino en la dimensión en la que su amor hacia él funciona como un espejo dispuesto a engrandecer sus méritos.

No vemos en Otelo más profundidad que la de un hombre conformado exclusivamente hacia afuera. La grandeza de espíritu que posee está erigida a la manera de los contrafuertes de una catedral que, en ausencia de estos, toda la construcción se vendría abajo. Otelo tiene un gran conocimiento y maestría militar, una autoestima altiva, pero falsa, hasta habla de sí mismo en tercera persona recalcando ese distanciamiento entre espíritu e imagen; sin sus méritos e historias es un hombre vacío. Incluso, nuevamente Bloom nos indica que “la tragedia de Otelo es precisamente que Yago lo conozca mejor de lo que se conoce el propio Moro”.

La naturaleza de los celos

A grandes rasgos y, sin olvidar la complejidad de lo que hablamos, podríamos distinguir dos clases de celos. Los primeros son aquellos que están relacionados con el daño reputacional que el conocimiento de la traición podría tener en el burlado, están muy relacionados con la idea de virilidad y honra. El hombre poderoso, que ha conseguido elaborar una inmaculada imagen social de su figura, se ve amenazado ante la posibilidad de ser visto como un ingenuo traicionado. Por esto, el propio Otelo, afirma que se trata de un problema que sólo afecta a los hombres relevantes:

“Fuera yo antes sapo, alimentado de humedades subterráneas,

que dejar un solo rincón del cuerpo de mi amada

para uso ajeno. Infamia es ésta

de hombres célebres, y que nunca al humilde le infecta;”

Los segundos, más humanos y excusables, parten precisamente de la falta de reconocimiento de la propia figura, del concepto de sí mismo, es decir, de una sensación de inferioridad con respecto al ser amado y del desmerecimiento de su posesión. Se trata de una inseguridad ante la sensación de no ser suficiente para satisfacer las necesidades de la pareja. En este caso, resultan más fáciles de superar puesto que parten de una mala concepción del propio espíritu y no marcan al cónyuge como a un enemigo.

Volviendo a los primeros, en los que reconocemos al Moro, Harold Bloom afirma que “Otelo es la más hiriente representación shakespeariana de la vanidad y el miedo masculinos ante la sexualidad femenina, y por ende de la ecuación masculina que hace del miedo a los cuernos”. La sospecha de la traición abate completamente al que la sufre puesto que le confronta con la verdadera esencia de su ilusión. Erigen esa imagen legendaria e impertérrita de sí mismos, pero, cuando el riesgo de la infidelidad aparece, comprenden la volatilidad de su figura, llegan a la conclusión de que el mundo podrá seguir girando sin ellos y esto les resulta inconcebible.

En, este tipo de celos concreto, la amada representa una amenaza real, es la única pieza que podría hacer desmoronarse la construcción; por ello deviene la locura, porque Otelo sabe perfectamente que el hecho de que su esposa le sea infiel, más aún con uno de sus subordinados y hombres de confianza, significa una muerte en vida, representa el ocaso de su viril fama. Más aún, Bloom parece advertir un aspecto que el lector ordinario pasaría por alto; Otelo y Desdémona nunca consuman explícitamente su matrimonio en escena, ni aún entre los actos que se suceden comprendemos que pudiera haber tiempo material para un encuentro sexual entre ambos. Esto nos hace comprender que hay un mayor daño a la virilidad de Otelo, sería una doble traición. Si la joven Desdémona entregase su virginidad a Casio antes que a su propio marido, representaría un abismo insuperable para la imagen del general. Ante esto, ante tal – imaginaria o no – ofensa a su figura, el último acto de heroísmo y poder que atisba a su alcance es ser la firme mano que dicte sentencia e imparta justicia, es decir, castigar la ofensa por medio del asesinato, la ejecución de la adúltera.

La muerte en el amor

Si bien es cierto que, en el argumento de la obra, la celotipia manifestada por Otelo termina conduciendo a la muerte de Desdémona – algo de lo que, tristemente, somos testigos con excesiva frecuencia al encender la televisión -, aunque no se concluya necesariamente en el asesinato, los celos mal gestionados siempre terminan causando un homicidio: la muerte del amor. En este sentido, concordamos con Wilde, mientras que él atribuía estos efectos al odio, también vemos que los celos son, en el corazón, “una forma de atrofia, cuyos resultados son mortales, pero no solo para uno mismo”.

Tanto el celoso, como su pareja son víctimas de la misma anomalía espiritual. Hemos de entenderlos como un estímulo rector paleolítico enfocado en proteger la descendencia, un impulso animal. Pero, como ya lo hemos hecho con tantos otros y como apuntaba anteriormente Yago, la razón es el único camino para librarnos de su servidumbre. En este sentido, la amenaza real no es el acto de la traición por sí mismo, sino la mera sospecha de su realización. El propio Otelo, aun fuera de sí, nos revela que “tranquilo vive quien, robado, desconoce cuál fue el hurto, pues no echa nada en falta.”.

Los celos pueden tener una razón endógena o exógena, pero, para pervivir, como cualquier otra infección vírica, precisan alimentarse de su propio portador, se nutren devorando nuestra alma y el amor que en ella reside. Emilia, quizás uno de los personajes más audaces de la obra, nos define estas almas así: “jamás son celosas con un fundamento.  Sienten celos por eso, por sentirlos, tal monstruo engendrado de sí y por sí mismo nacido”. Haciendo un parte de daños y analizando largamente la jugada, podemos concluir que, el uso de la razón y la concepción de los celos como un impulso tanático y animal que todo lo destruye, pueden librarnos de sus odiosos efectos; el conocimiento nacido de la lectura de esta obra podría causar, apenas seamos capaces de reconocerlo, que podamos vivir en un mundo sin Desdémonas ni Otelos, sin victimas ni victimarios, un universo invulnerable acorazado por la gracia del amor y la consciencia.

Una respuesta a “Ni Desdémonas ni Otelos: los celos y la muerte en el amor”

  1. Avatar de Elogio del amor pequeñoburgués – CAPÍTULO 73

    […] y en la complicidad. Tanto la pulsión suicida alumbrada por la pasión de Werther como el instinto homicida nacido de los celos de Otelo son consecuencias directas de esa concepción del amor como algo inalcanzable para el común de los […]

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