‘Metrópolis’: El steampunk católico

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Desde luego en 1927 el futuro no era nada esperanzador. Los obreros tendrán un reloj de diez horas sobre sus cabezas y una habitación en la subterránea “Ciudad de los trabajadores” (un poco como ahora, pero con peores vistas). En la altura radicalmente contraria se erigirán las altas torres que componen el “Club de los Hijos” con sus teatros, gimnasios y jardines. Manos y cerebro. Irreconciliablemente distintos. O no. Freder Fredersen, hijo del señor de Metrópolis, caerá enamorado de una misteriosa mujer que irrumpe en su distópico Edén y cuya búsqueda cambiará todo.

Pero, antes de que nos emocionemos con los tambores de la revolución, Fritz Lang ya deja claro en el título del epílogo que: “El mediador entre las manos y el cerebro tiene que ser el corazón”. El director alemán, siempre con la Biblia en la mano, se sirve de los valores católicos para tender puentes entre las contradicciones de clase, al tiempo que demoniza la ciencia blasfema y el uso de la violencia. Aun sólo con una simple retórica conciliadora, la película propone una defensa razonada de la fraternidad mediante un exquisito simbolismo (sí, incluso si eres ateo).

“Vale vale, pero ¿por qué debería verme una película 1 muda, 2 en blanco y negro, y 3 más vieja que cualquiera de mis familiares vivos?”. Partamos de la base de que El ángel azul fue, en 1930, la primera película alemana con sonido y Las mujeres son mejores diplomáticas en 1941 fue la primera en color, es decir, que la falta de sonido y color no tiene ninguna intención artística y sólo es producto de la antigüedad del filme. Pues a pesar de la falta de estos recursos técnicos, y muchos otros, la película construye una ficción futurista con la misma fuerza que cualquier película (sobresaliente) más reciente del género. Nadie va al mercadillo y compra una taza hecha a mano sólo por echarse el café. Nadie va a una filmoteca y disfruta de Metrópolis sólo por verse la primera película de ciencia ficción.

Aunque apoyar el pequeño comercio (o el arte) puede ser una razón válida, si la taza acaba en nuestro armario junto al resto de sus insulsas compañeras es más por su estética, su mensaje y/o por cómo nos hace sentir después de que la alarma haya sonado a las 7 de la mañana. Con la misma artesanía del que crea la taza, la producción alemana pone a funcionar sus propias herramientas para construir los espacios, las metáforas y los motivos del propio argumento.

La técnica se entrelaza con la historia

Arriba izquierda: Efecto Schüfftan. Arriba derecha: Efecto de videotransmisión. Abajo izquierda: Efectos luminosos de Metrópolis y transformación del ser-máquina. Abajo derecha: Efecto de alucinaciones

En un mundo en el que todavía no existe la edición digital, ¿cómo puede fluir el tráfico entre gigantescas estructuras?, ¿cómo se hace una videotransmisión?, ¿cómo se ilumina una ciudad entera, se transforma un androide o alucina un personaje? Buena parte de lo que vemos en Metrópolis está hecho con el llamado efecto Schüfftan (arriba izquierda): La cámara se sitúa frente a un espejo que refleja la maqueta, al mismo tiempo que en la parte del encuadre que no hay espejo se coloca el decorado sobre el que se sucede la actuación, de tal manera que a ojos del espectador todo se vuelve un espacio único. Este efecto fue el más revolucionario de la película, pero el ingenio de los alemanes no se paró ahí.

En la videotransmisión (arriba derecha), una cámara recogía la imagen del capataz, mientras que un proyector, mediante un eje que lo sincronizaba con la cámara, iba plasmándola en la pantalla que mira Joh Fredersen. La noche de la ciudad (abajo izquierda) constó de 1000 pinturas con diferentes tipos de luces, más o menos 25 por cada segundo de pantalla. Para la transformación del ser–máquina (abajo izquierda) se grabó a Brigitte Helm en el traje robótico, se colocó después una silueta negra y se grabó a través de un cristal engrasado unos neones circulares subiendo y bajando alrededor de la misma; se unieron ambas grabaciones para crear el efecto completo, añadiendo otros efectos como el sistema circulatorio o los rayos (que no salen en la imagen). Las alucinaciones (abajo derecha) también siguieron un proceso de copiado de imágenes en laboratorio para fusionar muchas grabaciones, pero además se volvía a grabar sobre la cinta rebobinada para crear el efecto de iluminación múltiple.

Los efectos especiales se mimaron sobremanera no sólo para abrir y cerrar bastantes bocas, sino para crear multitud de apoyos narrativos: mostrar a la ciudad como un organismo vivo, enfatizar la blasfemia de Rotwang, desatar la furia de los obreros o mostrar el horror de Freder. Pero es que el resto de elementos también participan de la misma manera. La actuación tan teatral y exagerada permite discernir el desarrollo de la trama y los personajes, creando suspense y generando sorpresa, sin necesidad de diálogos ni de un número elevado de carteles narrativos. La música y la luz también crean los ambientes propicios para desarrollar el resto de elementos (desde luego no eres igual de profeta si en una capilla–cueva te da la misma luz que al resto y suena la macarena).

Los símbolos elevan la narración

Sobre estas bases, se construye un simbolismo mesiánico y apocalíptico a partes iguales. Freder Fredersen es el corazón de la trama literal y metafóricamente. Metrópolis podría haber continuado con su esclavitud asalariada ad infinitum, pero al contemplar los horrores que sufren los trabajadores en su jornada diaria, Freder se determina a cambiar la situación en la que viven. Esto desencadena todos los acontecimientos que se van sucediendo a lo largo de la película y el personaje toma su significado alegórico participando en ellos. Cuando tu padre te dice que los obreros están donde se merecen o ves a un trabajador a punto de morir de cansancio, lo más normal es que la violencia se vuelva una alternativa atractiva. Pero Freder no se rebela contra su padre, sino que le demanda preocupación por sus hermanos trabajadores. Tampoco rompe la máquina, sino que cambia de lugar con Georgy, el trabajador fatigado. Compasión, bondad y paz se ven representadas en su persona y sólo mediante estos valores se rescata a la ciudad de su tenebroso porvenir.

La dualidad narrativa y alegórica se sigue dando con el resto de personajes. María predica por la paz y la fraternidad con la llegada del mediador, manteniendo las ansias revolucionarias de los obreros a raya y dándole a Freder un medio para poder llegar hasta ellos. Así, la palabra de Dios se materializa en la figura de María, sin ella la ciudad se sume en el caos y el “corazón” no encuentra la manera de que sus hermanos escuchen sus palabras. La contraparte de María es Rotwang. El inventor manipula a Joh, secuestra a la profeta y transforma al ser–máquina para suplantarla, instigando la revolución de los obreros y extendiendo el libertinaje por la ciudad. En Metrópolis el demonio se viste de científico: Rotwang juega a ser Dios creando vida, pervierte la Palabra y desata el apocalipsis. Los trabajadores y Joh Fredersen son los sujetos de la trama, ellos provocan los conflictos y cometen los pecados contra sus hermanos. Representan, por tanto, la inteligencia calculadora y la mano bruta; sin “corazón” pueden idear atrocidades y provocar catástrofes, mientras que con él viven en paz y armonía.

Tranquilo, no tienes que tener un grado en criptografía para ver la película, Fritz Lang se encargó de que los carteles y decorados masticaran todas estas metáforas por nosotros. El mensaje del epílogo deja claro qué representan los Hijos y los obreros. La primera vez que se revela la identidad de María y Rotwang vemos a la primera rodeada de cruces en un altar y al segundo con estrellas satánicas tanto en la puerta como en el interior de su casa. Con Freder también ocurre lo mismo en el momento que alucina con Moloch (un ser demoníaco) al romperse la máquina M, o cuando mantiene una conversación con la estatua de la muerte rodeada por los 7 pecados capitales.

La obra alemana representa a la perfección qué significa hacer cine de autor. El pensamiento del director sobre el movimiento obrero, la burguesía o el avance científico se plasma a lo largo de la película. Sus creencias se hacen sólidas tanto en los personajes como en el desarrollo del argumento y sólo pierden fuerza en el personaje de Joh, cuyas acciones pierden motivación y sentido después de enterarse de la manipulación que sufre por parte de Rotwang. Aun así, su trono en la historia del cine está labrado con artesanía a golpe de estilo y detalle. Metrópolis es el ejemplo perfecto de porqué te bebes el café en esa taza, sobre todo en esos días en que la alarma también suena en el cine.

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