Shakespeare o el Genio

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Shakespeare es, probablemente, el mayor genio que ha dado la literatura. Su grandeza permanece inalcanzada. El teatro no ha vuelto a asomarse a tan hondos abismos ni se ha remontado a cimas tan altas. Él otorgó una nueva dimensión a lo trágico y fue un maestro de la comedia. Es, indiscutiblemente, el mayor creador de personajes que ha existido. Nadie ha sabido dar voz a individuos tan distintos y fascinantes. Entre su elenco se alzan personalidades tan dispares y profundas como Hamlet, Macbeth, Lear, Yago, Rosalinda, Falstaff, Cleopatra o Edmundo, sin nombrar a otros muchos. Perfeccionó la lengua inglesa de tal modo que por primera vez se tuvo la sensación de haber alcanzado varios de los límites del lenguaje. Tanto es así que Joyce, el otro gran explotador y explorador del inglés, sintió profundamente la angustia de su influencia.

Shakespeare es equidistante con sus personajes. No tiene parcialidad ni tópicos. Es como la Naturaleza que eleva montañas y forma valles con la misma atención y cuidado con la que forma la semilla de una manzana. En palabras de Carlyle, si Dante nos dio el alma del cristianismo medieval, Shakespeare, en su ciclo teatral, nos dio su cuerpo. Sus obras forman un corpus en donde se nos da la vida perfectamente compendiada en tanto al ser y al deber ser. 

Su genio es inconcebible. Emerson dijo que uno puede entrar en la mente de Platón y pensar desde allí, pero que el genio de Shakespeare tan solo puede observarse desde fuera. Aquel que haya leído varias de sus obras con atención solamente puede estar de acuerdo con esta afirmación. Shakespeare desconcierta al intelecto, que no es capaz de imaginar que un único hombre pudiera escribir tantas obras maestras. De este desconcierto, de esta incapacidad de comprender un genio muy superior, han surgido diversas teorías que atribuyen su producción a varias figuras intelectuales de la época. Pero todas las obras de Shakespeare, las mejores y las peores, cuando son leídas, dejan la sensación inequívoca de pertenecer al mismo genio. Una misma genialidad las uniforma.

Algunos extrañamientos respecto al hombre Shakespeare han alimentado estas teorías. El contraste entre los escasos detalles biográficos y el genio que inunda las páginas de sus obras constituye uno de los mayores misterios de la historia. Pasó casi desapercibido para sus contemporáneos. En una época donde contamos con biografías minuciosas sobre personajes harto irrelevantes, del más importante, del Titán que dejaría su sombra imponente sobre todas las generaciones venideras, apenas se registra nada. Lo que se sabe resulta tan anecdótico y vulgar que mueve a la conspiración. Se conoce que era una persona afable, sin mucho carácter. En contraste con el flemático Ben Jonson y el equívoco hedonista Marlowe, Shakespeare pasaba por un hombre normal. Un buen tipo con el que es agradable tomar una copa, pero no el mayor genio de la literatura universal. Borges inmortalizó este aspecto de Shakespeare con la frase siguiente: “No fue nadie para ser todos”. De este modo, resolvió el contraste entre el hombre corriente y los geniales personajes del autor.  Se sabe también que quería ser caballero, que inició por una minucia un pleito rural y que dejó a su esposa en testamento únicamente su “segunda cama”. Algún fino ironista explicó este misterio diciendo que la primera la usaría con otras. 

Pero si puede darse alguna explicación al inmortal ciclo teatral de Shakespeare es que el ojo genial encontró a su alrededor los materiales que necesitaba para trabajar. El Genio se encuentra arrastrado por el río de los acontecimientos y las ideas de su época. Se sitúa en la dirección de las miradas de todos los hombres y sus dedos le señalan el camino. Pero el Genio va más allá, que es lo que lo distingue del ojo vasto de la multitud. Es maravillosa la observación de Emerson en este sentido de que la raza humana trabaja los materiales que después emplea el Genio. Los hombres, las naciones, los poetas, las mujeres, los artesanos, todos ellos han trabajado para él, y si él se apartara de la línea de tendencia, tendría que hacerlo todo por sí mismo y gastaría su poder en los preliminares:

“Casi diría que el gran poder genial consiste en no ser original en absoluto, en ser por completo receptivo, en dejar que el mundo lo haga todo y dejar que el espíritu de la hora atraviese expedito la mente»

Shakespeare tomó los materiales de su época y les dio una Forma Bella. Cogió la sangre cálida y ruda de la Inglaterra isabelina que rondaba por las viejas baladas populares y las obras de teatro colectivas, y, con su genio, las volvió eternas. 

La crítica contemporánea no alcanzó a apreciarlo. Hicieron falta dos siglos para que surgiera un crítico a su altura. El célebre Doctor Samuel Johnson fue demasiado tibio con su grandeza. El genio crítico de Johnson era eminentemente ético y su autoridad dependía enteramente de la virtud que desprendía su persona. No es por tanto de extrañar que no supiera apreciar la grandeza de Shakespeare. Su genio le superaba enormemente y a Johnson le exasperaba su descuido a la hora de dotar de significados morales y religiosos sus obras, su indiferencia ante cualquier tipo de postura, que no es más que la consecuencia de una perfecta equidistancia artística. Además, Shakespeare gustaba de enfangarse, demasiado a menudo para el susceptible Johnson, empleando un lenguaje vulgar y bajo. La mente de Johnson, aunque muy afilada, se hallaba estrechada por la mirada del inquisidor que quiere siempre descubrir en la obra de arte un propósito edificante. De ahí que una tragedia como El rey Lear, donde la escena final es de una desolación imposible de igualar, hiciese temblar su alma hasta el punto de no querer volver a verla. Johnson no comprendió que el artista que busca la Belleza llega inevitablemente al Bien y a la Verdad. Las obras de Shakespeare no fueron concebidas con fines éticos ni religiosos, sino estéticos, que es como debería concebirse propiamente una obra de arte, y, sin embargo, ¿quién se atrevería a afirmar que sus obras no enseñan lo que es el Bien y el Mal, lo que es la Mentira y la Verdad? De hecho, el impulso dramático de muchas de sus tramas proviene, precisamente, de que lo malo es tomado por bueno y lo falso por verdadero, y al revés.

Hubo que esperar al gran crítico del Romanticismo inglés, William Hazlitt, para que su obra se valorase adecuadamente. La Inglaterra posterior a Shakespeare no se desembarazó del clasicismo hasta casi dos siglos después con Byron, Coleridge y Wordsworth. Esto explica la falta de reconocimiento y la dura y espumosa crítica que se dirigió a Shakespeare hasta entonces, quien había sido romántico ya dos siglos antes en el sentido de prescindir de las formas clásicas allí donde le importunaban. Shakespeare entendió que la forma en el Arte (Cristo ya había dicho lo mismo respecto a las formas y ceremonias en la Vida) no debe imponerse desde fuera, sino que ha de brotar desde dentro en armonía con la materia y el espíritu que la informa. Este romanticismo prematuro de Shakespeare, este crear sin importar la tradición y descuidando la moral y la religión, le valieron la infamia de los malos críticos que, mientras tanto, alababan a Milton y a Pope.

En el Romanticismo francés encontró en la figura gigante de Víctor Hugo a su gran defensor. Víctor Hugo da cuenta de todos los críticos ingleses que le han vituperado y se mofa de sus juicios ridículos. Pone en justa medida su genio y su grandeza de la única forma posible, mediante su propio genio y grandeza. Hay dos aspectos del Genio: el consciente y el inconsciente. De los dos, el más poderoso es, sin duda, el segundo, y es este el que separa verdaderamente al hombre de talento del hombre propiamente de genio. El inconsciente, en el artista, se encarga de que los detalles casen con los significados más profundos del Símbolo. Víctor Hugo, que era muy consciente de esto, nos regala este sublime pasaje crítico respecto a Othello

“Sondead esta cosa profunda. Othello es la Noche. Y siendo la Noche y queriendo matar, ¿qué arma elige?, ¿el veneno?, ¿la maza?, ¿el hacha?, ¿el cuchillo? No, la almohada. Matar es sumir en el sueño. Tal vez el mismo Shakespeare no se haya dado cuenta de esto. El creador, a veces sin saberlo, obedece a su tipo, tal es el poder del tipo. Y es de este modo que Desdémona, esposa del hombre Noche, muere ahogada por la almohada que ha recibido el primer beso y el último suspiro.” 

En la crítica moderna, Harold Bloom ha sido su más devoto reivindicador, situándole en el centro mismo de El Canon Occidental. Para Bloom, es de Shakespeare de quien emana toda la literatura posterior de Occidente. Irradia de su obra hacia otros puntos, que es lo que propiamente significa ser un centro. Esta afirmación, si bien polémica, no está exenta de argumentos que la justifiquen.

Bloom observó que Shakespeare es el artista que más ha triunfado en crear un Arte a la vez complejo y popular, y sospecha que ahí está la razón de que sea el centro del canon. Por mi parte, pienso que lo que distingue verdaderamente a un poeta de genio es su universalidad. Universalidad entendida como la capacidad de la obra de transferirse a otras lenguas sin perder su fuerza. Mucha de la universalidad del lenguaje está en el tono del discurso, esa música íntima de las palabras, más que en la rima o el particular sonido de las sílabas. Shakespeare posee pasajes indudablemente universales, pero lo verdaderamente trascendente en él es la grandeza de sus personajes. Trascienden todas las barreras del lenguaje y la cultura. Hamlet, Falstaff, Edmundo, Yago o Lear siguen siendo igual de poderosos en todas partes. Son conciencias despiertas, intelectos vivos, más allá de sus obras. Son capaces de llenar cada uno el cosmos abismal de su obra, pero podemos imaginárnoslos en otros escenarios y situaciones diferentes. De otros grandes creadores de personajes como Dickens podemos decir que los mejores de ellos son dickensianos. De los grandes personajes de Shakespeare no podemos decir que son shakespearianos porque trascienden a su autor, son independientes de su obra y no comparten rasgos comunes.  Este fenómeno fue observado por Hegel, quien definió a los personajes de Shakespeare con la afortunada expresión “libres artistas de sí mismos”. Con esto, quería decir que los grandes personajes de Shakespeare se crean a sí mismos a lo largo de la obra. De entre todos ellos, Hamlet es el más artista de sí mismo, tanto que podría hasta ser el autor de su propia obra. 

El Dr. Johnson pensaba que el genio de Shakespeare estaba en la comedia porque en ella se sentía más a gusto. Para él, Shakespeare hacía las comedias sin esforzarse mientras que la tragedia le costaba más, una “notable laboriosidad”. Este juicio desafortunado fue corregido por Hazlitt. Hazlitt sencillamente apuntó que esto solo significaba que la comedia no es una cosa tan seria como la tragedia y que la propia naturaleza de esta exige de su autor una mayor energía. Además, según Hazlitt, la laboriosidad que creía ver el Dr. Johnson no era más que la incapacidad de los críticos de leerlas, dada su “general indisposición a simpatizar de corazón y espontáneamente con obras forjadas con gran pasión e imaginación”. Pero de ningún modo creía que el talento trágico de Shakespeare era inferior. Todo lo contrario. Para Hazlitt, y coincido absolutamente, Shakespeare es el mayor poeta trágico en el más alto sentido, mientras que, en cuanto a talento cómico, aunque fue un gran maestro, tiene rivales que se hallan a su altura. En la tragedia se encuentra, solitario, en la cúspide de lo que un poeta ha sabido expresar de las alturas y profundidades del alma. Othello, Hamlet, Macbeth, Antonio y Cleopatra, y El rey Lear, estas son sus cinco cimas. Hazlitt afirmó justamente que no es que no haya obras igual de buenas que estas cinco, sino que directamente no hay nada igual. No se las puede comparar con nada. 

¿Qué es Shakespeare sino la grandeza del teatro griego unido a la interioridad del teatro moderno? Shakespeare cogió a los grandes héroes y los hizo pensar y transformarse al escucharse. El teatro griego posee la épica y la grandeza, pero sus personajes son marionetas arrastradas por un Destino ineludible. El teatro moderno posee la reflexión en torno al yo, pero los escenarios y situaciones han perdido su majestuosidad. El teatro griego concentra su poder en los elementos externos. El moderno fundamenta su interés en el fenómeno interior. El teatro griego es objetivo. El moderno, subjetivo. Solo Shakespeare ha sabido aunarlos en una obra. Después de Shakespeare, los dramaturgos se centraron en la voz interior de los personajes, pero tuvieron que rebajar las proporciones épicas de sus obras por no poder crear personajes a su altura o por no poder hacer que se desenvolvieran en escenarios tan colosales. La capacidad de Shakespeare de no solo crear grandes personajes, sino de ser capaz de hacerles hablar y transformarse en grandes contextos, es lo que lo diferencia de todos los demás. Nunca más volarán a la misma altura la Acción y el Pensamiento. La caída de uno es el ascenso del otro. Existen otros ‘Hamlets’, pero disueltos en la pasividad.

El fantasma de un rey se alza de la fría tierra en la oscura noche para asustar a unos centinelas. Huye de las llamas infernales del día y clama venganza. El hijo ha de vengar al padre, el hijo ha de pagar por la herida que al padre le infligieron. ¡Oh, crimen horrendo, el más terrible de los actos, y no solo impune, sino que se ha recompensado con el oro real, con el puño del cetro! Pero el hijo duda, medita, la Acción se paraliza por el Pensamiento. Tal filósofo, tal alma contemplativa, ¡y verse arrastrado de este modo a la acción! Por eso hace de la acción que tiene que llevar a cabo el objeto de su pensamiento y de este modo retiene su curso y, al hacerlo, se llena de equívocos. Únicamente alcanza la trascendencia y supera su parálisis, mediante el juego, en el trágico final. 

He aquí Hamlet. Es lo más cerca que el lector puede estar de Shakespeare. El personaje donde más de sí mismo puso, aunque eso no signifique mucho, pues, hasta con el noble príncipe danés, su autor fue lo más equidistante posible. Tal vez, en el fondo, fuera solo mil máscaras, no un hombre. 

2 respuestas a “Shakespeare o el Genio”

  1. Avatar de A. Carlota Márquez
    A. Carlota Márquez

    aquí el genio eres tú porque tela 😍

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  2. Avatar de Encarna
    Encarna

    hola Álvaro acabo de leer tu artículo y me parece un súper artículo desde luego conoces perfectamente a Shakespeare porque te habrás leído todas sus obras yo no tengo muchos elementos de juicio para valorar todo esto porque he leído alguna obra de que otra de shakespee pero no muchas de todas las maneras el césped un genio pero tú también eres otro genio al interpretar toda su obra un beso muy fuerte

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