Reescrituras fílmicas en ‘My Mexican Bretzel’ de Nuria Giménez Lorang

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My Mexican Bretzel es un documental calmado, lejano y secreto; pero en su secretismo no es culpable, sino natural e íntimo. En esta pieza de cine documental acompañamos las imágenes cotidianas grabadas en 8 y 16mm de un matrimonio en los años 40 y 50: Vivian Barrett y su marido, León. Los videos están acompañados del diario de la esposa, que va relatando su historia de vida — o al menos, esa es la premisa —. A lo largo de este ensayo trataremos de encontrar los elementos de este documental que amoldan, tanto en su construcción como en su destrucción, el pacto silencioso entre el espectador y la obra: aquel en el que el espectador decide creer, o mas bien, confiar en aquello que ve, lo que sucede tanto en los documentales como en las ficciones; y en todos sus intermedios.

Por su propia naturaleza, los documentales están más asociados al pacto de veracidad, en el cual se parte de que lo que se va a observar es verosímil o que al menos, hay una intención proactiva por parte del director de ser fiel a la verdad. Esto difiere del pacto de credulidad, más asociado a la ficción, en el que el espectador decide adentrarse a una historia que sabe que es ficticia con intención de creerse la misma. Como explica Pablo Lanza “estas obligaciones (del documental) no se encuentran delineadas de forma explícita, ya que el documental trabaja sobre la realidad de una forma creativa”, pero sin embargo pueden generar “desigualdad de poder entre los sujetos retratados y los realizadores”. En My Mexican Bretzel esto sucede, ya que la directora sabe algo que nosotros desconocemos. Pero sin intención de engaños crueles, trata de desvelarnos ese algo a lo largo del filme con múltiples pistas, cómo vamos a analizar a continuación.

En primer lugar, hablando de estrategias que refuerzan el pacto de veracidad, es destacable la relación de declaración cercana que siente el espectador frente a las palabras de Vivian. Al incluir la indicación directa por parte de la directora de que el texto expuesto son extractos del diario de la señora Barrett, el espectador se adentra en la indudable creencia de que el filme está basado en una historia real. A lo largo del documental, tenemos una constante sensación de secreto desvelado, de acceso a la conciencia de Vivian. Aunque la historia aconteciese hace mucho tiempo, al estar leyendo los escritos de su diario en los que expone pensamientos y acontecimientos que ni siquiera su propio marido o sus amistades sabían, nos sentimos apelados. La pureza de sus palabras y la sinceridad para mostrar sus sentimientos y decisiones nos introducen a la historia de una manera ingenua y pura — podría ser también nuestra historia —. No tenemos sospechas.

No obstante, la directora también nos da algunas pistas sobre una posible disonancia en la narración, con elementos que introducen grietas en la historia. Uno de los recursos más importantes para esto es la constante mención al hecho de que León, su marido, no puede dejar grabar. Es decir, no puede dejar de construir su ficción compartida. Estos momentos del audiovisual están acompañados de pensamientos de gran descontento y desesperación de Vivian con el matrimonio. Ella se siente sola, y percibe que sus intereses están en un segundo plano a los de su marido. Sin embargo, las imágenes son felices y luminosas, navegando un barco con amigos. Por tanto, aquí se enfrenta de manera explícita la narración construida, en la que contrasta la ficción reescrita a través de la cámara de León con la realidad mostrada por las palabras de Vivian. ¿Qué nos asegura que algo así no puede pasar con el mismo documental que estamos visualizando?

Además, esta desconfianza también puede ser viceversa. ¿No podrían ser las palabras de Vivian las que están alterando la realidad de un matrimonio que simula feliz y perfecto, burgués, con todo lo que desean? ¿Qué es, exactamente, la realidad?

Otro elemento que nos aleja ligeramente de la historia es el personaje de Leo. A pesar de llegar a tener mucha relevancia en la trama — hasta el punto de que Vivian casi abandona su matrimonio con León por él — es un individuo que jamás aparece en las imágenes. Sin embargo, el engaño sigue presente ya que, aunque sea extraño que nunca aparezca si logró tener tanta importancia en la vida de Vivian, esto es justificable con la explicación de que León solía ser el que grababa las imágenes, y no ella; y con el hecho de que, al ser un amante, hay voluntad por parte de Vivian de que sea secreto.

Y es que My Mexican Bretzel, es un brillante ejercicio sobre la confianza y la fragilidad de la verdad. Con found footage real, Nuria Giménez Lorang teje una historia circundante a las imágenes de esas cintas caseras que las recontextualizan por completo, creando una nueva narrativa. Con la frase que abre su documental: “La mentira es solo otra forma de contar la verdad”, la directora nos estaba revelando el núcleo que vertebra la construcción del documental. Nuria Giménez no quiere engañar a su espectador, sino que quiere demostrar justo eso; que no hay historias verdaderas, y que todas las narraciones tienen su grado de construcción. Como explica Tello Díaz “la directora encuentra una vertiente alternativa para crear un argumento humano y universal. En esta misma línea, enfocamos el hecho de que lo importante no es necesariamente la veracidad de la historia; como afirma José Aguilar “un documental no es una película que reproduzca lo real, sino que dice cosas sobre lo real” y esta pieza audiovisual es un ejemplo perfecto de esta importante distinción. El documental no opera como un reflejo mimético, sino como un discurso sobre la realidad.

My Mexican Bretzel no traiciona el pacto documental, sino que lo reformula; demostrando que estos ejercicios audiovisuales registran la realidad pero también la interpretan, la modifican, la estudian, la viven, la analizan y, a veces, la inventan o la sueñan. ¿Acaso importa? ¿Importa que ni Vivian ni León sean reales? La mentira no está ocultando la verdad sino que la desplaza hacia al terreno de las emociones, la memoria y la imaginación. Aunque los personajes sean inventados, lo que expresan: la soledad, el deseo, el desencanto; es profundamente verdadero. Tal vez ahí resida su belleza: en esa oscilación constante entre verdad y artificio, entre memoria y proyección, entre lo que fue y lo que imaginamos que pudo haber sido.

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