Mamá, déjame dormir tan solo 5 minutos más… 

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Una (muy breve) radiografía de la acumulación, el cansancio y la utilidad

Mamá, hoy estoy cansada. Pero ayer también lo estuve, y posiblemente, mañana lo estaré. Dejo por escrito esta nota para que, cuando me suene la alarma y no me despierte, no me llames. Déjame dormir un ratito más. Solo 5 minutos. Deja que la alarma suene sin cesar que, si no me despierto, será por algo. Permíteme rozar mis manos por la almohada, girar mi cuerpo, notar la sábana sobre la pierna y los dedos de los pies, buscar el calor que he perdido al cambiar la posición. 

Tengo que ir a trabajar, lo sé. 

Llegaré tarde, lo sé. 

Debería levantarme, lavarme los dientes, el pelo y las axilas; debería inspeccionar mi cara en busca de marcas oscuras, granos u ojeras; elegir el outfit que llevaré a la oficina; debería detectar esas ojeras y cubrirlas con corrector; y luego, esperar al metro y hacer un trayecto de una hora para llegar a tiempo. Lo sé. 

Pero me da igual, porque estoy cansada. No soy la primera ni la última, pero a veces siento que me pesa, que se me clava en el pecho y me oprime. Me levanto a las 6 de la mañana y a veces, no recuerdo por qué ni en qué día estoy. Hay un escritor surcoreano, mamá, se llama Byung Chul Han, que dice lo siguiente:

«El reposo no tiene su origen, como suele cometerse el error de creer, en el hecho de que todos quieran correr a la vez  […]. No está causado por la aceleración del movimiento y los intercambios, sino en el ya-no-saber-hacia-dónde».  

La sociedad del cansancio, Byung Chul Han

Mamá, ya-no-sé-hacia-dónde-me-dirijo

ni-por-qué-lo-hago, 

ni-si-busco-algo

ni si esto es algo patológico o he contraído alguna enfermedad, 

o si me estoy volviendo loca, 

o si solo tengo 22 años. 

Tomar decisiones mirándose a una misma se ha tornado en una especie de castigo. Saber poner límites, domesticar mis distracciones, dosificar las grasas y reconocer la manipulación; pero, también, sacar un diez en el examen, ser la trabajadora del mes, respirar muy profundo cuando alguien me golpea con su bolsa en el transporte público y conocer al mayor número de escritores posibles. Todas esas cosas que deberían convertirme en una mejor versión de mi misma han terminado siendo una especie de lista de la que debo tachar lo que voy completando, y subrayar en rojo aquello que no consigo dominar. 

Foucault hablaba de una sociedad disciplinaria en la que las dinámicas de poder se ejercen desde un grupo dominante hacia otro subyugado, a través de instituciones como las cárceles, los psiquiátricos, los cuarteles… Pero, hoy, mamá, hoy el sujeto está auto-disciplinado, auto-confinado y auto-reconocido. Como indica J.M. Orozco, hablando del autor coreano: «Uno se impone las tareas, las demandas excesivas, las metas inalcanzables. […] La esperanza de ser reconocido se desvanece y, en ocasiones, ya no importa. Es como si hubiésemos introyectado al amo en cada uno de nosotros». Ya no hay un externo-hegemónico que dictamine nuestra conducta, sino que nosotros, los esclavos, hemos fagocitado el deber, normativizándolo como propio. 

Y todo para… ¿Ser más felices? ¿Comprender qué es la disciplina? ¿Conocer el valor de las cosas y de uno mismo? A veces, mami, no me da ni tiempo a pensar sobre quién soy mientras hago todo lo que, supuestamente, me permite ahondar más en mi persona y en mi percepción del mundo. 

Hace un par de años, fui a una charla de la filósofa Eva Ilouz. No la conocía, seguramente tú tampoco; pero, entre sus planteamientos, analiza el discurso terapéutico y cómo ha devenido en algo mercantilizable, una suerte de “nueva oportunidad de negocio” dentro del capitalismo. En uno de sus libros, indica:

«A lo largo del siglo XX, bajo la égida del discurso terapéutico, la vida emocional se vio imbuida de las metáforas y de la racionalidad de la economía; y a la inversa. […] En el capitalismo emocional, los discursos emocional y económico se moldean mutuamente de modo tal que el afecto es convertido en aspecto esencial de la conducta económica, y la vida emocional […] sigue la lógica de las relaciones y el intercambio económico». 

La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y autoayuda, E. Ilouz

¿Quieres ser una persona íntegra y con valores profundos? ¿Quieres saber qué te hace débil? ¿Qué debes cambiar de ti? Tomamos decisiones en términos de rentabilidad y productividad, buscando esa emoción: simplemente, ser felices.

Y hay tantas veces, mamá, que pienso para qué sirve todo esto,

para qué sirve este cuerpo fuerte y disciplinado,

para qué sirve tanta tensión en el cuello,

para qué sirve llegar a todos lados si luego no estoy presente en ninguno de ellos…

Quiero quererme, quiero aceptarme y practicar ese love yourself que tanto propugnan; pero, lo único que siento es que termina aislándome, haciéndome pequeñita. ¡Quiero ser feliz! Y, sin embargo… solo estoy cansada. Eva s. MoskowItz, en In Therapy we trust lo resume de manera muy sencilla: «Vivimos en una época dominada por el culto a la psique. […] Todos creemos que los sentimientos son sagrados y que la salvación está en la autoestima, que la felicidad es el fin supremo y que el trabajo psicológico sobre uno mismo es el único medio de alcanzarla». Pero, al final, esto termina siendo una mera estratagema para convertirnos en seres alienados que permiten que la máquina no pare.

Y no me escondo: yo también estoy inserta en ese puzle. Por eso, viene la culpa, la insatisfacción y el miedo: porque si algo sale mal, es tu responsabilidad. El límite lo creas tú. A esto, Chul Han lo denomina la sociedad del rendimiento, individuos nublados por la positividad de pensar que todo es  útil y mejorable:

«El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. […] El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad».

El explotador es al mismo tiempo el explotado” .

La sociedad del cansancio, Byung Chul Han

Imagínate, mamá, cómo llevo la autoexigencia y la autopercepción… ¡A veces me cuesta hasta respirar! Y, es entonces, cuando a nada le encuentro sentido. Anda, no digas que soy negativa… porque, en ocasiones, querer ver el lado bueno de todo también se convierte en una carga vital. 

Pero, dime, mami, ¿es realmente ingenuo querer disfrutar de todo un poco más? ¿Aburrirme un poco más? O mejor, ¿es ingenuo pedir tiempo, algo más de tiempo? ¿Algún minuto más para dormir, para leer, para escribir; para sentir que puedo integrar y aceptar lo que veo y escucho? Remedios Zafra, en una entrevista para la revista Zenda, clamaba: «Si esa relación entre trabajo y tiempo se subvierte, y el trabajo nos deja sin ese tiempo para nosotros y que da sentido a estar vivos, es que algo falla de manera clamorosa, porque el tiempo es el único valor real que tenemos cuando nacemos». 

Por eso, pidiéndote hoy 5 minutos más; pidiéndote que me dejes llegar tarde; pidiéndote, mamá, que no me dejes correr sola, siento que estoy siendo un poco revolucionaria. Porque, como la misma Zafra señala en El entusiasmo, cuando todo depende de uno y debe ser cuantificable, el deseo y ese entusiasmo –supuestamente espontáneos–, se convierten en tareas. En esas cosas que vamos tachando de la lista. Y mami, estoy harta de que mi vida se convierta en una simple enumeración o un inventario insípido y repetitivo. 

Por eso, déjame dormir, un poquito más… Solo un poquito más… 

BIBLIOGRAFÍA

Han, B. C., Arregi, A. S., & Ciria, A. (2012). La sociedad del cansancio (Vol. 13). Barcelona: Herder.

Orozco, J. M. (2015). De la sociedad del cansancio a la sociedad del aburrimiento. Revista estudios113(13), 169-193.

Tocino Rivas, M. (2023). El «capitalismo emocional» en Eva Illouz. Un análisis transversal del concepto y sus ambivalencias. Revista de filosofía48(2), 427-442.

Zafra, R. (2024). Remedios Zafra: «El tiempo libre ha sido fagocitado por el capitalismo». Zenda. https://www.zendalibros.com/remedios-zafra-el-tiempo-libre-ha-sido-fagotizado-por-el-capitalismo/?utm_source=chatgpt.com

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