Hablemos sobre privilegio y explotación
Existe entre las teorías sobre la colonialidad la noción de los “cuerpos colonizados”. Bajo esta perspectiva, las estrategias de dominación coloniales se habrían desarrollado no sólo en los ámbitos político o económico, sino también en el plano de la corporalidad. Estos mecanismos se proyectaron sobre los sujetos oprimidos y degeneraron en una serie de prácticas e ideas que se extienden hasta la actualidad.
Hay conceptos que son eminentemente duales. La luz necesita de la oscuridad para existir. Y la existencia de cuerpos colonizados exige de cuerpos colonizadores que ejerzan ese dominio.
Generalmente, el imaginario social representa al sujeto colonizador como la multinacional occidental que deforesta las tierras pobladas por comunidades locales, como el empresario que se llena los bolsillos gracias al trabajo esclavo en el sur global o el mandatario que orquesta intervenciones militares en países lejanos para deponer gobiernos que no responden a sus intereses.
Esta representación tan evidente de la maldad nos permite al resto sentirnos ajenos a las dinámicas coloniales. Si sólo soy una simple administrativa, profesora o creadora de contenido, ¿qué responsabilidad se me puede atribuir en los vertidos en el Amazonas? Probablemente ninguna.
Sin embargo, las dualidades no entienden de términos medios. En la dialéctica del poder, se es amo o se es esclavo, no hay opción a categorías neutras, no es posible adoptar un papel de mero espectador, ajeno a los procesos que configuran y determinan el ordenamiento mundial. Porque aunque yo no lo quiera, mi color de piel y el país en el que nací me sitúan de por sí en una casilla de salida preferente. Y no echar la vista atrás hacia aquellos que corren doscientos metros por detrás de mí es rehuir una responsabilidad que sí me corresponde.
Contradicciones difíciles de sobrellevar
Atender a la corporalidad se presenta como prioritario para lograr comprender cuál es nuestra responsabilidad en este asunto. Es muy fácil entender la colonialidad como una serie de ideas abstractas que acompañan a la explotación del sur global por una especie de inercia adquirida a lo largo de años de opresión, que algunos dirán se ha tratado de revertir en las últimas décadas. Sin embargo, es imperativo aterrizar los conceptos.
Para el sujeto colonizado la opresión no es una idea sobre la que teorizar, sino que experimenta en sus propias carnes los efectos de la colonialidad, que abusa, expolia y mata. No puede ser ajeno a ella, ni aunque elija ignorarla. De la misma manera, el cuerpo colonizador reproduce también estas dinámicas explotadoras a través de acciones concretas, tangibles, que van más allá del plano conceptual.
El cuerpo colonizador denuncia el genocidio por redes sociales desde un dispositivo manchado por la sangre de las miles de personas que trabajan las minas de coltán cada día. Escucha las canciones anti imperialistas de Víctor Jara y Silvio Rodríguez a través de una plataforma de música que financia al Ejército que bombardea diariamente a la población de una tierra que lleva ocupando ocho décadas. Como parte de su dieta vegetariana, consume semillas orgánicas que antes eran la base del alimento de comunidades que ahora se ven obligadas a exportarlas hacia Europa.
No se trata de una acusación, sino de una constatación. Mi estilo de vida se sustenta en la explotación del sur global, no sirve de nada negarlo. Por mucho que el avestruz entierre la cabeza bajo el suelo, el problema sigue estando ahí.
La incomodidad que produce esta realidad es evidente. Y ese desasosiego lleva en muchas ocasiones a buscar una exoneración que minimice la culpa, atribuyendo la responsabilidad a las grandes élites que crearon y sostienen el sistema en la actualidad. Aunque su implicación en su mantenimiento sea mayúscula, la misma no elimina la del conjunto de la sociedad occidental.
Otro factor que dificulta la asunción de la carga es el hecho de que muchos de los que participamos en la perpetuación de la explotación formamos parte a su vez de un sistema que parasita también nuestra fuerza de trabajo. No obstante, la interseccionalidad permite atender a los diferentes aspectos que adopta la convergencia de múltiples categorías de identidad, que posibilitan que un individuo sea oprimido y opresor al mismo tiempo.
Por mucho que ansiemos percibirnos como parte de una clase trabajadora explotada por una élite empresarial, la globalización ha trastocado estas categorías. Es difícil pensar que aquellos que asaltaron el Palacio de Invierno en 1917 portaban prendas tejidas por mujeres y niñas en condiciones de semiesclavitud en talleres del sudeste asiático. Pero es probable que muchos de los manifestantes que hoy en día se congregan en las concentraciones a favor de Palestina sí.
Y ahora, ¿qué?
Poner fin a la rueda explotadora se presenta como una meta casi imposible, y desde luego no pasa por la auto flagelación. El cuerpo colonizador lo seguirá siendo mientras existan los cuerpos colonizados, le guste o no. No tiene la culpa de haber nacido en una situación de privilegio, al igual que tampoco la tienen los hombres o las personas heterosexuales. Sin embargo, sí existe una responsabilidad sobre lo que se hace con esa prerrogativa.
Necesitamos percibirnos como cuerpos colonizadores, ser conscientes de los elementos tangibles de nuestra participación en el sistema. Aunque me sea imposible hacer boicot a todas las empresas que financian el genocidio en Gaza, debo entender que, cada vez que consuma un producto o servicio proveniente de esas compañías, estaré sufragando el exterminio de los palestinos.
La colectividad se construye a partir de miles, millones, de decisiones individuales. Si todas esas personas llegasen a un acuerdo y cesasen en su aportación activa al sistema, éste se detendría. Porque la explotación del sur global se sostiene sobre el consumo del norte privilegiado.
A nivel individual, no podré interrumpir mi existencia como cuerpo colonizador. Pero si llega un día en el que, a nivel colectivo, surge un impulso para frenar la rueda, sólo la constatación de la pertenencia a ese sistema vivo y orgánico me permitirá sumarme a un movimiento que debe partir desde dentro hacia afuera.

Deja un comentario