¿Qué es eso? Eso es cheso

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Una invitación a valorar la diversidad lingüística

Siempre se ha dicho que una lengua es, en verdad, un dialecto con ejército. Sin ser del todo cierta, esta frase no deja de tener su miga. Al fin y al cabo, no pretende otra cosa que poner en relevancia la arbitrariedad que se esconde tras las categorías de dialecto y lengua. Es importante recalcar, antes de escribir sobre la diversidad lingüística, que no existen unas características discretas (es decir, exactas, no continuas) que permitan diferenciar los conceptos de lengua y dialecto. Una definición intuitiva podría definir el dialecto como una variante geográfica de la lengua que no impide la comunicación con otras variantes geográficas de esa misma lengua (definición aplicable a la situación dialectal del español, pero no a la italiana, donde, dentro de los llamados dialetti -siciliano, napolitano, lombardo- puede perfectamente no existir una comunicación efectiva). Por su parte, si existe una fractura en la comunicación, estamos ante dos lenguas diferentes. Estas definiciones se basan en el criterio de la distancia lingüística (es decir, lo mucho que se separan dos sistemas), pero, como ahora veremos, este criterio no es el único que entra en juego a la hora de nombrar una variedad como lengua o dialecto; y, sobre todo, como hemos adelantado antes, la distancia lingüística no es un dato binario, sino un continuum, desde la total comprensión hasta la total incomprensión, y por tanto, no permite establecer una frontera exacta entre ambos conceptos.

Un dialecto es una variedad lingüística ligada a un espacio geográfico. La consideración de un dialecto como lengua suele deberse a motivos sociales, históricos o incluso políticos: sus características lingüísticas no son necesariamente definitorias para tal categorización. Caso paradigmático de esta idea es el del croata y el serbio, dos sistemas prácticamente idénticos que se consideran, en cambio, dos lenguas diferenciadas, y que incluso poseen dos sistemas de escritura diferentes -latino y cirílico, respectivamente-, a pesar de que sus hablantes pueden entenderse sin mucho problema en la oralidad, por lo que lo esperable sería considerarlos dialectos de una misma lengua. El checo y el eslovaco no están lejos de esta misma casuística. Como decimos, la consideración de una lengua como tal viene marcada muchas veces por situaciones políticas y no lingüísticas (de ahí que se diga que la lengua es un dialecto con ejército). En este caso, la idea de que la soberanía nacional se fundamenta, entre otras cosas, en una lengua común alimenta la reivindicación de los estados por tener su lengua propia, y no compartida, especialmente en los estados de reciente formación (como son los mencionados en los ejemplos).

Habitualmente escuchamos que el andaluz es un dialecto de la lengua española (una forma de español en el territorio de Andalucía); pero un poco de amplitud de miras nos permite reconocer que el español, a su vez, fue (y, en verdad, es todavía) un dialecto del latín, un dialecto que con el tiempo ha desarrollado mucha distancia lingüística con respecto a los otros dialectos, como ocurrió paralelamente con el italiano o el francés. Es decir, ambas categorías no añaden una jerarquización de valor a las variedades lingüísticas, pues una variedad puede ser ambas a un mismo tiempo, dependiendo de la perspectiva desde la cual se considere. Así, todas las lenguas románicas no son otra cosa que dialectos del latín (es decir, variedades geográficas de esa lengua), que con el tiempo fueron separándose tanto que empezó a ser imposible la comprensión entre sus distintos códigos lingüísticos.

Además, conviene aclarar que dentro de un mismo sistema lingüístico (pongamos, por ejemplo, el español), todos los hablantes poseen marcas de habla derivadas de su lugar de origen, lo que se traduce en la máxima de que todos hablamos dialecto, idea que es importante formular en estas líneas, dada la habitual consideración en la sociedad de que unos hablantes, los murcianos, por ejemplo, hablan un dialecto, mientras otros, los castellanoleoneses, hablan la lengua en sí, libre de marcas dialectales. Lo cierto es que los castellanoleoneses, a priori culmen del buen hablar, poseemos también nuestro dialecto, pero hay menos conciencia sobre él debido a que el ideal de lengua española (aquello que se ha llamado lengua estándar) está mucho más cercano al dialecto castellano que al dialecto andaluz, a raíz de unas razones históricas en las cuales no pretendemos profundizar ahora. Incluso podríamos ir más lejos, pues no es difícil reconocer en la aparente pureza lingüística de los hablantes castellanoleoneses importantes diferencias dialectales entre los territorios que pertenecieron al Reino de León (actuales provincias de León, Zamora y Salamanca), donde aún se conservan rasgos lingüísticos afines a los usos del asturleonés, y los territorios propiamente castellanos; sin olvidar, claro está, las hablas de las vertientes australes de Gredos, donde pueblos como Candeleda, de administación abulense, tienen mucha más afinidad lingüísticas con las hablas extremeñas de la Vera que con los dialectos de la meseta.

De esta forma, y retomando la frase inicial, pretendemos demostrar que los conceptos de lengua y dialecto no son esenciales, sino relacionales, es decir, que solo cobran sentido cuando se comparan dos realidades: se es lengua respecto a ciertas variedades (el castellano frente al andaluz) y se es dialecto respecto a otras (el castellano frente al latín); ya que no existen características que puedan definir las variedades como lenguas o dialectos. Así pues, en la Península Ibérica podríamos hablar de una serie de dialectos de primera generación (el castellano, el aragonés, el catalán, el asturleonés y el galaicoportugués), directamente derivados del latín, y sus respectivos dialectos de segunda generación (como pueden ser el madrileño o el murciano en el caso del castellano o el habla del Alentejo y del Algarbe en relación al portugués).

Esta introducción lingüística pretende servir de pórtico para presentar el tema que hoy nos atañe. Hace unos meses, casualmente unas pocas horas después de mi examen de dialectología, conocí a una hablante de cheso, una variedad lingüística del grupo aragonés que se habla en el Valle de Hecho, ubicado dentro de la comarca occidental de la Jacetania. No hace falta mencionar la grata sorpresa que supone para un filólogo encontrar una hablante que pueda expresarse en aquella lengua que suele tomar forma de signos fonéticos extraños y no de vivas voces en los manuales que él consulta, aquella lengua que parece como de otro mundo que no es el nuestro y cuyo conocimiento está mediado siempre por un gran desconocimiento de su situación actual, causado por el hecho de que los datos de los estudios dialectológicos rara vez pertenecen a nuestro siglo.

El cheso es una de las pocas variedades del aragonés que pueden hoy en día considerarse como vivas, con un número de hablantes importante y con bastante vitalidad en su zona de influencia. Su situación, salvando las distancias, no es muy lejana a la de la fala de los pueblos del Valle del Jálama, en el norte de Extremadura, es decir, variedades vernáculas con poco peso institucional, frente a otras, como el bable o el aranés que sí gozan de un reconocimiento aceptable por parte de las instituciones. Todas ellas son variedades que provienen históricamente del latín y que por tanto forman y han formado siempre sistemas lingüísticos ajenos al castellano, con el cual convivían antes de que este (ya desde los primeros siglos de existencia del Condado De Castilla, que pronto se convertiría en Reino) fuese expandiéndose y castellanizando las áreas colindantes a su espacio primitivo (motivo por el cual el aragonés y el asturleonés han desaparecido prácticamente del habla cotidiana, dada la temprana castellanización de sus territorios, ocurrida especialmente en la Baja Edad Media).

Agradecemos a Marina Arbués, oriunda de Hecho, su disposición para colaborar en el presente artículo aportando interesantes ideas acerca de algunos aspectos de su lengua materna, el cheso. Añadimos a continuación la conversación que hemos mantenido con ella, esperando que sea de interés y que contribuya a mejorar la valoración que los hablantes monolingües de castellano hacemos sobre otras variedades peninsulares:

Calle de Hecho
Imagen cedida por Marina Arbués

¿Cuál es la situación del cheso actualmente? ¿Se habla solo en Hecho o también en zonas aledañas?

Principalmente se habla en Hecho, pero es verdad que hay un pueblo a dos kilómetros, que se llama Siresa, donde también lo hablan, aunque a veces con palabras distintas, nosotros solemos decir que «lo hablan mal» (risas), pero bueno, sí lo hablan.

¿Se habla en espacios públicos? ¿Se enseña en la escuela?

Sí lo hablamos en espacios públicos. Si yo entro a un bar y sé que la persona que está detrás de la barra habla cheso, yo me dirijo a ella en cheso. Si me dirijo a ti normalmente en cheso también lo hago en el bar, en una tienda… en general en cualquier lugar público. En la escuela sí que se enseña. En todo Aragón (bueno no en todas las escuelas) se enseña el aragonés y aquí en Hecho pues se enseña el cheso, que es como esa variante del aragonés que hay aquí. Por otra parte, la cartelería del pueblo está escrita en español, no en cheso. La verdad es que se podría hacer un esfuerzo y ponerla en cheso, porque daría riqueza al pueblo, pero de momento no hay ningún cartel en cheso.

¿Cómo consideráis los hablantes de cheso al cheso? ¿Una lengua o un dialecto?

Somos conscientes de que es un dialecto, además de que lo hablamos solo en un pueblo muy pequeñito, así que lo consideramos -lo considero- dialecto. Se dice que pertenece al aragonés, es una variante del aragonés, aunque en verdad Hecho es el pueblo del Pirineo donde más gente habla y conserva su dialecto, frente a otras zonas como Panticosa o Ansó, donde el panticuto o el ansotano (variedades también del aragonés) no está tan bien conservado, si bien lo hablan ciertas personas, pero no al mismo nivel que el Cheso en Hecho. Porque en verdad hay varios dialectos, depende de cada valle hay un dialecto u otro, pero en Hecho es donde más hablantes hay. Y por eso a veces nos lo llevamos a nuestro terreno y decimos de broma que es una lengua, y que es única, pero bueno.

¿Cuál es la perspectiva de futuro para el cheso?

Pues la verdad, la perspectiva es bastante cruda. Cada vez menos gente lo habla. Es común que mujeres que no son del pueblo y no conocen el cheso se casen con hombres de aquí, y como los niños pasan generalmente más tiempo con las madres, pues cada vez hay menos niños que lo hablan. De los cuarenta niños que habrá en la escuela, lo hablan tres o dos. Yo obviamente si tengo hijos les hablaré en cheso. Tengo sobrinos y me dirijo a ellos en cheso.

¿Hay diferencias de uso en relación a la edad?

Sí claro. Las personas mayores lo hablan todas prácticamente. En mi grupo de amigos y amigas somos trece o así y lo hablaremos cinco. Todas lo saben, pero como de normal no lo han usado en casa o de cara al público pues igual nos cuesta más dirigirnos a ellas en cheso. Y los niños, pues eso, cada vez lo hablan menos.

¿Qué fenómenos lingüísticos son los más característicos del cheso? ¿Tenéis una norma ortográfica?

Usamos el ne para decir ‘hay’, un pronombre que en castellano no existe. Si estamos hablando de tabletas de chocolate, por ejemplo, pues te preguntarían: ¿Bi ha cuatro tabletas de chocolate?, y tú responderías, Sí, ne bi ha. También es característica la «F» inicial en muchas palabras que en castellano hoy se escriben con «H» o la «CH» en palabras que tienen «G o J» (como en chen, ‘gente’). También destacan las formas del verbo ser, como ye (es) o yera (era), que son diferentes a las del castellano y los imperfectos, pues formamos todas las conjugaciones con la B, no solo la primera. En cuanto a la norma, sí es verdad que existe algún libro con normas ortográficas, pero, como hasta la llegada del WhatsApp no lo escribíamos, simplemente lo hablábamos, pues en general lo escribimos mal, no nos regimos en base a esas normas, entonces cada uno escribe un poco como quiere.

¿Conoces algún escritor o escritora que haya utilizado el cheso en su producción literaria?

Sí los hay, bueno, más bien, los ha habido. Por ejemplo, Veremundo Méndez (1897-1968) -según Manuel Alvar, «el más noble de los poetas dialectales de nuestros días», o Domingo Miral (1872-1942), los grandes autores del siglo XX en cheso. En los últimos tiempos, una autora muy relevante ha sido María Victoria Nicolás (1939). Pongamos un poema de Veremundo Méndez como ejemplo de poesía en cheso:

Los güertos

A mi buen amigo don
Ricardo Molinero Lacosta

A fer hoy los güertos
la chen ve templada;
dinguno se quexa,
que la tierra ye bien sazonada.
La hora ya yera
y cuasi pasada.
Si t’escudias, te mueres de fambre:
siete meses de perra iviernada,
siete meses con trufas y sopas
sin d’haber otro sacre de nada.
Fartos de mandrugos
y de sopas claras
con bel allo bailando —¡lo diaple!—
que s’arríe deván de tus barbas.
Dan fin las chodías,
vainetas y fabas,
las cols y las guixas.
Las trufas, grilladas
con grillóns que parez son radices
que la tierra apañada demandan
al vier que t’apura la fambre
y que no pués chintar cuasi nada.
¡Menos mal!: que si matas cochíns,
pos ixo te salva,
que a tamas de cols
ni quiquiera se siga t’aguanta
los fríos, las nieus.
l’ausín, las cheladas.

vv. 1-28, p. 45. Añada’n la val d’Echo (1979)

¿Podrías enseñarnos alguna canción popular, copla o refrán en cheso?

Te puedo dar una serie de refranes, algunos son muy divertidos:

  • Hasta lo cuarenta de mayo, no te tires lo sayo. Y sigún lo tiempo, pa san chuan, lo gabán
  • Qui de choven no trota, de viello galopa.
  • Abrils y yernos, pocos i-n´há güenos.
  • Si quies fabas muitas, sembrarás pa san lucas. Y si ne quies mas, pa san blas.
  • Si quies ferte viello, guarda aceite en lo pelello.

¿Cómo crees que es la percepción del cheso fuera de Hecho? ¿Se conoce?

Sí, se conoce obviamente. A veces se utiliza como arma para llamarnos cerrados. Al fin y al cabo es un valle que está lejos de Huesca, de Pamplona. La idea sobre el cheso creo que en general es buena, pero también se menciona para decir que somos raros. Obviamente se liga el cheso a connotaciones rústicas o vulgares, al hablar un dialecto entre cuatrocientas personas diferente al de todo el mundo pues esas connotaciones van a estar ahí.

Mural con un cheso vestido con el traje tradicional
Imagen cedida por Marina Arbués

Nos gustaría acabar estas líneas haciendo un llamamiento a la valoración de la diversidad cultural humana en todas sus formas. La desaparición de lenguas es un fenómeno harto común en nuestro mundo; todos los años desaparecen muchas variedades lingüísticas y no se prevé que la situación pueda mejorar en los próximos años. Este fenómeno no es exclusivo del siglo XXI, la lengua de mayor influencia en la historia de la cultura occidental, el latín, hace siglos que dejó de contar con hablantes (salvo algún loco enamorado, como mi granadino amigo Canales), para pasar al selecto grupo de las mal llamadas lenguas muertas —pues, como bien sabemos los humanistas, mantienen aún su latido para quien lo quiera escuchar—. No pretendo, entonces, quejarme aquí de que el curso natural de las cosas siga su camino, de que el tiempo pase y de que, en definitiva, el polvo vuelva al polvo; me quejo, en cambio, de la aceleración que sufre este proceso de desaparición y pérdida de riqueza cultural por un fenómeno harto conocido como es la globalización capitalista en que vivimos. Digo, pues, que defender la raíz frente al dinero es un acto legítimo. Las lenguas que mueren, allá en la Amazonía y en las sabanas africanas, no dejan ya ningún recuerdo. El inglés, el español, no son idiomas aptos para la nostalgia.

Algunas referencias:

  • Alvar, M. (1953). El dialecto aragonés. Gredos.
  • Méndez Coarasa, V. (1979). Añada’n la Val d’Echo. Institución Fernando el Católico.
  • Mott, B. (2010). The present state of Aragonese. Dialectologia, 5, 65‒85.

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