Esperando el milagro de la feminidad

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En plena temporada de premios literarios y ante la cada vez más larga e inabarcable lista de novedades resulta muy fácil sentirse perdido, incapaz de elegir. Encontrarse con un libro como Hotel de Luc, de Anita Brookner, galardonado en 1984 con el Booker Prize, y reeditado este año por la editorial Libros del Asteroide es un alivio y una alegría. Una confirmación de que la memoria existe, de que los nombres que engrosan los registros de premiados perviven y de que siempre se puede volver, redescubrir, conocer y salir de esa lista que, seguramente, según se ha estado escribiendo esto ya se haya ampliado.

Cargado de ironía e intrigas, Hotel du Lac presenta a una protagonista, Edith, escritora de novelas románticas, que, por razones en un primer momento desconocidas, se ve obligada a retirarse durante un tiempo al Hotel du Lac, lugar atemporal y discreto, diseñado para esa burguesía y aristocracia a la que le molesta enormemente el ruido y la falta de modales. Habitado únicamente por mujeres, el hotel se le presenta a Edith, tímida y reservada, como un espacio idóneo para la observación. Como si se tratara de la fase de trabajo de campo de una investigación, la protagonista irá discurriendo acerca de las motivaciones de cada una de ellas para encontrarse aisladas allí para, finalmente, acabar enfrentándose a su propio exilio.

De esta manera, el hotel se configura como un espacio liminal donde el silencio, los horarios y las pausas marcan el ritmo del exilio, un exilio que encuentra su sentido en el fracaso de la feminidad pese a los intentos por reafirmarse. La incapacidad para tener hijos, la vejez, la viudedad o la soltería se constituyen como marcas de un fracaso que les impide volver a casa y las convierte en sujetos condenados a habitar en el límite, en pleno final de temporada vacacional. 

Así, todas las mujeres que habitan el recinto vacacional, excepto las Pusey con toda su exuberancia, parecen estar sometidas a la espera. Cuando Roland Barthes escribió Fragmentos de un discurso amoroso, recogió la espera como parte de ese discurso bajo la frase  “¿Estoy enamorado? -Sí, porque espero”, pero, a su vez, reconoció el carácter feminizante que acompaña al sujeto que espera. La espera, ya sea tratada por Annie Ernaux, Roland Barthes o, en este caso por Anita Brookner, parece indisoluble de la experiencia femenina: esperar, esforzarse por ser un poquito más delgada, más lista, más capaz, más exitosa para que llegue ese sujeto amoroso capaz de reconocer toda esa dedicación y luego esperar a ese sujeto, esforzarse para que se quede, convencerse de que eso es la vida; la espera. 

Y así se va pasando, así le sucedió a la madre de Edith y así parece sucederle a ella misma. Pese a que de una generación a otra hay una evolución innegable en cuanto a derechos y garantías, pese a que se va imponiendo un modelo de feminidad ya cercano a Carrie Bradshaw —chicas de oficina que exploran su deseo y recurren a sus amigas antes que a los hombres para reafirmarse—, la espera sigue dominando el imaginario colectivo.

En este contexto, Edith parece representar una feminidad comedida y discreta, romántica y soñadora. Una mujer que disfruta de su casa, de su jardín, de escribir en su pequeño escritorio y que encuentra su felicidad en refugiarse en la luz de la tarde tras el cansancio de la jornada. Y pese a las reticencias y envidias —que se tornan en admiración por momentos— ante las mujeres que se muestran seguras de sí mismas, como las Pusey o su amiga Penelope, reconoce el esfuerzo que reside en todas ellas para mostrarse ante los demás, el mismo esfuerzo titánico que ella misma realiza, y las contradicciones insalvables que conforman el género. Unas contradicciones que la llevan de la satisfacción por su trabajo como escritora a la escritura como único paliativo para la espera. Así, de una forma u otra, queda sometida a la pausa, al paréntesis y a la necesidad de un otro masculino que la salve de sí misma.

Por ello, el matrimonio aparece como única salvación, tanto para esas mujeres que saben reproducir a la perfección las reglas del juego, como para ella, que se percibe como exiliada y ajena a estas normas. El matrimonio es, entonces, la consagración de la feminidad, el éxito ante el tiempo de espera, el símbolo de status definitivo para acabar con la vigilancia de las otras. Y, sin embargo, el matrimonio acabó con la posibilidad de alegría de la madre de Edith, el matrimonio envió a Mónica, una de las huéspedes, al Hotel du Lac y el matrimonio envío a Edith también al exilio.

Cómo salir de ahí, trata de responderse Anita Brookner en esta novela. De ese lugar de fracasadas o de exitosas, como las Pusey, pero que carecen de hombres que las acompañen y buscan la mirada legitimadora del otro de forma constante. Cómo salir de ese espacio inmovilizante que es la espera, de ese hotel que funciona como panóptico, como castigo y como escenario. Cómo salir del amor por los hombres sin dejarse a una allí, tirada, esperando, fracasando. 

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