Fernanda Laguna, Leila Guerriero, instancias de reflexión y otros materiales artísticos
Este es otro ejercicio de escritura diarista. Volver sobre las ideas. Representar con palabras e imágenes la recepción de otras palabras y otras imágenes. Se trata de una reminiscencia en consonancia con el extrañamiento. Me remitiré al verano, desde su intersticio con la nostalgia, pero también con la voluntad de que el paso del tiempo enjuague los márgenes de mi memoria. Si acaso es lo que dejé allí, y no lo que aún pervive. Pero no me pondré derrotista. Ya no. Celebraré la literatura y el arte a través de esos momentos de insumisión, en los que las palabras y las imágenes hacen que me detenga, hipnotizado.
«Un texto que deje, a quien lo lea, el rastro que dejan, también, el miedo o el amor, una enfermedad o una catástrofe» (Guerriero, 2022).
Éticas, estéticas, conceptos, retóricas, visuales. Puentes-vestigio. Ahora algo tuyo me zarandea, así como ocasionando engarces hacia un posible vínculo- bicéfalo. Ah, que no se me olvide escupir – con ira, con burla – al monicaco que provocó mi pudor literario (la vida como la infancia, está llena de literatura) o me hizo creer que aquello que sentía y aquello que pensaba, en realidad, lo imaginaba. Distorsión, distorsión. No, preciosura. No, cosa-de-plata. Ya está bien eso de venir aquí con la voz de sacamuelas y con la excusa de una intimidad, decir como que haces y hacer como que dices y, en la contradicción entre lo que haces y dices, sacar tu pechito, tus altorrelieves, tus infrasonidos.
«Cuando escribo me aparto del mundo para hundirme en un tiempo sin tiempo en el que nada sucede salvo lo que sucede dentro de mí. Me encierro para invocar y desvanecerme en un ritmo blanco e ilimitado» (Guerriero, 2024).
Me prolongo, casi por intuición en las palabras de Guerriero. Son los momentos de máxima lucidez. Algo inexplicable sucede con la precisión de su escritura. Cuanto más preciso, más perfecto. Cuanto más preciso, una sensación almibarada ocupandolo todo. Preciso, que no excelente, preciso, que no impecable. Preciso, certero, inmersivo, invasivo. No consiste en entender, (el entendimiento es vacuo, se desintegra) consiste en habitar. Si no existe un cuerpo, existe un límite. Un hueco. Por poco, por poco, a punto, a punto. Pero no. Carencia. Apariencia. Superficie de nitrógeno.
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Mi verano: iba a la redacción por las mañanas y por las tardes me comprometía con la lectura. A veces miraba cine, otras veces quedaba. Apenas escribí, durante los dos meses: julio y agosto, tan solo un texto sobre las heterotopías y los inicios de un fanzine. Quedé estático por cosas íntimas que no revelaré, pero me descubrieron una fragilidad relacionada con el compromiso urgente hacia uno mismo. Martina y yo merendamos tortitas. Ella sabe. Obstáculos, pero también mucho humor y una semifelicidad que tal vez sea lo más parecido a la felicidad.
En ausencia de la escritura, hubo otras formas de pensar que, al mismo tiempo, hoy han hecho que vuelva a escribir. Si no fuese por los materiales que ocupan nuestro pensamiento y hacia los que concebimos una intimidad: esto es, obsesión, esto es, piscolabis, esto es, impregnar nuestro lenguaje de forma, con suerte, tal vez, con la mitad formal de un horizonte. Entonces suceden los palimpsestos. Creamos porque otros lo hicieron antes, pero, sobre todo, creamos porque ofrecemos nuestro tiempo a cosas que no tienen que ver exclusivamente con nosotros. Y disfrutamos. Y el arte corresponde lo de aquí con lo de allí, y de repente, algo que desconocías empieza a formar parte de tus inmediaciones, como un desplazamiento, mudando la piel, con todas sus zonas grises.
La escritura, tal vez para mí, tenga que ver, parafraseando a Guerriero, «con observar fotos de Alessandra Sanguinetti o de Sergio Larraín». A quienes incluiría con Santu Mofokeng o Spyros Rennt. Por no hablar de la música: Jonit Mitchell, Linda Perhacs o Mon Laferte. Y por supuesto: Clarice Lispector, Fernanda Laguna, entre muchas. ¿Es la inquietud por las artes la fuerza cinética de mi escritura?
«Escribir / No puedo / Nadie puede / Hay que decirlo: nadie puede / Y se escribe / Lo desconocido que uno lleva en sí mismo» ( Duras, 1994).
Escribir es escribir (esto es: insolencia, esto es: determinación, formas enloquecidas), pero, también, escribir es no hacerlo y hacer otras cosas: ir a una fiesta, leer reportajes, apuntarse a teatro, hacer artes plásticas, quedar con amigas, coincidir con un chico.
«Lo único que deseo es ir a la puerta de tu casa y no escribirlo, y acariciarte la cara y no escribirlo, y decirte: si alguna vez necesitas de mi vida ven y tómala, pero no escribirlo nunca, nunca, y no escribirlo jamás» (Liddell, 2014).
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Me despierto temprano. La casa permanece en el murmullo intermitente de la ciudad. Me dieron unos días libres en la redacción. El gesto es tranquilo, por una vez, amable. Las tareas domésticas se anteponen a la escritura. Más tarde, la escritura. En un intento por recordar los hallazgos de pensamiento de las semanas pasadas, aparecen en mi memoria como, pequeños recuerdos de precisión, livianos momentos de certidumbre, imágenes certeras. Fernanda Laguna, ha sido para mí, este último verano, un pasatiempo de lucidez. Como quien lee best-sellers en la piscina o se broncea, yo divagaba con ímpetu en sus abalorios:
«Todas las cosas que no están / y lo que me pertenece es… / eso que parece ser amor / es el arte / Este poema es lo único que tengo y no sé nada de aquello que creo sentir y que lo confundo con esto que escribo y que deseo atrapar y hacer real / Un poema no es el amor / Pero sigo intentando atraparlo aquí» (Fernanda Laguna, 1999-2011).
Es como ser comprendido por primera vez. Con una cercanía propia de quien percibe la complejidad de lo cotidiano. Alguien nos hizo creer que lo cotidiano no era el arte (Instagram nos hizo creer que nuestras vidas eran aquello que más alejado estaba del arte). El arte, sin embargo, no es sino, en esencia, el día a día. «¿Qué será la claridad? ¿Cómo voy a reconocerla? ¿Qué me mostrará? ¿Qué quiero que me muestre?», se pregunta la artista. Toda una divagación que oscila entre el misterio y la agencia, y que interroga la forma de un gesto artístico:
«No me puedo imaginar…qué va a pasar / cómo se va a proyectar el amor sobre la pared / Como vos decís / qué tinta usaremos para esos sueños que no queremos que se olviden». (Fernanda Laguna, 1999-2011).
Una reflexión sobre la forma. Un ideario. Mirar con retrospectiva, documentar el pensamiento. ¿Qué pensamientos hay detrás de las obras que conocemos? ¿Cómo de importantes son los obstáculos? ¿Qué nos puede enseñar la duda? Tal vez, la duda de los demás, no nos enseñe demasiado, pero quizás, nos haga sentir menos solos en el proceso de saber, o en el proceso de hacer, o en el proceso de vivir para después conocer otras cosas.
–¿En qué me puedo especificar?, se pregunta la artista–. Pintura, poesía, música, performance, investigación, crear sensaciones.
«Escribir poesía es estar donde vos no estás / Es no estar haciendo lo que desearía hacer / Tal vez algún día, este poema esté donde yo no / Y yo esté sentada en otro lado donde sí quería estar cuando lo escribí / Estoy haciendo todo lo que no quiero pero es la manera de estar lo más cerca de lo que quiero / Es así, el arte nunca está donde quiero estar / Cuando estoy donde quiero / él está lejos, guardado» (Fernanda Laguna, 1999-2011).
Escribir es fracasar muchas veces. Por lo tanto, ante la duda, la palabra se convierte en vehículo explícito de lo que acontece. ¿Qué acontece ? La duda ¿Qué acontece? La indecisión, el miedo. Y junto a las estribaciones, el límite contenido, el rojo cansado, la barbitúrica imaginación-escondite, la tierra jovencísima, el humor. Sí, aquí el humor lo es todo. Cuando algo se nos derrumba y las palabras se nos escurren, y no podemos y no sabemos y nunca supimos.
«Voy a escribir una novela realista. ¡Ya! / Realista, heterosexual y con argumento» (Fernanda Laguna, 1999-2011).
Humor. Miseria, sí, tal vez, no sé. Pero humor.
El arte suaviza mi incertidumbre. Leer una crónica de Caparrós o las barbaridades de Weil o refugiarme en el Reina Sofía, y mirar un ratito, y leer otro ratito, y distraerme. Y llevar un libro de Lispector (Clarice Lispector dramaturga) mientras, en los muros que, sostienen y sostuvieron, las Pinturas de la luz de Marisa González o Berenice de Néstor Martín-Fernández de la Torre. En mis cascos, tal vez, haciendo memoria, Parallelograms de Linda Perhacs.
«As the sand is to my toes / And the wind is to my face / And the rain upon my hair is felt / So his eyes were to my eyes / And to myself (..) / If I last for ninety years / Will I say I lived but three / That began when he said to me / Windy-one, five minutes can you spare me, for eternity / And life was him» (Linda Perhacs, 1970).
BIBLIOGRAFÍA
Guerriero, L. (2022). Zona de obras. Editorial Anagrama.
Duras, M. (2000). Escribir (Ana María Moix, Trad.). Maxi-Tusquets. (Obra original publicada en 1994)
Laguna, F. (2012). Control o no control: Poemas (1999-2011).
Mansalva. Guerriero, L. (2024). La dificultad del fantasma: Truman Capote en la Costa Brava. Editorial Anagrama.

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