Si seguimos creyendo que los pseudovalores digitales prevalecen a los humanos, seremos esclavos de las cosas, de amos sin corazón.
Agarraditos de la mano nos encaminamos hacia la distopía moderna, hacia la dictadura digital, y encima, a toda hostia y cuesta abajo: hiperindividualismo, consumismo, dopamina instantánea, hiperconexión, tecnodependencia, sobreopinión, culto a la productividad, monetización. Son como palabras-soldado que vienen a por nosotros, fortalecidas por una especie de pseudovalores modernos: la riqueza, la fama, la eficiencia, el FOMO, la productividad; que, curiosamente, tienen de todo menos humanidad. A su vez, basándonos en esos objetivos inhumanos, estamos creando unos productos que nos exigen parecernos a ellos y cuyas cualidades, en vez de generarnos miedo, nos conducen a adorarlos. Ahora somos nosotros los que debemos funcionar más rápido, más barato y ser más productivos, porque las consecuencias de lo que hemos creado nos están pisando los talones. Nos lidera un caudillo que ni siquiera es de carne y hueso. ¿Nos dará tiempo a frenar todo esto?
Paso n.º 1: Control de las instituciones por el régimen digital, comprar sus pseudovalores y, después, ser vendidos por ellos mismos
En el momento en el que actualizarse pasó de ser una opción a una necesidad, empezó el golpe de Estado digital. Elige: o te quedas en la cueva o te enteras de cómo va el mundo.
Pero eso sí, si eliges la segunda opción, quedas supeditado a suscripciones, instalaciones, renovaciones, aplicaciones y entrega de datos. Te lo pongo en letra pequeñita para que te vayas acostumbrando al tema.
Y así, mediante el chantaje de entregarse al pronunciamiento tecnológico o quedarse obsoleto, las instituciones empezaron a digitalizarse aún más (bancos, universidades, ministerios, hospitales, bibliotecas…), y nosotros con ellas, poniéndole la alfombra roja a los pseudovalores que escondían: la hiperconexión, la tecnodependencia, el hiperindividualismo, etc. Y, a partir de ahí, un abuso de dopamina instantánea, porque, ahora que estamos todos conectados veinticuatro horas, aprovechemos para hacerle saber al otro, con un mensaje populista y simplón, la última novedad. Y si esta novedad es un producto que le queremos encasquetar, apaga y cómpranos.
Entonces, en unos años, casi sin darnos cuenta, nos encontramos con: «¿Cuánto cobras?», «¿Cuánto tiempo te va a llevar?», «¿Cuánto seguidores tienes?», etc. En serio, ¿cuál de estas preguntas tiene una respuesta con corazón? Simplifican el arte de preguntar para conocer y, en cambio, nos dan una respuesta-etiqueta: algo facilito que sirva para encasillar a alguien en la escala según los pseudovalores (riqueza, eficiencia, fama, etc.). Son tiempos en los que pareciera que los resultados van antes que el proceso. Primero el currículum y después la entrevista. De hecho, y esto da un poco de miedo, a veces da la impresión de que preguntamos por los ingredientes de un producto, en vez de por las aptitudes de una persona. ¿Desde cuándo somos la etiqueta de un envase? Un código de barras que espera a ser escaneado… ¿Quién consume a quién? Nos consumimos a nosotros mismos, presionados por el régimen digital (las redes, los modelos a seguir, los dispositivos, el algoritmo). Como diría la socióloga estadounidense Shoshana Zuboff, estamos ante un:
«Nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas».
Shoshana Zuboff — La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por el control de la humanidad.
Pero lo más triste no es que seamos la «materia prima» de alguien, ni que haya una sociedad que gira entorno a un sistema basado en la frialdad del capital y la producción, sino que sea el ser humano el que lo alaba. Eso es lo más triste: que algo que late tenga como fin algo material. Le hemos acabado comprando a la dictadura digital un relato que nos desecha a nosotros también.
Paso n.º 2: Neutralizar a la oposición y sociedad civil
«No sé qué me apetece hacer hoy, a ver qué me recomienda el feed». Feed: alimentar o, digitalmente hablando, lo que te nutre el pensamiento. Unos lo usan como un menú de recomendaciones, bien, pero otros dependen de él para tomar una decisión, incluso la que no les gusta, pero que está a la moda. Ese el problema. ¿Dónde se ha quedado nuestra capacidad de deseo auténtico? Se nos complica sin un algoritmo que actúe como tutor emocional. Y esto es solo un sutil ejemplo de cómo el régimen digital va menguando nuestra autenticidad y pensamiento crítico, por no hablar de utilizar a ChatGPT como psicólogo, ante la falta de medios humanos. Así, poco a poco, el ciudadano de a pie va siendo neutralizado. Hace clic donde antes no lo hacía y compra lo que necesita.
Pero hay más. ¿Nadie quiere hablar de que el tiempo muerto se ha vuelto un delito y el ocio un fracaso moral? ¿Acaso esa eficiencia extrema, que tanto adorábamos de nuestros queridos productos y redes, no la habremos heredado nosotros y se nos está atragantado? La de días que me habré sentido un vago por no tachar todo lo que había en una lista… Del humano, curiosamente, heredamos la culpa; el descanso, sin embargo, se lo devolvemos a las máquinas: cuando el móvil se apaga, él no se autocastiga. No, si es que al final hasta los dispositivos vivirán mejor que nosotros… El error tal vez empezó con querer competir contra ellos a ver quién es más máquina, cuando hay un claro ganador, y no tiene órganos.
Y para remate, no solo nuestros dispositivos caducan, sino que nuestras identidades también. Es lo que pasa cuando nos parecemos tanto a eso que diseñamos. Hay que estar al día con el lenguaje que se usa en redes y con los trends, los posts y los reels. Hay que tener el último modelo y cambiar constantemente nuestro perfil. De lo contrario, te dirán que andas obsoleto, como una marca que ya no vende.
«Estamos ante una sociedad ‘unidimensional’, que reduce al hombre a ser una pieza en medio del mercado y los bienes de consumo. Somos puros instrumentos de una productividad al infinito. Nuestro único sueño es una vida más confortable».
Herbert Marcuse — El hombre unidimensional.
Y con esa sociedad unidimensional, humanos como productos en cadena, el que frunce el ceño, el que no quiere ser rico, ni famoso, ni estético, ni eficiente, es un vago, un hipócrita y un atrasado. Y de esta manera, se neutraliza a la oposición, al que piensa distinto, y, junto a una masa alineada, dejan a la dictadura campar a sus anchas.
Paso n.º 3: Legitimar y replicar al régimen
Y el último paso: cuando ya está todo el chiringuito del régimen montao, toca aplaudirlo: hacer pornografía de la productividad, exhibir los kilómetros que hemos corrido hoy o las horas que llevamos currando. «Mira qué buen producto soy. Contrátame, contrátame. Tenme como modelo, tenme como modelo». O más de dictadura veterana, si me hago una foto íntima, llorando, rezando, meditando, haciendo esas cositas humanas que al régimen digital no le van tanto, pues la subo a Instagram y, así, al menos, transformo mi rato privado en un selfie con ambiente aesthetic para contentar a las masas y que los de arriba no sospechen.
Y en la parte en la que no se produce, la dictadura sigue ahí, metida en vena: se hace espectáculo del autocuidado; un vídeo de cómo decoras la cama para echarte la siesta y luego ya descansar (con tres minutos menos que has perdido grabando para que quede decente). Y si seguimos subiendo en la escala dictatorial nos encontramos con la censura del silencio. Quien no contesta los whatssaps, deja de subir historias sin previo aviso o no opina por X, es sospechoso de estar mal anímicamente, de tener miedo, de haber sido secuestrado o de móvil roto. Porque lo que peor lleva la masa adormecida es que te quieras salir del rebaño.
Volver a la felicidad primitiva para frenar la dictadura
Si me preguntasen por los valores primitivos, los antagonistas de los pseudovalores modernos, me quedaría con estos: el aburrimiento, la paciencia y el apañamiento. ¿A que joden? Quédate un rato mirando cómo hierve el agua. Haz una cena especial con lo que te quede por casa. Si tienes un mantel agujereado, prueba a coserlo. Desempolva un libro de cocina de la estantería de tus abuelos, quizá haya algo escrito en uno de los márgenes de esas páginas que no sabes o no sabías de ellos y que nos enseñen que, antes de todo esto, también había vida, una, no mejor, pero más de carne y hueso. Y, con suerte, mientras todo cuece, te salta un poco de caldo ardiendo en el brazo, y te fijas en tu piel, en tus principios, en tu humanidad más alta, en tu valor por quien eres y no por lo que produces.
Algunos me dirán que, publicando esto y difundiéndolo en redes, no predico con el ejemplo. Razón llevan. Pero lo triste es que la única manera en la que se puede protestar contra esta dictadura, que a mí también me ha engullido, es desde dentro, desde el yo, desde mi escritura «improductiva».
Bibliografía
- Zuboff, S. (2019). La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por el control de la humanidad. Barcelona: Paidós.
- Marcuse, H. (1964). El hombre unidimensional. Madrid: Editorial Tecnos

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