A vueltas con el «esse est percipi»

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Reflexiones teóricas sobre los conceptos de Historia y Discurso en la literatura

La diferenciación teórica entre historia (sustrato de acontecimientos de un relato) y discurso (canalización en forma de lenguaje de ese sustrato) es, a todas luces, discreta y evidente para el lector engendrado en el seno de la cultura occidental, pues se asienta en la misma lógica idealista que establece la separación entre el Fonema y el Fono o entre el Noúmeno y la Percepción de la cosa. La historia, entendida como sustrato lineal del texto, basado en la temporalidad y la causalidad, es, en sí misma, el noúmeno kantiano; es decir, un espacio al que no se puede acceder, un ente que no se puede expresar. Porque relatar la historia es convertirla en discurso, al igual que pronunciar el fonema es convertirlo, necesariamente, en fono; y al igual, siguiendo esta lógica, que experimentar la realidad (el noúmeno) es experimentar nuestra forma de experimentar la realidad, y en ningún caso experimentar la realidad en-sí. Lo que se quiere demostrar, por enésima vez, es que no hay manera de acceder a la cosa-en-sí, solo se puede acceder a ella de forma mediada, y en nuestro caso, el literario, de forma mediada por el discurso.

Esta naturaleza del relato, que posee un sustrato inalcanzable que es la historia, nos puede hacer dudar, en consecución de las ideas postmodernas sobre el lenguaje, si de verdad existe una historia subrepticia escondida tras el discurso, a través del cual tenemos la misión de reconstruirla. Quiero decir, siguiendo la idea derridiana de que el texto no tiene una significación pura que se esconda detrás de las palabras, sino que el significado se extrae del propio contexto de estas, ¿por qué hemos de admitir que el texto aporta la significación de una historia pura que está detrás del discurso, si nosotros vemos solo el discurso? ¿Por qué no admitir que la historia es parte misma del discurso y no una realidad ajena que nunca podremos observar?  Estas ideas, fruto del desarrollo natural del esse est percipi berkeliano (ser es ser percibido, es decir, solo existe aquello que se percibe), son las que llevaron a Hume a preguntarse si existe una materia continua debajo de las características (los colores, las formas) que nosotros experimentamos, o a preguntarse, en un tema que recuperaría magistralmente siglos después Borges en La nadería de la personalidad, si existe un sujeto-yo lineal y unitario debajo del cúmulo de emociones y pensamientos que experimentamos. El argumento berkeliano puede ser aplicado sin compasión sobre todas las parejas de conceptos que propongan una distinción ontológicamente dual entre la concreción y el sustrato ideacional (Fonema-Fono; Yo-Emoción; Tiempo-Presente…), convenciéndonos de que el término ideacional es más una construcción apriorista que una realidad comprobada en sí (el yo no se comprueba, como no se comprueba el tiempo —cf. Nueva refutación del tiempo de Borges).

Con este pequeño excurso sobre la naturaleza de la historia y el discurso pretendemos demostrar que, en nuestra imposibilidad de experimentarla de primera mano, la historia ha de adquirir un estatus de idea platónica, o, al menos, de construcción teórica (que no se corresponde con una realidad necesaria, sino con una inferencia del pensamiento). La historia es el noúmeno, se asemeja a la realidad en sí, y esto le otorga una de sus primeras características: la historia, se nos dice, es, por definición, más extensa que el discurso1. Esto puede entenderse fácilmente en términos narratológicos (es decir, no se narra en el discurso todo lo que “sucede” en la historia), pero puede entenderse también desde una perspectiva más esencialista y teórica sobre el hecho de que la realidad es siempre simultánea y el lenguaje, como ya hiciera notar Saussure, es siempre sucesivo, por lo que el lenguaje es incapaz de expresar la realidad en-sí; o, lo que es su correlato, el discurso es incapaz de expresar la historiaen-sí (porque aquella en su totalidad tendría signos simultáneos y el lenguaje es siempre cadena sucesiva). Por eso es lugar común en la teoría defender que todo discurso es por definición una mediación de lo subjetivo, pues la construcción del discurso exige, en sí misma, por imparcial que quiera presentarse, la selección arbitraria de lo que se narra, la exposición fragmentaria de esa historia, de la cual ni siquiera tenemos pruebas de su existencia. Además, toda forma de narrar implica describir —porque el sustantivo es necesariamente descriptivo, ya que nombrar una cosa implica la actualización ideacional de sus características— y toda descripción tiene en sí misma una génesis subjetiva.

Pero, llegados a este punto, no piense el lector que pretendemos quedarnos en la broma posmoderna de saltar por los aires el edificio estructuralista para quedarnos a vivir entre los escombros. Es nuestro objetivo aportar una nueva concepción sobre la relación entre la historia y el discurso. Una idea de Umberto Eco, presentada en su obra La estructura ausente, nos invita a ver el problema desde una nueva perspectiva. Hablando sobre el código comunicativo (concretamente sobre el código lingüístico), Eco se pregunta si el ser humano puede comunicar lo que quiera libremente o si la comunicación está marcada por su propio código:

«Pero cabe preguntarse si, cuando el hombre habla, es libre de comunicar todo lo que piensa o está condicionado por el propio código. La dificultad de identificar nuestros propios pensamientos solamente en términos lingüísticos nos hace sospechar que el emisor del mensaje es hablado por el código. En este sentido, la verdadera fuente de la información, la reserva de información posible, sería el propio código»

El ser humano es hablado por el código, porque la totalidad de mensajes posibles no se halla en la mente del ser humano, sino en los límites del código; la idea, no se puede negar, es magistral. Por analogía, me gustaría trasladar este cambio de perspectiva en la relación emisor-código hasta la relación historiadiscurso. Hasta ahora, nuestro acercamiento al problema nos ha propuesto tomar el concepto de historia como punto de partida del objeto narrativo, para después, a través del discurso, llegar al producto literario. Ahora bien, la imposibilidad de reconocer la historia en sí misma, de forma ajena al discurso, sumada a la posibilidad de reconocer discurso en sí mismo, sin aportar avances diegéticos, nos invitar a replantear el binomio, considerando que lo primigenio e inicial es el discurso, dentro del cual se crea una historia que no sale nunca de él, para llegar después al producto literario. De igual manera, la consideración de que la historia es simultánea (pues las acciones implican simultaneidad de rasgos) y el discurso es sucesivo, porque es lenguaje, o bien, la “dificultad de narrar en términos discursivos-lingüísticos la totalidad de la historia”, nos hace plantearnos si no es el discurso la propia limitación de la historia, como es el código la propia limitación del ser humano;plantearnos si puede existir historia que sobrepase en verdad los límites del discurso. Quiero decir, el discurso es “hablado” por la historia. El discurso mismo es la fuente de información posible. Fuera de él no existe nada. Así, contra lo que se cree, la historia no puede ser más extensa que el discurso en un momento a priori, pues es tan solo una parte del discurso.

De esta forma, no aceptamos la categoría historia como ente a priori del discurso, sino como consecución del desarrollo de este, pues su desarrollo es interior al desarrollo mayor —y visible— del discurso. El relato causal y temporal que funciona como base de la ficción (al que hemos llamado historia) existe, claro, pero este es creado tras la lectura, en la cabeza del lector y viene inducido por el discurso. Lo que nos invita a afirmar nuevamente la preexistencia del discurso ante la historia.

Notas

1 A similitud del hecho de que la realidad, por definición, es más extensa que el lenguaje. En palabras de Ortega: “Pero es el caso que entre la idea y la cosa hay siempre una absoluta distancia. Lo real rebosa siempre del concepto que intenta contenerlo”. De tal forma que Genette llega a la conclusión de que la palabra no puede imitar perfectamente a la realidad, solo al lenguaje: “Un discurso no puede imitar perfectamente sino a un discurso perfectamente idéntico», lo que hace que el lenguaje represente a la realidad, en vez de significarla (imitarla), como pretendían Aristóteles y Platón.

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