«Te echo de menos más de lo que me acuerdo de ti”.
«Lo cierto es que no tenemos que morir si no nos apetece hacerlo”, Ocean Vuong.
El día que vi esta película lloré a la salida del cine. Durante la película también se me escapó alguna lágrima. Pero todo ocurrió cuando salieron los créditos. Unas luces blancas se encendieron sobre nosotros, como si despertáramos de un sueño. El público éramos nosotros: existía un nosotros entonces, en esa sala de cine. Podríamos haber hablado en plural, nos regañábamos como lo hacen los familiares y nos mirábamos como desconocidos, como también lo hacen aquellos que nacieron juntos. Cuando la sala de cine se asemejó a un luminoso teatro, y salieron los dos actores principales, un mar de aplausos les abrazó en recompensa: la victoria, el encuentro, el abrazo.
Imagina terminar una película, y que al acabar, uno de los personajes extienda la mano a través de la pantalla, eliminando lo físico, el tiempo, los límites. Al igual que ocurre en la película de La rosa púrpura del Cairo (1985). Detrás de los actores, apareció la brillante Carla Simón, como una espectadora más, como una madre. El público conversó con la directora sobre la película que acababa de experimentar. Carla Simón nos había enseñado su vida, a través de sus ojos, y ahora podíamos verla a ella, con su hijo en brazos, subiendo el carrito de su bebé por las escaleras de los Cines Princesa, entre la multitud, como si se tratase de una procesión hacia la realidad.
‘Romería’ es una película sobre la memoria
En palabras de Carla Simón, «Romería es una película sobre la memoria». Una película impulsada por el deseo y la curiosidad de conocer sus orígenes. Un pasado plagado de resentimiento, dolor y duda, que toma forma atravesando un silencio de años. Unos padres que murieron de sida en una España que transitaba hacia la democracia, unos pocos fragmentos de memoria y nombres que nadie pudo decir en alto.
Carla Simón pretende contar la historia de sus padres, y por tanto, la de una generación. Sin embargo, esa naturaleza intrínsecamente fragmentada de la memoria desempeña un papel esencial: tanto en la historia de sus padres, como en la de esa generación. No es una historia fiel, no es un reflejo fidedigno, ni histórico, ni real. Es el intento que tiene la directora de crear una memoria que le faltaba y establecer a partir de ella, una nueva forma de identidad. Algo que muchos no tienen posibilidad de hacer, pero como dijo Carla Simón: «Afortunadamente, yo tengo cine».
El cine como memoria u otra oportunidad de narrarnos
Quiero pensar en el cine como una tipología de la memoria. La memoria es modificable y contiene una oportunidad de narrativa propia que nos permite contarnos, modificar, recrear y soñar. El cine se creó gracias a la imaginación.
Nos encontramos en un tiempo de la verdad, o más bien, de una verdad tan mordazmente transmutada que esperamos desesperadamente que lo sea. Verdad y mentira. Hablamos de cine político, y de que todo cine intrínsecamente lo es. Carla Simón, al contar en Romería la historia de sus padres, quería contar la de toda una generación. Pero de momento no sabemos si es posible hablar en nombre de todos. Estamos completamente alejados los unos de los otros en pequeñas sociedades fragmentadas. Mi realidad no es la tuya, y lo que cuento no nos pertenece ni a ti ni a mi. Todas las palabras del mundo están atravesadas por la clase, el tiempo y el dinero. Y Carla Simón, en efecto, quiso crear su propia historia. Una historia de la que ella misma duda, con agujeros y huecos memoriales que lastimando incluso después del cine. Permítanle errar, imaginar y doler.
Quiero pensar, también, en el cine como una herramienta mágica capaz de brindarnos un alivio sincero y momentáneo. Y quiero pensar, que en la mayoría de ocasiones, cuando hablamos de nosotros mismos, nos referimos a cuestiones históricas, políticas, sociales y generacionales que afectan a un conjunto poblacional. Que siempre pertenecemos a algo más grande. Que siempre somos un ‘nosotros’. Pero aún así, que cuando uno de nosotros cuente su historia, seamos capaces, como lo fuimos los asistentes de esa sala de cine, de apreciar, llorar y enfadarnos escuchando otra historia. Pero sobre todo, que podamos tener la capacidad de ser espectadores.
El cine no es más que otro narrador de historias. Narrador o herramienta capaz de aportar luz sobre nuestros pensamientos. Brindar vida a historias que solo existían en nuestra imaginación. Y eso es lo que hace Carla Simón. Ante la ausencia de un relato familiar acude a la ficción para crear algo propio. La ficción se convierte en el refugio. Una oportunidad de narrarnos a nosotros mismos. Y lo cierto es, que todos precisamos de relatos para poder vivir y mantenernos en pie, y el recuerdo es narración. La imaginación y el recuerdo son las únicas formas posibles de sanarnos, y ambas se convierten —como decía Ocean Vuong sobre la memoria— en una segunda oportunidad.
Los recursos de nuestra imaginación son limitados y los del mundo, también
Algo que me gustó mucho es como la directora dio vida a su historia a través de los recursos que tenía en su propia imaginación. Es decir, esos dos actores que aparecieron en ese teatro, habían interpretado a cuatro personajes diferentes. Ante la falta de recursos físicos por parte de la directora (la protagonista, la niña), tuvo que acudir a lo que conocía.
El film se divide en dos partes: en la primera, Marina, la niña en busca de sus padres, viaja a Vigo con su familia y conoce a sus primos. En la segunda parte de la película, Marina reconstruye el relato narrado por su madre sobre su historia a través de un imaginario donde solo cuenta con dos personajes, cercanos y que se asemejan a lo que quiere contar: su primo, y ella misma. Ante la falta de un conocimiento amplio sobre el deseo, el cerebro recurre a lo cercano. El deseo se construye en lo conocido. Me gusta la manera en la que ese recurso se siente tremendamente natural. Un recurso que me parece acertado, animal, sensible y real. Marina se imagina un romance con su primo porque nunca conoció a sus padres. Ante la falta de un pasado y una historia, se ve obligada a crear una, y lo hace con lo que tiene. Busca crear esa segunda oportunidad que no tuvieron sus padres al contar su propia historia. Somos lo que contamos o nos contamos en lo que fuimos, pero siempre estamos atravesados por un relato que no le pertenece a nadie
La memoria y el cine como elección
El funcionamiento de la memoria se asemeja al de la imaginación. Cómo beben una de la otra, y en ocasiones, se confunden hasta que no sabemos si nuestros sueños son imaginados, recuerdos, o imágenes del subconsciente. Por eso mismo, puede que Romería sea un error, que contenga huecos, sea incierta, e incluso, una cagada.
Pero también se ha criticado la falta de crudeza y desgarro en una película que narra una parte de la memoria histórica española que está inundada de muertos y ausencias. Carla Simón recrea imágenes tiernas, arropadas por luces cálidas y con el ruido de fondo de las conversaciones familiares, y aún así, todo está siempre a punto de desaparecer. Cuando la vida está llena de dolor y muerte, buscas la manera de poder contar el pasado –tu pasado– de la mejor manera posible. No es la única manera de hacerlo, pero ella se predispone a reencontrar el abrazo en su propia creación. Recobro tu vida, acudo a tus lugares, imagino tus sensaciones y las palabras que pienso que nombrarías, y todo para poder abrazarte en mi imaginación y desear que esto se convierta en memoria.
Ante la violencia, la ausencia y la inexistencia de relatos, permitidnos contarnos la infancia de nuestras madres, padres, abuelas y abuelos. Encontrar un alivio y nombrar con los recursos del nuevo mundo las ausencias de la realidad pasada.

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