Pensar en los límites y las capacidades del lenguaje
Imaginando cómo comenzaría este ensayo, encontré unas líneas de un poema que yo misma había escrito: «El lenguaje tiembla // ante su posición limitante // Se duele de significados // desea nombrar y no puede».
Me sirvo de las palabras pero a veces, me asustan mi incapacidad y la suya, lo poco que parecen abarcar, sus fronteras y delimitaciones. En ocasiones, como escribí, el lenguaje parece funcionar de manera paradójica: si bien explica, nos expresa y comunica, también confunde, malinterpreta y carece de eficiencia. ¿Cuántas veces habré deseado hablar de algo sin encontrar cómo hacerlo? Dicen que una lengua, aunque está formada por un número limitado de palabras, las combinaciones de estas son infinitas. Y es ahí, en ese mar de infinitudes, donde se pierde mi lengua y cuesta expresar lo que alberga el corazón.
Wittgenstein señalaba, «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Aunque parezca una afirmación inocua, cuenta con implicaciones epistemológicas y existenciales: solo aquello que puedo definir puede ser conocido por mí mismo; igual que, solo lo que conceptualizo puede ser pensado, y viceversa. El lenguaje es la vía por la que se produce la unión entre el pensamiento y el mundo, el encargado de retratar los hechos que lo conforman. Por ende, el límite de dicho lenguaje se extenderá hasta que pueda extenderse ese universo, el código designa el fin de lo que puede ser o no representado.
El filósofo austríaco, en su Tractatus, nos habla de un isomorfismo, una especie de espejo perfecto entre cómo estructuramos nuestro pensamiento de manera lógica y cómo esto se ve reflejado en las proposiciones, en nuestras palabras. De alguna forma, esto tiene sentido, puesto que solo atendiendo al léxico de un idioma podemos atisbar elementos de su cultura, de la realidad de sus hablantes, de su costumbre. La palabra saudade en portugués solo existe de esa manera en ese idioma, y solo sus hablantes entienden la connotación plena de la misma. De la misma manera funcionarían los préstamos entre lenguas, cuando una realidad nueva, que no ha sido reconocida antes en esa cultura, se inmiscuye en una nueva región.
Anne Carson habla de ese hueco insalvable a veces cuando elabora sus traducciones, en un debate con Bridhge Mullin en 2001:
«Llegas a un punto en el que te plantas en el límite de una palabra y aunque puedes ver a través del espacio, desde la palabra que intentas traducir, no consigues llegar. Y ese espacio no tiene parecido en ninguna otra lengua. Hay algo ahí de lo que se puede aprender sobre la capacidad humana, pero no sé muy bien qué es. Es humillante».
Debate para la Lannan Foundation (2001)
En esta línea, de hecho, parece imposible poder explicar algo para lo que no existen palabras. No obstante, es interesante como sí existe un concepto para designar aquello que no se puede expresar: lo ineflable. Wittgenstein lo reconocía como misterioso, lo que existe pero no se pronuncia, y establecía: «Lo inefable (aquello que me parece misterioso y que no me atrevo a expresar) proporciona quizá el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo pudiera expresar». Es decir, reconoce la existencia de ese algo que no conocemos por medio del lenguaje, pero que sin embargo, se posa en nuestra lengua, deseando salir, sin encontrar la vía.
¿Y qué hacer cuando el lenguaje nos incomunica, cuando se atisban sus límites y se observa la finitud del horizonte?
Michel Foucault no concebía la frontera como algo restrictivo, sino como una oportunidad: «El hombre no comienza con la libertad, sino con el límite y la línea de lo infranqueable». Solo este permite su transgresión, solo conociendo las barreras podemos saltarlas y movernos. Transgresión y límite van de la mano, en cuanto que se definen en dependencia de la otra. Y es ahí el lugar en el que se crean otras lenguas, otras comunicaciones, otros signos y códigos con lo que sentirse al lado del alterno. La poeta Anne Michaels reflexiona sobre esta frontera y escribe: «Las palabras fracasan ante la verdad. // Solo podemos revelar el contorno, // el círculo de una ausencia. // Por eso es porque el lenguaje puede recordar la verdad cuando no se pronuncia».
La semióloga Julia Kristeva concibió el límite y decidió trascenderlo, para dar forma a una teoría separada del estructuralismo ruso más tradicional; una vía más humana, más en consonancia con la realidad y con el funcionamiento de las sociedades y los sujetos. Para ello, aúna en una sola teoría, aspectos sociológicos, literarios y de la crítica literaria, antropológicos y psicoanalíticos. María Inés García en su ensayo De los límites del lenguaje o el lenguaje de los límites, dice de ella: «Permite comprender cómo la palabra lógica […] puede alcanzar el registro físico. Propone un modelo en el que el lenguaje no está separado del cuerpo, sino, por el contrario, donde el ‘verbo’ siempre puede afectarlo para bien y para mal».
De esta forma, Kristeva da cuenta de que, si bien los estructuralistas se basan en la primacía del signo, los posestructuralistas, como ella, afirman que sí existen esos sistemas de sentidos, pero constituidos en un campo de significantes que los desbordan. Aludiendo a Wittgenstein, hay elementos que si bien no son representados por el código, se dan en la realidad o podrían darse, y pertenecen más a lo pulsional, a lo sentimental. El temblor o la quiebra del lenguaje se produce, sobre todo, en la expresión de las emociones. Emociones que embriagan hasta un punto desconocido, que se sienten tan profundas y tan densas que la lengua no se acerca a expresar.
En este sentido, Roland Barthes, y tomando a Kristeva como referencia, alude a lo que llama el sentido obtuso del lenguaje, eligiendo este ángulo como metáfora, ya que es más abierto que el recto y, por ende, va más allá. Así, establece: «El sentido obtuso no está en la lengua ni tampoco en el habla […] no representa nada, o bien solo afectos, sensaciones, una cierta emoción […]. Se halla fuera del lenguaje verbal, si bien es capaz de decir, de insinuar lo que no puede ser dicho por medio del lenguaje articulado».
Por ello, el sentido obtuso, como lo hacía la teoría de Kristeva, conoce el límite y lo corrompe, sabe el fin del código y, por ello, es la puerta a lo inefable, a lo místico. Si bien Wittgenstein hablaba en términos lógicos y simbólicos, de vez en cuando, dejaba migas de aquello que no puede ser expresado, de esa oscuridad o hueco presente siempre en toda palabra. Pero, si la lengua resulta insuficiente, ¿cómo expresa el ser humano aquello que arde en el cuerpo, aquello que se instaura y no se quita? Mi solución y la de muchos: poesía y cuerpo.
Para Heidegger, el único remedio a la incapacidad de la filosofía era o la poesía o el silencio. No había otras vías. El propio Hölderlin concibió al poema como la clave para comprender el lenguaje y su naturaleza. Barthes nos habla del texto de goce como aquel que surge del grito, de lo inarticulado, creando y destruyendo las fronteras que reconoció y rompió a su vez. Kristeva indicaba: «El sujeto del lenguaje poético, para quien la palabra nunca es exclusivamente signo». Solo la poesía salda el espacio entre las imágenes mentales y lo pulsional, y la representación codificada de las mismas. Por ello, solo el espacio de lo místico puede ocuparlo el verso.
Y de hecho, aludiendo a lo místico, algo que caracteriza su poesía es también lo corpóreo, incluso, sensual, como metáfora para explicitar el gozo máximo de la unión con Dios. Cuando las palabras no sirven, es el cuerpo el que las salva. Una gran amiga que conocí en el Erasmus siempre se sorprendía cuando ninguna de las dos sabíamos expresar algo en el código común (el inglés) y, sin embargo, encontrábamos la manera de hacerlo con gestos. Donde la palabra no llega, el cuerpo crea una tercera vía, una suerte de tercer lenguaje, que es universal, humano y aplastante. Siempre recuerdo a Ocean Vuong al pensar en esto:
Dos lenguas se cancelan entre sí, sugiere Barthes, y atraen a una tercera. A veces nuestras palabras son pocas y hay muchas distancia entre ellas, o sencillamente parece que las dice otro. En tales casos, la mano, aunque limitada por las fronteras de piel y cartílago, puede ser esa tercera lengua que cobra vida cuando la lengua flaquea.
En la Tierra somos fugazmente grandiosos, O. Vuong
Si no quedan significados, la poesía se los dará.
Si el verso no basta, será la mano la que dé el sentido.
Los límites de mi mundo son los límites de mi pensamiento articulado y representado, pero no de lo pulsional o materno, en términos de Kristeva.
Por eso, remitiendo a Heidegger, esta es mi resolución: cuando la filosofía atisba el límite, poesía, cuerpo o silencio.
BIBLIOGRAFÍA
Canal, M. I. G. (2003). De los límites del lenguaje o el lenguaje de los límites. TRAMAS. Subjetividad y procesos sociales, (21), 303-313.
Michaels, A. (2001). El peso de las naranjas: Miner’s pond. Bartleby.
Karam, T. (2007). Lenguaje y comunicación en Wittgenstein. Razón y palabra, (57).
Suniga, N., & Tonkonoff, S. (2012). Lenguaje, Deseo y Sociedad. Los Aportes de Julia Kristeva. In VII Jornadas de Sociología de la UNLP. Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Vuong, O. (2020). En la Tierra somos fugazmente grandiosos. Anagrama.
Xirau, R. (1982). Presencia del límite. Wittgenstein y» lo místico». Diánoia, 28(28), 261-274.
Cita.press [@cita.press]. (08/08/2025). Award-winning Canadian poet, prose writer, and classicist Anne Carson (b. 1950) on translantion, from a 2001 discussion with Brighde Mullin for the Lannan Foundation, [Video/s]. Instagram. https://www.instagram.com/reel/DNGdgOmsJD-/?igsh=dWFmbTltdjR6NGp1

Deja un comentario