Por qué la apariencia de verdad es más peligrosa que la mentira.
Saber debatir no es suficiente. El demagogo siempre hace alardes de poseer grandes dotes dialécticas pero ¿por qué unos se dan cuenta de que lo que dice es falso y otros se alegran de que por fin alguien diga la verdad? Hace poco un conocido activista cristiano simpatizante de Trump seguido por jóvenes conservadores, famoso por “destruir” argumentos woke, se enfrentó a estudiantes británicos de Cambridge, ¿resultado? Hizo el ridículo. Demostró no tener conocimientos mínimos de biología, llegando a decir que el ADN es “casi una construcción mágica” para defender el antiabortismo. Acostumbrado a grabar vídeos tendenciosos contra jóvenes estudiantes norteamericanos de escasa formación, no pudo ver la tunda que le dieron estudiantes de biología, química, derecho o política instruidos.
El conocimiento es poder, pero saber reconocer un argumento falaz es un escudo contra cualquier tipo de fundamentalismo. Por mucho que digan que no, la filosofía es necesaria, ya no solo para diferenciar lo verdadero de lo falso, sino lo verdadero de lo verosímil.
La polarización actual nos incita inevitablemente a pensar que el otro piensa como piensa porque simplemente es idiota o vil —o idiota y vil—. Pero pensar, ser capaz de emitir un juicio requiere templanza, porque el odio no es ninguna solución, solo un mal remedio a lo incomprensible. Estamos condenados a discutir, la cuestión es de qué manera hacerlo, si con argumentos o con violencia física y verbal.
Suele ocurrir que cuando un portavoz o líder político dice hablar “con la verdad por delante” uno tiende a asociar sus afirmaciones categóricas con la verdad absoluta (parece que por atreverse a decir algo políticamente incorrecto automáticamente tiene razón). Pensar no es solo oponerse a lo pensado.
En primer lugar, se hace necesario saber diferenciar una frase efectista de una frase verdadera. Pensemos en aquellas películas antiguas en las que el actor de forma sobreactuada daba a otro un puñetazo, pero con los efectos de sonido colaba como verdadero, pues eso es, ni más ni menos, un argumento falaz. Escuchamos el sonido y creemos que el puñetazo es cierto. ¿Qué ocurre cuando esa misma escena la visualiza alguien acostumbrado al cine? Qué claramente ve la falsedad del asunto. En política la cosa es igual, algunos escuchan el sonido, otros ven el golpe —aunque no exista— y otros ven la escena completa y saben que todo es falso.
Cuando leía hace unas semanas en el periódico que VOX quería repatriar a todos los inmigrantes que “hayan venido a delinquir a España” me quedé fría y pensé en escribir este artículo. Partamos de que esta noticia está escrita tendenciosamente. Tendencioso es todo aquello que supuestamente es objetivo pero que se encuentra tácitamente comprometido con una ideológica concreta. En el caso de esta noticia lo podemos ver claro. Cualquier persona sin mayor formación dialéctica o humanística podría pensar: «¡hombre claro, si han venido a delinquir pues que se vayan!», pero es que la propia noticia sesga la percepción del asunto. Un inmigrante no viene a delinquir, un inmigrante viene porque la situación en su país de origen le obliga a marcharse. Un ciudadano enfadado podría pensar «pues que se jodan y se queden en su país» ante esto no comprendería las oleadas de solidaridad con el pueblo ucraniano o la empatía que sentimos con los horrores del pasado. ¿Estamos condenados a ser cínicos en presente y arrepentidos en futuro? Migraciones han habido y habrán siempre, la cuestión es cómo las asumimos y cómo las tratamos. Es obvio que la inmigración conlleva conflictos culturales y sociales, pero ¿qué mezcla no los trae? Tratar de mantener un país “puro” es ser un idealista incapaz de ver la realidad actual e histórica tal y como es.
La sola idea de que no vengan más es una falsa posibilidad. Como es lógico, nadie quiere que a España le vaya mal, proteger los derechos de los migrantes no implica que uno no sea patriota, quiere decir que uno es razonable. Cualquier fundamentalismo debería ser erradicado de un país democrático, simplemente porque los fundamentalismos no buscan cohabitar con la pluralidad sino imponerse. Los discursos fundamentalistas cristianos en España que tratan de imponer una única versión de la españolidad o del patriotismo pecan del mismo dogmatismo que critican a la izquierda moralista.
Volviendo al tema de la argumentación; si un señor o señora suelta una burrada y esa burrada es efectista, es muy posible que se piense que tiene sentido, pero sin buscar prueba alguna. Para saber si lo que dice una persona es verdad no basta con el efecto estético de sus palabras, no vale con que sean verosímiles. Un argumento tiene que tener un razonamiento basado en la lógica y en evidencias. Sospecho que las personas que sueltan la barbaridad de que todos los inmigrantes al llegar a España cobran una paguita no tienen ni idea de cómo funcionan las leyes de inmigración, no tienen ni idea de cómo funciona la cotización ni la burocracia necesaria para que a uno le den una paguita. Pero lo triste es que perpetúan un discurso falso que enciende el odio y toca la parte visceral de los que tienen miedo provocando su cinismo. Cuando uno sufre es difícil que comprenda el sufrimiento de los otros, por muy paradójico que esto pudiera parecer.
Stefan Zweig decía que los intelectuales, aquellos que dedican la vida a comprender, deben tender puentes entre los opuestos. Dejemos de escuchar sin más y empecemos a contrastar lo que oímos poniéndolo, al menos, en duda. No se trata de clasismo, sino de pura lógica. No pondríamos a arbitrar un partido de fútbol a un político, pues tampoco deberíamos dejar que una persona sin verdadera voluntad política controle nuestra opinión. Porque si, la opinión siempre está controlada o mejor dicho, intermediada por ideas ajenas a nosotros mismos. Uno piensa que sus ideas son suyas, pero esto no es así. Las ideas siempre son ideas de otros que hemos escuchado o leído en algún sitio, por eso, pongamos atención a qué leemos y a quiénes hacemos caso, porque si un rebaño sigue a un mal pastor acaba cayéndose por un barranco o ahogándose en un río.

Deja un comentario