Artefactos de memoria

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Portada e imágenes de Carmen Abentín.

Mi habitación llena de objetos queridos. Adoro entrar y suponer que jamás estuve en ella. Entonces miro con asombro todo y hasta me gusta imaginar que no es mía. Así renuevo el placer de la posesión a cada instante. Así me obligo a no amarla rutinariamente.

Alejandra Pizarnik

En realidad, nunca sé dónde guardar las cosas. Mi entorno puede aparentar orden: está todo colocado, todo limpio, todo más o menos ocupando el lugar que debe ocupar, pero esa imagen no es más que una apariencia de armonía. Mi cuarto es como un gran armario que parece ordenado hasta que se abre uno de los cajones, alguno de los compartimentos secretos, y de repente, todas las clases de objetos que se pueden concebir te saltan a la cara, revueltos, apilados, separados por años, por tipos o tamaño. La evidencia de caos se intuye en los libros amontonados sobre el zapatero, en las cajas que casi no llego a mover en lo alto de la estantería, en la cueva oculta bajo el colchón de la cama y, especialmente, en cada superficie disponible, en los pequeños altares domésticos. El disco antiguo, la foto, toda la bisutería imaginable, las cajitas de regalos, los pósters, los adornos, todo mezclado, pero no por ello desordenado. El día que algo falte, sería lo único que sería capaz de notar: su ausencia. 

En sus Diarios, Pizarnik menciona frecuentemente que una de sus cosas favoritas es admirar su propio espacio, los elementos que lo componen, los que fueron deliberadamente elegidos o regalados, heredados, robados de algún lugar. Todo ello parece no sólo conformar un determinado espacio, sino conformar una extensión de sí misma, un lugar tintado de su personalidad y por definición inseparable de ella. Un lugar que se convierte en propio cuando esos objetos queridos lo configuran, lo ordenan, lo trastocan. Estos objetos han sido objeto de estudio de sociólogos y antropólogos, que, a través de distintas investigaciones y trabajos de campo, han intentado dar una respuesta completa y coherente a la pregunta que uno puede hacerse miles de veces mientras intenta limpiar el desastre en el que se ha convertido su casa: ¿por qué tengo esto?

El significado de las cosas

Artifacts of Memory es una revista risográfica colaborativa diseñada por Megan Irwin, quien, junto a otros artistas, ilustra los objetos del día a día como monumentos conmemorativos de personas, lugares y experiencias que moldean nuestra identidad. La publicación, que ganó la competición anual de diseño STA 100, fue inspirada por el libro The Meaning of Things: Domestic Symbols and the Self (1981), una obra del sociólogo Eugene Halton y el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi en la que se examinan las “posesiones de la individualidad”, es decir, la idea de que podemos conocer a alguien, o bien conocernos a nosotros mismos, a través de las cosas que poseemos. 

El estudio del significado de las posesiones materiales en el contexto de la vida urbana contemporánea y el modo en el que las personas extraen un significado de su entorno de vida doméstico se lleva a cabo a través de entrevistas realizadas a ochenta familias en la ciudad de Chicago, cuyos miembros fueron preguntados acerca de sus sentimientos respecto a objetos domésticos comunes. La perspectiva acerca del materialismo, la cultura americana/occidental y el yo aportada por estos autores es única, ya que en la concepción de personalidad que se desarrolla a lo largo del libro, las acciones orientadas hacia objetivos concretos y el cultivo de significado a través de símbolos adquieren una importancia fundamental. A través de ellos se pueden relacionar los ejes centrales de su marco teórico con los resultados de las entrevistas que han llevado a cabo.

Este “cultivo del significado” de los objetos materiales que se lleva a cabo en el contexto doméstico resulta clave para realizar las distinciones entre aquellas casas en las que pueden encontrarse vínculos emocionales positivos con el entorno (lo que los autores llaman una casa “cálida”, un auténtico hogar en el sentido primitivo de la palabra, un lugar del que emanan calor y afecto, un lugar que es más que cuatro paredes entre las que refugiarse) y aquellas en las que falta un conjunto común de significados positivos, que se ven reducidas a su faceta más utilitaria de vivienda. 

Los autores, además, abordan la crisis actual de explotación material y medioambiental (que ya era actual hace más de cuarenta años y no ha hecho más que agravarse) y ofrecen como sugerencia final que la capacidad humana para la creación del significado ofrece una fuerte esperanza de supervivencia, si se consigue alejar del imaginario colectivo la ambición acumulativa ilimitada, innecesaria y carente de auténtico significado. Así, puede entenderse que la alteración del orden social establecido pasa por la alteración de los deseos de quienes lo componen, que no son más que receptores maquínicos de los deseos acumulativos de quienes se benefician de la aceptación generalizada de esta misma acumulación. Se acumulan no ya objetos materiales ostentosos u anodinos, sino recursos esenciales y limitados. El desprecio de la acumulación carente no sólo de uso, sino de significado, podría abrir la puerta a abordar cuestiones que van mucho más allá de la formación de la personalidad y que apelan directamente a la forma de relacionarnos tanto con los objetos y recursos como con nuestros iguales, con quienes caminamos hacia lo desconocido. 

A lo largo del estudio y transcribiendo algunas de las entrevistas más ilustrativas, los autores describen cómo cada objeto apreciado, teniendo en cuenta la gran variedad de orígenes, no sólo tiene un significado sentimental para su dueño, sino que supone una especie de extensión de la propia persona, una extremidad autónoma. Así, la importancia se encuentra en la cultura material más mundana. A medida que las preguntas avanzan y varían, el énfasis en la comodidad y el disfrute por parte del entrevistado se va transformando en recuerdos importantes, relaciones y experiencias pasadas. Se atraviesa el egocentrismo y el utilitarismo para dar paso a la preocupación por otras personas, por la familia o los seres queridos. En palabras de los autores: “existe un sentido implícito de responsabilidad por mantener una red de vínculos sociales.”

Cuando se le preguntó a la mujer qué significaría para ella no tener ese objeto, se derrumbó y empezó a llorar. Cuando se calmó, dijo: «Lo siento, no puedo responder a eso» 

En otro ejemplo, un anciano, al describir el significado de una fotografía de él mismo y sus dos hermanos, relata: “Se remonta a unos 50 años atrás, y es casi como si en ese momento, bueno, te trajera recuerdos, ya sabes, es sentimentalismo…» (en ese momento empezó a llorar y apenas podía hablar… Cuando se le preguntó si había otras cosas con un significado especial, respondió): «No, nada. Es que no soy materialista, nada excepto esa foto».

Aunque él insistió en que «no es materialista» y que «no lloraría» si perdiera la foto o cualquiera de sus objetos, la presencia real de la imagen y la experiencia que le evoca, tras reflexionar, fueron suficientes para hacer llorar a este hombre.

The Meaning of Things

Las razones que la gente da para apreciar enormemente sus hogares, el lugar donde atesoran sus objetos más preciados, revelan un significado de la vida que resulta familiar, pero, al mismo tiempo, muy inesperado por su detalle y delicadeza. A pesar del gran énfasis en la comodidad y la búsqueda del disfrute, existe un poderoso deseo de recordar los buenos momentos del pasado, concretamente las relaciones experimentadas con otros que llegaron a ser personas muy cercanas. Es una búsqueda de sentido que, según los autores, pese a carecer casi completamente de objetivos formales, éstos se encuentran implícitos en las contestaciones de los entrevistados. Aquello que se guarda no se hace con un fin concreto, no es un medio para conseguir nada, sino que es un fin en sí mismo.

No se necesita una fotografía para recordar a una persona o un souvenir para rememorar un viaje, pero la mera mención de que es posible que desaparezcan hace que cualquiera tiemble de miedo. Las personas, con una grandísima flexibilidad e incluso, a veces, en contradicción con los sistemas ideológicos y/o espirituales que nos dominan, podemos asignar significados a objetos y, por tanto, derivar significados de ellos, de manera que casi cualquier cosa puede representar algo de manera casi totalmente independiente a sus características físicas. 

Uno de nuestros primeros aprendizajes como bebés, tal y como indican muchos autores, es reconocer la separación entre la propia persona y los otros, que pueden ser otras personas u otras cosas. Mediante el acto de mover un objeto, de tocarlo, de agarrarlo con fuerza o utilizando un juguete rudimentario, se aprende una de las lecciones más básicas sobre el entorno que no tiene que ver con necesidades fisiológicas: se puede interactuar con el entorno, modificarlo, asirlo, hacer que se mueva y conformarlo según se quiera. No solo se aprende que el cuerpo es propio y que puede moverse a voluntad, sino también que este cuerpo es distinto al resto de la realidad, autónomo, capaz de deslizarse entre las personas y las cosas sin depender de ellas, pero impregnándose, moldeándolas, haciéndolas parte de uno mismo. Sin que seamos capaces de recordar cuándo aprendimos esta lección fundamental, aprendemos no sólo que existimos, sino que existimos acompañados. 

Poner en movimiento un móvil y verlo bailar al tacto de los dedos podría ser la primera experiencia de identidad de un bebé.

The Meaning of Things

En mi habitación (…)

Como nos dijo una entrevistada de 63 años: “Diría que mi hogar es mi castillo. Más aún, diría que mi hogar es mi iglesia… donde encuentro paz, tranquilidad y belleza sin interferencias”. 

Todo lo bueno sucede en mi habitación. Incluso lo terrible lo es menos si puedo esconderme dentro de ella. No hay peligro que pueda acecharme sentada en mi escritorio o tumbada en mi cama, no hay persona que pueda ver qué hago o digo a través de mis paredes. El hogar, la casa repleta de objetos cargados de significado, no solo es una fortaleza protectora, como dice la mujer entrevistada, sino que es un lugar de cultivo, de esfuerzos que probablemente nunca conduzcan a nada destacable o de acciones que no tienen siquiera un objetivo propio más allá de la satisfacción personal. Es un lugar en el que existir sin reservas, en el que se puede ser un déspota, un desordenado, un llorón sentimental, alguien histriónico o taciturno. Es un lugar en el que ser patético.

There’s no place like my room.

I know the End, Phoebe Bridgers

Tener un lugar en el que vivir, un lugar que no solo sirve el propósito fundamental del cobijo, sino que evoca protección y comodidad para sus residentes, no es un capricho moderno ni una exigencia descabellada: es dar a las personas el primer pilar para una vida mínimamente digna. Un lugar donde crecer, donde todo cambia, pero todo siempre sigue igual. Miro a mi alrededor y veo el cuarto donde he pasado los días de invierno a verano, escuchando música y durmiéndome de madrugada. Aquí, donde fui otras versiones de mí misma que ahora son desconocidas.

Miro desde la puerta y sé que he intentado capturar aquella luz de junio mil veces. Junio dorado. Junio expectante. Y miro el recuerdo.

Tengo doce años. Leo bajo la luz de mi lamparita durante una noche de verano. La ventana está abierta, puedo oír las risas de los viandantes y sentir una leve brisa sobre mi sábana. Tengo doce años y no tengo miedo. No me ha ocurrido nada malo y no existen los recuerdos.

Tengo doce años. Este instante es eterno. 

Not a lot, just forever.

Adrianne Lenker

Agradecimientos

Gracias a todos los que me han prestado un poquito de ellos en sus objetos y especialmente a Carmen, la artista, que no quiere ningún agradecimiento pero se los merece todos.

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