Gemma Ruiz Palà recupera la memoria materna a través de un entramado de claroscuros
Existen muchos tipos de madres. Las hay que te preparan el desayuno los domingos y las que cuando cumpliste los 15 años te dijeron que te pusieses tú las lavadoras. Las hay cariñosas y las hay distantes. Las hay que todos los días quieren saber qué has hecho y a las que les vale con saber que sigas viva una vez por semana. El único eje vertebrador que las convierte en un grupo homogéneo es el hecho de que lo son para otros.
Para mí es muy difícil imaginarme a mi madre antes de que yo existiese. Por mucho que lo intento, cuando la visualizo a mi edad, saliendo a bailar, yéndose a vivir a otra ciudad, de viaje con amigos, siempre me acabo retrotrayendo -o, en este caso, “antetrayendo”- a su versión presente. Qué injusticia. En esos momentos siempre acabo llegando a una conclusión, una constatación que ella nunca admitirá: mi madre ha renunciado a ser otras muchas cosas por convertirse en mi madre. Y como ella, todas las demás.
Gemma Ruiz Palà parte de la premisa de que la maternidad implica una renuncia para construir un relato a diez voces que sirve como recordatorio de todo lo que ellas podrían haber sido y no fueron. En este sentido, su novela Nuestras madres es una vindicación. Sin embargo, no cae en uno de los peligros que he detectado en algunos de los discursos actuales que buscan reivindicar el valor de la maternidad: la sacralización de la misma bajo una falsa premisa de que todas las madres merecen ser veneradas por sus múltiples sacrificios. No, Ruiz Palà se limita a poner sobre la mesa esas renuncias para recordar que, además de madres, esas mujeres podrían haber sido alguien.
En este sentido, su libro es militante. La autora no busca trasladar un mensaje desde la sutileza, sino que desde las primeras páginas el lector es plenamente consciente de la importante carga política que impregna el contenido. He de decir que, en un principio, esta circunstancia se me hizo algo incómoda y me vi dudando a la hora de recomendar el libro a personas que sabía no iban a estar inmediatamente de acuerdo con su premisa. Sin embargo, no se puede negar que el evidente compromiso de Ruiz Palà queda patente desde el comienzo.
Autonarrarse como acto de resistencia
A través de múltiples experiencias que se extienden desde el final de la dictadura franquista hasta la actualidad, la autora entreteje un relato compartido entre diez mujeres, conectadas entre sí de diversas maneras. En sus vivencias maternales se insertan otras cuestiones, como la clase, la orientación sexual o la precariedad de las inmigrantes.
Aunque no pretendo hacer una descripción detallada de cada uno de los relatos (para ello animo a leer el libro), sí me voy a permitir un aparte, complejo de insertar en una discusión general del libro. En un artículo anterior, la presente autora se mostraba interesada en recibir recomendaciones de libros que tratasen la cuestión de las violaciones contra mujeres durante la Segunda Guerra Mundial. Cuál fue su sorpresa cuando a los pocos días abrió Nuestras madres y encontró lo que pedía.
De vuelta al libro en un plano genérico, Ruiz Palà emplea una estrategia brillante para componer este relato colectivo, partiendo de un recurso empleado por tantas mujeres para poner en común experiencias: la conversación entre amigas. A lo largo de la historia, las mujeres han encontrado en otras mujeres un refugio donde sentirse vistas y comprendidas, lo que en el libro se denomina “el clan de la cicatriz”. Es gracias a compartir con otras que encontramos un conjunto de voces que nos dice “Lo que estás sintiendo importa”.
Ese componente coral está presente a lo largo del libro. Son las experiencias compartidas -que no idénticas- de sus protagonistas las que dan sentido a la narración. Si Nuestras madres narrase sólo las vivencias de Anita o Beth no tendría la fuerza que le otorga el carácter colectivo y casi universal que le confieren todas las voces que se suceden, intercalan y encuentran a lo largo de la historia.
Su valor es que habla de unas, pero podría hacerlo de todas.
Echar la vista atrás como acto de amor
Ser conocedoras (y conocedores) de los sacrificios ajenos que nos han permitido prosperar es una obligación. Es por ello que un libro como el de Ruiz Palà es necesario.
Retornando a mi incapacidad para imaginar a mi madre antes de que lo fuese, no puedo cambiarlo. Sin embargo, sí puedo agradecer todo aquello de lo que ha ido prescindiendo a lo largo de su vida para darme a mí la mía. Hasta donde tengo entendido, ella quería ser madre, pero eso no implica que no se haya visto obligada a renunciar a múltiples potencialidades. Y aunque ella no lo hiciese, su madre sí atravesó una existencia marcada por la deserción de aquello a lo que aspiraba. Mi abuela nunca quiso ser ama de casa, ansiaba trabajar, pero no le dejaron hacerlo.
Mi obligación ahora es llevar esa renuncia, que es parte de mi historia, como una insignia de honor y dar a conocer al mundo que ella podría haber sido mucho más de lo que era, podría haberse sentido alguien, pero se vio impedida a hacerlo. ¿Qué mayor muestra de amor puede existir que la de resignarte a una existencia que no deseas con la esperanza de que en un futuro no muy lejano tu hija podrá aspirar a aquello que para ti estuvo siempre vedado?
Hay mucho de este sentimiento de deuda en Nuestras madres. Vosotras no pudisteis, nosotras sí. Por ello, es imperativo recuperar la memoria que nos trajo hasta aquí. Ruiz Palà lo ha entendido: se lo debemos.
Ellas: no es que siempre nos cedieran el trozo de torta más tierno, no, es que nos cedieron su ímpetu, su osadía y su libertad enteros. Porque claro que tenían potencia nuestras madres. Y para alimentar todas las centrales eléctricas del planeta.
Y ahora que lo sabes, ya no las tienes que comparar con nadie. Ahora la pregunta que te haces es otra: Sin la mitad de la humanidad que tiene el poder de dar vida-vida, sin las mujeres de quienes nacimos-nacimos, sin las madres que nos parieron-parieron, sin las que llegaron a estudiar magisterio, o enfermería, o secretariado, o nada, sin las que no pudieron sentirse alguien en el mundo y tuvieron que enterrar bien hondo sus anhelos más hondos para criarnos: ¿Qué, nosotras?
Gemma Ruiz Palà, Nuestras madres

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