De Paolo Sorrentino, la belleza terrenal y la bajeza
La Belleza es como la guerra: abre puertas
Belleza destructora, bellezza. Escalafón cercano al suelo cercano al cielo, un juego sin ganador. Una suerte de pérdida y de temporalidad, la belleza pecaminosa corporal carnal bellezza. Destructora y rompedora, una dulzura de entendimiento y disrupción. Nos duele el cuerpo entero pensando en la bellezza. En este artículo exploraré la relación entre la belleza terrenal y la bajeza. Con este fin analizaré las representaciones de lo bello y sus consecuencias en Parthenope, película del director napolitano Paolo Sorrentino. Diferenciaremos la forma de la Belleza de la belleza sensible utilizando la denominación italiana bellezza para ésta última, en honor al objeto de nuestro análisis. Debemos cuestionarnos, si queremos avanzar en nuestro amor pulchrae (amor por la belleza). Debemos descrear. ¿Se muestra lo sagrado a través de todas sus representaciones terrenales? ¿Debemos hacer acaso traicionera a la intuición, o desligarnos de lo sensible tan pronto como nos sea posible? ¿O es lo sensible una puerta hacia un mundo ulterior?
Empecemos por una arqueología del significado. Parthenope tiene una etimología anciana y bella. Es el nombre original de la ciudad de Nápoles, sí. Cuenta Homero en su Odisea, que Parthenope era una sirena que trató de encantar a Odiseo con su hermosa voz, y al verse ignorada se ahogó a sí misma en el mar. Su cuerpo fue arrastrado por la corriente hasta una orilla quelconque, en la cual se fundaría después la ciudad de Nápoles. «Parthenos» (παρθένος) significa «chica» o «virgen» y «ops» (ὄψ) significa “voz” o “apariencia”. Voz de la pureza o apariencia. Recordemos lo verdaderamente escondido en la naturaleza tradicional de las sirenas: una monstruosidad latente bajo una angelical apariencia. Y era a través de la voz que encantaban a sus presas, pero ésta era sólo una prerrogativa de la vista. La voz atraía lejana a los viajeros, y les hechizaba, sí. Pero era cuando las veían, cuando veían el encantamiento creado, cuando se encontraban con la apariencia, que saltaban de los navíos, en desesperada búsqueda y atracción. Es a través de la vista siempre que descubrimos el objeto amado, que la Belleza irrumpe en nosotros. Platón la considera la reina de los sentidos y la verdadera puerta que nos da un atisbo de aquello que participa de las Formas. Pero es solo una puerta. Uno no debe quedarse en el umbral, o puede dejar pasar todo tipo de bestias. Y es este el primer punto de nuestra observación: la confusión de la Belleza con la bellezza. Una calamidad, el cataclismo del caos y la destrucción.

El nombre que le he dado a esta serie, amor pulchrae, es, en realidad, una redundancia. Esto es así dado que todos los amores son amor por la Belleza. El amor empieza por la observación sensible de lo bello, y de la bellezza, aquellos que perseveran y encuentran el camino llegan a la Belleza. Se empieza por amar un bello cuerpo, se sigue por una bella alma, se continúa por el amor por el saber y se llega a la Forma, para unos pocos elegidos. La Belleza y lo Bueno son, si no totalmente idénticos, al menos estrechamente relacionados. Pero dentro de la bellezza se pueden esconder crímenes, se pueden esconder pecados (perdónenme la terminología cristiana, lejos quede de mí dar un sermón). Sorrentino es un genio en capturar la bellezza. Sus planos son puros y prístinos, sus escenas parecen encapsular verdaderos ramalazos de veritá. Parece uno poder atisbar esta belleza perfecta de la que nos habla Platón en las olas de ese mar napolitano, en el dorado de la tez de una joven. Es una experiencia artística casi rayana en lo espiritual para un espectador sensible. Hay un ligero peso del destino que se va haciendo tangible, y siempre una sutil y poderosa toma de conciencia.
En La Grande Bellezza, el protagonista es un brillante escritor, pero padre de una sola obra. ¿Y, por qué? Dice que la bellezza de Roma le atrapó, y le distrajo. Le impidió escribir. Atisbó una vez la Belleza, al escribir su primera novela, pero entrar en comunión con ella a la manera de un artista, es decir, a través del trabajo, del sacrificio y de la obra, implica siempre renunciar a la bellezza una vez ésta ya servido su utilidad. La bellezza pertenece al estadio estético Kierkegaardiano. Para avanzar al siguiente estadio, al estadio ético, uno debe cruzar el umbral, reconocerla como lo que es y nada más. No pensar que uno está en contacto con la Forma de lo bello, con su versión ulterior. Reconocer la bajeza como bajeza, saber que el camino es pedregoso hasta la altitud, escarpado monte Olimpo. No conformarse con los valles alrededor, por verdes y encantadores que éstos sean. O, al menos, ser consciente de la elección.
El protagonista de La Grande Bellezza parece ser consciente de ésta disyuntiva, pero en realidad vive en un mundo de ensueño. Ésta supuesta lucidez es tramposa, y éste contento es signo de ignorancia a un nivel más elemental. Quien entiende verdaderamente la naturaleza de esa bajeza no puede sentir atracción por ella. Pero éste entendimiento no puede darse solo en el reino de la razón, sino inevitablemente de la emoción. El amor es una emoción, no habita en el mundo racional, pero sí se alimenta de éste. Cuando a través de la razón, en recíproca relación con el amor, uno sube los escalones del recorrido hacia la Forma, los amores y las ideas van haciéndose cada vez más elevados, y lo que queda abajo ya no está bañado por la luz. Al mirar abajo se ve todo empequeñecido, apenas motas de color difuminadas desde nuestra altitud. Se puede mirar con añoranza, pero no con verdadero deseo. No si uno entiende el valor del recorrido que uno está haciendo.
Parthenope, la bellísima joven antropóloga y protagonista de la película que lleva su nombre, es tanto una encarnación de la sirena de la Odisea como una representación de la bellezza y crueldad de la ciudad de Nápoles. La película trata, a través de varios personajes circundantes, el tema del carácter transitorio de la bellezza y la decadencia y destrucción que deja a su paso. Una antigua diva del cine italiano le dice a nuestra protagonista, Nápoles es como besar una hermosa boca y descubrir con la lengua que no tiene dientes. También esto es la bellezza, una hermosa apariencia carente de profundidad, incluso escondite de la podredumbre, a menos que partamos en pos de sus formas ulteriores. La bellezza por sí sola es bajeza. Como dice Simone Weil en La levedad y la gracia:

Una mujer muy bella puede llegar a pensar que ella es eso. Una mujer fea sabe que ella no es eso.
El protagonismo de la apariencia nos impide llegar a la esencia, dado que se puede confundir la una con la otra, la otra con la una. Solo el paso del tiempo nos muestra lo que es apariencia y lo que era esencia: la esencia perdura, es inmortal. El amor, como nos dice Diotima, es deseo de inmortalidad, de reproducción, de fecundidad. Parthenope es muy bella, pero su belleza es como la guerra. Sí, abre puertas. Pero causa enorme destrucción. Todo el mundo la ama violentamente, con peso y gravedad. Pero nadie la ama profundamente, es decir, con ligereza. Todo el mundo desea poseerla. Desean su cercanía, su atención, su presencia. Incluso se sienten con derecho a ella. A la vez, se sienten inmensamente desgraciados e insignificantes, dado que aman con bajeza. Aman la apariencia. Aman el οψ. Aman su voz y su visión, pero todo a su alrededor la reduce a eso. Las personas que ella más ama se ven destruidas por su bellezza. Es una condena. Al final de la película, le preguntan por qué nunca se casó. Y ella dice, nadie me lo pidió en serio. Todos sus amantes se vieron cegados ante el resplandor de este primer escalón de la belleza corporal, impidiendo el paso natural hacia amar el alma. Impidiendo el acceso a una realidad ulterior.
Todo el mundo la busca cómo busca la urraca el brillo áureo, con avidez y primitividad. La conclusión a la que llegamos es que solo la bellezza puede amarse con tal avidez y violencia, la Belleza no. A la Belleza no se llega así. Ésta última necesita del autoconocimiento y moderación al que solo se tiene acceso a través de la sabiduría. Parthenope es una representación de la violencia que acarrea el culto ignorante a la bajeza. Y las fatales consecuencias que tiene tanto como para el amante, como para el objeto de amor.


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