Calle Londres 38

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Se escuchan motores secos en las calles de Santiago. Varias furgonetas frigoríficas transportan sus congelados por las carreteras de Chile. Un conocido desaparece sin dejar rastro. Había sido visto en varias reuniones de la izquierda intelectual estudiantil. Se llamaba Alfonso Chanfreau y era un joven, ahora es un nombre en una lista de polvo. Las furgonetas circulan imperturbables. Se dividen como flechas de la Muerte. A una de ellas se la ve doblar una esquina, deslizarse con un ruido sordo mientras la noche se adueña lentamente de los portales. Se detiene en un barrio tranquilo. Unos hombres se bajan. Visten de civiles, pero su aspecto es robusto y sus formas militares. Suben las escaleras y llaman a una puerta. Se escucha algún grito seguido de un silencio invariable. Meten la carga en su furgoneta y continúan su camino. En el metal brillante luce el logo de una pesquera. Las cámaras frigoríficas ya están llenas. Es momento de dirigirse al destino: Calle Londres 38. Allí se erige un edificio que antaño albergaba oficinas socialistas. Ahora hay en el piso cuatro estudiantes mal vestidos y casi desangrados que luchan por quitarse las mordazas. Se revuelcan contra sus ataduras con las fuerzas de una última desesperación. Las puertas se abren. Suenan botas militares. Un hombre habla con un marcado acento alemán. El interrogatorio concluye: no hay más palabras. Cuerpos vaciados de palabras vuelven a subirse a los furgones. Estos recorren el país hacia la costa. Los peces son devueltos al mar. Otros, los menos afortunados, se utilizan para elaborar harina de pescado. La inmunidad es impunidad, se dirá más tarde en la Cámara de los Lores, cuando cinco magistrados de cabellos empolvados afronten los hechos terribles. El mundo pidió justicia cuando se hizo  público el horror, pero el horror ya era público para el pueblo chileno durante los años de la dictadura, solo que estaba prohibido decirlo. Calle Londres 38, dos casos de inmunidad: Augusto Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia, la magistral obra de Philippe Sands que desentraña la conexión entre el nazismo y el régimen de Pinochet y las relaciones que existen entre la justicia y la impunidad y entre la verdad y el mito.

Philippe Sands, en una suerte de thriller, crónica histórica e investigación periodística, se adentra en las vidas de Augusto Pinochet y Walther Rauff, un alemán que ideó los furgones de gaseamiento, para descubrir que las vidas de ambos estuvieron estrechamente relacionadas. En efecto, ya en su momento circulaban numerosos rumores en torno a la figura de Walther Rauff, un nazi que había logrado escapar a la justicia y había hallado un refugio en Punta Arenas trabajando para una empresa pesquera de la que era propietaria la familia Camelio. Todos los habitantes de Punta Arenas conocían su pasado nazi y habían oído hablar de los actos terribles que aquel anciano alemán había perpetrado. En todo Chile se rumoreaba que colaboraba con la DINA, el Departamento de Inteligencia Nacional destinado a ejercer la represión en el régimen de Pinochet, pero no había pruebas concluyentes. También su sombra se proyectaba sobre aquel oscuro campo de concentración que se construyó en la Isla Dawson y donde fueron a parar los ministros de Allende, pero tampoco había pruebas. Philippe Sands explora estas relaciones a través de testimonios, documentos, archivos y conversaciones, tratando de determinar si verdaderamente Rauff colaboró con el régimen de Pinochet o si era un mito impulsado por meros rumores. Curiosamente, el escritor chileno Roberto Bolaño se hizo eco de la figura de Rauff en su obras La literatura nazi en América y Nocturno de Chile. Rauff trabajaba en una pesquera en Punta Arenas dedicada al enlatado de conservas, especialmente de centollas, que eran típicas de la zona. En el trabajo era descrito como un jefe de planta extremadamente metódico y disciplinado, con una gran capacidad organizativa, que sabía lograr que las cosas se hicieran correctamente. Lo mismo opinaban de él sus superiores nazis. Con la misma precisión con la que dirigía la distribución de los furgones de gaseamiento dirigió después la cadena productiva de la pesquera en Punta Arenas. Un poema estremecedor de Mariana Camelio contiene los siguientes versos: 

Un día encontramos esqueletos de centolla

desde la casa principal vimos 

manchas rojas sobre la turba 

las patas tenían dentro 

un cartílago flexible y transparente… 

Sands aborda a su vez el caso de Pinochet en Inglaterra, el cual fue fundamental para el Derecho Internacional ya que supuso el fin de la inmunidad para los antiguos jefes de Estado ante los tribunales nacionales, lo que afianzaba el principio de jurisdicción universal que rige para los crímenes internacionales. La importancia de los acontecimientos se ve especialmente reflejada debido a que el propio Sands participó en el proceso. Los hechos comienzan con un viaje de Pinochet a Inglaterra para una operación médica. Incluso entonces sus asesores le advirtieron del riesgo, pero dado el apoyo de Chile a Inglaterra en la guerra de las Malvinas, las buenas relaciones con la antigua primera ministra Margaret Thatcher y la inmunidad de la que gozaba como senador vitalicio y antiguo jefe de Estado, Pinochet decidió que no había ningún riesgo. Se pensaba intocable. Si bien lo cierto es que en efecto nada le habría sucedido de no ser por la decisión enérgica y decidida de un juez español, Baltasar Garzón, y la colaboración del fiscal Castresana y el abogado Joan Garcés. El juez Garzón, aprovechándose de una conexión con otro caso del que era competente y del hecho de que había víctimas españolas, emitió primero una comisión rogatoria para interrogar a Pinochet, y poco después una orden de detención y extradición. De este modo, se inició un proceso en Inglaterra para determinar si la extradición procedía o no, en un caso que conmocionó al mundo entero. El día de la detención de Pinochet, Bolaño diría que se trató de “un terremoto” y que tras ello nada volvería a ser igual. 

La cuestión jurídica suscitaba varios problemas, principalmente en torno a la cuestión de la inmunidad de la que gozaba Pinochet. Se había permitido ya en los juicios de Nuremberg juzgar a antiguos jefes de Estado pues la gravedad de los crímenes internacionales es tal que no cabe alegar inmunidad, pero ahora no se trataba de un tribunal internacional, sino que Pinochet iba a ser juzgado por un tribunal nacional, tema nunca antes visto, por lo que se generaron importantes controversias por todo el mundo y el asunto suscitó diversas interpretaciones y argumentaciones. Philippe Sands nos conduce de forma magistral por el laberíntico proceso jurídico, explicándonos a la perfección cómo se desarrolló mediante su propio testimonio y las conversaciones que sostuvo con las partes involucradas: abogados de ambos bandos, jueces y magistrados, intérpretes, médicos, ministros…  De este modo realiza un retrato soberbio y absorbente de las sinuosidades del mundo jurídico, un retrato que realza la importancia del factor humano y dibuja una noción del Derecho ampliamente influenciada por la experiencia subjetiva. Pon dos jueces distintos a juzgar un mismo hecho complejo: el resultado puede que sea el mismo o que sea distinto, pero la argumentación es muy probable que sea diferente. Así lo muestra este proceso, ampliamente contaminado por las ideologías de los magistrados, por las presiones externas de los gobiernos, y por las sutilezas de los abogados. Entre todo este caos de argumentaciones y retóricas movidas por intereses privados debe hallarse una solución que configure la Justicia. Los crímenes de Pinochet eran claros y estaban ampliamente probados: miles de desapariciones, torturas y asesinatos. Pinochet ascendió al poder dando un golpe de Estado del que el supuesto suicidio de Allende en el Palacio de la Moneda es el símbolo trágico. Según él, lo hizo para salvar a Chile del comunismo, ya que sin su intervención el país habría terminado como Cuba. Tras el golpe de Estado, llevó a cabo una labor de eliminación sistemática de todos aquellos disidentes, especialmente aquellos que tenían alguna relación con la ideología comunista. Todo el mundo tenía claro el horror de sus crímenes, aunque para Pinochet y sus seguidores, fanáticos impulsados por el anticomunismo, sus crímenes no eran tales, sino actos propios de un soldado que cumple fría y honradamente con un deber que se le impone. 

Finalmente, tras varias sentencias y complicaciones, Pinochet fingió un estado grave de salud que le impedía seguir con normalidad el desarrollo de su juicio. Un comité de médicos, probablemente inclinado a creerlo, confirmó el hecho: el gobierno chileno y británico habían llegado a un acuerdo entre las sombras. Y así Pinochet, un antiguo soldado que nunca se arrepintió de sus crímenes, descendió del avión con una sonrisa radiante y un inusitado vigor. Había subido al avión en silla de ruedas, pero al pisar tierra chilena se levantó: podía caminar a la perfección. Los militares tocaron una marcha triunfante y canciones alemanas que casualmente gozaban de cierta predilección entre los nazis. Pinochet extendió su mano y les saludó. Al fin el viejo general había regresado a su hogar. En el resto del mundo, las imágenes de su llegada a Chile causarían furor y horror. Nuevamente la Justicia había sido engañada, otra vez el Poder había impuesto su impunidad. Pese a ello, no todo había sido en vano. Se había consolidado una tendencia en el Derecho Internacional que pondría en guardia al resto de líderes mundiales. Se había terminado la inmunidad, Pinochet sería el último en salvarse. En los años siguientes, varios jefes de Estado cancelaron viajes para evitar ser detenidos y extraditados, y se abrieron numerosas causas contra algunos de ellos, terminando así con el letargo existente desde Nuremberg debido a la Guerra Fría. Putin no viajó a Sudáfrica en 2023 por temor a la consecuencias. Sands, en esta nueva obra, nos vuelve a infundir esperanzas en el Derecho Internacional y en sus posibilidades. Como ya hizo con Calle Este-Oeste, Calle Londres 38 constituye un logro enorme de humanidad y verdad. Quizás podamos creer algún día que los límites comienzan a limitar.

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