Cuerpos replicantes, deseos infinitos

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Álvaro Soler y Jose Bobadilla

La lluvia ácida cae sobre Los Ángeles, es el año 2019 y el realismo capitalista lo ha engullido todo. La vida animal se desvanece frente a la radiación y la polución. Rick Deckard, un policía que se dedica a eliminar androides sintéticos defectuosos (replicantes) camina sobre un paisaje distópico y ciberpunk, donde los vapores de los puestos ambulantes de comida asiática se entrecruzan con coches voladores que nos presentan a una ciudad de Los Ángeles paradójicamente totalizante, grandiosa y resquebrajada.

En el mundo de Blade Runner (y su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), los animales son un símbolo de prestigio y estatus, pues son tan escasos que se han convertido en algo exótico. Tener uno real no solo implica riqueza, sino también humanidad. La empatía hacia los seres vivos —especialmente los animales— es un valor moral profundamente arraigado, tanto que quien no posee un animal siente culpa y carencia. Por eso existen imitaciones artificiales casi indistinguibles de los originales, como la oveja eléctrica de Deckard en la novela, que los comercios ofrecen y la gente demanda con insistencia, en un intento de reemplazar el vínculo perdido con lo natural. En esa sociedad colapsada, donde hasta lo vivo es manufacturado, cuidar de un animal es una declaración simbólica: de poder, de fe en la vida, o quizá solo de apariencia. Como los replicantes, estos animales eléctricos plantean una pregunta inquietante: ¿importa si algo es real, si lo sentimos como tal?

Trasladémonos ahora a la realidad. Tú, que lees este texto, ¿estás segura de que no eres una replicante? ¿De que no has sido programada, creada, manufacturada y organizada para un propósito concreto? ¿Qué provoca esta totalidad capitalista en nuestras conciencias? ¿Cómo soportamos vivir con una alienación que cada vez más se destapa como evidencia? ¿Cómo conseguimos vivir vidas ajenas, marcadas por y para los capitalistas? Como el guion de la película Blade Runner nos advierte: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.»

Aquí, la distopía es una descripción sensible y certera de nuestro presente. Tal como advirtió Fredric Jameson, el capitalismo tardío ha colonizado hasta la imaginación. Blade Runner no es sólo estética retrofuturista, sino el síntoma de una condición cultural donde la historia ha sido ocultada, donde el pasado y el futuro se funden en un eterno presente gobernado por la mercancía. La nostalgia por un mundo perdido —ese en el que los animales eran reales y la empatía era posible— es, en realidad, una nostalgia fabricada, mediatizada, imposible de reconstruir y reaccionaria. 

Debemos añorar algo que está por venir. Algo subversivo por ser radicalmente nuevo, por no existir aún. Debemos perder el miedo a no mirar atrás.

La lucha de la clase trabajadora en Blade Runner

El realismo capitalista no solo impide imaginar otro mundo, sino que impone como única realidad posible la distopía que antes parecía advertencia. Vivimos como replicantes: bajo rutinas prescritas, con afectos estandarizados, rodeados de simulacros que reemplazan todo vínculo auténtico. La diferencia es que los replicantes, en su corta vida, luchan por tener recuerdos, emociones, amor. Mientras tanto, nosotros —los supuestamente humanos —flotamos anestesiados en una cotidianeidad que ya nos da igual reconocer como alienante.

De hecho, en la historia de Blade Runner lo replicante es lo verdaderamente humano, pues busca una identidad, una libertad, una autonomía, y lo hace desde una unión colectiva, que bien falta le hace a la clase trabajadora para fundar una nueva conciencia de clase. Quizás la mayor ironía de Blade Runner es que los humanos han dejado de luchar por su humanidad, mientras que los replicantes —los no-humanos— nos muestran que ser humano no es cuestión biológica, sino de deseo, de afecto, de lucha compartida y de conciencia. Sin duda, en su resistencia hay más humanidad que en todo el mundo que los persigue.

En Blade Runner 2049 (la segunda película de la saga y continuación de Blade Runner) se confirma esto, pues K, el protagonista, un replicante que trabaja eliminando a otros replicantes, acaba encontrando su humanidad descubriendo la empatía que se desprende de sus sueños falsos e implantados.

Por tanto, ¿Qué posibilidades nos quedan a los replicantes proletarios en este paisaje ciberpunk que el capitalismo ha creado? Como la propia película Blade Runner 2049 nos dice a través del holograma interpretado por Ana de Armas: «¿Qué es lo que deseas escuchar?». De nuevo el anhelo, otra vez el deseo como forma productiva, como fuerza creadora, como voluntad frente a lo que nos sobrepasa es la respuesta, en parte, para encontrar algo nuevo. 

Nada está dado por naturaleza, todo es un constructo, devenimos-replicantes en un mundo cibernético donde los flujos de intensidades que performan nuestro cuerpo sin órganos están programados por los bits de información del cibercapitalismo. Estamos hackeados e integrados —»enchufados», dirían Deleuze y Guattari— por y en la máquina-capitalista; la alimentamos cada día con la energía que nuestros cuerpos consiguen recargar con las pocas horas de sueño que el cibertiempo permite. Un cibertiempo reglamentado, estructurado y normativizado por las altas velocidades de la productividad capitalista: 8 horas para trabajar, 4 de desplazamientos, 2 para comer y cenar, 5 para el ocio y trabajo doméstico y las restantes 5 para dormir, siempre y cuando no sufras episodios de insomnio, tengas que madrugar más de la cuenta, se alargue la compañía o simplemente quieras disfrutar más de tu vida personal.

No somos quimeras, ciborgs, ni ginoides: somos replicantes, robots —palabra que deriva del checo robota y que significa «esclavo» o «trabajo duro»— esa es nuestra realidad. Cuerpos organizados por el cibercapitalismo y que como máquinas-humanoides individualizadas, estandarizadas y mercantilizadas podemos ser desechadas y reemplazadas cuando dejamos de ser rentables, productivas y no podemos alimentar más al Dios de la biomecánica, ya que este, al igual que un vampiro, necesita siempre cuerpos replicantes de los que alimentarse.

Fotograma de la película "Blade Runner 2049" (2017), dirigida por Denis Villeneuve. Fuente: Warner Bros. Pictures.
Fotograma de la película «Blade Runner 2049» (2017), dirigida por Denis Villeneuve. Fuente: Warner Bros. Pictures.

Roy, el replicante protagonista de Blade Runner, conoce al Dios de la biomecánica, un Dios que le ofrece la oportunidad de ser modificado para seguir produciendo y a lo que Roy le contesta que lo único que él desea es vivir más, no bajo el ideal de la inmortalidad —sueño húmedo de los transhumanistas neoliberales— sino movido por la experiencia de la vida y el sentirse vivo despertando a lo sublime de la realidad. Eso es lo que también nos mueve, la experiencia de vivir y generar recuerdos que, como los de Roy, también se perderán como lágrimas en la lluvia.

Hoy, inmersos en el cableado duro del cibercapitalismo, devenimos-cuerpos-cyberpunk adictos a las pantallas, las imágenes y el contenido fast-food. Cuerpos anestesiados de toda sensibilidad excepto una: la de desear vivir libres de los estragos psicosociales de los circuitos distópicos. Esa sensibilidad y aspiraciones de libertad es lo que nos hace humanos, pero somos replicantes, esclavos y robots que viven con miedo a su propia humanidad, pues en verdad: ¿qué da forma a nuestra humanidad?

El filósofo iraní Reza Negarestani asume que aquello que configura al cuerpo sin órganos es su inhumanidad. Somos humanos en tanto que devenimos-humanos y Roy caracteriza ese devenir desde el deseo por experimentar la vida y compartirla colectivamente. La (in)humanidad del capitalismo es la única que conocemos, una (in)humanidad sintética, conectada e hiperindividualiza. Una hiperficcionalidad (in)humana diseñada algorítmicamente, instalada y ejecutada como un software cibercapitalista en el hardware orgánico desde el momento en el que nacemos. Es decir, una mentira que se convierte en la realidad. 

Un software de alta conectividad y productividad, pero de una soledad exacerbada. Un software que, del mismo modo que el holograma de Blade Runner 2049 nos susurra eróticamente que, aunque nos sintamos solas en este mundo, el cibercapitalismo nos dará todo lo que necesitemos y deseemos. El agente K se siente solo, aislado y desconectado, como muchas de las personas que podáis estar leyendo este texto, pero la máquina-capitalista busca consolarnos acunándonos con su tecnología de consumo, el capital y sus remedios paliativos todo ello decorado con las brillantes y decadentes luces de neón.

Recuperando de nuevo a Fredric Jameson, el crítico cultural marxista nos contaba que lo sublime ahora está en los paisajes ciberpunk, pues representan esa agencia externa y autónoma que antes era la naturaleza. El capital ahora es el horizonte natural, es un monstruo omnímodo, y ese horizonte ni mucho menos es la emancipación que creemos.

La aceleración cibernética, fuera de los imaginarios cibercapitalistas, puede abrirnos horizontes inimaginados para la clase trabajadora. Unos horizontes de choque—como proponen Arthur y Marilouise Kroker— que se enfrenten abiertamente a esos capitalismos de ciencia ficción que opacan los horizontes postcapitalistas, mostrándonos una y otra vez como la materialidad tecnocientífica sigue subyugada a la voluntad y deseos de los capitalistas y los acólitos tecno-utópicos del capital.

Recuperar la conjunción —las relaciones de empatía de las que habla “Bifo” Berardi— más allá de las relaciones sintéticas cibercapitalistas y sin renunciar a las conexiones del cableado cibernético, es lo que puede permitir a las clases trabajadoras y oprimidas, a través del uso libre y compartido de las herramientas digitales, organizarse y tomar control sobre sus propias vidas replicantes.

Bibliografía

  • Dick, P. K. (2002). ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (M. Tabar, Trad.).
  • Ediciones Minotauro. (Obra original publicada en 1968)
  • Fisher, M. (2016). Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? (C. Iglesias, Trad.; P.
  • Aguirre, Pról.). Caja Negra Editora.
  • Fisher, M. Constructos Flatline: Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética (2022)
  • BERARDI, F. B. (2017) Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Caja
  • Nega Editora.
  • Jameson Fredric, (2024). El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío.
  • Ediciones Verso.
  • Deleuze, G., & Guattari, F. (1985). El Anti-Edipo: Capitalismo y esquizofrenia (J.
  • Navarro, Trad.). Ediciones Paidós. (Original publicado en 1972).
  • Kroker, A., & Kroker, M. (2021). Hackeando el futuro: Estética de choque, teoría pulp y
  • ciberpunk. Editorial Holobionte.

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