Una mirada a la cotidianeidad de las personas trans
Este reportaje fue realizado en colaboración con Martina Castro, Candela Mariscal, Aroa Rodríguez y Borja Morteo.
Gracias a Ariel, Antón, Nicki, Lind y al equipo de COGAM por recibirnos en sus instalaciones y compartir sus testimonios con nosotras.
Una de las particularidades de la vida es que puede cambiar de manera radical de un día para el otro. Esta condición aumenta exponencialmente cuando numerosas organizaciones buscan eliminar la realidad de un sector de la población. El pasado abril, la Corte Suprema del Reino Unido dictaminó de manera unánime que la definición de mujer debe basarse en el sexo biológico asignado al nacer. Se trata de una más de las tentativas por parte de los distintos cuerpos legislativos de los Estados de silenciar y pretender que las personas trans no existen, negando una realidad a personas que lo único que buscan es ser tratadas como iguales.
Imagine que, cada vez que se mira a un espejo, no se reconoce. Imagine que, cada vez que se mira a un espejo, una intuición muy profunda le invade con la certidumbre de quien siente que la imagen proyectada no coincide con su persona. Imagine el dolor, la ruptura íntima que supone el no poder disfrutar de todo aquello que en la vida le hace sentir alegre, los pequeños momentos: la fiesta de cumpleaños de su padre, las Navidades con su familia, aquel viaje que planeaban sus amigos con ilusión. Imagine sentir que no puede hablar por miedo. Imagine sentir que el miedo surge a consecuencia del estereotipo social. Imagine el pensar que nunca llegará a ser policía, informático o astronauta, no por sus capacidades intelectuales, sino por el posible rechazo de una sociedad sin empatía.
Ariel, Lind, Antón y Nicki son personas trans que en algún momento de sus vidas creyeron en esa imposibilidad de realizarse. Vivieron un contexto escaso de referentes, o con testimonios públicos asociados a la marginalidad o al mundo del espectáculo. Una infancia sin referentes acabó por influir en esa conciencia colectiva de soledad. «Cuando era pequeña, yo no sabía lo que era una persona trans» comenta Ariel recordando la fuerte contradicción que sentía durante la infancia «Más tarde empecé a ver en la tele a Bibi Andersen, pero claro, ella era actriz. Yo decía, no. Yo no puedo ser como ella». A lo que añade Antón «En mi infancia, no me di cuenta de que fuera trans, me di cuenta de que no me veían como un niño. Porque yo nací siendo niño, me sentí así desde siempre».
La poca visibilización de las personas trans en la cotidianidad o los constructos sociales que la hegemonía ha perpetuado en torno a su persona, trajo consigo fuertes contradicciones haciendo de sus vidas procesos de autodescubrimiento complejos, llenos de claroscuros, en donde el miedo a no tener una vida plena o a ser rechazados por sus familiares supuso un límite a la hora de autolegitimarse y empezar su transición. La promesa de la masculinidad y la feminidad, las expectativas sociales, el encontrarse solos ante un mundo que apenas hacía por entenderles, provocó que todo lo que eran se viese cohibido por aquello que la sociedad exigía que fuesen, delegando su identidad a lo inaccesible de su pensamiento. «Yo desde siempre he sentido rechazo a la masculinidad» comenta Nicki «Tengo relaciones complicadas con figuras masculinas, especialmente con mi padre».
De esto habla precisamente la escritora Alana S. Portero, en su autobiografía La mala costumbre:
«El tiempo con los hombres de la familia me enfriaba por dentro y me mantenía en tensión. Los hombres no se hacían hombres, se instruían en la masculinidad, e incluso entre los más buenos, pobre el que fallase en la práctica de la misma».
Y continúa diciendo:
«Me convencía de que era mejor dejar las cosas como estaban y guardarme las posibles confesiones para cuando el mundo, o yo, fuéramos diferentes».
Lind recuerda cómo empezó todo. En la intimidad de su cuarto, desde pequeña y entrada la adolescencia, jugaba a videojuegos y veía películas en donde constantemente se recreaba en personajes femeninos, mimetizándose con la frágil posibilidad de ser uno de ellos. «Fue viendo una película llamada El demonio de neón» relata conmovida «En ella, había una joven que, de repente, se transformaba en una poderosa modelo. El personaje me impactó. Quería ser ella. No por la belleza, sino por la fuerza que me inspiraba. Fue como un despertar». Acto seguido, dominada por un impulso de urgencia, fue a contárselo a una amiga maquilladora. «¡Hazme lo que sea, lo necesito!» le dijo, enunciando una necesidad arraigada en el dolor y la incertidumbre.
Si bien es cierto que las personas trans se han visto históricamente desamparadas ante la violencia y el negacionismo, no son pocas las familias, que a pesar del prejuicio social y el desconocimiento, han puesto todos sus esfuerzos en intentar comprender a sus familiares trans. Antón nos relata cómo, durante mucho tiempo, reprimió su identidad a consecuencia del sufrimiento de su madre. «Mi madre lloraba, lloraba y lloraba, y yo le decía que no se preocupara, que no iba a hacer nada. Pero claro…al final, después de 10 años, decidí empezar el tratamiento de reemplazo hormonal. Porque ya necesitaba vivir, vivir cómo sentía que debía hacerlo, como sentía que era». Aquella conversación supuso para Antón y su madre un punto de inflexión en su historia. La falta de entendimiento y el miedo hizo urgente la búsqueda de ayuda externa. «Fuimos a un psicólogo y la derivaron al servicio para familias trans de la Comunidad de Madrid. Actualmente, continúa yendo a un grupo especializado que le está viniendo muy bien».
Algo similar le sucedió a Ariel con su familia. Fue durante el confinamiento del Covid cuando se enfrentó a la realidad de encontrarse cara a cara con sus pensamientos, que le empujaban a tomar una decisión. En casa, por las noches, sentada en el salón, miraba la tele mientras la sucesión de noticias sobre el contexto sanitario del país se intercalaba con un fluir de conciencia particular. En la garganta, sentía el plomo de quien sabe que la vida es frágil. «De repente pensé, si me muero mañana, ¿qué habré hecho con mi vida?». A partir de ahí se lo dijo a su madre en una conversación muy emotiva en dónde, sincerándose, una parte de sí misma pudo descansar. «Al principio no fue nada fácil» puntualiza «Nosotras salimos del armario, pero en realidad, nuestras familias también lo hacen. Ellas también necesitan ayuda, porque de repente se enfrentan a algo que no entienden. Mi madre no lo entendía pero quería entenderlo y eso es fundamental. Es súper importante que no solo las personas LGTBIQ+ se informen, sino que todo el mundo lo haga, por respeto y comprensión».
En el caso de Nicki, casada y con un bebé de dos meses, cuestionarse su identidad fue un proceso lento ante el que tuvo que ser muy fuerte. A simple vista tenía una cotidianidad sencilla, que perpetuaba el modelo social dominante: mujer, trabajo estable, su primer hijo, y sin embargo, dentro de sí misma crecían las preguntas con una fuerza arrolladora que muchas veces le sobrepasaba. Enunciar su intimidad, y que su mujer la recibiera con ternura, fue para ella un momento de reconciliación con sus pensamientos que durante mucho tiempo le habían estado atormentando. «Hace un par de años empecé a ir a terapia e inicié mi proceso de autodescubrimiento. Empecé a tomar decisiones por mí, no solo por las expectativas externas. Todo esto me llevó a explorar más profundamente aquello que sentía».
El testimonio de Nicki desmitifica algunos prejuicios asociados a las vidas queer. El mundo, al igual que la identidad, es contingente y demuestra cómo las personas trans habitan todos los contextos, los países, los entornos, independientemente de la ideología o la educación. Algunas viven en los pueblos, otras en las ciudades, en familias conservadoras o liberales, en países donde su existencia es reconocida desde la legalidad o en países donde deben ocultarse por miedo. Del mismo modo, su experiencia, al igual que la de Antón o la de Ariel, demuestra cómo el proceso de autolegitimación de las personas trans no sigue una linealidad ni tampoco conoce de edades. Hay quienes transicionan de adolescentes o recién entrados en la juventud como Lind, pero otros lo hacen más tarde. Ariel a los 30, Antón a los 40 y su fuerza y determinación es ejemplo de que, si ahora no, mañana, si hoy las condiciones materiales no permiten dar el paso hacia una vida auténtica, mañana, quizás, con más tiempo, con otros recursos, habiendo aprendido algo nuevo o habitando por primera vez un entorno más amable.
COGAM, un espacio de acompañamiento
En un pequeño edificio del centro de Madrid reside la historia de aquellos, que en la década de los ochenta y los noventa, lucharon por la igualdad efectiva de las personas LGTBIQ+. COGAM, una asociación fundada en 1986 fue la piedra angular en España del activismo político que consiguió llevar a las Cortes la aprobación del matrimonio igualitario en 2005. En la actualidad no solo realiza una importante labor de sensibilización social, ofreciendo servicios de pedagogía y de asistencia especializada hacia personas con VIH, sino que constituye un espacio de socialización seguro donde las personas queer pueden conocer a otras personas queer. Tardo o temprano, las personas LGTBQ+ necesitan de esas redes de apoyo que solo el entendimiento y el testimonio de otras personas como ellos les puede aportar. Hay un conocimiento sobre la experiencia que solo quien lo habita puede llegar a comprender.
Ariel, Lind, Antón y Nicki se conocieron en este espacio. A pesar del apoyo de sus familiares necesitaban de un lugar de acompañamiento, un lugar donde no se sintieran juzgados a expresarse sin temor al escándalo o con la urgencia de reprimir una parte de sí mismos por no alterar a los otros. Una vez a la semana, los viernes, en una sala del edificio con banderas del orgullo y obras de artistas queer, se reúnen para hablar de las dificultades, pero también de las pequeñas victorias de la cotidianidad. Antón es el más puntual, siempre llega el primero a pesar de vivir en Getafe. Está acostumbrado a hacer largos trayectos por lo que siempre sale con tiempo de casa. Al rato llega Ariel que se acaba de hacer las uñas. Sostiene en la mano una bebida energética mientras saluda a Antón con cariño. Las últimas en llegar son Lind y Nicki, la primera luce un vestido rojo con estampados victorianos que recuerdan a las vampiresas de las películas que tanto le gustan. Nicki, por su parte, llega algo apurada, no va a poder quedarse mucho tiempo pues le ha coincidido la charla con el psicólogo. Guiadas por Ariel, que es la coordinadora del grupo trans, comienza el diálogo en donde cada uno se expresa desde el corazón, sin censura, sin juicios indeseables, por unos momentos la vida de fuera se detiene para dar protagonismo a una intimidad compartida.
Las redes de apoyo de COGAM van desde grupos de diálogo para gays, lesbianas y personas trans hasta actividades multiculturales donde se reivindica la cultura LGTBIQ+. Todo ello contribuye a la creación de una comunidad donde unos se cuidan a los otros y satisfacen una parte muy importante de la socialización. La mayoría de veces terminan charlando de cosas mundanas en el bar de al lado con una cerveza. «Yo no utilizo COGAM para relacionarme con la sociedad. Mi perspectiva es: yo ya estoy en la sociedad, soy una persona súper social» explica Antón «Pero claro…en mi ámbito no conozco a nadie trans. Para mí también es necesario relacionarme con las personas de mi colectivo. Yo vine aquí porque necesitaba apoyo y ahora mi realidad ha cambiado porque he empezado a incluir a personas trans en mi entorno».
Es precisamente esa ayuda social por la que Lind está en COGAM «Es como una especie de paraguas o refugio que nos brinda estos espacios donde podemos reunirnos y compartir aspectos de nuestras vidas que no siempre podemos contar en otros lugares. Además, después de toda la mierda política que estamos viviendo el tener este refugio te hace sentir más apoyada». A lo que añade Ariel «La familia y los amigos te pueden apoyar, pero no están en la misma situación. Aquí te das cuenta de que no estás sola y que existe gente que desde un primer momento te entiende y comparte tu experiencia». Siguiendo con esta idea, Nicki comenta: «La oportunidad que me da COGAM es la de poder interiorizar muchas cosas, gracias a los testimonios de otros: sus vivencias, sus procesos y su conocimiento de asuntos prácticos como la terapia hormonal».
En consecuencia, COGAM, más allá de ser una asociación, es un lugar para los cuidados en donde todxs participan de un ritual de los afectos. Mediante la palabra y la puesta en común de pensamiento la conciencia se libera de los problemas diarios de la sociedad cisheterosexista para dar lugar a un espacio de reparación colectiva.
Abogados, policías, profesores: visibilidad trans en la cotidianeidad
– Vale, soy trans. ¿Y ahora qué? ¿De qué voy a trabajar? ¿Me tengo que dedicar al porno?
Esto era lo que se preguntaba Ariel. Los estereotipos sociales que durante su infancia y adolescencia calaban en la sociedad eran los de mujeres trans que vivían en contextos marginales, alejadas de la sociedad. En su proceso de autodescubrimiento, falto de referentes, tuvo mucho miedo a no poder autorrealizarse en un mundo que no daba trabajo cotidiano a las personas trans. Si bien es cierto que el mundo laboral a perpetrado violencia y discriminación hacia personas del colectivo LGTBIQ+, la sociedad ha evolucionado mucho en los últimos años. A pesar de la falta de visibilidad, las personas trans tienen profesiones similares a las personas cis. «De repente entré en COGAM y conocí a gente trans con vidas muy distintas», recuerda Ariel, «Una que trabajaba de policía, otra abogada, personas con trabajos de lo más cotidianos. Y eso no lo ves en la tele. La gente normal no sale en los medios. Lo que yo necesitaba era eso, conocer gente real con experiencias reales».
Ariel desde que entró en COGAM se ha involucrado mucho en la ayuda a otros. Además de ser coordinadora del grupo de personas trans, el pasado 22 de abril, estrenó su podcast «Transtornadas» junto a Sandra Jiménez de Castro. Esta propuesta sonora nace con la intención de ser un refugio para que, tanto las personas trans como cis, puedan informarse sobre los cuidados y la actualidad trans. Del mismo modo, pretenden dar visibilidad a las personas trans de la cotidianidad con trabajos y vidas cotidianas para desmitificar los estereotipos y prejuicios sociales que aún continúan latentes en la sociedad, y de esta manera, ayudar a transformar la conciencia colectiva, y en el camino, ayudar a las personas trans a que se sientan más acompañadas en su proceso vital. Al mismo tiempo, también quieren ayudar a las familias con hijxs trans en su proceso ofreciéndoles información valiosa y acompañamiento.
Por una política de los cuidados
En el escenario internacional actual, marcado tanto por el auge de la ultraderecha como por la proliferación de discursos TERF que llegan a la política de Estado, se vuelve más necesario que nunca alzar un mensaje de esperanza y resistencia. Desde el transfeminismo se articula un mensaje sincero en donde se pone en valor la historia de las personas trans y, lejos de que su reconocimiento como mujeres suponga una invisibilización hacia los testimonios de mujeres cis, invita al consenso y a la reflexión conjunta.
Dice Lind al respecto: «Ahora se están dividiendo cosas que nos debilitan más que ayudarnos. Y me duele mucho porque sufrimos discriminación por el patriarcado y dentro del propio feminismo. El feminismo que yo entiendo es un feminismo de igualdad, de ternura. Y de repente te encuentras con violencia. Es como si te atacaran desde dentro, desde donde creías que encontrarías apoyo».
Reconocerse, nombrarse, y hacer por entender las heridas de los demás es el primer paso para una política de los cuidados en torno a la que las personas – trans y cis, queer y hetero – puedan organizarse. Entender que el patriarcado oprime a todas las personas a través de los constructos de feminidad y masculinidad es el punto de partida mediante el cual podemos empezar a construir un futuro.

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