La búsqueda de un contacto que supera al sexo y la droga
«Y no entiendo a veces por qué estamos, sin jamás poder establecer contactos. Un acercamiento, una señal, un paso al frente. No existen palabras si uno manda lo que siente» canta Fito Páez en su canción «Narciso Y Quasimodo». Y esa necesidad de contacto, esa erótica y telepática capacidad de mezclarse intuitivamente sin necesidad de tramposas palabras, es exactamente lo que busca William Lee, el protagonista de Queer, la novela de William S. Burroughs.
Antes de hablar del libro y de la denodada búsqueda que Lee emprende hacia esa fusión telepática, debemos hablar de la palabra que da nombre al texto. En el momento en el que fue escrito, la palabra queer se utilizaba despectivamente en lengua inglesa para atacar a aquellas personas que parecían raras, sui generis y fuera de la norma, fundamentalmente por su disidencia sexual. Individuos homosexuales, transexuales y con maneras de expresar su género de una manera diversa a la heteronormatividad, tenían que soportar ese insulto que, siguiendo la lógica de los años en los que fue redactado este libro, los traductores han tenido a bien en traducir como «marica».
Si bien, en el contexto específico de esta obra, sí puede ser una traducción correcta, deberíamos aprovechar para comprender por entero este término. En plena epidemia del VIH a finales de los años ochenta, un colectivo neoyorkino llamado Queer Nation comenzará a hacer evolucionar ese insulto para convertirlo en una propuesta y forma de vida de la que estar muy orgulloso. Lo queer plantea concebir los cuerpos y su expresión alejándose de la visión binaria y antagónica (hombre/mujer, hetero/homo, masculino/femenino, activo/pasivo…) para pasar a concebirnos de acuerdo a modos de vida más fluidos y variados que no estén encorsetados en esas normas, que nuestras identidades desborden los discursos que las someten. Comprendido esto, nos centraremos en el libro que, escrito en plena década de los cincuenta, no utiliza el término queer de la manera en la que lo entendemos ahora.
¿Qué busca realmente Lee?
Cabe mencionar, a propósito de esta obra, que la reciente película homónima dirigida por Luca Guadagnino -y cuyo guion se basa en la novela- ha tomado una libertad sin igual y que, de desear comprender la historia original, conviene recurrir al libro. Más allá de eso, William Lee se nos presenta como un hombre norteamericano homosexual fugado a Ciudad de México para escapar de un juicio por el asesinato de su mujer. Junto a un enorme grupo de otros expatriados beneficiarios de las pensiones para veteranos de guerra de los EEUU, la vida de Lee se basa en ser una sucesión de paseos, tequila, conversaciones frívolas, ron con Coca-Cola, encuentros sexuales y brandy del malo.
Tal y como nos lo narra Burroughs -en la que es, como Yonqui, una novela autobiográfica-, Lee está buscando fundamentalmente dos cosas: uno, la libertad y experimentación sexual que no encontraba en su país natal; y, dos, el yagé, una planta empleada para rituales chamánicos y de la que Lee ha leído que es capaz de hacerte alcanzar una capacidad de telepatía y control mental. A esta planta, nosotros solemos conocerla mejor como Ayahuasca. Pues bien, si somos medianamente obtusos al leer Queer, nos parecerá que Lee está buscando mil y una jornadas de sexo desenfrenado y un colocón de magnitudes homéricas, pero no, no es eso.
La aparición de Eugene Allerton, un joven «indiferente como un animal», pero hermoso, ambiguo y profundamente erótico, nos ayudará a comprender que hay una búsqueda mucho más oculta en la mente de Lee. Y ahora volvemos a esos contactos de los que hablábamos al principio, el propio Burroughs nos dice en el prólogo que Lee «hará cualquier cosa para evitar darse cuenta de que en realidad no busca el contacto sexual». Lee trata de convencerse a sí mismo de que es la lujuria y el sexo lo que le llama, que es la dirección hacia la que su ser se abisma irremediablemente, pero, si no es ese, ¿qué contacto estará buscando?
Quizás, lo que Lee esté buscando sea aquello que muy a menudo esconde la voracidad en el apetito sexual: una profunda necesidad de contacto amoroso, de conexión más profunda. Tal vez el protagonista de Queer, desee encontrar ese punto exacto en la geografía de nuestros afectos en el que se halla el abrazo del que hablaba Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, ese Eros, ese «sueño de unión total con el ser amado» que nos recuerda tanto a la «separatidad» de Erich Fromm.

Telepatía erótica
Ya nos decía Sócrates -a través de Platón y de Diótima- que Eros es carencia, es ese daimón (δαίμων) a mitad de camino entre los hombres y los dioses que nos impulsa a poseer lo que no tenemos, a descubrir la belleza y el bien. Esa pulsión tiene mucho que ver con el conocimiento y la sabiduría, puesto que lleva implícita una búsqueda y un afán por fusionarse. Aquí, quedan mucho más claras las verdaderas intenciones de Lee. Ya que, si unimos su curiosa obsesión por Allerton con su segunda obsesión, el yagé, nos damos cuenta de que son ambas una misma cosa.
«En toda relación amorosa o de amistad, Lee intentaba establecer contacto en un nivel no verbal de intuición, un intercambio silencioso de pensamientos y sentimientos».
Lee quiere conseguir la ayahuasca para alcanzar la telepatía y el control mental, quiere superar por completo la barrera de subjetividad que nos separa irremediablemente del resto de los seres humanos, quiere fusionarse con Allerton de una manera mental y espiritual. En esencia, ser uno con él, abandonar la terrible separación. El suyo es un Eros -un deseo- mucho más elevado de lo que podría parecer, puesto que no se conforma con la unión física, con el intrincado juego de engranajes del que se reviste el sexo, no, lo que está exigiendo es una mezcolanza total, espiritual, quiere hacer estallar todo lo que le separa mentalmente del otro, todos los insalvables vacíos.
El propio Burroughs lo explicita: «Qué bonito sería que pudiéramos fundirnos en una gran masa informe». Su viaje acompañado por Allerton a través de Panamá, Quito, Manta, Guayaquil, Salinas, Ambato y Puyo evidencia en Lee la falsedad de nuestra primera hipótesis, puesto que nada tiene que ver con el sexo o la droga, nada tiene que ver con lo físico, sino con un nivel acaso más espiritual y trascendente: «No soy marica -pensó-. Soy incorpóreo». Por eso y pese a sus amplias licencias, es por lo que la adaptación cinematográfica de Guadagnino es tan brillante, porque con su ambigüedad deja completamente clara la facultad superadora de lo corporal que se esconde tras las intenciones de Lee. Al fin y al cabo, William Lee está buscando una telepatía erótica, un complejo estado espiritual que le permita alcanzar, aun por un mísero instante, la sensación de formar parte del otro.
Libros mencionados:
Queer – William S. Burroughs
Fragmentos de un discurso amoroso – Roland Barthes
El arte de amar – Erich Fromm
El banquete – Platón

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