En los brazos del Otro, me comprendo: una Oda a la Vida en común

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«Existir es depender» 

Un mundo común, Marina Garcés  

– Abróchame este botón mamá.

– ¿Qué botón, hija?

– El del cuello, mami. No llego a abrochármelo yo sola. 

No llego sola a hacer todo, no puedo sola conseguir todo lo que quiero. Cuando miro mi cabello sé que un día no me lo supe peinar; cuando leo, sé que un día no llegué a la estantería y alguien cogió aquel libro por mí. Somos cuerpos continuantes, cuerpos de otros cuerpos, palimpsestos y escrituras de otras mentes y otros ojos. Dice Garcés, «Yo no sé decir dónde empieza mi voz y acaba la de otros. No quiero saberlo. Es mi forma de agradecer la presencia en mí de lo que no es mío”. Necesitamos abrazar al alterno para conocernos y sabernos presentes, para acceder a nuestra subjetividad. 

Siempre necesitaremos a alguien que abroche nuestro botón o nos alcance esa novela que ansiamos leer. 

¿Qué hacemos con esa interdependencia, entonces, en un mundo que nos demanda la originalidad y la unicidad? ¿En un mundo que nos llama a ser más individualistas, más tercos y ciegos? Rousseau, ya en los albores del siglo XIX, fue el primero en señalar las dolencias del contacto con otras personas en sociedad. En su obra Confesiones observamos una continua búsqueda de la sinceridad con uno mismo, pero sobre todo, de la autenticidad, de aquello que nos define y nos diferencia: «No soy hecho de ninguno de cuantos he visto […]. Si no valgo más que otro, a lo menos soy distinto». Dentro del proceso de homogeneización del individuo en aras del progreso –nos situamos en la Ilustración–, Rousseau vislumbraba un poso siniestro que pretendía despojar a la persona de su originalidad. De hecho, este es el génesis de la posterior alienación de Marx, en la que el otro, con su mirada, cosifica al individuo y lo aparta de su condición originaria. Por tanto, las «cadenas de la opinión» deben romperse, deben desaparecer para que se cumpla el fin de todo ser sensible: ser feliz. 

Y hay muchos otros que hablan de la intromisión del Otro en nuestro espacio. Erving Goffman, sociólogo estadounidense, señala que la sociedad nos anima a interpretar un papel y ocupar un espacio en el mundo. Necesitamos, según él, cumplir con un rol, formar parte de la gran obra del universo. No obstante, otorga un carácter ambivalente al sujeto, en tanto que es afectado, pero también afecta al resto. Es imposible pretender vivir sin ser atravesado por los demás en todo momento y en toda situación; de hecho, en ocasiones, parece que la mirada externa es amenazante, vigila sin cesar. El Otro es un panóptico. Yo soy un panóptico.

Siguiendo en la retórica actoral, por tanto, ¿qué papel albergamos en la vida de los otros? ¿Y qué trascendencia posee el otro en mi vida? Jean-Paul Sartre, en su obra El Ser y la Nada, discurre sobre el concepto de ser y el papel del prójimo en el trayecto vital de cualquier criatura. Para ello, vuelve sobre Hegel y su concepción del Otro en cuanto a la formación de la conciencia humana: es preciso el extrañamiento de sí para acceder a un conocimiento de uno mismo. Por tanto, el prójimo no es solo esencial para tener consciencia del mundo y de nuestro cuerpo, sino para la existencia misma de la conciencia de sí, de la individualidad. El prójimo, entonces, se erige como el espejo sobre el que el individuo se observa y se reconoce. Para Hegel, este es un paso esencial pues, el camino de la interioridad pasa por el resto, «el ser para el otro, en el que el otro es objeto y yo me capto como objeto en el otro». 

Asimismo, Sartre, otorga un relevancia crucial a la mirada, a los ojos que nos miran, puesto que percibirla, significa ser mirado: «La mirada es ante todo un intermediario que remite de mí a mí mismo», es decir, es un mecanismo de continua remisión, de continuo eco y conciencia individual. El ojo del prójimo despliega la vergüenza y el orgullo, pero solo de esta forma experimentamos nuestra existencia, nuestro ego y reconocemos que somos objetos que otros miran y juzgan. Por tanto, podríamos aludir aquí a Descartes, pues no pienso, luego existo, sino que soy mirado, luego existo. Nos convertimos así en seres constantemente vigilados, pero que también vigilan y definen un mundo, que es observado a su vez. Mencionando nuevamente a Hegel, señala: «Esta conciencia no puede producirse sino en y por la existencia del otro […] Solo que esta “otra” conciencia y esta “otra” libertad nunca me son “dadas”, ya que si lo fueran, serían conocidas, y por lo tanto, objetos, y yo dejaría de ser objeto». La mirada del prójimo es indispensable para el autorreconocimiento: Yo no soy Yo; no soy, sin los demás. 

Heidegger, en su constitución ontológica de la existencia humana, habla de una condición sine qua non, creando el término ser-en-el-mundo. El mundo, el universo forma parte misma del ser en su experiencia humana; no hay ser sin mundo, no hay ser sin lo que lo rodea. De ahí el empleo de guiones entre las palabras, que parecen continuar el significado de una a otra, como si fuera un río o una consecuencia inexorable. Ese ser-en del ente, para el filósofo, no se despliega en verbos que indiquen un lugar –como una casa puede situarse en el campo–, sino que se muestra en tres fenómenos existenciales: el encontrarse (Befindlichkeit), el comprender (Verstehen) y el habla (Rede). Todos, elementos que nos circunscriben al Otro, por el que estamos afectados, por el que nos encontramos, comprendemos y hablamos. Todos somos seres inacabados y finitos, que pueden ser perjudicados, pero también amados; en tanto que todos compartimos la misma naturaleza y nos enfrentamos a la misma irracionalidad de la existencia.

De hecho, Garcés va más allá que Sartre, pues no solo es en el otro en el que nos reconocemos, sino que la vida no puede ser si no es en común: cuerpos individuales que se imbrican y se continúan, de manera que es imposible no habitar dos cuerpos a la vez,: «El ser humano es algo más que un ser social, su condición es relacional en un sentido que va mucho más allá de lo circunstancial: el ser humano no puede decir yo sin que resuene, al mismo tiempo, un nosotros». Es en esa primera persona del plural en la que nos encontramos y nos conocemos, no solo como individuos dotados de autonomía, sino también como especie humana.

En definitiva, es fundamental que otro observe, para que uno pueda pensarse a sí mismo y palparse como conciencia única y separada del resto. En esa autenticidad que Rousseau propugna, esa personalidad diferente que busca, ¿acaso no remite continuamente al otro, con el que se compara? De hecho, con ello verifica que el ser humano no es solitario ni taciturno, sino que la actuación del prójimo puede incluso alterar la personalidad del individuo. No obstante, también es en esa relación, donde puede reflejarse, aprender, reconocerse y saberse querido. No solo es indispensable mirar y sentirse mirado, sino abrazarse en el prójimo y conocerse en él.

«Vivir es un problema común», Marina Garcés

BIBLIOGRAFÍA

Garcés, M. (2013) Un mundo común : Edicions Bellaterra 

García, R. (2021) Rousseau y la sociedad como sentir colectivo. Ciencia Política, 16(32), 23-44 Dialnet-RousseauYLaSociedadComoSentirColectivo-8361055.pdf. p.31

Goffman, E. (1971). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu

Laín Entralgo, P. (1961). Teoría y realidad del otro. Vol. 1: El otro como otro yo. Nosotros, tú y yo.

Rousseau (1993) Confesiones. Planeta:Barcelona

Sartre, J.P. (1993) El ser y la nada. : Altaya

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