A propósito de ‘Tardes de soledad’, de Albert Serra
Pedro Cepedal
El rostro del toro ocupa el espacio del plano. La testuz prominente, velluda. Los ojos reflejan la luz de la cámara. Es de noche. Los morros escupen, enseñan las encías rojas. Bufa. El plano se abre, aparece el cuerpo negro. Se revuelve, bufa otra vez. Da testaradas alrededor de una encina. Los cuernos blancos son vestigios de su atavismo. Es el monstruo fundacional, imagen de la fuerza divina que dio forma al mundo. No brama, aún no ha visto a su enemigo. Al que viene a suplantarlo.
Teseo enrolla el hilo en su torso expuesto. Se encomienda a Atenea para realizar su misión. Andrés Roca Rey1 se cuelga el rosario en torno al cuello, se persigna ante la imagen de la Virgen. El mozo de espadas le ayuda a colocarse el traje de luces. No lucha desnudo como el héroe. No lo es. Para enfrentar al monstruo, antes necesita transformarse en el héroe, investirse en la fuerza mediante la ceremonia del vestido. El traje elegido es negro y rojo. En el trayecto a la plaza, los miembros de la cuadrilla hablan, el torero apenas responde. La cámara del coche revela en su rostro que ya se encuentra en el laberinto, muy adentro. Desahuciado.
Ahora en el plano hay arena. Sólo arena. Por la izquierda asoman los cuernos, la testa, las fauces. El toro aguarda. El héroe debe ir al encuentro del monstruo, dice Calasso2. El monstruo custodia un tesoro, un don que el héroe pretende para sí, que necesita para asentar su propia existencia. Pero el toro no está vigilando la encina. Ya no es permisible que campe a voluntad. Ha sido extraído, conducido hasta esa arena que le es extraña. Esto supone la primera fricción con la originalidad del conflicto, el primer desconchado de la repetición. El sentido del monstruo es distorsionado, su fuerza aún no. A la cabeza oscura le sigue el enorme cuerpo blanco salpicado de manchas, la culpa de Minos en la piel del toro que preñó a Pasífae.
La bestia manchada sangra. Las banderillas caen de su joroba, partidos los aguijones. El torero jadea, alinea el estoque. El toro desafía, escarba, acomete. La espada queda clavada pero el animal no cae. El monstruo no cede su poder, se opone a morir. Una voz habla en la mente del diestro. Es el público, sin rostro en la cinta, reducido a un eco que demanda, que castiga y no reconoce. El torero pide otra espada y remata sin piedad. La voz es complacida momentáneamente. El héroe se baña en la sangre del monstruo para imbuirse de él, lo desmiembra y se cuelga los despojos. Alza las dos orejas en señal de colofón. Ha completado el ritual. El hombre se ha transformado en héroe y después en monstruo. El eco exige un nuevo sacrificio.
La película avanza. Nueva arena, nuevo toro. Negro, sangrante, agotado. El torero lo reta, lo invoca. Esconde el puñal en el capote. Exhibe la cintura ante los pitones, decora el triunfo. El toro acude manso, da un derrote y engancha al diestro. Lo revuelca en el polvo, intenta matarlo, siempre lo intenta. El monstruo es asesino pero no se deleita, no es su privilegio. La cuadrilla interviene, distrae a la bestia, levanta al hombre asustado que sangra. En ese instante, la fricción entre el mito y el rito es tan intensa que el simulacro se desvanece y, con ello, se hace visible en su imperfección. La voz enmudece de pánico. La muerte del torero corta el nudo del origen, destruye la liturgia. Tampoco es permisible. El hombre señala la herida abierta en su muslo, el traje rasgado, cicatriz del simulacro. Recoge el arma y atraviesa al animal. Con furia, con venganza. El monstruo cae de lado, estertóreo, rojo. Brama y muere. Los ojos permanecen vivos mientras es arrastrado fuera del ruedo. La voz se alza. Sin júbilo, con alivio correligionario, indiferente a las voces que no la profesan. Roca Rey abandona el plano por una puerta. Sin arte. Con gloria. El héroe que vence a un león conquista Oriente. El que mata a un toro refunda Europa.
Bibliografía
1.- Torero protagonista de Tardes de Soledad, el documental dirigido por Albert Serra ganador de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián
2.- CALASSO, R. Las bodas de Cadmo y Harmonía (Anagrama, ed. 2019), pp. 314 y ss.

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