El imperio de la noche

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Tamia Olga Cáceres Palma

La noche me dobla el llanto […] y más feliz encuentro la mañana.
Petrarca

La noche no es lugar para el engaño; es razonable que Petrarca se sintiera incómodo. La noche, en su soledad característica, saca a la luz un reguero de anhelos inconfesables. Para un mundo lineal y teleológico como la Italia del Renacimiento o la Europa ilustrada, lo incoherente, lo caótico o pasional era similar al infierno. El Imperio de la Noche es Baudelaire, pero también Goya, Kierkegaard o Shelley. El lugar de los que aceptan -o reconocen-  su propia contradicción. «¡Hipócrita lector/mi amigo/mi hermano!». Así comienza Baudelaire sus Flores del mal, como si le hablara a todo una generación devota del progreso. En Himnos a la Noche, Novalis sentencia el fin de una era y el comienzo de otra: «Los días de la Luz están contados; pero fuera del tiempo y del espacio está el Imperio de la Noche»; el poeta francés hará tangible dicho cambio, arrasando con lo ideal para dejarse guiar por lo oculto y lo enfermo.

1. El Imperio de la Luz

La Ilustración o siglo de las luces, (Siècle des Lumières) implicó una vuelta al clasicismo renacentista. Los poetas occidentales previos al movimiento romántico fueron lógicos herederos de Dante y Petrarca. La mujer ideal descrita por la poesía del Dolce stil nuovo augurará las características de la poesía europea posterior: imagen como huella que queda grabada en el amante; elevación de esa huella o recuerdo a idea de orden superior; por último, la externalización de esa idea como obra de arte:

Los ojos que cantara ardientemente,
y los brazos las manos, pies y rostro,
que tanto me apartaron de mí mismo,
volviéndome distinto de los otros

El rizado cabello de oro puro,
y el fulgor de su angélica sonrisa,
que volvían la tierra un paraíso,
apenas polvo son que nada siente.

Y vivo, sin embargo, aunque me indigno,
y sin la luz amada permanezco
en tormenta y en leño desarmado.

Termine, pues, aquí de amor mi canto;
la vena del ingenio ya está seca,
y mi cítara en llanto convertida.

Petrarca – Cancionero, CCXCII

En este poema, Petrarca retrata el amor como una enfermedad que lo aleja de sí mismo, motivo recurrente en la poesía moderna europea. La obsesión por el autodominio será el valor ilustrado por excelencia: «ser mayor de edad sin necesidad de tutores», como expondría Kant. Al ligar la idea de libertad a la de autonomía, los pensadores ilustrados desdeñaron cualquier tipo de pasión excesiva. Se dejó de percibir a la mujer como donna angelicata, ángel que salva aunque martirice, y pasó a ser símbolo de lo incontrolable y lo prohibido: el fin de la razón. Es comprensible que en este contexto apareciera Sofía o de la mujer, donde Rousseau especifica cómo debía ser la educación femenina ideal. A través del control del descontrol femenino se podría evitar la pasión desenfrenada de los hombres. 

Durante el siglo XVIII en adelante, una creencia sacra en la razón haría que el hombre se creyese sobrehumano, capaz de controlar de un modo utilitario sus propias emociones. Frustrándose al ver sus ilusiones de control truncadas,  tuvo que aceptar en el XIX que los dogmas de la razón traían los mismos males que los de la fe. Si comparamos dos poemas varios siglos de diferencia, de Petrarca (XIV) y Jovellanos (XVIII) vemos como prácticamente los motivos no cambian:

…Pero ahora bien sé que tiempo anduve
en boca de la gente, y a menudo
entre mí de mí mismo me avergüenzo.

De mi delirio la vergüenza es fruto
y el que yo me arrepienta y claro vea
que cuanto agrada al mundo es breve sueño…

Petrarca – Cancionero III

Sentir de una pasión viva y ardiente 
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;

amar a quien no ama, a quien no siente,  
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;

luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;  
morir, en fin, de angustia y de tormento,

víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, cruel, que esté contento?

Jovellanos – Soneto I

2. El imperio de la Noche

Los movimientos culturales del siglo XIX, en dialéctica con los del XVIII, optaron por  enaltecer el sentimiento. No obstante, la aparente ruptura de un siglo a otro es ficticia, ya que la supremacía de la razón seguía extendiéndose sin perder fuerza.  Lo que sí podemos afirmar es que los autores románticos cuestionaron y ampliaron aquello digno de ser retratado.

Baudelaire, en su poema Musa venal no escribe desde la memoria idealizante petrarquista; describe lo que ve. No idolatra. No es la amada quien lo condena, porque ella es la condenada:

Tú que amas los palacios, oh musa de mi vida,
¿Tendrás, cuando el Bóreas, sea el dueño de enero,
Mientras cae la nieve en tediosas veladas,
Para caldear tus pies violáceos, un tizón?

¿Reanimarás acaso tus espaldas marmóreas
En los nocturnos rayos que filtran los postigos?
¿Socorrerás tu bolsa y tu garganta exangües
Con el oro que esplende en la bóveda azul?

Debes, para ganar tu pan de cada noche,
Agitar como niño de coro el incensario
Y salmodiar Te Deums en los que apenas crees,
Reiterando tus gracias, como hambriento payaso
Y tu risa velada por lágrimas secretas,
Para ver cómo estalla la vulgar carcajada.

Baudelaire – La musa venal

Baudelaire elimina la omnipotencia de la musa, pero también la potencia de las otras mujeres, llegando a afirmar que «la mujer tiene hambre y quiere comer. Tiene sed y quiere beber. Está en celo y quiere que la follen. ¡Vaya mérito! La mujer es natural, es decir, abominable…» Tanto Petrarca como Baudelaire, hicieron lo mismo, temer lo natural e incontrolable y darle un rostro femenino. La ruptura estética del XIX, aunque en apariencia supusiera el descubrimiento de los bajos fondos, no implicó un cambio radical, porque nada rompe del todo con lo anterior ni crea nada nuevo. Todo lo moderno pasará a ser considerado antiguo, porque lo sucederá otra modernidad.  El imperio de la Noche puso de manifiesto la cara desfigurada de una Europa que necesitaba aceptar su hipocresía. Baudelaire supo ver la sombra de la perfección petrarquista y su vulgar carcajada, pero siguió riéndose de su musa venal.

Bibliografía

  • Baudelaire, C. (2008). El pintor de la vida moderna: Alianza.
  • Baudelaire, C. (1982). Las Flores del mal. Madrid: Origen.
  • Burckhardt, J. (1971). La cultura del Renacimiento en Italia. Barcelona: Iberia.
  • García, Á. G., Serraller, F. C., & Fiz, S. M. (1999). Escritos de arte de vanguardia, 1900/1945 (Vol. 147). Ediciones Akal.
  • Gombrich, E. H. (1999). Historia del arte. México: Diana.
  • Novalis. (1982). Himnos a la noche/Enrique de Ofterdingen. Barcelona: Origen.
  • Vilar, M. ( 2008). “Concepciones de la imagen de la amada en el Cancionero de Petrarca. Primera Jornada de Lengua y Literatura «Estudios Teóricos e investigaciones en el Campo de las Ciencias del Lenguaje y la Literatura. Buenos Aires: Universidad Nacional de la Matanza. 

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