«In Verrem»: la faceta más sarcástica de Cicerón

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In Verrem (literalmente «contra Verres»), llamado comúnmente «Verrinas», es uno de los célebres discursos judiciales de Cicerón pronunciados en el año 70 a. C. en el marco del proceso contra Gayo Verres, exgobernador de Sicilia acusado de corrupción, abuso de poder y saqueo sistemático de la fecunda provincia.

En los párrafos seleccionados de [26] a [30], el orador describe con gran ironía y vehemencia el estilo de vida disoluto y negligente del pretor en Sicilia, entregado enteramente al ocio, la lujuria y el abuso de poder. Se enfatiza la falta a sus deberes administrativos y su inclinación por la extravagancia, evidenciando su comportamiento afeminado y corrupto, algo que en la mentalidad romana era un grave motivo de desprestigio.

Este pasaje es un claro ejemplo de la maestría retórica de Cicerón, quien no solo presenta pruebas contra Verres, sino que también construye una imagen caricaturesca y repulsiva del acusado para provocar la indignación del tribunal y del público. Su discurso no solo tiene como objetivo la condena del pretor corrupto, sino también reforzar los ideales republicanos frente a la decadencia moral de ciertos magistrados romanos. Sin más, les dejo con la traducción, seguida del texto original latino, no sin antes expresar mi profundo agradecimiento a mi estimado profesor, David Lucas Cuesta:

[26] Había elegido la ciudad de Siracusa, cuya localización y naturaleza de lugar y clima se dice que son tales que nunca haya habido día alguno con una tormenta tan grande e inclemente que en algún momento de ese día no vieran los hombres el sol. Aquí vivía ese buen general los meses de invierno, de tal modo que no sería fácil que alguien lo viera no sólo fuera de la casa, sino incluso fuera de la cama; así la brevedad del día era ocupada con banquetes y la extensión de la noche con lujuria y escándalos. 

[27] En cambio, cuando empezaba a ser primavera —cuyo inicio no notaba por el viento Favonio ni por las estrellas, sino que cuando había visto una rosa pensaba que entonces comenzaba la primavera— se daba al trabajo y a las marchas, en las que se mostraba resistente y diligente, a tal punto que nunca nadie lo vio sentado sobre un caballo. Pues, como fue costumbre de los reyes de Bitinia, era llevado en una litera por ocho en la que había un resplandeciente cojín relleno de rosas de Malta; el mismo llevaba una corona en la cabeza y otra en el cuello, y se llevaba a la nariz una redecilla de finísimo lino, de densa malla, llena de rosas. Terminada así la ruta, cuando había llegado a alguna ciudad era llevado en la litera directamente hasta su dormitorio. Allí venían los magistrados de los sicilianos, venían caballeros de Roma, lo que oísteis de muchos bajo juramento: le llevaban los litigios en secreto y poco después sus decisiones eran expuestas públicamente. Después, cuando había administrado justicia durante poco tiempo en su dormitorio, por dinero y no por justicia, consideraba que el tiempo restante se lo debía ya a Venus y a Baco.

[28] En este punto, me parece que no debe ser obviada la egregia y singular diligencia del brillante general. Pues sabed que no hay en Sicilia ciudad alguna de entre esas ciudades en que los pretores suelen detenerse y celebrar asamblea, en que no le hubiese sido elegida a ese una mujer de alguna familia no innoble para su placer. De este modo, algunas de ese grupo eran llevadas a los banquetes en público; si estas eran más castas, llegaban en el momento crítico, y evitaban la luz y la concurrencia. Los banquetes, por otra parte, no tenían lugar bajo el silencio de los generales y pretores del pueblo romano, ni con la templanza que suele haber en los banquetes de los magistrados, sino con la máxima algazara y escándalo; a veces incluso la cosa llegaba a la lucha y las manos. En efecto, ese pretor severo y diligente, que verdaderamente nunca había observado las leyes del pueblo romano, obedecía con menudencia aquellas leyes que se aplicaban en las copas. De suerte que los finales eran de tal modo que uno era sacado en brazos del banquete como de una batalla, otro era abandonado como un muerto y la mayoría yacía como desparramada sin cabeza y sin sentido alguno, de modo que cualquiera que lo hubiera visto no pensaría que viese un banquete de un pretor, sino la batalla de Cannas de la veleidad.

[29] Pero cuando empezaba el verano más intenso, estación que todos los pretores de Sicilia siempre han acostumbrado a dedicar a los viajes porque entonces consideran que la provincia debe ser visitada especialmente, cuando el grano está en las eras, porque las familias se reúnen, la dimensión del conjunto de esclavos se ve, el trabajo de la hacienda es especialmente patente, la abundancia de trigo se manifiesta y la estación del año no lo impide: entonces, digo, cuando el resto de pretores va de un lado a otro, ese general de un insólito linaje se hacía para sí un campamento estable en el más bello lugar de Siracusa.

[30] Pues en la propia entrada y boca del puerto, donde por primera vez desde alta mar la bahía se dobla hacia la ciudad por la costa, disponía tiendas levantadas con telas de lino. Aquí venía desde aquella casa pretorial que fue del rey Hierón de forma que nadie podía verlo en aquellos días fuera de aquel lugar. Además el acceso al propio lugar no se lo daba a nadie, a no ser a aquel que pudiera ser compañero o suministrador de placer. Hasta aquí venían todas las mujeres con las que ese había tenido trato, de las que ha habido una increíble cantidad en Siracusa; hasta aquí venían los hombres dignos de la amistad de ese, dignos de aquella vida y de aquellos banquetes. Entre hombres y mujeres de este tipo estaba su hijo que no era un niño, de tal manera que aunque su naturaleza lo apartara de parecerse a su padre, sin embargo la costumbre y el hábito lo obligaban a ser parecido a él.

«La siesta o Escena pompeyana» de Lawrence Alma-Tadema (1868)
(Museo Nacional del Prado)

[26] Vrbem Syracusas elegerat, cuius hic situs atque haec natura esse loci caelique dicitur ut nullus umquam dies tam magna ac turbulenta tempestate fuerit quin aliquo tempore eius diei solem homines uiderint. Hic ita uiuebat iste bonus imperator hibernis mensibus ut eum non facile non modo extra tectum, sed ne extra lectum quidem quisquam uiderit; ita diei breuitas conuiuiis, noctis longitudo stupris et flagitiis continebatur.

[27] Cum autem uer esse coeperat —cuius initium iste non a Fauonio neque ab astro notabat, sed cum rosam uiderat tum incipere uer arbitrabatur— dabat se labori atque itineribus; in quibus eo usque se praebebat patientem atque impigrum ut eum nemo umquam in equo sedentem uiderit. Nam, ut mos fuit Bithyniae regibus, lectica octaphoro ferebatur, in qua puluinus erat perlucidus Melitensis rosa fartus; ipse autem coronam habebat unam in capite, alteram in collo, reticulumque ad nares sibi admouebat tenuissimo lino, minutis maculis, plenum rosae. Sic confecto itinere cum ad aliquod oppidum uenerat, eadem lectica usque in cubiculum deferebatur. Eo ueniebant Siculorum magistratus, ueniebant equites Romani, id quod ex iuratis audistis: controuersiae secreto deferebantur; paulo post palam decreta auferebantur. Deinde ubi paulisper in cubiculo, pretio non aequitate, iura discripserat, Veneri iam et Libero reliquum tempus deberi arbitrabatur.

[28] Quo loco non mihi praetermittenda uidetur praeclari imperatoris egregia ac singularis diligentia. Nam scitote oppidum esse in Sicilia nullum ex iis oppidis in quibus consistere praetores et conuentum agere soleant, quo in oppido non isti ex aliqua familia non ignobili delecta ad libidinem mulier esset. Itaque nonnullae ex eo numero in conuiuium adhibebantur palam; si quae castiores erant, ad tempus ueniebant, lucem conuentumque uitabant. Erant autem conuiuia non illo silentio populi Romani praetorum atque imperatorum, neque eo pudore qui in magistratuum conuiuiis uersari soleat, sed cum maximo clamore atque conuicio; nonnumquam etiam res ad pugnam atque ad manus uocabatur. Iste enim praetor seuerus ac diligens, qui populi Romani legibus numquam paruisset, illis legibus quae in poculis ponebantur diligenter obtemperabat. Itaque erant exitus eiusmodi ut alius inter manus e conuiuio tamquam e proelio auferretur, alius tamquam occisus relinqueretur, plerique ut fusi sine mente ac sine ullo sensu iacerent, ut quiuis, cum aspexisset, non se praetoris conuiuium, sed Cannensem pugnam nequitiae uidere arbitraretur.

[29] Cum uero aestas summa esse coeperat, quod tempus omnes Siciliae semper praetores in itineribus consumere consuerunt, propterea quod tum putant obeundam esse maxime prouinciam, cum in areis frumenta sunt, quod et familiae congregantur et magnitudo seruiti perspicitur et labor operis maxime offendit, frumenti copia commonet, tempus anni non impedit: tum, inquam, cum concursant ceteri praetores, iste nouo quodam genere imperator pulcherrimo Syracusarum loco statiua sibi castra faciebat. 

[30] Nam in ipso aditu atque ore portus, ubi primum ex alto sinus ab litore ad urbem inflectitur, tabernacula carbaseis intenta uelis conlocabat. Huc ex illa domo praetoria, quae regis Hieronis fuit, sic emigrabat ut eum per illos dies nemo extra illum locum uidere posset. In eum autem ipsum locum aditus erat nemini, nisi qui aut socius aut minister libidinis esse posset. Huc omnes mulieres quibuscum iste consuerat conueniebant, quarum incredibile est quanta multitudo fuerit Syracusis; huc homines digni istius amicitia, digni uita illa conuiuiisque ueniebant. Inter eiusmodi uiros et mulieres adulta aetate filius uersabatur, ut eum, etiamsi natura a parentis similitudine abriperet, consuetudo tamen ac disciplina patris similem esse cogeret.

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