La línea entre la expresión artística y la romantización
En más de una ocasión, escuchando algún discurso o intervención de políticos o personajes públicos, ha resonado en mi cabeza una expresión particular que se utiliza al emplear la táctica clásica de “negar la mayor” ante una disputa de carácter social. Quien interviene dice, la mayoría de veces con mucha altivez: “Estamos en contra de toda violencia ”. Y parece que con esa frase sentencia el debate anterior. Se cierra la puerta a la disensión, fin de toda réplica. Con esa frase pegadiza, tan cobarde como estéril, vacía de auténtico contenido, se ha llegado a un punto muerto para quienes buscaban ir más allá de la mera observación y condena de ciertos actos, para quienes buscaban cambiarlo.
En contra de toda violencia. Toda, ni más ni menos. Convendría preguntar si en esa totalidad incluyen la violencia ejercida por aquellos que pretenden defenderse de una agresión previa, si hablan de la violencia estatal, de la violencia mecánica y estructural que posibilita, día tras día, el funcionamiento del mundo tal y como lo conocemos, como la producción y comercialización global y barata de mercancías o la explotación incansable de las tierras de cultivo. Seguramente manejan una definición distinta de violencia.
De esta clase de expresiones puede extraerse la concepción de la violencia como una mera disrupción del statu quo. La violencia es un acto cruento, descarnado, fácilmente identificable, ni repetitivo ni nebulosamente definido, sino universalmente repudiado. La violencia brota como una mala hierba en un campo de amapolas, y quienes la ejercen no son solo proscritos, sino, en algunos casos, directamente infrahumanos. La violencia no puede formar parte del funcionamiento normal de una sociedad, porque según esta línea de pensamiento, choca frontalmente contra los valores que la constituyen.
Esta idea se viene abajo con el más mínimo escrutinio. Es imposible decir que se aborrece la violencia como concepto general si la organización social que se defiende está precisamente apuntalada mediante el empleo de la violencia. Alterar la propia definición del término es el primer paso para cualquiera que pretenda pasar por alto la razón de ser de los actos violentos, para diluirlos todos en una única argamasa al servicio de su propio discurso. Es relativamente sencillo señalar aquellos actos tan descaradamente crueles que asombran al público general con su depravación, pero ¿qué hay de los que están tan naturalizados que ni siquiera se perciben como violentos, o se han percibido como tal muy recientemente? ¿Qué hay de la violencia doméstica, física o psicológica, tan opaca que en ocasiones llega a ser letal sin que nadie del entorno se percate antes de que sea demasiado tarde?
Me pregunto qué piensan todos esos que están en contra de todas las violencias de la brutalidad que conduce a miles de personas a tener que dormir noche tras noche sobre la acera. Me pregunto si conocen siquiera una parte de la brutalidad que ha visto un adolescente que teme volver a su casa por las tardes. Me pregunto si alguna vez han hablado con alguien que no sea y piense exactamente igual que ellos.
Los niños viven ultraviolencia sin dinero en la tarjeta
Beben ultravioleta sin receta
Infrarrojo/Ultravioleta. Hoke

Génesis: la violencia y el género
La escritora, antropóloga y activista argentina Rita Laura Segato (Buenos Aires, 1951), mundialmente reconocida por sus investigaciones que abordan las cuestiones de género en los pueblos aborígenes y las sociedades latinoamericanas, concretamente la violencia de género y las relaciones entre el género, el racismo y el colonialismo, elabora una tesis propia respecto al germen de la violencia. En su colección de ensayos Las estructuras elementales de la violencia (2003), define la violencia como un fenómeno que emana de dos ejes interconectados: el eje horizontal estaría formado por sujetos vinculados por relaciones de alianza o competición, es decir, por quienes se consideran iguales entre sí y buscan empujar a sus pares hacia la alteridad; mientras que el eje vertical estaría caracterizado por vínculos de entrega o expropiación, es decir, se trataría de un eje formado por varios estratos.
Así, estaríamos ante dos organizaciones muy distintas, en la que una de ellas rige las relaciones entre categorías sociales que se clasifican como semejantes, mientras que la otra ordena esas relaciones sociales en función de una serie de marcadores o categorías como pueden ser el género o la etnia, señas clasificatorias que son, además, construidas pero indelebles, como argumenta Segato. No puedes escapar de ellas. Estas dos coordenadas son en realidad economías simbólicas articuladas en un único sistema, ya que en ambas existe un régimen de disputa, pero en el eje horizontal es una competición entre iguales, mientras que el eje vertical fuerza la estratificación de sus miembros y su reclusión en categorías como el género.
De improviso, un acto violento sin sentido atraviesa a un sujeto y sale a la superficie de la vida social como revelación de una latencia, una tensión que late en el sustrato de la ordenación jerárquica de la sociedad.
Rita Segato
El acto violento, según Segato, revela una latencia en la organización social, es decir, supone una perturbación de la normalidad que en realidad simplemente revela algo que ya estaba inscrito en ella. A lo largo de su carrera académica, la autora ha desarrollado que las relaciones de género son un campo de poder, y que los crímenes de corte sexual no son tales, sino que se debería hablar de crímenes de dominación, poder o punición, ya que todos ellos tienen como fin último el sometimiento o el castigo, no la expresión de deseo sexual.
Por tanto, las relaciones de género están mediadas y determinadas por esta organización jerarquizada de la sociedad, de manera que las normas sociales y los discursos normativos están atravesados por la naturalización de esta misma organización. Al igual que las clases sociales, es algo inmutable, una división clara del género humano en masculino y femenino que da a cada uno una serie de mandatos que se propugnan como imperativos biológicos, pero son simplemente sociales, producto de esta misma organización. Es por ello por lo que el abuso doméstico y la violencia de género son problemas aparentemente irresolubles: no son necesariamente ajenos a los discursos tradicionales sobre la pareja o la institución de la familia. Al contrario, muchas veces derivan de ellos.
A partir del momento en el que se entiende la violencia societaria a partir de este cruce de ejes simbólico, deben repensarse las soluciones y las políticas de pacificación, que, como defiende Segato, deben estar dirigidas hacia la esfera de la intimidad. Se debe mirar hacia lo personal, hacia esa intimidad absolutamente opaca, hacia lo que ocurre cuando se cierra la puerta de casa.
Quien maltrata o abusa de alguien, la mayoría de veces, con buen criterio, busca aislarle de su entorno, convencerle del maravilloso secreto que son las venenosas dinámicas de su relación. Una persona socialmente condicionada para aceptar un determinado trato y después aislada y convencida de que es correcto, no, es más, es cariñoso, es muy fácil de manipular. Muy fácil de dañar.
Algunas de las que han sido víctimas de ello han podido expresar la agonía de ese silencio a través del arte.
La violencia en el arte
Strange how we decorate pain.
Es extraño cómo decoramos el dolor.
Margaret Atwood
La cantante indie Lana del Rey (cuyo nombre real es Elizabeth Grant, nacida en Nueva York en 1985) tituló su segundo álbum de estudio Ultraviolence (2014), un trabajo visualmente cinematográfico y oscuro en el que aborda temas como sus adicciones, el amor, la fama y el abuso. Uno de los cuatro sencillos que precedieron su lanzamiento fue la canción homónima Ultraviolence, en la que, con una voz sombría y suave, habla de una relación violenta y dependiente, cuya dinámica logra resumir en una sola frase:
Jim told me that
He hit me and it felt like a kiss
Jim me lo dijo
Me pegó y lo sentí como un beso
Esa frase, tan chocante como sincera, es en realidad mucho más antigua que la canción de Lana. He Hit Me (And It Felt Like a Kiss) es una canción escrita por Gerry Goffin y Carole King para el grupo The Crystals en 1962. Goffin y King escribieron esta canción inspirados por su niñera, la cantante “Little Eva” Boyd, quien, descubrieron, era físicamente maltratada por su novio con regularidad. Tras preguntarle por qué toleraba que la tratara así, Eva respondió que su novio lo hacía porque la quería. Ambos quedaron horrorizados, pero más bien simplemente sorprendidos por la sencillez de su respuesta. La canción fue objeto de protestas por su aparente justificación del abuso y no tuvo gran éxito, al contrario que las de Lana.

Con el paso de los años se ha abierto un debate respecto a algunas canciones de Lana del Rey, con detractores defendiendo que contribuyen al proceso de normalización de la violencia de género, enviando mensajes confusos especialmente para sus oyentes más jóvenes con el retrato romantizado que la artista presenta de sus relaciones y las drogas, todo ello espolvoreado de nostalgia hollywoodiense y sugerencias sexuales. Este argumento señala especialmente la edad del “público objetivo” de Lana del Rey, que, aunque no es ni mucho menos homogéneo, es cierto que en él predominan las mujeres y chicas jóvenes. Son chicas que pueden cantar estas canciones y ver sus lúgubres videoclips con deseo, casi añoranza: deseando un amor apasionado o un desamor desgarrador, deseando vestir su ropa y tener su mirada, en definitiva, deseando ser ella.
Y no es una conclusión descabellada. Durante los años de mayor éxito de su música, sus letras, sus vídeos y su estilo se fundieron con otros productos culturales del momento para dar lugar a una estética “Lana del Rey”, caracterizada por la hiper feminidad, la melancolía y la sexualización. Redes sociales como Tumblr se convirtieron en un hervidero de imágenes y vídeos catalogados como “propios de Lana del Rey”, es decir, asociados de cualquier manera a los temas que ella ha tratado en sus canciones. Pero esa asociación o identificación tan íntima con la música de un artista, algo que le sucede a cualquier oyente, si queda en manos de quien todavía apenas comprende de lo que está hablando, deriva muy rápido en lo que las críticas argumentaban: glorificación. De pronto, no se podía saber si esa estética o expresión actuaba como un reflejo o como un anhelo.
La contraparte de esa crítica viene del sincero deseo de un artista de expresar lo que ha sentido. En esa letra y en otras tantas, podría decirse que la cantante se limita a narrar cómo su visión de los actos de su pareja estaba tan completamente manipulada que podía concebir una agresión como algo positivo. Podía equiparar una agresión a un beso. Sin pretender ni la más mínima justificación de los actos de su agresor, una víctima podría decir: “Esto era cómo me sentía. Pero esto no era la realidad”. Experimentar esa dinámica es profundamente desestabilizador, y volver a tener una concepción sana y normal de las relaciones no es tarea fácil. Pasa por borrar todo lo que se ha conocido.
En una entrevista de 2017, tras la publicación de su cuarto álbum, Lust for Life, Lana del Rey responde así a una pregunta de su entrevistador, quien le dice que, tras haber logrado alcanzar la estabilidad y la felicidad, le gustaría saber qué opina de esa frase de la letra de su canción Ultraviolence :
I don’t like it. I don’t. I don’t sing it. I sing “Ultraviolence” but I don’t sing that line anymore. Having someone be aggressive in a relationship was the only relationship I knew. I’m not going to say that that [lyric] was 100 percent true, but I do feel comfortable saying what I was used to was a difficult, tumultuous relationship, and it wasn’t because of me (…) I would just say I am different. And even being a little bit different makes me not want to sing that line. To me, it just was what it was. Ideal with what’s in my lyric — you’re not dealing with it. I was annoyed when people would ask me about that lyric.
No me gusta. No me gusta. No la canto. Canto «Ultraviolence» pero ya no canto esa frase. Que alguien fuera agresivo en una relación era la única relación que conocía. No voy a decir que esa [letra] fuera cierta al cien por cien, pero sí me siento cómoda diciendo que a lo que estaba acostumbrada era a una relación difícil, tumultuosa, y no era por mi culpa (…) Simplemente diría que soy diferente. E incluso ser un poco diferente hace que no quiera cantar esa letra. Para mí, sencillamente era lo que era. Ideal con lo que hay en mi letra: no te enfrentas a ello. Me molestaba cuando la gente me preguntaba por esa letra.
Este detalle es clave para el debate que se mantuvo sobre el contenido de sus canciones. Nadie puede negar que la música de Lana, al igual que la de otras tantas cantantes que han expuesto al mundo realidades tan complejas como el abuso, está empapada de autenticidad. Refleja fielmente lo que la artista siente en cada momento, y es obvio que, en el momento de esta entrevista, ya no se sentía de la misma manera que cuando escribió esa canción. Ya no canta esa frase por el mero hecho de que esa persona ya no es ella. Quizá esa frase fue usada como medio para la romantización de esos comportamientos, pero su origen no puede haber estado más alejado de eso. Era, sencillamente, todo lo que ella conocía. ¿Cómo se le puede pedir a un artista que escriba o cante sobre algo que desconoce?
Pese a las letras fueran utilizadas como un medio para glorificar situaciones de violencia, éstas nacieron siendo simplemente un testimonio de quien ha sufrido violencia y busca encontrar algo de sentido o explicación para sus experiencias, sin pretender hacer de ellas un ejemplo. El artista, inevitablemente, camina sobre una cuerda muy fina, intentando encontrar otros que se identifiquen con su dolor, pero cuidándose de convertirlo en un rito.
Suffering feels religious if you do it right.
El sufrimiento parece religioso si lo haces bien.
Chelsea Hodson
En el ámbito del arte que habla de la violencia y el abuso, la relación que se describe es habitualmente indistinguible de la violencia que la permea. Una no existe sin la otra. Se retrata una sensación de dependencia, de soportar el maltrato con tal de que exista algún trato con la otra persona. La dinámica se ha contaminado hasta tal punto que quien la sufre cree que la merece, que es adecuada. Este convencimiento solo puede surgir si, de alguna manera, esa dinámica forma parte de ideas subyacentes en la sociedad, de tensiones que han penetrado en la intimidad.
A veces algo duele tanto que no duele nada. Rápido y sangrante, como un corte en el dedo hasta tocar hueso. Y así es como la organización social permea la intimidad. Pútrida pero invisible a simple vista, aborrecida pero ignorada. La más terrible de las cegueras.
Something is rotten inside of me, I have to find it and cut it out.
Algo está podrido dentro de mí, tengo que encontrarlo y cortarlo.
Searows
Bibliografía
- Las estructuras elementales de la violencia: ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Rita Segato. Ed. Prometeo Libros

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