Homonacionalismo ¿por qué es un problema?

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En su crónica Loco afán, Pedro Lemebel escribe: «Lo gay se suma al poder, no lo confronta, no lo transgrede, propone la categoría homosexual como regresión al género. Lo gay acuña su emancipación a la sombra del capitalismo victorioso».

Pienso la violencia de aquellos que habitaron los intersticios. Pienso en la historia reciente del mundo, las dictaduras del siglo pasado, pero también los más de sesenta países que en la contemporaneidad aún castigan las identidades no hegemónicas. Hay una colectividad primigenia que a lo largo de la historia les ha sido negada a las personas queer, una escritura del yo en donde la clase social, la biopolítica y la ingeniería de género ha contribuido a su estratificación.

La transición española es un ejemplo de metarrelato historiográfico de democracia donde, si bien hubo un diálogo con el Estado por parte de miembros del FAGC (Front d’Alliberament Gai de Catalunya), también una parte de los mismos vislumbraron como el asimilacionismo no solo no acabaría con la violencia estructural sino que también dejaría de lado a todas aquellas personas que no se ajustasen al modelo de modernidad democrática: sidosos, bolleras, maricas, travestis.

La política asimilacionista fue producto de una antropología hegemónica heredada del Franquismo que nunca contempló la subsanación de las vidas queer. Ante las demandas sociales, el Estado delegó lo queer a la esfera de lo privado, propiciando una despolitización de la disidencia sexual, pero sobre todo un aislamiento. Las personas queer eran para el Estado hijas e hijos de los que se avergonzaban.

En este contexto incide la asimilación como una tecnología estatal punitiva que en términos biopolíticos hace del presupuesto de la inclusión un mecanismo de sometimiento: inclusión que no incluye, mata, congela, descorporaliza y extirpa las subjetividades. Los imaginarios de la normativización social traían consigo drásticas escisiones amparadas en estereotipos donde el inmovilismo moral ultracatólico, así como la dicotomía civilizado-no civilizado, hacían del rechazo la muerte social de los que, incapaces de arrancarse todo lo que eran para performar algo que no eran, estaban postergados a vivir en la marginalidad y el miedo.

Frente aquellas personas que pudieron reproducir la promesa del asimilacionismo (al mismo tiempo una promesa de género), otras, fueron víctimas de las políticas disciplinarias de la privacidad. La fragmentación social se inscribe en una hermenéutica donde los términos de polución y moralidad continúan en el ojo público. Del binomio limpio-sucio extraemos toda una lectura social de la simbología sistémica que hacen de los cuerpos queer (los cuerpos visiblemente queer y seropositivos) las fisuras de una sociedad disciplinaria.

Fruto del asimilacionismo surge veinte años después, en la década de los 2000, el término homonormatividad, acuñado por la académica Lisa Duggan. La homonormatividad es el proceso de apertura del relato cisheterosexista a las personas queer, propiciando no una construcción del yo o del nosotros desde la experiencia queer, sino una adaptación de lo queer a las exigencias del mundo cisheteropatriarcal. Es importante destacar que la homonormatividad y la transnormatividad son experimentadas en los sujetos queer como procesos de violencia causados por el entorno que obligan a las personas LGTBQ+ a cumplir con unas imposiciones de género y sexualidad.

Por otra parte, el homonacionalismo es un concepto acuñado por la teórica queer Jasbir Puar que pone de manifiesto un conjunto de ideas nacionalistas y discriminatorias alienadas con los discursos ultraderechistas de Occidente, así como con la estratificación interna de lo queer reproducida por una megalomanía nacionalista –normalmente de hombres gays, blancos y ricos –hacia cuerpos queer no hegemónicos o alejados de la norma cisheterosexista.

Es importante poner en común estos dos términos pues su escrutinio a la luz del presente tiene como resultado un reflejo sintomático de la dialéctica social. Las políticas asimilacionistas occidentales han traído consigo la obtención de derechos como el matrimonio igualitario, la adopción homoparental, la apertura del servicio militar para personas LGTBQ+ y el reconocimiento de género. Ni que decir queda que este avance no ha sido homogéneo en todas partes de Occidente, ya que en algunos países aún persisten restricciones legales y fuertes resistencias políticas. Sin embargo, el proceso asimilacionista acoge una paradoja donde la adquisición de derechos implica al mismo tiempo un conjunto de demandas homonacionalistas al Estado. En este contexto, la asimilación LGTBQ+ dentro del neoliberalismo ha apartado a las personas queer que se encuentran en situación de vulnerabilidad, promoviendo una estratificación de clase donde el capital económico, social y el binarismo de género constituyen máximas para la diferenciación y la inclusión dentro de un sistema capitalista disciplinario.

En su obra Rethinking Homonationalism, Jasbir Puar escribe lo siguiente:

«El homonacionalismo no es otra política de la identidad, ni tampoco es otra forma de distinguir a las buenas personas queer y a las malas, ni es una acusación y tampoco es una posición. Es más bien una faceta de la modernidad y un cambio histórico marcado por la aceptación de algunos cuerpos homosexuales como dignos de protección por los Estados-nación, una reorientación constitutiva y fundamental de la relación entre el Estado, el capitalismo y la sexualidad».


Podríamos decir en consecuencia que el neoliberalismo facilita el homonacionalismo abogando por una no-inclusión que radica en unas lógicas de mercado engañosas (pink-washing: por un lado, utilizar la cultura LGTBQ+ con intenciones mercantilistas, y por otro lado, ignorar otras cuestiones como la xenofobia, la transfobia o la explotación laboral).

Asimismo, el homonacionalismo promueve una jerarquización social en términos materiales y de género donde las personas trans, no binarias, gays y lesbianas racializadas, pobres, migrantes, sujetos queer que subvierten la promesa de la masculinidad y la feminidad son discriminados o desvalorizados por una selección superior, normalmente de hombres gays, blancos y ricos, que reproducen un estilo de vida cisheterosexista acomodado y sienten una profunda aversión –espejo de su propio complejo consigo mismos– por la pluma o todo aquello que amenace su microcosmos elitista de dinero y frágil masculinidad.

Lejos de querer defender a aquellos que son insensibles ante las injusticias del mundo, subrayar que la homonormatividad ejerce su presión tanto en los que se muestran tal y como son, desinhibidos de la norma, sin auto-enjuiciarse ni enjuiciar a los demás, como en los que viven reprimidos en una estructura binaria.

Ahora bien, no podemos prescindir del hecho de que en ocasiones, la normatividad, solo puede ser transgredida por aquellas personas que tienen las garantías para hacerlo sin comprometer su bienestar. Es por ello que la lucha contra la homonormatividad y el homonacionalismo no puede concebirse sin tener en cuenta las condiciones materiales restrictivas que en muchos casos son un obstáculo en la autodeterminación de las personas queer.

Centrarnos únicamente en cómo el sistema binario nos oprime, sin atender a lo circunstancial y contextual, solo beneficiaría a los que ostentan posiciones de privilegio. Después de todo, la historia de los ricos es la historia de la visión que observa y aparta su mirada, conoce y silencia otras imágenes, no siente la necesidad de cuestionarse el por qué de aquello subrepticio que grita y se descompone. La historia de los ricos es también la historia de cómo algunos, por el mero hecho de ser ricos, han legitimado su homosexualidad o identidad en una sociedad que tradicionalmente la ha visto como algo inaceptable. Legitimación que por supuesto ha excluido a un conjunto de sensibilidades muy alejadas de su realidad social y privilegios.

OBRAS CITADAS

Lemebel, Pedro. (2013). Poco hombre. Las afueras

Puar, Jasbir. (2013). Rethinking homonationalism. International Journal of Middle East Studies

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