A finales de 1985, Dámaso Alonso publica en la editorial Cátedra, el que sería su último poemario inédito, titulado Antología de nuestro monstruoso mundo; Duda y amor sobre el Ser Supremo. Como el propio título indica, la obra está dividida en dos partes bien diferenciadas. Por un lado, se encuentra Antología de nuestro monstruoso mundo y por otro lado Duda y amor sobre el Ser Supremo. El objeto de nuestro artículo no será acercarnos a la primera parte de la obra, antología de excelsa calidad e importancia, sino a la segunda parte, que es un libro –o poema extenso- inédito titulado Duda y amor sobre el Ser Supremo.
En este libro Dámaso Alonso expresa, con un método que parece heredado del mismo Descartes, uno de los atributos más naturales del ser humano: la duda. El poeta basa su libro en dudar, de la forma más humana, acerca de la existencia del Ser Supremo, la existencia del Alma y la perdurabilidad de esta en el tiempo. En torno a esta duda se establecen las tres partes principales de la obra: Alma no eterna, Alma eterna y ¿Alma?. En la primera, Alma no eterna, Dámaso enuncia su creencia verdadera:
[…] éste es mi pensamiento,
lo que juzgo verdad:
creo verdad la idea de la muerte
del alma, al punto mismo en que se muere el cuerpo.
En la segunda parte, Alma eterna, el poeta afirma que, pese a ser su sincera creencia, la idea de la muerte del alma puede ser equívoca y recurriendo a un método casi dialéctico, en el que trabaja tesis y antítesis por igual, escribe la segunda parte de su obra considerando que el alma es eterna y describiendo las posibilidades que esto ofrece:
Mi idea es eso.
Pero puede ser falsa. ¡Ojalá sea![…]
¡Qué puras, misteriosas y felices
las almas solas, sin el cuerpo eternas!
En la última parte, ¿Alma?, Dámaso, siguiendo su método dubitativo, llega a la conclusión de que, para creer que el alma es -o no es- eterna, primero se necesita creer que existe realmente el alma como entidad distinguida del cuerpo físico, ya que, si el alma es en sí misma cuerpo, la duda acerca de la eternidad de esta es absurda, puesto que todo cuerpo viviente acaba pereciendo, y, por ende, todas las almas estarían condenadas a perecer. Duda, pues, en esta parte de la existencia del alma como ente real e independiente, considerándola únicamente como fruto de la actividad del cerebro:
«Alma», no existes. Lo que vive, el cuerpo;
[…]
Lo que mueve la vida son lazos de cerebro.
Tras desarrollar poéticamente estas tres reflexiones en sus respectivos apartados, Dámaso Alonso escribe un cuarto apartado, dividido a su vez en tres secciones, en el que duda acerca de sus afirmaciones anteriores. Este apartado tiene por nombre Dudas sobre las tres partes y sus tres secciones tratan, respectivamente, las dudas que le surgieron al poeta en relación con cada apartado: Alma eterna, Alma no eterna y ¿Alma?. Es decir, Dámaso Alonso duda sobre la existencia del Ser Supremo y su relación con el alma, pero además duda de sí mismo, de sus razonamientos, duda acerca de sus dudas, y lo expresa en un apartado específico destinado a esta cuestión. ¿Acaso hay una forma más sincera, más humana y humilde de clamar a Dios?
El libro se cierra con un poema exento, a modo de epílogo, titulado ¿Existes?¿No existes?, que está dividido, a su vez, en tres partes. Podrá el lector comprobar la presencia continua del número tres en la estructura del libro. Este hecho no es, ni mucho menos, una innovación, y quizás sí sea un guiño, quizás un homenaje, a un autor muy venerado por Dámaso. Fue Dante Alighieri quien, en el S.XIII, centró la estructura de una de las obras capitales de la literatura universal, la Commedia, después apodada como Divina por Boccaccio, en el número tres, con sus tres partes de treinta y tres cantos cada una, escritos en tercetos. Sabemos que Dante centró su obra entorno al número tres para simbolizar la Divina Trinidad de Dios; seguramente también por este motivo, es decir, por la relación del número tres con Dios, organizara Dámaso su texto en esta sucesión tripartita. Sin embargo, a la hora de hablar de Dámaso Alonso no podemos unir esta estructura ternaria al ámbito cristiano-católico, ya que, el propio poeta dejó clara su concepción de Dios en una entrevista muy cercana en el tiempo a la escritura del libro:
«Quiero dejar bien claro que mi idea de Dios responde a la necesidad de encontrar una primera causa que explique el mundo. El Dios que aparece en mi poesía no pertenece a ninguna religión. Es el nombre que doy a esa primera causa»
Esta estructura hace que Duda y Amor sobre el ser Supremo sea una obra cuidadosamente organizada, aspecto que favorece al desarrollo del método dialéctico que establece Dámaso entre sus reflexiones. De no existir una organización meditada en el poemario, la condensación conceptual sería tan adusta como ingente, complicando la visión global que el poemario genera en el lector. La organización facilita la comprensión y hace que el mensaje sea más accesible. El poeta confronta las diferentes partes entre ellas, planteando dentro del mismo libro y de forma clara, distintas posiciones a adoptar en cuanto a la creencia en el Ser Supremo y su relación con el Alma humana. Dámaso expresa lo que cree verdadero, es decir, que el alma es mortal, y lo que desea: que el alma sea inmortal tras la muerte. Esta íntima relación, casi conversacional, entre las partes nos conduce también a descubrir otra característica del libro: su cercanía al soliloquio.
La cercanía al soliloquio y el recuerdo de los amigos. Humildad y sinceridad.
Cuando acabé de leer los versos de este libro, inevitablemente recité en mi cabeza aquella proposición que A. Machado incluyó en su poema Retrato: quien habla solo espera hablar a Dios un día. Y es que me pareció que este libro era descendiente directo de aquel enunciado tan brillante del poeta andaluz. Uno de los mayores logros poéticos que encierra esta obra es la exquisita desnudez con que el poeta se sitúa ante Dios. Véase además que esta desnudez se derrama por igual hacia las ideas expresadas y hacia su forma de expresarlas, es decir, para hablar con Dios, Dámaso recurre a la desnudez conceptual y lingüística a un mismo tiempo; y gracias a esta desnudez el poeta sumerge a su obra en una aureola de bondad y sinceridad. Para observar este rasgo basta con leer los primeros versos del poemario:
«Señor» omnipotente, me presento tristísimo.
Perdóname, «Señor», este es mi pensamiento…
A estas características, desnudez semántica y formal, se une la naturaleza conversacional de estos versos. El poeta no escribe hacia el lector, sino que escribe hacia la altura, hacia Dios. Cuando se lee este poemario, sobre todo estos primeros versos titulados Pedida al Señor, y algunos otros, se imagina la voz de Dámaso hablando con Dios, el lector recrea en su cabeza estos versos como si fuesen una conversación. Porque, al fin y al cabo, con su desnudez formal, con su sencillo vocabulario, estos versos no están tan lejos del habla cotidiana, o eso consigue simular Dámaso. Y este hecho crea un ambiente íntimo dentro del poemario. El poeta no canta a las rosas, ni al ocaso, no canta hacia el exterior, sino que a través de verbos locutivos crea una conversación, íntima y sincera, con Dios. El lector es ajeno. Entra en el mundo del poeta, y solo del poeta, y del Dios del poeta, pero nada más. Todo es idea. A través del pensamiento íntimo y sincero que Dámaso expone en estos versos, de alguna manera, también él se está desnudando de todo artificio o convención. El poeta quiere hablar con Dios desnudo de mundo porque quizás sea esta la única forma de entablar relación con el Ser Supremo.
Pero resulta que Dámaso está hablando a un Dios ignoto, al Dios no mostrado, y es este aspecto el que realza, aún más, la desnudez que nos propone el poeta. A medida que el lector atraviesa las páginas, la conversación con Dios, propuesta por Dámaso con los vocativos iniciales, se torna en monólogo, porque la respuesta de Dios no se muestra en el poema puesto que no existe ninguna respuesta de Dios (para Dámaso). Esta petición al Señor es entonces utilizada como medio para expresar toda la estructura de pensamiento acerca de la divinidad que tiene el poeta en su mente. Dámaso se contradice, se contesta a sí mismo y juega con las ideas. Cuando pensamos no articulamos nuestras reflexiones a través de ningún sistema métrico, formal, nuestro pensar se muestra natural, virgen. Por eso, esta naturalidad, desnudez en los versos de Dámaso, unida a su carácter conversacional, sin contestación del interlocutor, hacen que el lector sienta la cercanía de estos al soliloquio. Ejemplo claro de este carácter introspectivo del poema, en el que Dámaso interactúa consigo mismo, son las numerosas preguntas, que, casi retóricas, él mismo se contesta:
¿Lo creo?
Sí, ¿lo creo? Sí. ¿Te amo y te bendigo?[…]
Al final, resolver, casi milagro,
¿pedido a quién? No sé […][…]
¿Estás?¿No estás? Lo ignoro; sí, lo ignoro.
En su obra Dámaso Alonso no expone un pensamiento rígido y acabado, sino que, a través de este método dialéctico, mayéutico si se quiere, va descubriendo y organizando sus ideas. A pesar de ser Dios el tema central y el receptor de las llamadas, estos versos están inundados por la presencia del poeta. Parece que, para organizar su pensamiento, en vez de recurrir al silencio, como tenemos costumbre los demás mortales, Dámaso Alonso ha recurrido al verso y ha plasmado allí, en las palabras, su ideario verídico, es decir, no su pensamiento último, no la idea definitiva, que perfectamente podría ser el último verso del libro, sino su acto del pensar, la maduración de estas ideas con sus dudas y su evolución. Son estos rasgos los que me llevaron a acordarme de Antonio Machado. En este libro Dámaso Alonso habla solo. El lector es, quizás, una cosa muy lejana para un poeta que, en el momento de la publicación del libro, contaba ya con ochenta y siete años de andadura y veía cercana la postrera sombra que le llevare el blanco día. Por eso, el canto es hacia dentro, no hacia afuera. El poeta habla solo, pero espera hablar con Dios porque le ama. Son estas consideraciones las que acercan a este poemario a las características del soliloquio. Y es que, seguramente el soliloquio sea el culmen de la sinceridad. Porque claro está que nuestros pensamientos son modulados cuando han de ser expresados hacia el exterior. Pero el pensar de uno mismo consigo mismo no está condicionado por la presencia del receptor, pues no lo hay.
Refuerza este parecer sincero, el hecho de que el poeta añada en el libro algunos versos dedicados a sus amigos fallecidos, con los cuales espera reencontrarse tras la muerte. Estos versos están escritos desde la alabanza y el cariño, desde el corazón. Es el pequeño gran homenaje que Dámaso hace a aquellas personas que siempre admiró. Nombra, entre otros, a Miguel de Unamuno, Vicente Gaos, Pedro Salinas o Jorge Guillén. Aquí muestro los versos dedicados al lingüista Amado Alonso, cargados de amor y respeto. Bellas palabras que unen a dos de los filólogos más brillantes del S.XX:
«Amado Alonso, siempre, tú y yo inmenso cariño;
Yo adoraba tu ciencia literaria y lingüística.
Como iguales los dos, me tratabas de «hermano»;
Por tu ciencia tan alta, yo de «hermano» no podía.
Tú, noble; tú el más grande que yo hube conocido»
El lector descubre la sinceridad de Dámaso Alonso hacia el Ser Supremo, cuando, con el pasar de las páginas, entiende que el poeta está hablando solo- organizando sus deseos, recordando a sus amigos fallecidos- , y nosotros únicamente somos espectadores de su pensar. Dámaso habla solo por la simple razón de que espera hablar a Dios un día. Lo magistral es que decidiese desnudar su pensar en unos versos, desnudarse él en unos versos, para deleitarnos a todos sus lectores una última vez antes de la inevitable despedida. Como amantes de la poesía, sólo podemos dar las gracias por ello.

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