Dicen identidad; decimos multitud

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«¿Cuál es la pregunta importante, la que me permitirá responder realmente, responderme realmente? ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Dónde estoy? (…) ¿Puedo hoy decir que soy lo que en algún momento quise ser?» 

-Georges Perec, Nací. 

¿Dónde están aquellos que fuimos con 15 años?

¿Cómo? ¿Que ya no escuchas a Nirvana? ¿Que ya no te parece American Idiot el mejor álbum jamás hecho? ¿Que ahora ves La Isla de las Tentaciones? ¿Camus ya no te parece tan lúcido? ¿Te gusta el nuevo disco de Bad Bunny? ¿De verdad te gusta el nuevo disco de Bad Bunny?

¿Cómo que ahora utilizas palabras nuevas? ¿Qué es eso de los no-lugares, de que performamos el género? ¿Ya no quieres ser abogada? ¿Ya no toleras que te hablen mal? ¿Ahora compras de segunda mano, ya no vas al gimnasio, ya no tocas el violín? ¿Te gusta Leonard Cohen, te gusta la Nouvelle Vague? ¿Has bebido alcohol, te has emborrachado, te has dormido en brazos de personas que no te querían?

Mira a los ojos a las personas que dejaron de conocerte a los 15, a los 17, a los 20. Mírate de frente con todas las edades que habitaste. Cuando transitaste de los 20 a los 21, no fue solo un año: fueron todas tus edades anteriores, superpuestas, apretujadas en tu cuerpo. Todas ellas se contradicen, te atraviesan, te conforman. Sabes que algunas han muerto y que ni siquiera has tenido tiempo de enterrarlas.

Tus mundos se quiebran constantemente y los reconstruyes día a día, a veces sobre cimientos sólidos, otras sobre tierras y columnas tambaleantes. Intentas encontrarte en esa amalgama de identidades nuevas y viejas. Miras a tus amigos; ellos también han cambiado. Algunos creen conocerte sin hacer ni una pregunta sobre ti, y tú haces lo mismo; porque te da miedo. Te da miedo cómo os vais alejando sutilmente, sin hacer mucho ruido, sin formular preguntas ni dar respuestas. Te da miedo sentarte en una mesa y darte cuenta de que no sabes nada de la persona a la que llamaste amiga durante años.

Pero, si ya no somos quienes éramos, ¿qué queda de nosotros en este cuerpo en movimiento? ¿Qué hacemos con nuestras edades muertas?

Este vértigo que sentimos al vernos cambiar no es solo una sensación personal. La identidad no es una esencia fija, sino un proceso continuo de construcción y reconstrucción. La filosofía, la sociología y la teoría del género han explorado cómo nos constituimos a través del tiempo, el lenguaje y las relaciones que nos atraviesan.

Identidad y Cambio: Reflexiones desde la Filosofía Contemporánea

«Ch-ch-ch-ch-changes, turn and face the strange»

– David Bowie.

La identidad es un concepto que solemos tomar como un hecho estable, algo que nos define y que nos acompaña a lo largo del tiempo. Sin embargo, muchas corrientes filosóficas contemporáneas desafían esta visión esencialista, planteando que la identidad es un proceso en constante transformación, una narrativa en construcción. Empezando por Foucault y atravesando desde Stuart Hall hasta Judith Butler, diversos pensadores han abordado la identidad como una relación entre el sujeto y el discurso, entre la historia y el poder. La reflexión sobre la identidad también resuena con nuestra experiencia personal de cambio y evolución: el “yo” que fuimos en un momento dado no es el mismo que el “yo” actual.

La Identidad como un Proceso en Movimiento

«El tiempo —maquinaria incansable— sigue funcionando, o quizás fluyendo de mí. Soy limosnero de recuerdos un rato ¿largo, breve? que los relojes no gobiernan y que se ancha casi en eternidad. Después, voy despojándome de mi nombre, de mi pasado, de mi conjetural porvenir. Soy cualquier otro. Ya me dejó la visión, luego el escuchar, el soñar, el tacto. Soy casi nadie […] terrible en mi cotidiano desaparecer».

Soy nadie (1997: 185-6). Jorge Luis Borges

En «Cultural Identity and Diaspora», Stuart Hall plantea que la identidad no es un hecho consumado, sino un proceso en construcción:

«Cultural identities are not fixed, but are subject to the continuous ‘play’ of history, culture and power.»

«Las identidades culturales no son fijas, sino que están sujetas al continuo ‘juego’ de la historia, la cultura y el poder.»

Cultural Identity and Diaspora, Stuart Hall

Hall distingue entre una visión esencialista de la identidad, que la concibe como algo fijo e inmutable, y una visión procesual, que la entiende como una serie de posicionamientos cambiantes. Bajo esta mirada, la identidad no es lo que somos, sino lo que llegamos a ser en cada momento. No hay un «ser original» al que regresar, sino una serie de rupturas y discontinuidades. Esta reflexión nos interpela directamente:la persona que fuimos a los 18 años no es la misma que a los 22, y este cambio no implica una pérdida de esencia, sino una reconfiguración constante. La identidad no es algo estático, sino un continuo proceso de redefinición, una narrativa en constante desarrollo.

Las categorías de género: ¿cuántas cosas estamos dejando de ser?

«I’m not a man, I’m not a woman. So many years I had no love for me.

Slow down Slow heal, heal «

Not a man, Not a woman-Black Sea Dahu 

«La norma nos ha dividido. Cortado en dos. Y forzado después a escoger una de nuestras partes. Lo que denominamos subjetividad no es sino la cicatriz que deja el corte en la multiplicidad de lo que habríamos podido ser. (…) Sobre esa cicatriz se escribe el nombre y se afirma la identidad sexual

Paul B. Preciado, Un apartamento en Urano.

Ya Beauvoir afirmó que no se nace mujer, se llega a serlo. Margaret Mead demostró en sus estudios de distintas sociedades que el género es culturalmente construido y que no hay nada de necesario ni permanente en él. La naturaleza humana resulta increíblemente maleable: las diferencias estandarizadas de personalidad entre los géneros son creaciones culturales en las que se moldea a las personas a base de condicionamientos, y los rasgos de personalidad que hemos asociado a cada sexo son en realidad arbitrarios.

Respecto a esto, Mead realiza una analogía con otra convención social: en la cultura de los mundugumor (localizados en Papúa Nueva Guinea) se cree que aquellos niños nacidos con el cordón umbilical atado al cuello son artistas innatos, asociando de forma aleatoria e imaginativa dos aspectos que no tienen relación entre sí. Sin embargo, en esta sociedad, efectivamente los únicos capaces de realizar buenos dibujos son los que han nacido de esta forma (debido a dichos condicionamientos sociales). Mead compara esto con las asignaciones arbitrarias en base al sexo que se producen en nuestra sociedad. Las “mil y una” diferencias entre hombres y mujeres son una tarea imaginativa, tanto como creer que aquel que nace con el cordón umbilical enrollado va a ser artista.

Tenemos que partir de estas bases teóricas para entender a Donna Haraway cuando dice, en «A Cyborg Manifesto, que las categorías como «mujer» u «hombre» no son naturales, sino construcciones sociales y discursivas. Ella afirma:

«No existe nada en el hecho de ser mujer que una de manera natural a las mujeres. No existe ni siquiera el estado de ser mujer, que, en sí mismo, es una categoría enormemente compleja construida en discursos científico-sexuales y otras prácticas sociales.»

A Cyborg Manifesto, Donna Haraway

Paul B. Preciado, en estrecho diálogo con la obra de Haraway, afirma que «El sexo y la sexualidad no son propiedades esenciales del sujeto, sino más bien el producto de diversas tecnologías sociales y discursivas, de prácticas políticas de gestión de la verdad y de la vida.» Ira Hybris, marxista queer, afirma que no tenemos ningún miedo en poner en cuestión nuestra propia identidad porque sólo así podremos desvelar los procesos históricos de opresión que tras ella se ocultan para poder superarlos. Descubrir, siguiendo a Susan Stryker, nuestras propias suturas y costuras. Nos invita a preguntarnos cuántas cosas bellas estamos dejando de ser para poder ser “hombres de verdad” y “mujeres de verdad”, y todo lo que ganaríamos rompiendo con ese chantaje. Lo trans es, en realidad, una promesa esperanzadora para toda la humanidad: no tenemos por qué coartarnos en nombre de unas categorías que no nos son propias.

Kate Bornstein, en una entrevista realizada en 1996, planteaba: «¿alguna vez te vas a dormir preguntándote si eres un hombre o una mujer? ¿o por qué no puedes no ser ninguno de los dos? Yo lo he hecho todos los días de mi vida. (…) ¿Por qué tengo que encajarme en una categoría que nadie ha sido capaz de definir hasta la fecha? ¿Quién puede definirla?«

Estas categorías han sido el fundamento teórico de muchas luchas, entre ellas la feminista o la LGBT: nos han ayudado a articular nuestras experiencias y, por tanto, nuestra resistencia. Sin embargo, para Haraway, como para muchos otros, ya no tiene sentido articular nuestra lucha política desde ahí. 

Ella considera que estas categorías son totalizantes. Pretenden una universalidad en la experiencia femenina y masculina que no existe en realidad. Afirma: “no necesitamos una totalidad para trabajar bien”. Para ella, las feministas del cíborg deben abrazar la difuminación de las fronteras, las mezclas ilegítimas que nos conforman, ya que todos somos cíborgs, quimeras. O, citando a Paul B. Preciado, estamos todos en el cruce.

Aceptar que todas las identidades son históricamente construidas, no estáticas y por lo tanto transformables, nos abre la posibilidad de encontrar un hogar en la mutación, haciendo del intervalo un lugar de vida como dice Preciado.   

 Judith Butler y el Sujeto Posmoderno     

«Soy el andrógino, soy el espíritu viviente que no lográis describir en vuestra lengua muerta, el sustantivo extraviado, el verbo que sobrevive, soy en infinitivo…»

La Extraña, Adrienne Rich

En Gender Trouble, Judith Butler también desafía la idea de que el género es una esencia fija, proponiendo en su lugar la teoría de la performatividad. Para Butler, el género no es algo que somos, sino algo que hacemos a través de actos repetidos dentro de un marco normativo. Ella considera que el género es algo practicable: se trae a la existencia mediante acciones repetidas, y no es la expresión de ninguna realidad que sea preexistente (ni pre-discursiva, ni anterior a la cultura).  En su obra, Butler afirma:

 «There is no gender identity behind the expressions of gender; that identity is performatively constituted by the very ‘expressions’ that are said to be its results.»

«No existe una identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se constituye performativamente a través de las mismas ‘expresiones’ que se dice que son su resultado.»

Gender Trouble, Judith Butler

Esta teoría de la performatividad no solo se limita al género, sino que también puede aplicarse a otras formas de identidad: la identidad cultural e incluso la identidad personal son producidas a través del lenguaje y la repetición de normas sociales. En este sentido, el sujeto posmoderno de Butler es inestable, contingente y constantemente negociado dentro de estructuras de poder.

Las identidades se constituyen a través de actos, gestos, y de la manera en que nos posicionamos ante el otro y ante las normativas sociales. La persona que fuimos en un determinado momento de nuestras vidas está conectada con los actos que realizamos y los discursos que interiorizamos, transformándose constantemente a través de la repetición de esos actos.La pregunta fundamental es: ¿qué es aquello que aceptamos como nuestro?

Kwame Anthony Appiah, en «The Ethics of Identity», reflexiona sobre la identidad desde una perspectiva ética y filosófica, argumentando que ésta se forma a través de elecciones personales y valores compartidos. En este sentido, la identidad no es solo algo impuesto por la sociedad, sino también un ejercicio activo de autodefinición. Appiah sostiene que el concepto de identidad se configura en un espacio de interacción, entre lo que elegimos y lo que nos es dado por la cultura en la que vivimos. La identidad se convierte así en un campo de negociación constante, un lugar en el que las decisiones personales se encuentran con las influencias externas.

La Identidad en la Narrativa Personal

En el gentío que nos habita, el yo es un garabato fugaz, una estela de humo que va mudando de forma constantemente.”

Rosa Montero

La identidad se entrelaza también con la memoria y la narrativa personal. Paul Ricoeur, en «Tiempo y Narración», sostiene que la identidad se construye a través del relato que nos contamos sobre nosotros mismos. No somos simplemente un conjunto de hechos aislados, sino que organizamos esas experiencias en narrativas coherentes que nos dan sentido. Ricoeur describe este proceso como una «identidad narrativa», una que no se define únicamente por lo que hemos vivido, sino por cómo lo hemos interpretado y cómo lo interpretaremos en el futuro. Para Ricoeur:

«La identidad es narrativa, no una simple serie de eventos, sino la historia que construimos sobre esos eventos y que nos da coherencia.»

Tiempo y Narración, Paul Ricoeur

La narrativa, entonces, se convierte en un medio crucial para la autoidentificación. No somos solo un cúmulo de experiencias, sino que esas experiencias deben ser ordenadas en una historia que nos dé sentido a lo largo del tiempo. La identidad, en este sentido, no es solo lo que hemos sido, sino cómo lo narramos y cómo continuamos narrándonos.

Conclusión

 “Entendemos mejor el mundo cuando temblamos en él, porque el mundo está temblando en todas direcciones”

Glissant.

La identidad, como plantean Hall, Butler, Haraway, Rich, Appiah y Ricoeur, no es un destino fijo, sino un trayecto en constante construcción. Reconocer que las categorías de género y muchas otras no son esenciales ni estáticas abre la posibilidad de transformarlas radicalmente. Muchos pensadores contemporáneos nos invitan a cuestionar la idea de un «yo» fijo y a abrazar la posibilidad del cambio, entendiendo que quizá, de hecho, es lo único que permanece. Tal vez lo esencial no sea otra cosa que la capacidad de transformarnos, de crear nuevas narrativas sobre quienes somos.

Preciado dice: «uno solo es uno mismo gracias y a través del cambio, del mestizaje, de la mezcla». La identidad no se define una vez por todas, sino que es una historia que sigue reescribiéndose, un proceso siempre en construcción, siempre en movimiento. Las categorías de identidad, lejos de ser definitivas, son herramientas flexibles para entender nuestra relación con el mundo y con los otros. Como sujetos en constante transformación, el reto está en abrazar la fluidez de nuestro ser y permitir que nuestras narrativas sigan evolucionando.

“Me pregunto qué hago aquí, pronunciando la palabra hombre, escribiendo el sustantivo mujer, insistiendo en categorías masculino-femenino que me lastran y me agotan. Abundando en conceptos que esclerotizan el mundo, en expresiones que organizan y encarcelan, que ahogan y cercenan.

Y, sin embargo, no puedo sustraerme de esas nociones, porque son todo cuanto tengo para nombrar los cuerpos. Tras los muros que protegen las identidades, un cúmulo de complementos —materiales culturales, dispositivos médicos y discursos de género— trabaja para fijarnos y hacernos reconocibles.

Pero ¿qué identidad no es fisura? ¿Qué yo no es un molde heredado?”

-Begoña Méndez; «Autocienciaficción para el fin de la especie«

*Este artículo nació de meses de conversaciones en la ciudad de Oporto, entre septiembre de 2024 y enero de 2025. Nació del encuentro entre dos personas que eligieron compartir sus historias, sus heridas, sus referencias, sus miedos y, sobre todo, su voluntad de quererse.

Bibliografía:

  • Stuart HallCultural Identity and Diaspora. En Jonathan Rutherford (Ed.), Identity: Community, Culture, Difference. Lawrence & Wishart, 1990.
  • Judith ButlerGender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. Routledge, 1990.
  • Donna HarawayA Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century. En Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature. Routledge, 1991.
  • Paul B. PreciadoUn apartamento en Urano: Crónicas del cruce. Anagrama, 2019.
  • Margaret MeadSexo y temperamento en tres sociedades primitivas. Ediciones Paidós, 1986. (Título original: Sex and Temperament in Three Primitive Societies, 1935).
  • Kwame Anthony AppiahThe Ethics of Identity. Princeton University Press, 2005. Paul RicoeurTiempo y Narración. Ediciones Cristiandad, 1995. (Título original: Temps et récit, 1983).
  • Begoña MéndezAutocienciaficción para el fin de la especie. Editorial Barrett, 2023.
  • Itziar Ziga e Ira HybrisPor un feminismo de la esperanza. [Video en YouTube].
  • Kate Bornstein y Leslie FeinbergIn the Life: Interview. [Material sin editar].
  • «Dicen identidad. Decimos multitud» es una frase tomada de Paul B. Preciado.

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