Los humanos nos hemos inventado la ausencia (la necesitamos)
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?Jorge Luis Borges
La ausencia, que es, por definición, lo que no está, se trata de una invención profundamente humana. Como no está no existe, a excepción de que la designemos, convirtiendo aquello sin forma ni cuerpo en una sombra, una huella de lo que lo precedió. Porque al señalar lo que falta, estamos indicando también una condición previa, lo que en algún momento sí estuvo. Ningún otro ser vivo necesitaría matizar esta pequeña diferencia entre un vacío cualquiera a un vacío al que antecedió algo. Lo que distingue el mero vacío de la ausencia es que la ausencia siempre tiene un nombre propio. Podríamos decir que el vacío es el síntoma, el signo, la evidencia; y la ausencia es el significado que nosotros le hemos dado.
Lo atroz de esta inexistencia es que abarca no sólo lo que es, sino también lo que la circunda. «Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta / el mar al que se hunde», escribió Borges. Se esparce sobre todo lo que la involucra, como una densa capa de polvo cubriendo cada superficie. Cuando ocupa un tiempo, un espacio, lo inunda; y la vida de uno puede seguir con este velo de ausencia cubriéndole el rostro, aparentemente como si nada, pero con la mirada impregnada de una ligera sombra sobre todo lo que observa.
Existe un tipo de canto popular folclórico en Iraq, llamado darmi, propio de la mujer iraquí que escribe y recita su pena por el amado. Entre estos lamentos de breves versos anónimos, hay uno que reza: «Que dios me ciegue los ojos / para no ver tu sitio vacío». Porque la ausencia requiere de nuestra contemplación para poder definirse como tal. No existiría ausencia si nosotros no la reconociéramos. Jorge Bucay aborda la idea de la ausencia en su libro El camino de las lágrimas. En él, define etimológicamente la pérdida: «pérdida viene de la unión del prefijo per, que quiere decir al extremo, superlativamente, por completo, y de der, que es un antecesor de nuestro verbo dar». Entonces, perder podría entenderse como haber dado o haberse dado en extremo, en totalidad. Y por lo tanto la ausencia implicaría la falta de lo dado, la carencia, también, de uno mismo. Por algo es el amor, Eros, hijo de la carencia y la abundancia.
La ausencia, inderrotable, conquista así todos los territorios, incluido el de los afectos. En un episodio del podcast de Carlos Javier González Serrano, A la luz del pensar, le pregunta a la filósofa invitada, Clara Ramas San Miguel: «¿Se puede amar la pérdida? ¿Se puede amar la falta?» A lo que la entrevistada responde: «Creo que el amor, para empezar, es eso. Tú nunca posees, nunca eres el otro». El vínculo amoroso, explica la filósofa, «busca una fusión, una unidad que en realidad no existe. En el amor, tú existes en esa distancia y en ese anhelo que no se puede cerrar nunca, y celebrarlo es el amor mismo».

Es posible que la única alternativa que nos resta sea consolarnos en la evidencia de la propia ausencia, en el rastro que deja, en las cosas que se quedan. La memoria que se configura en torno a las complicidades íntimas, los rituales antes compartidos, los detalles cotidianos que hacen tangible cada falta. En la película La metamorfosis de los pájaros, el narrador le cuenta a su difunta esposa: «En estos años he intentado mantener las plantas, pero tenían más flores cuando tú las cuidabas. He intentado guardar las cosas donde las dejabas tú, pero los objetos tienen su propia vida secreta». Cruz Cafuné y Pedro Guerra también hacen referencia en su canción Con los dos en la cabeza a estos rastros de migas de pan, con versos como: «una nota vieja escrita a medias en la nevera / no la he tirado solo porque tiene tu letra» o «duermo en mi lado aunque el tuyo esté vacío / y ahora riego tus plantas, ni se enteraron de que te has ido / y sin darme cuenta / pongo la cafetera grande con tu vaso y el mío».
Si la pérdida es ineludible, si hay que convivir con la ausencia, si hay que vivir inmersos en ella, en su carencia y su abundancia igual que en el amor, puede que lo más sencillo sea, como proponía Clara Ramas San Miguel, celebrarla. Amarla como amamos aquello que ella nos arrebata y que sin embargo hace tan presente, amarla por configurar nuestra memoria, por reafirmar que nuestras lágrimas no son vanas y tienen una razón de ser, por demostrar indudablemente que lo carente existió, por hacer este vacío distinto al resto de vacíos, por darle un nombre propio. Por dejarnos recordar, que es, tal vez, el privilegio más subestimado de todos. Hay que abrazar la ausencia. Nosotros la inventamos.
En definitiva, en palabras de Mary Oliver:
«Tienes que ser capaz
de hacer tres cosas:
amar lo que es mortal;
apretarlo
contra tus huesos sabiendo
que tu vida misma depende de eso:
y, cuando llegue el momento de dejarlo ir,
dejarlo ir».
Bibliografía:
- Borges, J. L. (2011). Ausencia. En Poesía completa. DEBOLS!LLO.
- Sa’dūn, A. a.-H. (2018). No son versos lo que escribo: breve antología del canto popular de la mujer iraquí. Olifante: ediciones de poesía.
- Jorge, B. (2006). El camino de las lágrimas. Buenos Aires Argentina. Editorial del Nuevo Extremo, SA.
- Rtve. (2024, 14 octubre). El ser herido por la incompletitud: melancolía y acción. RTVE.es. (https://www.rtve.es/play/audios/a-la-luz-del-pensar/luz-del-pensar-ser-herido-incompletitud-melancolia-accion/16286695/)
- Vasconcelos, C. (2020). La metamorfosis de los pájaros [Película]. Midas Filmes.
- Cruz Cafuné & Guerra, P. (2023). Con los dos en la cabeza [Canción]. En Me muevo con Dios (Álbum). Spotify.
- Oliver, M. (1983). In blackwater woods. American primitive, 82.

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