Cool girls (o cómo escribir mujeres que sean personas)

Published by

on

Tengo maldad en mi interior, real como un órgano. Hazme un corte en el vientre y podría deslizarse, carnoso y oscuro, caería al suelo para que pudieras pisotearlo.

I have a meanness inside me, real as an organ. Slit me at my belly and it might slide out, meaty and dark, drop on the floor so you could stomp on it.

Dark Places. 

Uno de los fenómenos más curiosos del mundo del cine, la televisión y la literatura (y lo llamo curioso pese a que el adjetivo correcto es predecible) es el universal odio que existe hacia personajes femeninos que, en realidad, no cumplen en absoluto un papel de antagonistas. Cualquier ejemplo es bueno para demostrar este fenómeno, pero probablemente mi favorito es el caso de Skyler White, el personaje de la mítica serie Breaking Bad interpretado por Anna Gunn. Gunn ganó dos Emmys por su interpretación de la esposa de Walter White, el ex profesor de química convertido en capo de la droga y perseguido sin descanso cuya historia tuvo en vilo a millones de espectadores entre 2008 y 2013. Durante la emisión de la serie y hasta hoy en día, Skyler se mantiene como uno de los cinco personajes más odiados, siendo incluso la más odiada según algunas encuestas en foros online en los que los fans de la serie continúan destacando lo insufrible, quejica e injusta que era Skyler en general, pero especialmente con su marido. 

Es en este punto cuando vale la pena recordar que el argumento de la serie es, literalmente, el detallado relato de cómo un hombrecillo inseguro y egoísta conduce a su familia y allegados a una espiral de colaboración con su red criminal y violencia que desemboca en la muerte de varios de ellos, a cambio de montañas de dinero destinadas a inflar su propio ego como “buen padre de familia”. Skyler, a quien solo se le podría reprochar haber colaborado con el lavado de dinero ilegal que obtenía su marido, era (y sigue siendo) más odiada que los auténticos antagonistas de la serie: miembros de cárteles, dementes violentos o asesinos a sueldo. Y ni siquiera era una villana. 

Este patrón, que se repite constantemente respecto a personajes femeninos con cierta profundidad, con los defectos y virtudes que conforman a un ser humano complejo, termina explicándose simplemente con la idea de que se espera que las mujeres se integren en un rol concreto. Se espera tanto de las mujeres protagonistas como de las que ocupan posiciones antagonistas en los distintos argumentos. En el momento en que un personaje femenino no se adecúa perfectamente al papel asignado (que suele decidirse respecto a qué relación mantiene con el protagonista masculino), en el momento en que muestra agencia propia, profundidad o, Dios no lo quiera, defectos, es automáticamente una villana, un estorbo para la historia, algo inservible. Por tanto, si un personaje femenino que no se comporta como una villana puede ser universalmente detestado, ¿cuánto pueden llegar a detestar a una mujer que  se comporta con profunda vileza? 

Creo que esta es la pregunta que se hizo Gillian Flynn antes de empezar a escribir sus novelas. 

Mujeres y violencia

Gillian S. Flynn nació en Kansas City, Misuri, en el año 1971, en el seno de una familia de clase media americana, con un padre amante de las películas de terror que inspiró en ella la voluntad de escribir sobre personajes fundamentalmente perturbadores. Su carrera como escritora comenzó en 2006, cuando publicó su primera novela, Sharp Objects, una historia sobre una periodista alcohólica y distanciada de su traumático pasado que regresa a su ciudad natal para escribir sobre los recientes asesinatos de dos niñas. Pese a que tanto esta novela como su segunda obra, titulada Dark Places, tuvieron buena acogida, saltó a la fama tras la publicación de su best-seller Gone Girl (Perdida), en 2012, que fue un éxito en ventas y fue trasladada a la gran pantalla de la mano de David Fincher dos años después.

La prosa de Flynn es rápida y punzante, y pese a que sus argumentos son tan complejos como brillantes, nada domina más sus narraciones que la ambigüedad de sus personajes. Todos ellos son dolorosamente humanos, particularmente las mujeres. Y no sólo escribe sobre mujeres ambivalentes, víctimas de sus propias malas decisiones o de la violencia de terceros, no sólo intenta crear el equivalente femenino del antihéroe en sus personajes, sino que consigue eso y todo lo contrario. 

En varias intervenciones, la autora ha sido especialmente crítica con las expectativas convencionales de concebir a las mujeres como inherentemente bondadosas o moralmente más virtuosas que los hombres, defendiendo que el rechazo a la idea de que existen mujeres pragmáticamente malvadas, egoístas y crueles es precisamente algo perjudicial para las mujeres, ya que limita la complejidad de la identidad humana. La crueldad, el egoísmo y la maldad forman parte del mosaico de la personalidad. Eliminarlos de plano, o no permitir a un género identificarse con ellos, sería tan dañino como potenciar la idea contraria y no permitir la atribución de cualidades positivas. Es limitante. Ahoga los espacios de duda y elimina la moral gris, circunscribiendo una serie de características a un solo género, muchas veces con extraños argumentos biologicistas o pseudo-científicos. Una vez se atribuye el ejercicio de la violencia a un género y se asocia con su forma de relacionarse con el mundo, se normaliza que éste la ejerza de manera habitual. 

– Además, ¿por qué haría algo así una mujer?

– ¿Por qué haría algo así un hombre?

– Quién sabe por qué los hombres hacen cosas tan raras. Es algo genético.

Sharp Objects

Las mujeres no pueden actuar motivadas por razones similares a las de los hombres, sino que quedan atrapadas en un rol ajeno a toda violencia o maldad directa, de manera que caminan agónicamente entre ser el ángel del hogar o ser una villana envenenadora, sin puntos medios. Esto lleva a la creación de arquetipos de villana tan repetidos que son casi cómicos, contra los que la narrativa de Flynn choca frontalmente. Concede a sus personajes la oportunidad de dar profundidad a sus personalidades al mismo tiempo que pone un arma en la mano de sus villanas y les da un vocabulario, una actitud hacia los temas más tabú para las mujeres, les rodea de sexo y violencia vistos desde una perspectiva de inusualmente feroz. 

Cool girls

– A Amy le gusta jugar a ser Dios cuando no está contenta. Al Dios del Antiguo Testamento.

– ¿Qué quieres decir?

– Impone castigos. Fuertes. 

– Amy likes to play God when she’s not happy. Old Testament God. 

– Meaning?

– She doles out punishment. Hard. 

Gone Girl

Amy Elliot Dunne es la antagonista y co-narradora, en primera persona, de la novela Gone Girl (Perdida), en la que cuenta cómo a través de un complejo y brillante plan, consigue fingir su propio asesinato y huir de la casa que comparte con su marido, fabricando decenas de pruebas que hagan que la policía sospeche de él, a modo de venganza. Su marido, Nick Dunne, asiste atónito a una serie de descubrimientos tras la desaparición de su esposa que apuntan directamente a él, incluido un detallado diario falso en el que Amy describe el día a día de su relación, expresando la frustración que siente por haberse visto obligada a mudarse a la ciudad natal de Nick y relatando episodios de supuesta violencia doméstica, un diario que la policía no tarda en hallar. En el momento en el que Nick se da cuenta de que su esposa busca que sea condenado a muerte, a modo de venganza por su infidelidad y desconsideración, el giro de la trama es espeluznante. El papel de víctima de Amy desaparece junto con las páginas de su diario ficticio, y entra en escena otra Amy, transformada en antagonista, en una manipuladora nata. 

La brillantez de su personaje reside precisamente en que es plenamente consciente de cómo es percibida y lo utiliza a su favor. Flynn presenta todos los tópicos más jugosos y deja que Amy juegue con ellos a su gusto: la Chica Desaparecida (convenientemente blanca, guapa y de clase media-alta, la clase de noticia que ocuparía portadas y daría contenido a tertulianos carroñeros durante semanas), la Esposa Engañada con una versión rejuvenecida de ella misma, la Femme Fatale de mirada pícara cuando necesita convencer de algo a los hombres de su alrededor. Al ser consciente de que existen una serie de percepciones e ideas preconcebidas sobre la naturaleza de las mujeres, Amy es capaz de manipular esos clichés como quiere, utilizando desde la falsa candidez hasta la violencia más brutal para conseguir sus objetivos.

Rosamund Pike como Amy Dunne en Gone Girl (2014)

En realidad, no tiene una percepción auténtica de sí misma, porque no existe. Ha estado interpretando papeles, de una manera o de otra, tal y como dice que hacen todas las mujeres, adaptándose a sí mismas para ser lo que un hombre quiere que sean, una chica guay, una cool girl, esa chica a la que le encanta comer comida basura pero mantiene plano el vientre y nunca se ofende si escucha una broma misógina, es más, se ríe. Estas chicas concebidas por la imaginación masculina son el nuevo estándar, según Amy, de manera que se dedicó a interpretar ese papel hasta que su marido rompió el teatro, engañándola, y pasó a interpretar otro. 

Interpretaba a la chica que estaba de moda, la chica que un hombre como Nick quiere: la chica guay. Los hombres siempre dicen eso como el cumplido definitivo, ¿no? Es una chica guay. Ser la Chica Guay significa que soy una mujer guapa, brillante y divertida que adora el fútbol, el póquer, los chistes obscenos y los eructos (…), le encantan los tríos y se mete perritos calientes y hamburguesas en la boca (…) Las Chicas Guays son, sobre todo, guapas. Guapas y comprensivas (…) Los hombres realmente creen que esta chica existe. Tal vez se engañan porque muchas mujeres están dispuestas a fingir ser esta chica.

I was playing the girl who was in style, the girl a man like Nick wants: the Cool Girl. Men always say that as the defining compliment, don’t they? She’s a cool girl. Being the Cool Girl means I am a hot, brilliant, funny woman who adores football, poker, dirty jokes and burping (…), loves threesomes and jams hot dogs and hamburgers into her mouth (…) Cool Girls are above all hot. Hot and understanding (…) Men actually think this girl exists. Maybe they’re fooled because so many women are willing to pretend to be this girl.

Gone Girl

Pese a que Amy vilipendia a cualquier hombre que concibe a las mujeres dentro de unos determinados roles y precisamente se burla de estas preconcepciones actuando de forma maliciosa, no siente ninguna simpatía por otras mujeres ni cree que deba cambiarse nada. Amy es la definición de una villana egoísta y adecuadamente motivada, ya que es plenamente consciente de cuál es el problema, pero no busca resolverlo, sino manipular y violentar a todo el que se tope en su camino hacia un nuevo equilibrio de fuerzas, hacia el recordatorio de que todo su ser es un teatro fácilmente desmontable, una interpretación maestra.

Nick amaba a una chica que no existe. Estaba fingiendo, como hacía a menudo, fingiendo tener una personalidad. Pero entonces tuvo que parar, porque no era real, no era yo. ¡No era yo, Nick! Pensé que era un juego. Pensé que teníamos un guiño, un no-preguntes, no-digas (…) Odié a Nick por sorprenderse cuando me convertí en mí. Le odié por no saber que tenía que acabar, por creer de verdad que se había casado con esta criatura (…) Pareció realmente asombrado cuando le pedí que me escuchara. 

(…) Y las Chicas Guays son aún más patéticas. Ni siquiera fingen ser la mujer que quieren ser, fingen ser la mujer que un hombre quiere que sean.

Nick loved a girl who doesn’t exist. I was pretending, the way I often did, pretending to have a personality. But the it had to stop, because it wasn’t real, it wasn’t me. It wasn’t me, Nick! I thought it was a bit of a game. I thought we had a wink-wink, don’t ask, don’t tell thing going (…) I hated Nick for being surprised when I became me. I hated him for not knowing it had to end, for truly believing he had married this creature (…) He truly seemed astonished when I asked him to listen to me. 

And the Cool Girls are even more pathetic. They’re not even pretending to be the woman they want to be, they’re pretending to be the woman a man wants them to be.

¿Mujer o persona?

Hay un momento extraño en la vida de las mujeres en el que se toma conciencia de que las cosas han cambiado. Ni siquiera tarda demasiado en suceder, no es uno de esos fenómenos adolescentes que transforman tu cuerpo en algo desconocido y ajeno, algo de lo que avergonzarse, no duele físicamente ni te convierte en un adulto, todo lo contrario. Todavía eres una niña. La agresiva diferenciación por género es perniciosa, pero, muchas veces, los niños y niñas escapan de ella en la primera infancia, al menos cuando se relacionan entre ellos. Todos son niños, todos juegan como niños. Pero hay un momento, cuando se han abandonado ya los años más experimentales, en el que un recordatorio sacude todo. Eres una chica. Puede ser algo inocuo, ni siquiera tiene que ser malintencionado. “No puedes jugar a esto”, las reacciones burlonas cuando imitas las actitudes de tus compañeros masculinos, un empujón en el patio del recreo (“no le hagas caso, lo hace porque le gustas”), un recreo que antes era decenas de niños correteando y ahora es un campo de fútbol ocupado y niñas observando en los márgenes. 

Ya no vas a ser otra cosa que una chica, que resulta ser una categoría bastante limitante. Los que eran tus compañeros, tus iguales en el sentido más literal de la palabra, ya no te ven así, sino como algo diferente, incluso opuesto a ellos. La categoría de persona se ha sustituido por la de mujer.

La importancia de que existan autoras como Gillian Flynn, que no rehúyen la caracterización violenta o repugnante de sus personajes femeninos, reside precisamente en que es necesario ampliar lo máximo la categoría en la que existimos (si bien lo ideal sería eliminarla). Sus personajes no se limitan a la violencia indirecta y sibilina, a esa lengua de víbora que parece ser el único medio femenino para ejercer el mal, sino que son abiertamente viles, capaces de utilizar esos prejuicios precisamente en su beneficio. No son la Madrastra Malvada ni la Esposa Regañona, son las criaturas de dos caras con las que nunca quieres toparte.

Intentar contener las personalidades de las mujeres en roles repetitivos, buenos o malos, no es sólo restringir injustamente la variedad de historias que se pueden contar, sino deshumanizar al género femenino, que no es accesorio o complementario al masculino, sino tan vasto y complejo como pueden ser los seres humanos.

Me he cansado bastante de las heroínas enérgicas, de las valientes víctimas de violación, de las fashionistas buscando su alma que abundan en tantos libros. En particular, lamento la falta de villanas, de villanas buenas y potentes. No hablo de mujeres malhumoradas que planean conseguir hombres buenos y mejores zapatos (como si no tuviéramos nada más interesante por lo que luchar), ni de frías madres WASP (ser emocionalmente distante no es necesariamente malo), ni de zorras de telenovela (ser una simple zorra tampoco sirve). Hablo de mujeres violentas y malvadas. Mujeres que dan miedo. No me digas que no conoces a algunas. La cuestión es que las mujeres nos hemos pasado tantos años animando el girl-power para nosotras mismas -hasta el punto de animarnos casi hasta la parodia- que no hemos dejado espacio para reconocer nuestro lado oscuro. Los lados oscuros son importantes. Hay que cuidarlos como a desagradables orquídeas negras.

Gillian Flynn

Bibliografía

Deja un comentario