Mason & Dixon: una Línea entre dos mundos

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Nunca es sencillo hablar de una novela como Maxon & Dixon. Es una de esas obras cuyas fantasmagorías comienzan sus maquinaciones tiempo después de su lectura. La brisa nostálgica que cierra las últimas páginas se vuelve persistente como una presencia largamente oculta, y resulta de pronto que a lo largo de los años sus imágenes nos persiguen como el eco de una incesante lluvia. En el corazón anida la misma melancolía que era la enfermedad de Mason, una fatal atracción por los impulsos de deseo y de muerte. Y nos asaltan visiones espectrales, Ciudad del Cabo oscurecida por un pálido crepúsculo, con los tambores salvajes resonando en la noche y un continente sangriento que se pierde tras los límites conocidos. Allí muchachas holandesas desfilan por las calles, risueñas y alocadas, y nos inunda el olor de especias inclasificables, mientras los látigos todavía húmedos añoran las espaldas desnudas de los esclavos. Después en Santa Helena vislumbramos una oreja en una vasija, celosamente custodiada por un oscuro protector, y también contemplamos el fantasma de una mujer que desfila entre los pasillos de la fortaleza, y notamos como el viento insaciable erosiona los muros buscando los huesos de las piedras. Y finalmente llegamos a América y escuchamos como un indio le dice a Mason «Soñamos contigo… antes de verte. Sin embargo, tú nunca soñaste con nosotros.» Y todo lleno de baladas y canciones de marineros bajo tenues luces tabernarias, con jarras de cerveza rebosantes y la niebla de las pipas que inunda los bares… Y una misión que cumplir. Infligir una herida en la tierra. Trazar una Línea que divida Maryland y Pennsylvania.

Esta es la tarea que reúne a nuestros dos protagonistas, Mason y Dixon, un astrónomo y un agrimensor, un estudioso del cielo y otro de la tierra, bajo encargo de la británica Royal Society. La época y el momento histórico no son elegidos al azar. Pynchon se retrotrae al pasado para analizar el presente en clave de ausencias. La segunda mitad del siglo XVIII constituye el puente entre el pasado lejano y nuestro tiempo. En aquellos años se produce el inicio de la Era de la Razón y el abandono de las antiguas cosmovisiones mágicas. Por ello Pynchon elige esta época de América para hacer una crítica a la América actual hablando de su fundación original y las cosas que con ella se perdieron para siempre. Como señala David Cowart:

Pynchon expresa su interés en la lucha entre el racionalismo científico y el anhelo perenne de posibilidad mística. Asimismo, en la novela caracteriza a América como una de las energías del siglo XVIII, y aquí la línea Mason-Dixon se convierte en un poderoso símbolo de la impronta del racionalismo en una tierra antaño consagrada a múltiples perspectivas.

Pynchon, como muchos antes que él, reconoce en el Gótico y en el Romanticismo tendencias de resistencia frente a la corriente ilustrada. Por eso su lenguaje es muchas veces gótico y romántico en su exageración, como una palabra que lucha por volverse oscura para alumbrar tinieblas más allá de los prismas del propio lenguaje.

A lo largo de las páginas acompañamos a los dos astrónomos (Dixon posee grandes conocimientos de astronomía también, pese a ser agrimensor) en sus aventuras, desde la primera misión en Ciudad del Cabo, donde se dedican a observar el tránsito de Venus, hasta su viaje a América y su recorrido para lograr trazar la Línea que les hará famosos. Como observa Michael Wood:

Mason & Dixon es, entre otras muchas cosas, un libro sobre aprender lentamente a preocuparse en lugar de maravillarse. Los personajes centrales aprenden esto de sí mismos, de los demás, de sus familias y amigos, de sus diversas tareas de topografía y astronomía y nosotros también lo aprendemos leyendo el libro, acompañando a sus personajes.

Es decir, los personajes pasan poco a poco de una impersonal fascinación a una implicación en el devenir de la Historia que supone una asunción de responsabilidades. En el libro el tratamiento del Poder y sus relaciones con la Historia es siempre misterioso y conspiranoico. En Pynchon parece haber una desconfianza hacia las formas del Poder, hacia esos hilos invisibles que ordenan a las marionetas siempre de un modo conveniente. Mason y Dixon muchas veces se plantean qué oscuros designios están cumpliendo realmente, si es correcta la misión que están haciendo, y si llegan hasta el final es únicamente por la certeza de que si se negasen serían otros quienes lo hiciesen por ellos. La obra está llena de indicios de órdenes detrás de órdenes, turbias implicaciones de los jesuitas y de la Compañía de las Indias Orientales en asuntos que parecen ajenos a sus esferas. Dixon se pregunta si están siendo utilizados por fuerzas invisibles. Y Mason observa mucho más tarde que precisamente esta puede ser la forma que el mundo está empezando a tomar. «Tanto Pennsylvania y Maryland son también Compañías constituidas», dice Mason, y en la caracterización todopoderosa de la Compañía, en su mirada que todo lo observa y sus dedos que todo lo tocan, podemos sentir el mismo terror que inspira el cuento La lotería de Babilonia de Borges, ese pánico que surge en el hombre cuando se niega al azar su condición y a sus acciones se les asigna otro nombre que lo destruye y lo sustituye.

«¿Para quién estamos trabajando, Mason?»
«Pensé que algún día serías tú quien me lo dijera.»

Las preguntas del libro son las preguntas que se hace el hombre moderno ante el vértigo de su siglo. Preguntas a cerca del devenir de la Historia, el significado del Tiempo y la posición que ocupa el individuo en el mundo desterrado del “reino de lo subjuntivo”, aquel reino donde lo imaginado es todavía verdadero. América era una tierra de magia y fuerzas primitivas que se vio de pronto arrasada por el fuego iluminador y destructor de la Razón. Pynchon trata de rescatar ese mundo oscuro, ese mundo de misterios y sombras que asocia con los indios americanos, con la Compañía Oriental de las Indias y sus invisibles resortes, con la fuerza oculta de un continente desconocido más allá de Ciudad del Cabo. Y para ello nos llena de imágenes tenebrosas, de paisajes crepusculares, de pantanos neblinosos y ciudades fantasmales.

«Si el tiempo es el espacio que no puede verse la humanidad debería estar agradecida. Por piedad, estamos ciegos ante el Tiempo, porque no podríamos soportar contemplar lo que yace en su corazón». Lo que yace allí, como sabe Pynchon, es la ausencia de todo fundamento, la nada, el vacío, el triunfo de la muerte y del principio entrópico.

Pero pese a este pesimismo oscuro dominante, al final de la obra Pynchon retoma un último impulso de esperanza. La Línea que trazan Mason y Dixon es un símbolo de muchas cosas, una línea que separa dos mundos, dos tiempos, dos cosmovisiones, pero, sobre todo, es la Línea que separa a los hombres. También hay una línea que distancia a Mason y Dixon, incapaces de mostrar al otro su amistad, pese a que hace mucho tiempo que la sienten. Solo la vejez, los años y el paso inflexible del Tiempo los acercan definitivamente el uno al otro, potenciando la necesidad en la lejanía de sus vidas, se reúnen anualmente para compartir unos días de pesca y nostalgias. Dixon muere y Mason se queda solo. Pero entonces se produce un acercamiento a sus hijos, con quienes también sale a pescar. La pesca es una actividad frecuente a lo largo del libro, una actividad que Pynchon utiliza para lograr aproximaciones humanas entre sus personajes, como si, en el fondo, quisiera decirnos que es su forma de optimismo, que lo que está tratando de pescar no son peces en un río, sino un intento de rescatar de las aguas del Pasado un conjunto de sueños y esperanzas.

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