Te dejabas llevar por cualquiera que quisiera tocarte

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De: Candela Sánchez

Miles de cuerpos dorados descansan sobre su piel devorada,
su cuerpo silenciosamente, se postra ante todos tus largos aposentos
un suave blanco aterciopelado, te cubre el rostro para que no puedas mirar.
Pero no confundas su quietud, con rendición, ni su delicadeza con fragilidad.

Un nuevo árbol ahogándose en el suelo
miles de cuerpos dorados residen en mi, residen sobre mi
se me desangra la tristeza, pero me vuelven a abrir de piernas.

Paradójicamente, aprendí a rezar y a meterme los dedos,
siento que fue un mecanismo de supervivencia, que aún no he podido deshacerme de ello….
Observó el vacío y ya ni me siento.

¿De qué me servía poseer el deseo de todos esos hogareños?
Sí, jamás me sentí cómoda en mi propia casa.

Con las manos abiertas y fingiendo inocencia,
me alzáis en vuestra pared
mi cuerpo;
astillado en una cruz.
Y todos vosotros (repito), todos vosotros, venerareis lo que veis
los restos de un trofeo, se avergüenzan hoy de serlo.

Después,
me dejareis colgada para que todos puedan reírse de mí.
Ya no hay pavor,
un arrebato ausente de lo que antes era mi noble inocencia.
Solo permanece la inquietud de mis desequilibrios que humedecen hoy de nuevo,
vuestra cruz.

¿De qué me servía poseer el deseo de todos esos hogareños?
Sí, jamás me sentí cómoda en mi propia casa.

No defiendas una moralidad que no te pertenece,
¿Cuál es el límite de tu moralidad? Aún no lo sé, aún estoy dudando,
ni me recites sermones desgastados, mientras la comida está todavía caliente,
ni se te ocurra mencionar dignamente el :”pero Candela, tienes que intentar comprender que no todos los hombres violamos, estoy yo, está tu padre, está tu hermano” cuando el mundo acaba de vomitar con toda la frialdad existente la sentencia de la señora Gisèle Pelicot.
No me puedo creer lo que está sucediendo en el mundo, tampoco me puedo creer que haya personas que nieguen esta realidad, y mucho menos, que estén aquí conmigo presente.
Intento tragar el asco y la rabia que siento, pero se pelean y se enredan en mi garganta como si fueran dos serpientes.


Me meto en google y escribo: ¿Cómo desvincularse de alguien que todavía sientes que te pertenece? (no padeces el síndrome de la salvadora, me digo a mi misma).


Decido levantarme de la mesa, y romper toda la vajilla con los dientes.
En ese momento quiero que vengas a abrazarme, que vengas a sujetar este cuerpo,
y que sientas lentamente, como los trozos de cerámica se te clavan en tu piel desnuda,
como si por un momento, la herida también fuera tuya.
Quiero que conozcas el filo de esta ira.
Intentando esconder mi vulnerabilidad me muestro dubitativa tanto de cognición como de comportamiento, me cohibo y me lamento.

Hay un dolor silencioso que se ha colado entre las fisuras de las cosas rotas que se encuentran esparcidas por el frío suelo, no me hables de silencios ausentes que no me van a servir para llenarme.
Quiero que me mires a los ojos sin huir, que seas capaz de gritarle a las injusticias cuando sean los ecos los que te incomoden.


Sin embargo, sé que tú no vas a ser capaz de aguantar,
y yo por fortuna, no voy a rogarte de rodillas que permanezcas a mi lado….


Si te vas, como diría Extremoduro, quiero que añadas mi nombre a tu inmensa lista de
traidoras que nunca fueron capaces de entenderte, que yo por mi parte volveré colorear de azul todos los cielos que me obligaste a oscurecer.

¿De qué me servía poseer el deseo de todos esos hogareños?
Sí, jamás me sentí cómoda en mi propia casa.

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