Formas de mirar lo onírico
Cuando era pequeña, cuando todavía pensaba que los profesores tenían que vivir en el colegio porque me resultaba imposible imaginarlos fuera de él, cada noche solía pedirle a mi padre que, después de darme un beso, se tumbara a mi lado unos momentos. Nunca decía por qué, sólo que se quedara, sólo hasta que me entrara un poquito de sueño, eso decía, un poquito. Y él siempre lo hacía, claro. La verdad era que me aterrorizaba la oscuridad y pensaba que, si algún monstruo o espectro pretendía hacerme daño justamente esa noche, verían que no servía de nada intentarlo, porque mi padre estaba allí para protegerme. Algunas veces, en las noches que detestaba tener que irme a dormir más pronto, en esos minutos de silencio y penumbra, le susurraba: no puedo dormir. Y su respuesta, que ha sido la misma desde que tengo memoria, siempre era: Piensa en algo bonito. Piensa en cosas que te gusten, y no pienses en que quieres dormirte.
Cuando dejaba de pensar en quedarme dormida, sucedía, como algo que no pretendes y termina saliendo exactamente como querías. De aquellas edades recuerdo luchar contra el sueño con todas mis fuerzas, evitarlo, llenar la cama de libros de cuentos con la firme intención de quedarme despierta hasta que saliera el sol. Hay varias fotos que demuestran que siempre terminaba rindiéndome, algunas veces con el libro abierto entre mis brazos. El sueño siempre ganaba, siempre terminaba pensando en cosas bonitas y fantaseando hasta que mis pestañas se cerraban, vencidas. La vigilia nunca pudo competir con el mundo de los sueños.
Ahora que ya no soy esa niña, hay mañanas en las que salir de la cama es un suplicio inimaginable. Salir de la cama implica enfrentarse a la Realidad, que puede ser mucho más amable que ciertos sueños o insoportable comparada con otros, pero siempre sale perdiendo, porque es Real y, por tanto, tiene consecuencias. El sueño está libre de ataduras. El sueño es el no-lugar en el que cobran forma las ideas del subconsciente, y la cama es el símbolo del sueño por antonomasia. Pero en realidad no tiene sentido confinar la idea de soñar a un lugar físico o a un estado corporal de inconsciencia si mientras se está despierto la fantasía no se detiene. ¿Qué es soñar despierto? Debería ser el ejemplo perfecto de una contradicción, pero solo es una afirmación más del verdadero origen del sueño, que es el deseo.
El sueño y el deseo
El inicio del estudio de la interpretación de los sueños por parte de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, parte de la idea de que un sueño es el cumplimiento de un deseo. Su obra La interpretación de los sueños (1900) introduce el hecho de que el deseo más básico que se satisface por medio del sueño es el del propio acto de dormir, es decir, los sueños que se experimentan tienen como función primordial mantenernos en el estado en el que nos encontramos: dormidos. Ese “trozo de fantasía”, como lo denomina Freud, tiene como objetivo absorber nuestra conciencia hacia el descanso.
El principal campo de estudio de Freud fueron los sueños que ocurrían cuando se dormía, la actividad del subconsciente durante esas horas. Sin embargo, no restaba ninguna importancia a los sueños que ocurren mientras se está despierto, los day-dreams, esa actividad de distracción que no consideraba un mero pasatiempo, sino:
(…) una preocupación que implica el ensayo de deseos ambiciosos y eróticos, deseos que implican necesidades de dominación egoísta.
Freud teorizaba que el acto de soñar despierto implicaba la satisfacción de otra clase de deseos que, por supuesto, no tenían nada que ver con la prolongación del descanso, pero que también se manifestaban en el sueño que ocurre durante la noche. Sus reflexiones serían llevadas al máximo exponente por Jacques Lacan (1901-1981), psiquiatra y psicoanalista francés, que argumentó que, pese a que los sueños en vigilia fueron considerados por Freud como de menor importancia, el fin último de estas fantasías es el “Wunscherfüllung” o wish-fulfillment, es decir, el cumplimiento de deseos. Estos sueños parecen estar en un reino al cual no pertenecen, el mundo de los despiertos, lo que simboliza la poderosa necesidad de las sensaciones que invocan. Fueron definidos por Lacan como el “ensayo inconsciente del deseo”, una satisfacción de los anhelos de poder o dominación que existen en cada ser humano.
La preeminencia de los sueños en su definición más literal lleva a considerar a estas fantasías como un preludio al sueño o una extracción de este, es decir, aquello con lo que se fantasea despierto ha sido o será objeto de un sueño que quizá nunca lleguemos a ser conscientes de haber tenido. Por tanto, ¿dónde está la diferencia entre ambos? Las reflexiones de Lacan llevan a esta pregunta, a la pregunta de si realmente sirve de algo diferenciar el sueño inconsciente del consciente. En realidad, ¿cuándo termina un sueño? ¿Al despertarse, al relatarlo, jamás? El anhelo o terror que expresa permanece latente en uno mismo, las imágenes no se olvidan y puede tornarse en algo recurrente, imaginado una y otra vez en una espiral interminable.
¿Qué ocurre si lo recuerdas para siempre, si ese sueño domina tus fantasías diarias, es un sueño o se convierte en un objetivo? ¿Ambos son intercambiables, futura realidad y sueño? ¿O acaso el sueño como tal nunca termina? Cuando se convive con los sueños, se está, en realidad, conviviendo con los deseos.
Nunca despertamos: los deseos sostienen los sueños (…)
We never wake up: desires sustain dreams (…)
Jacques Lacan
De Lacan se dice que llevó la vertiente psicoanalítica a su máxima expresión precisamente por su análisis de la relación entre los sueños y el deseo, en el cual concluyó que es imposible hallar un auténtico despertar, ya que la propia naturaleza del deseo implica su constante reproducción. Los momentos en los que el soñador podría analizar su propia fantasía no serían más que “breves destellos de lucidez”, una momentánea ruptura de la constante cadena de reproducción del deseo. Lacan sugiere que lo que se desea (y cómo se desea) nace de manera tan compleja que no permite al sujeto atisbar su naturaleza. Presenta el deseo como un hambre insaciable, un animal escurridizo y frustrante, algo que, tan pronto como atrapamos, se nos escapa como arena entre los dedos.
El pensamiento de Lacan sugiere que el deseo, simplemente, no busca lo que parece buscar, es decir, no se desea lo que se cree que se desea. El deseo no busca la satisfacción por medio de un objeto o una acción, porque el deseo nunca deja de existir. La satisfacción total es imposible, por tanto, el objeto de deseo no puede ser la satisfacción total. Los humanos somos conscientes de que la satisfacción de todos nuestros deseos, de manera completa y permanente, es imposible, por lo que Lacan argumenta que el propósito del deseo no es ser satisfecho, sino la reproducción del propio deseo. El sueño no nace de la obtención de lo que se quiere, sino de la constante multiplicación del deseo que ya existía. Satisfacer el deseo es imposible y, por tanto, es imposible dejar de soñar. El sueño termina siempre de manera repentina, siempre en el punto álgido, siempre al borde de una satisfacción que nunca llega. Porque no existe. El deseo solo es el cultivo de más deseo.
El hecho de que esta satisfacción nos eluda continuamente no minimiza la intensidad de nuestro anhelo, ni tampoco frena el poder de nuestros sueños, porque en ese camino eterno lleno de espejismos de victoria, reside el placer. El deseo se dirige siempre hacia algo más allá que su objeto declarado. No se desea meramente una comida, una persona, una sensación, sino todo. Se desea una satisfacción imposible que solo puede obtenerse en sueños. Por tanto, Lacan no sólo argumenta que el deseo no consiste en la aspiración hacia algo concreto y que perpetúa su propia existencia, sino que además lo considera una sensación que camina eternamente hacia un final desconocido, una satisfacción inalcanzable que él denomina, en su núcleo, un deseo de amor.
Lacan afirma, pues, que toda demanda es, en el fondo, una demanda de amor.
Lacan therefore asserts that each and every demand is, at bottom, a demand for love.
Adrian Johnston
Esa pulsión que yace bajo la piel de todo lo que se anhela no es otra cosa que un profundo deseo de amor que no puede verse adecuadamente saciado. Los sueños, como conductores de los deseos, permanecen en esa estructura paradójica de Lacan en la que algo busca su propia perpetuación, no su propia satisfacción, porque se sabe irrealizable. Cuando se apoya la cabeza en la almohada, uno se acurruca en torno a escenas imposibles. Mirarse a los ojos a través de una habitación llena de gente. Una mano ajena rozando la piel de las mejillas. Abrir los ojos y desear volver atrás, solo un instante, para saborearlo.
En el sueño que no cuento a nadie, pones tu cabeza en mi regazo (…)
En el sueño que no cuento a nadie, tengo miedo de despertarte
En estos sueños siempre eres tú:
El chico de la sudadera
El chico del puente, el chico que siempre me frena
De saltar del puente
In the dream I don’t tell anyone, you put your head in my lap (…)
In the dream I don’t tell anyone, I’m afraid to wake you up
In these dreams it’s always you:
The boy in the sweatshirt
The boy on the bridge, the boy who always keeps me
From jumping off the bridge
Richard Siken

El sueño cobarde
La película Los que se quedan (The Holdovers, 2023), dirigida por Alexander Payne, narra la historia de tres personas forzadas a pasar las vacaciones de Navidad en un internado de Nueva Inglaterra al principio de la década de 1970. Un profesor de historia anticuado y cascarrabias, una cocinera sumida en el duelo por la muerte de su hijo y un adolescente rebelde abandonado por su madre y su padrastro comparten unas vacaciones inusuales entre los edificios gélidos de una escuela completamente vacía. Pese a las enormes diferencias entre sus vidas y circunstancias, los tres comparten un anhelo de cariño tan profundo y honesto que se descubrirán a sí mismos disfrutando de la compañía de los otros e incluso confiándoles intimidades.
En uno de los diálogos más devastadores de la película, el profesor, Paul Hunham, charla con la cocinera, Mary, sentados frente a la televisión, mientras el joven Angus está despatarrado en un sofá, aburrido. Paul menciona a Mary su ambición de escribir, algún día, una monografía sobre historia antigua. Angus les interrumpe, diciendo:
– ¿Por qué no escribir un libro?
Su profesor sacude la cabeza y carraspea levemente.
-No creo que sea capaz de escribir un libro entero.
Mary le mira con una tristeza infinita y, resignada, le contesta:
-Ni siquiera puedes soñar un sueño completo, ¿verdad?
Y él sabe que es cierto. Su interlocutora, una mujer de mediana edad que ha enterrado a su único hijo, que ha perdido cualquier motivación para seguir allí, rodeada de adolescentes insolentes, aún es capaz de soñar. Aún es capaz de desear. Es capaz de desear unas vacaciones tranquilas, de desear escuchar una canción que le recuerde a su hijo, de desear ver a su familia en la ciudad. Sin embargo, él mata sus anhelos antes de dejarlos nacer. No sólo su pasado turbulento le ata al eterno puesto de profesor antipático, sino que él mismo se agarra a esa identidad como a un clavo ardiente con tal de no tener que atisbar qué hay más allá de los muros de esa escuela.
Es el sueño de los cobardes. Quieres soñarlo, pero cada vez que lo tienes al alcance de los dedos, cada vez que lo rozas, sales huyendo, como si te quemara. Como si conseguirlo, en realidad, te asqueara. No te permites a ti mismo pensarlo, porque pensarlo sería desearlo, y una vez algo se desea se transforma en una cosa mucho más grande y terrible que uno mismo, es el gran Otro, el inconsciente, lo que debe reprimirse. No puede cederse ni un milímetro de terreno en la propia mente a los auténticos deseos, por miedo a que algún día cobren vida.
Hay una extraña satisfacción morbosa en ver cuánto pueden empeorar las cosas. Cuánto puede retrasarse lo inevitable, cuántas veces puede cometerse el mismo error y castigarse por ello. Cuántas respiraciones cuesta hiperventilar. Cuántas veces puede desearse algo imposible. Alienado de uno mismo, los sueños sólo pueden recortarse cruelmente. Ni siquiera se permite a uno mismo imaginarse algo bueno, bueno de verdad, una realidad no sólo soportable, sino preferible en esta vida de bordes borrosos y finales repentinos.
La imaginación se detiene cuando vuela demasiado lejos de lo que pensamos que es inevitable. Parece que no merece la pena permitirse a uno mismo anhelar más allá de las propias limitaciones auto impuestas. Ni siquiera en sueños se consigue recortar la dolorosa distancia entre realidad y deseo. Siempre hemos sido unos cobardes.
El sueño del otro
Gilles Deleuze (1925-1995) fue un filósofo francés que consagró gran parte de su obra al estudio de la creación de conceptos en la filosofía, además del estudio de la pintura y el cine. Durante una conferencia del año 1987, en la que explora las bases del acto de la creatividad, centrándose particularmente en la cinematografía y el proceso de la creación de ideas a nivel cinematográfico, reflexiona brevemente sobre los sueños, mencionando la obra del director Vincente Minelli. Deleuze expone que, en la obra de Minelli, la idea subyacente sobre los sueños es que no solo afectan a quien sueña, sino a los demás.
El sueño de los que sueñan concierne a los que no sueñan. ¿Y por qué les concierne? Porque en cuanto sueña otro, hay peligro. Los sueños de los demás son siempre devoradores y amenazan con engullirnos; el sueño del otro es muy peligroso. Los sueños tienen una terrible voluntad de poder y todos y cada uno de nosotros somos víctimas del sueño del otro.
The dream of those who dream concerns those who are not dreaming. And why does it concern them? Because as soon as someone else dreams, there is danger. People’s dreams are always devouring and threaten to engulf us; the other’s dream is very dangerous. Dreams have a terrible will to power and each and every one of us is a victim to the other’s dream.
Nuestra realidad y circunstancias no brotan de nuestros propios deseos. Apenas se nos da una mínima oportunidad para modificarlas. No se acomodan a nuestros propios sueños, sino a los de otros, quizá a los de aquellos que han cumplido sus deseos más titánicos precisamente a costa de la aniquilación de los nuestros. Hay quienes no sólo sueñan (y por tanto desean), sino que tienen la oportunidad de llevar a cabo sus deseos, y el prójimo no es más que un daño colateral en sus ambiciones.
La advertencia es clara. Teme, cuídate del sueño del otro. Teme su idea de cómo debes ser para adaptarte a sus objetivos. Los sueños ajenos no solo devoran, sino que aplastan y moldean, modifican hasta crear algo que antes no existía, una versión propia que se acomoda a ellos, pero no admite a nadie más.
Cuidado con el sueño del otro, porque si te atrapa, estás perdido.
Beware of the other’s dream, because if you are caught in the other’s dreams you are done for.
Gilles Deleuze
Bibliografía
- The Dream-Interpretation and the Dark Continent of Femininity: Circe’s Palace and On a Portrait. Paul Murphy
- Dream, desire, awakening. Action Committee of the School One
- Do We Want What We Think We Want? Jacques Lacan on Desire. Moses May-Hobbs

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