Las peripecias de un cuerpo santo

Published by

on

«…digo que importa mucho, y del todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo…»

Camino de Perfección, Santa Teresa de Jesús

El día 4 de octubre de 1582, sobre las nueve de la noche, Santa Teresa de Jesús fallecía en el Convento de las Madres Carmelitas de la Anunciación, en Alba de Tormes. Curiosamente, la festividad de Santa Teresa no se celebra actualmente el 4 de octubre, sino el día 15 de este mismo mes. Esto se debe a que Teresa murió el día en que el antiguo calendario juliano fue cambiado por el calendario gregoriano. Por este motivo, al día 4 de octubre lo siguió el día 15 de octubre (con el fin de ajustar el nuevo calendario con el movimiento solar), instaurándose esta fecha como festividad de la santa, ya que en la documentación oficial consta el día 15 de octubre como jornada del entierro de la madre. Esta misma circunstancia atañe a la fecha de defunción de Shakespeare y Cervantes. Ambos escritores murieron el día 23 de abril de 1616, pero en aquella época Inglaterra todavía no había cambiado el calendario juliano, por lo que la muerte de Shakespeare ocurrió el 23 de abril, conforme al calendario juliano, y el 3 de mayo, conforme al calendario gregoriano. Curiosamente, ambos escritores murieron en una misma fecha, pero no murieron en un mismo día.

Volviendo a nuestro tema, la muerte de la Santa abriría paso a una época de disputas y tensiones acerca de la posesión de sus restos mortales, pues, aun antes de ser canonizada, ya existía la idea de que Teresa de Jesús había sido una figura excepcional cercana a la santidad. El cuerpo de la Santa se veló desde las 9 de la noche del día 4 de octubre en que murió, hasta la misa mayor del día siguiente, cuando fue enterrada por sus compañeras. Estaba presente en el sepelio la fundadora del convento, Teresa Laiz, quien procuró que se cubriese con una buena cantidad de cal, tierra y ladrillo el lugar de inhumación de la Santa, «porque se recataban no les hurtasen el cuerpo para el monasterio de Ávila». Tanta sustancia se vertió sobre el ataúd de la madre que este acabó por ceder ante el peso y se resquebrajó. Juan de Ovalle, cuñado de Santa Teresa que residía en Alba, estuvo también presente en el entierro, declarando que «esotro día la enterraron, habiendo muy mucha gente con gran devoción, teniéndola por santa….».

Así, el día 15 de octubre de 1582 yacía ya en tierra el cuerpo de la Santa. Pero el descanso eterno del que se disponía a gozar no sería tal, pues a los pocos meses, el 4 de julio de 1583, el ataúd sería desenterrado y abierto por el P. Gracián, primer provincial descalzo carmelita, a petición de las monjas del convento que venían percibiendo un gran aroma que salía del lugar de enterramiento, «particularmente […] los días de los santos con quien ella había tenido particular devoción», y, abriendo el sepulcro, querían las hermanas aclarar su origen. Estamos ante el habitual olor de santidad que emana de los cuerpos santos; buen olor que se describe también en esta época emanando desde el cuerpo de los monarcas difuntos y otras personalidades públicas. Después de gastar «cuatro días» en quitar las piedras del enterramiento (de tanto celo había convertido tumba en bastión la fundadora), el carmelita descubrió que el cuerpo de Santa Teresa, a pesar de presentarse podridas las vestiduras que lo envolvían, se mostraba pulcro, sin el menor signo de corrupción. Comenzaba así la idea generalizada de la incorrupción del cuerpo teresiano, defendida con tesón por muchos carmelitas hasta el siglo XX, aunque hoy ya desestimada.

Un par de años después, en octubre de 1585, los Carmelitas Descalzos hicieron capítulo en Pastrana y allí determinaron «que el santo cuerpo se sacase secretamente de Alba, y se llevase a san José de Ávila, donde la Madre había comenzado, y de donde era Priora cuando murió». Se sumaba a estas razones, el hecho de que Álvaro de Mendoza, Obispo de Palencia, se había comprometido a realizar la capilla mayor de dicho monasterio, dotándola de un sepulcro para la madre y otro para sí mismo. Aquel mismo día que se reunieron en Pastrana, oyeron las madres, como relatarían después,  tres golpes dentro del sepulcro, entendiendo al conocer la decisión del capítulo que eran estos señal de despedida de aquel convento que les hacía la madre. Llegaron el Vicario Provincial y el P. Gracián el 24 de noviembre a Alba de Tormes, y esa misma noche desenterraron el cuerpo para llevar a cabo el traslado de forma inmediata.

En cuanto se enteró de este traslado el Duque de Alba, Antonio Álvarez de Toledo, se mostró contrario a la decisión del capítulo carmelitano, y, recurriendo a su elevada influencia, acudió al Papa Sixto V, «el cual manda con censuras se vuelva el cuerpo de santa Teresa a Alba de Tormes». El cuerpo de la Santa sería así devuelto a la villa ducal el 23 de agosto de 1586, día de San Bartolomé, conservando aún su excelso olor: se dice que era tal la fragancia que desprendía en su camino de vuelta a su primera sepultura, que «los labradores con el nuevo y desusado olor salían de noche de las eras, y corrían en pos de los que llevaban el santo cuerpo, con deseo de saber el origen y causa de aquella maravilla». Desde entonces ya no servirían para nada las reclamaciones del Carmelo en relación a sus intenciones para con el cuerpo santo. El nuncio César Speciano, obispo de Novara, dio sentencia en que mandó que para siempre quedase en Alba el cuerpo de Teresa, en diciembre de 1588; sentencia refrendada por el propio Sixto V el 10 de julio de 1589.

Esta disputa entre los monasterios abulense y albense tenía también fundamento en la voluntad de Teresa con respecto a su lugar de sepultura, expresada en sus últimos días de vida. Desde el convento de Alba se defendía que la Santa habría expresado su conformidad de ser enterrada en la Anunciación, comenzado ya su último periodo de enfermedad, a través de la frase: «¿y aquí no me darán un poco de tierra?». Mariana de Jesús en su información para los Procesos de canonización defiende que con esta frase habría respondido la santa a la pregunta de si quería ser enterrada en Ávila o en Alba. El convento de San José de Ávila argumentaba que la madre Teresa ostentaba el cargo de priora allí al momento de su muerte. Además, según algunas fuentes, al comenzar la enfermedad la Santa habría pedido una litera para ir a San José de Ávila porque quería enterrarse allí, voluntad que desparecería tras la confesión del día 2 de octubre con el P. Antonio, consciente ya la Santa de que había llegado la hora de su muerte. Desde ese momento, nos dice el P. Efrén de la Madre de Dios, «se olvidó de San José […] y trató de morirse».

Además de la disputa por el cuerpo santo, hemos de mencionar la fiebre que existía en la época por adquirir reliquias de aquellas personas que se presuponían santas a la hora de su muerte, fiebre de la que no escapó nuestra protagonista. Explica Vicente de la Fuente que «en todas estas exhumaciones y traslaciones había los abusos de mutilación, que son consiguientes a ellas». También fue frecuente el robo de vestiduras y objetos que habían sido utilizados por la Santa, ya que se les atribuían poderes milagrosos.

En la apertura del sepulcro de 1914 se hizo una descripción del estado del cuerpo, con el siguiente resultado: «falta el cuello, el ojo izquierdo, mandíbula superior y todos los dientes y muelas; falta el brazo izquierdo; el brazo derecho está, pero separado del cuerpo y le faltan los dedos; hay una abertura por la cual se sacó el corazón; también falta el pie derecho, venerado en Roma, en Santa María della Scala». Como se puede ver, las partes que fueron extraídas del cuerpo son bastantes; algunas de ellas cuentan con una interesante historia, como su brazo izquierdo. Este brazo se venera hoy en día en Alba de Tormes, ubicado en un relicario junto al sepulcro de la Santa. Cuando el capítulo carmelita decidió el traslado del cuerpo a San José de Ávila, se acordó que se dejase un brazo de Santa Teresa en Alba, para «consuelo de las monjas», y así se hizo; causa esta por la que el brazo aparece hoy en día desligado del cuerpo aún custodiándose en un mismo lugar. Dicen que fue milagrosa la suavidad con que el cuchillo del P. Nacianceno, encargado de la deturpación, entró en la carne santa, como cortando «un melón o queso fresco». La historia de este brazo, empero, no acaba aquí. El 30 de mayo de 1880 se descubrió el relicario del brazo y se entregó un pequeño trozo de este a la infanta Isabel de Borbón, hija de Isabel II, en virtud de un rescripto pontificio entregado a la infanta por el papa León XIII. Esta reliquia que mencionamos se conserva hoy en el monasterio de la Encarnación de Ávila, donada el 2 de diciembre de 1979 por los Condes de Barcelona, abuelos del actual monarca, Felipe VI, según reza la inscripción colocada a su lado. 

Otra reliquia que ha sufrido un interesante recorrido por el mundo, partiendo en un inicio de Alba de Tormes, es la mano izquierda, desgajada del cuerpo por el P. Gracián en la primera exhumación del cuerpo, llevada a cabo en julio de 1583. Esta mano fue llevada por el mismo Gracián hasta las Carmelitas de Lisboa, recientemente fundadas en aquellos años, donde la reliquia se veneró durante varios siglos. Con la expulsión de los Carmelitas de Portugal en 1920, la mano volvió a tierras españolas, guardándose finalmente en el monasterio de Carmelitas de Ronda. La mano sería robada de aquel lugar durante la Guerra Civil española, y después recuperada por las tropas nacionales, tal y como da noticia de ello un diario falangista de la época: «La mano izquierda auténtica de Santa Teresa, que ha sido traída a Salamanca, rescatada del poder de los rojos, ha sido colocada en un altar pequeño de la residencia del Generalísimo Franco, en el Palacio Arzobispal». Vivía en aquellos momentos Francisco Franco en el Palacio Episcopal salmantino, ubicado aún hoy frente a la entrada principal de la catedral vieja. 

Por último, es necesario comentar algunos aspectos sobre el corazón transverberado de Santa Teresa. Este órgano se venera también en el convento de las Madres de Alba, en un relicario junto al sepulcro, a semejanza del brazo. Parece ser que el corazón fue extraído del cuerpo de la Santa por una religiosa del convento antes de que los restos fuesen trasladados a San José de Ávila, y desde entonces descansa en la villa albense. El fenómeno de la transverberación de su corazón fue referido por Santa Teresa en su obra, especialmente en la Vida (29, 13) y en su poema «Ya toda me entregué y di». Este fenómeno, de raigambre mística, ha levantado la curiosidad entre los médicos y científicos a lo largo de los siglos y, por ello, el corazón «ha sido objeto de varios análisis anatómico-patológicos». El 25 de enero de 1726 el corazón de la Santa fue analizado por los médicos Blas Pérez de Villaharta, Manuel Robles y Manuel Sánchez, dando noticia estos de la hendidura que mostraba el órgano, a forma de herida, de muy poca anchura y mucha profundidad. Los bordes de la herida presentaban un color rojo oscuro, casi negro, que da señales de la combustión realizada por los dardos de fuego. Existían, además, otros pequeños agujeros a lo largo del órgano, de los cuales «dícese comúnmente ser diversas heridas hechas por los ángeles en otras varias ocasiones». Debido a esta declaración canónica, «se instituyó por la Santa Sede en 26 de marzo de 1726 la fiesta a la Transverberación, para el citado día 27 de Agosto» Esta fiesta se celebra todavía en la villa ducal, junto a las fiestas grandes de Santa Teresa del día 15 de octubre.

Hace no mucho tiempo se dio acerca de esta reliquia teresiana un encarnizado debate entre los devotos de la Santa. Parece ser que dentro del relicario del corazón comenzaron a nacer una especie de pequeñas espinas que iban rodeando el órgano santo. Dos médicos y un cirujano de Alba las reconocieron por primera vez en junio de 1870, calificándolas como sobrenaturales en el expediente canónico de orden del Diocesano, pero dos facultativos de Salamanca, enviados por el Prelado, no reconocieron tal espinas como sobrenaturales.  La discusión en la época fue notable, pues en 1882 seguía siendo objeto de «estudio y controversia», esperando los devotos también el «fallo de la iglesia acerca de este suceso». Algunos se mostraban escépticos, como Vicente de la Fuente, quien, siguiendo la prohibición del Concilio de Trento de publicar milagros sin autorización del obispo, prefería también esperar el veredicto de la iglesia. Otros, como José Lamano, se mostraron abiertamente en contra de la existencia milagrosa de estas espinas: «Se ha extendido tanto por irreflexivos devotos de la Santa el raro fenómeno de las espinas —naturales o sobrenaturales— que, según decían, brotaban del Corazón de Santa Teresa de Jesús que no es posible pasarlo por alto en esta Historia». Sea como fuere, llegó a tanto la admiración causada en la comunidad religiosa que apareció una extensa monografía dedicada solo a estas pequeñas espinas en el año 1876, en la ciudad de Valencia.

Podríamos continuar hablando de las reliquias del cuerpo de Santa Teresa y de las interesantes peripecias que ha tenido —y tiene aún— que sufrir a lo largo de los siglos. Sin ir más lejos, en este año apenas pasado se volvió a abrir el sepulcro santo con el fin de realizar un estudio científico (parece finalmente que el carbono catorce acabará explicándonos dónde le residía el amor a la Santa). Mas conviene, en tanto hablando, callar un trecho. Artículo, dile, pues, al pensamiento que corra la cortina, y vuelva al desdichado que camina.

Bibliografía recomendada

  • Bosco San Román, J. (2014). Los centenarios teresianos de 1914-1915 en España: historia y crónicas. El Monte Carmelo.
  • de la Fuente, V. (1883). Casas y recuerdos de Santa Teresa en España: manual del viajero devoto para visitarlas (2ª)Imprenta de Antonio Pérez Dubrull.
  • de la Madre de Dios, E. & Steggink, O. (1996). Tiempo y vida de Santa Teresa (3a). Biblioteca de Autores Cristianos.
  • de Santa Teresa, S. (1934). Procesos de beatificación y canonización de Sta. Teresa de Jesús. El Monte Carmelo.
  • de Yepes, Fray D. (1887). Vida de Santa Teresa de Jesús. Imprenta de Daniel Cortezo.
  • Lamano y Beneite, J. (1914). Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes. Establecimiento tipográfico de Calatrava.

Una respuesta a “Las peripecias de un cuerpo santo”

  1. Avatar de Santa Teresa y Alba de Tormes: un paseo por la literatura – CAPÍTULO 73

    […] nuestro acercamiento a la historia teresiana, tratada ya en esta revista en artículos anteriores, hemos encontrado, no solo documentos y relatos históricos, sino también numerosos testimonios […]

    Me gusta

Deja un comentario