En La canción de Aquiles, Patroclo nos cuenta su historia de amor como muchos han querido ocultarla
En la Ilíada de Homero, se narra claramente cómo Aquiles, príncipe de Ftía y el mejor entre los griegos, se niega a seguir combatiendo contra los troyanos debido a la ofensa que el rey Agamenón le había causado. De hecho, los primeros versos de la obra dicen: «Canta, ¡oh, diosa!, la ira de Aquiles, hijo de Peleo, que trajo incontables males a los griegos». Durante la ausencia del hijo de la ninfa Tetis de la batalla, los griegos son brutalmente masacrados y arrastrados hasta sus naves, más allá de la empalizada. Consciente de que todos los griegos perecerían si no hacía algo para evitarlo, Patroclo, el más cercano camarada de Aquiles, trató de convencerle para que volviera a la lucha o, por lo menos, para que le permitiera ponerse su yelmo y su armadura para liderar a los mirmidones en contra de los troyanos. El mejor guerrero de su generación accedió y Patroclo encabezó la contraofensiva que salvó las naves de los griegos. De hecho, llegó a matar a muchos destacados guerreros troyanos, entre ellos Sarpedón, hijo de Zeus y rey de Licia.
Pero, he aquí dónde empieza a entreverse el pastel: envalentonado por el avance de su ataque, Patroclo sigue persiguiendo a los troyanos en desbandada y se topa de frente con Héctor, hijo de Príamo, el más temible guerrero entre los de la ciudad amurallada. El príncipe de Troya mata a Patroclo y, tras una ensangrentada lucha, los griegos consiguen recuperar su cadáver y lo llevan delante del príncipe Aquiles. Recordemos que en Troya, la película de 2004 dirigida por Wolfgang Petersen, nos habían dicho que estos dos eran primos y el primero había acudido al combate sin permiso del segundo. Al ver el cuerpo sin vida de Patroclo, el más letal de los héroes griegos sintió un dolor descomunal, incomparable con el de cualquier otro deudo durante toda la obra. Casi todos los combatientes, tanto griegos como troyanos, perdieron a seres queridos o compañeros cercanos durante la guerra -hijos, hermanos, padres, etc.- y nadie muestra un dolor tan grande como el que manifiesta Aquiles. ¿Por qué será? Tal vez, sea el príncipe de Ftía el único que, entre tanta muerte y tanta sangre, pierde al amor de su vida.

Un amor a medio desvelar
Según los autores clásicos y muchos estudiosos contemporáneos, la Guerra de Troya se disputó en el año 1194 a. C. La obra de Homero, por su parte, fue escrita en el siglo VIII a. C. Tuvo que llegar Madeline Miller en 2011, con una novela que reinterpretaba los hechos narrados en la epopeya, para recordarnos la existencia de ese amor que había sido tan convenientemente ocultado. Habrá quienes piensen que lo del colectivo LGBTIQ+ y los gays es un invento de hace pocas décadas, seguro que culpa de Freddie Mercury o algo por el estilo, pero la homosexualidad es bastante más antigua y natural que la homofobia. La autora de La canción de Aquiles cuenta que la inspiración para contar la historia de amor entre estos dos príncipes griegos se la dio Platón. Y es que en El Banquete, Fedro, su más relevante orador, defendía que la relación entre Patroclo y el hijo de Peleo había sido la forma más pura de amor. Esquines, otro autor griego, comentaba en su obra Contra Timarco:
«Aunque Homero alude numerosas veces a Patroclo y a Aquiles, pasa silenciosamente sobre su deseo y evita referirse a su amor, al considerar que la intensidad de su afecto estaba clara para los lectores cultivados».
En Mirmidones, una de las obras del dramaturgo Esquilo que nos han llegado fragmentadas, en el momento de contemplar el cadáver de Patroclo, Aquiles llora amargamente sobre él mientras elogia sus músculos y añora en voz alta sus dulces besos. Aunque, más allá de las fuentes clásicas que así lo atestiguan, no hay mayor argumento para afirmar que lo que unía a ambos era el amor que el hecho de que Aquiles vuelva tan encolerizado al combate para vengar a Patroclo. Llega entonces a matar a Héctor, ultrajando más tarde su cuerpo sin vida, que arrastra atado a su carro alrededor de las murallas de Troya para que su familia y súbditos pudieran verlo. La brutalidad del caudillo de los mirmidones, así como su decisión de organizar unos juegos fúnebres en honor de Patroclo, demuestran que esa relación no tenía nada de camaradería, de familiaridad o de amistad, o acaso sí lo tenía, pero porque todos ellos son afluentes que desembocan en el amor. Patroclo era su φίλτατος / philatos: el más querido.
La impugnación del vínculo
Recordar el continuado lavado histórico en los relatos canónicos de cualquier comportamiento mínimamente relacionado con la homosexualidad es totalmente inútil, puesto que cualquier persona con una mínima cultura es consciente de ello. Sólo hace falta ver de qué manera, narrando este mismo relato, en la película Troya (2004) se dedican a echarle por encima mujeres a Brad Pitt -que interpreta a Aquiles- mientras que Patroclo es presentado como su primo pequeño. Es evidente que, tras dos milenios de judeocristianismo y décadas de relato hollywoodiense, la virilidad de un gran héroe no puede ponerse en riesgo por sus inclinaciones sexuales. Hecho completamente ridículo, puesto que, por ejemplo, quienes son conocidos hegemónicamente como los mejores guerreros de toda Grecia -los espartanos- fueron vencidos en la Batalla de Leuctra por el Batallón Sagrado de Tebas, una fuerza de élite formada por 150 parejas de hombres enamorados entre sí. La lógica es implacable puesto que, tal y como lo hiciera Aquiles, uno siempre pelea más fieramente para defender o vengar a su amado.
Han habido quienes, superados dialécticamente por los que claramente aprecian una relación romántica entre ambos príncipes, han comenzado a especular sobre la posible pederastia o el rol sexual que habría ocupado cada uno. Nos topamos con esa idea -en la que machismo y homofobia se dan la mano- que considera a aquel que es penetrado como un ser vergonzoso e inferior. De hecho, pese a que Patroclo es mayor en edad, se considera que él es el erómeno -el joven pasivo- y Aquiles el erastés -el adulto activo-. Es lógico: cómo iba a ser el más feroz caudillo de los griegos penetrado por un hombre menor en méritos. He aquí uno de los mejores puntos del relato de Madeline Miller en La canción de Aquiles: en las pocas -y muy recatadas- escenas sexuales entre ambos jóvenes, nunca se detalla, narra, o siquiera insinúa cuál de los dos es el activo y cuál el pasivo. ¿Para qué? ¿Sería por ello más hombre o más valido uno de los dos? ¿Sería considerado uno de ellos como la mujer de la relación? Ah y, sí, efectivamente, se ha narrado repetidamente que ambos tuvieron relaciones sexuales con mujeres -de hecho, Aquiles tuvo un hijo: Neoptólemo-, pero eso no impugna la naturaleza de su relación entre sí. Podríamos estar hablando de una posible bisexualidad en la que el amor sentimental se reserva para ellos dos. El amor más puro, ¿no era así, Platón?

«Él es la mitad de mi alma, como dice el poeta»
Desde que Patroclo es exiliado de la corte de su padre, el rey Menecio, por matar sin quererlo a otro niño, él mismo nos narra todas sus experiencias hasta llegar a la Guerra de Troya. Otro de los puntos a favor de La canción de Aquiles de Madeline Miller es que la vida que ambos jóvenes tienen antes de la contienda ocupa casi todo el libro. No es una narración sobre la guerra, la violencia, el amor o el rechinar de las armaduras de bronce, es una historia de amor. La delicada y reflexiva voz de Patroclo nos acompaña por esos años tiernos de juegos y chiquilladas en el palacio de Ftía, su formación y sus aventuras en el Monte Pelión bajo la tutela del centauro Quirón o cómo Tetis, la madre divina de Aquiles, trata de separarlos sin éxito. Hablamos de una historia de amor puro, como afirmaría sin lugar a dudas el autor de Fedro. Dos hombres que se acompañan desde la infancia hasta la pira funeraria, que pasarán una eternidad unidos en el Hades. Se trata de dos almas que han aprendido a amarse, a vivir en armonía y sin secretos que les separen, a sacrificarse por el otro y a cuidarlo. Tal es su cercanía espiritual que Patroclo nos dice:
«Me bastaba un simple roce o el olor para identificarle; y si me quedara ciego, podría reconocerle por el modo en que respiraba o en que pisaba el suelo. Le reconocería en el fin del mundo, incluso en la muerte».
Encontramos en la novela de la autora de Circe una cautivadora historia llena de tensión, aventuras y una ternura que se erige por encima de los golpes de lanza y sobre el derramamiento de sangre. Nos hace descubrir que más honorable que asesinar decenas de falanges del ejército enemigo, más digno que ser el mayor guerrero de la historia de Grecia es tener el valor y la fuerza que hacen falta para sostener un amor tan desinteresado y puro como el que Patroclo profesa hacia Aquiles y viceversa. Para mí, el héroe es Patroclo. Aquiles está cumpliendo con su destino, persigue la gloria eterna, pero a nuestro inspirado narrador no le mueve otra cosa que el amor, si va a morir bajo la lanza de Héctor, sabe que va a hacerlo por su amado; porque cuando la negra noche cubra sus ojos arrebatándole la vida, está seguro de que no tardarán mucho en reencontrarse.
Obras mencionadas:
El banquete o del amor – Platón
Ilíada – Homero
Contra Timarco – Esquines
Mirmidones – Esquilo
La canción de Aquiles – Madeline Miller

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