Theodoros de Cartarescu o la ruina de los ángeles

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Naciste y lloraste en los brazos de tu tierna madre. Te concibieron en pecado en la bohardilla de un establo, entre el olor a heno y podredumbre y los relinchos caprichosos de los caballos. Tus padres eran unos criados de un boyardo cualquiera que tuvieron que casarse a raíz de tu concepción. Las leyes eran severas y no se permitía la bajeza entre los esclavos de los aristócratas. Te dieron varios nombres, pero solo Theodoros perduró. Afuera nevaba en la blanca Valaquia, nevaba eternamente sobre todos los vivos y los muertos. La nieve, como descubrirías, es el símbolo de la Muerte, unos dedos fríos que todo embellecen. Y más tarde recordarías, sí, con cariño y añoranza, los páramos blancos y puros de tu primera tierra, quizás la única pureza que conociste en tu vida. Y mientras estabas en los brazos de tu madre que te daba el pecho, como un espectro dulce, ya tu fatal destino se sellaba sobre tu frente, pues sobre los hombros de tu madre se posaba en ti una mirada terrible, los ojos del cielo te elegían para sus designios ineludibles y dos alas se extendían como dos paraguas oscuros que arruinarían tu vida, sí, sin que lo supieras, pues como cantaba el poeta Rilke: “Qué terribles son todos los ángeles”. Y no es que tú no tuvieras que ver en tu desgracia, pero bien sabe el Hacedor que cuando se encumbra a un hombre en una posición donde está en juego el Destino, oscuras fuerzas arrastran el corazón hacia los abismos hasta que lo desgarran, y toda la gravedad de la altura atrae fatalmente al alma hacia un descenso letal. Y tú fuiste elevado mucho, Theodoros, por esos seres celestiales. Y mucho caíste, hasta sentir los fuegos indómitos de la Gehena calentarte la nariz. Todo para que los ángeles escribieran tu historia en un libro con su mirada seráfica que todo lo observa. Y esa será tu única defensa cuando el Gran Lector lea tu vida en el Juicio Final. 

Theodoros de Cartarescu es una novela que se desmarca de la narrativa anteriormente presentada por el autor rumano. Solenoide, la llamada a ser su obra magna, es una novela esencialmente metafísica, según el propio autor, mientras que Theodoros es una novela con una estructura más tradicional y posee mayor ritmo de novela, entendiendo como tal el aliciente que experimenta el lector cuando con el transcurrir de las páginas hay un avance acompasado hacia un final. La estructura de Theodoros puede resumirse en cuatro ejes temporales principales que van avanzando hasta juntarse en la culminación del libro, el Juicio Final, donde los arcángeles luchan contra los príncipes infernales por el alma eterna de Theodoros.

El primero de esos ejes se sitúa en los tiempos salomónicos, en el romance entre la reina de Saba y Salomón que tuvo como fruto el nacimiento de un rey llamado Melenik, el cual robó el Arca Sagrada, y cuenta la leyenda que su sangre se ha mantenido pura desde aquellos remotos tiempos y ahora perdura en el trono de Etiopía, al igual que el Arca.  El segundo eje avanza desde la concepción de Theodoros por parte de dos criados en la rústica Valaquia y recorre su infancia hasta que conoce el Amor y recibe la misión divina de buscar las siete letras del nombre secreto De Dios en las islas griegas del Archipiélago. El tercero inicia ya con su etapa como pirata y prosigue hasta el descubrimiento de la última letra del Nombre. Y, finalmente, el último eje cuenta cómo logró una nueva identidad mediante la traición de una amistad en un monasterio, convirtiéndose así en el hijo de una vendedora de lombrices al que la burla bautizaría durante el resto de su vida con el apodo de Lombriz, aún cuando vistiese el oro y el púrpura, y una corona de frío metal adornase su frente soberbia. Este último eje narra su ascensión al poder para ser Emperador de Etiopía y también cómo perdió el trono a manos de los ingleses y cómo terminó con su vida con una pistola dorada, regalo de la reina Victoria, ante la caída de su fortaleza en Magdala (esto no constituye un spoiler inmisericorde, sino que es el capítulo de apertura del libro). Los cuatro ejes se van intercalando, de tal modo que se producen saltos temporales de capítulo en capítulo en función del eje en el que estemos.

La historia de Theodoros es una historia de historias. Cartarescu, en una ocurrencia narrativa deliciosa, convierte a los ángeles en narradores y escribe el libro en segunda persona, de tal modo que estos se dirigen constantemente al propio Theodoros para interpelarlo, para recordarle cosas, y para contarle aquellas que él ni siquiera percibió, pero ellos sí, puesto que el libro trata de poner toda la vida de Theodoros, en toda su complejidad y detalle, frente a los ojos del propio pecador, para que se arrepienta, y ante Dios, para que lo juzgue. Podríamos preguntarnos si realmente es necesario que Dios lea el libro, ¿no es suficiente su intelecto cósmico, infinitamente superior al de los ángeles, omnipresente y omnisciente, para conocer todo aquello que los ángeles le cuentan, y más aún, de todas las criaturas que han existido, existen y existirán hasta el fin de los tiempos? ¿O es que acaso necesita de las intromisiones subjetivas de los ángeles, más cercanos al hombre puesto que en ocasiones añoran las maravillas de la vida humana? De este modo, dentro de los cuatro ejes principales se entremezclan decenas de historias secundarias, pequeños cuentos que a veces solo se relacionan con Theodoros residualmente, como si la mente angélica no distinguiese la importancia de los hechos o, más bien, como si su inteligencia superior viese conexiones que la mente humana no es capaz de comprender. Este mecanismo narrativo da pie a que Cartarescu lleve al lector de lo histórico a lo fantástico y nos regale ciertas páginas de un placer indescriptible en las que resuenan ecos de algunos de los mejores cuentistas fantásticos (pienso en Borges, Calvino y Cortázar).

Cartarescu explicaba en su presentación del libro que la fantasía tiene que nacer cuando el lector ya esté totalmente sumergido en la novela, y que para eso hace falta un realismo inicial que lo zambulla en los hechos, para ya después introducir el hecho fantástico sin alterar el tono narrativo y así lograr que lo fantástico pase sutilmente como algo real. ¿Aunque acaso no lo es ya? Para Cartarescu no existe separación entre realidad o ficción: o todo es real, o todo es ficción. Por eso en Theodoros las barreras tradicionales se disuelven y de pronto una bala es un planeta donde las partículas toman conciencia y trabajan y evolucionan para evitar la colisión.  

Después de una semana de lectura acompañando a Theodoros en sus diversas aventuras uno acaba comprendiéndole. Y a veces le entran ganas de señalar a los ángeles, los cuales, conocedores de que sus fatales defectos eran su soberbia y ambición, lo cargaron con un Destino semejante. Theodoros poseía tres deseos: el Arca Sagrada, ser Emperador, y el Amor, y los tres se deshicieron como sueños, vanidad de vanidades, pues el deseo, incluso cuando se cumple, quizás sobre todo cuando se cumple, no es más que una ilusión. Con cada sueño perdido moría más el hombre y nacía más el monstruo, aunque los propios ángeles se daban cuenta, sorprendidos, que, pese a las innombrables atrocidades que había cometido, todavía era capaz de mirar con ternura, y todavía estaba su corazón blando cuando se trataba del Amor. 

La primera vez que leí un fragmento de Cartarescu fue en un artículo de esta revista, a cargo de nuestro director, y en dicho artículo se hallaba la siguiente cita:

Tampoco ella sabía muy bien por qué le había pedido que la besara. Tal vez por miedo. No podía quitarse de la cabeza el mensaje terrible de la mujer de la mariposa. Era una elegida, ya no le cabía duda…, pero ¿para qué? ¿Y por qué precisamente ella? Dios mío, pensaba, es espantoso ser elegido, sentir el dedo del ángel dirigido hacia ti como un puñal. Sentir que has abandonado la oscuridad de tu libertad, que estás bajo la luz, que te observan en cada instante de tu vida y que nada te pertenece, ni siquiera tu propia alma. Es terrible que se pose sobre ti la mirada de Alguien tan poderoso e incomprensible, que ya no importe si has sido elegido para la beatitud o para la tortura. Deberíamos rezar todos los días, con esperanza y desesperación: «Dios mío, no me elijas, Dios mío, haz que no te conozca jamás, que no aparezca en tu libro…».

Considero que este magnífico fragmento sirve para iluminar la idea que subyace en el libro pues Theodoros también es, sin duda, un elegido (solo que un elegido para la tortura) y por ello toda su vida se ve expuesta a la mirada constante y todopoderosa de los ángeles. Es el hombre atravesado por un Gran Destino el que tiembla en estas páginas. Es la presión brutal de la mirada seráfica la que se siente oprimiendo su corazón a cada rato. Pues cuando el Señor eleva a un hombre a la condición de elegido, ha de infundirle fuerzas sobrehumanas para poder estar a la altura. Ha de tener a Dios de su lado para soportar el vértigo infinito del abismo, el aire inhóspito de las cimas que no están hechas para ningún mortal. Y Theodoros renegó De Dios y de su ayuda, por eso su Destino lo malogró. Hace falta una fe inconmensurable para cumplir la voluntad divina por el camino de la beatitud. ¿Qué habría sido de cualquiera de nosotros en la piel de Abraham? Quizás Abraham podría haber cumplido los designios que el Señor tenía previstos para Theodoros por el buen camino, ese sendero estrecho y tortuoso de los santos. Pero Theodoros solo pudo cumplirlos como cualquier hombre, esto es, a través de las sendas del pecado y la perdición. Mientras que el camino de los santos es el de la paciencia y la resignación infinitas, de tal modo que mediante la fe se recupera a través del milagro lo que se había perdido en la pasividad, el camino del hombre común es el camino de la inmediatez, de la acción que busca el resultado por la propia mano y al hacerlo incurre en el mal, pues el mal es la forma de vencer los obstáculos que presenta la realidad a la inmediatez. Es decir, el mal es querer todo y en seguida, querer ser todo sin admitir el proceso del tiempo. El camino del santo es puro medio, el del pecador es puro fin.

Cartarescu, en su presentación del libro, dijo que él creía que Dios perdonaría a Theodoros y lo mandaría al Paraíso. Como si Dios, por el hecho de haber disfrutado de su historia y haberse entretenido, fuese a obviar los actos terribles que este había cometido. De este modo, sitúa a su lector en el mismo puesto que la divinidad y nos lanza las siguientes preguntas como un desafío. ¿Serás capaz de sentarte en el trono del Gran Lector? ¿Podrás condenar a aquello que te ha acompañado y con lo que has disfrutado? ¿No somos todos, de algún modo, igual de culpables? ¿No son acaso pequeños nuestros pecados porque pequeños son nuestros destinos? ¿Cómo decidir entonces entre Miguel o Satanael, entre Paraíso o Infierno, para toda la eternidad? 

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