Era pequeño cuando escuchaba aquellas canciones religiosas. Diez años más tarde siguen vinculadas a la música mis experiencias más cercanas a Dios.
Para la lectura de este artículo, recomiendo encarecidamente escuchar las canciones de los hipervínculos para completar la experiencia.
Nunca sentí la fe en mí, es más, las incongruencias en los discursos de mis profesores de catequesis me hacían dudar de todo lo que me explicaban. A pesar de ir a colegios e institutos religiosos durante buena parte de mi juventud, nunca llegué a creer realmente. Pero sacaban la guitarra, y con unos simples acordes eran capaces de retener toda mi atención. No solo la mía, mis compañeros, al unísono, cantaban el Padre Nuestro a ritmo de las palmas.
«En el mar he oído hoy, Señor tu voz que me llamó, y me pidió que me entregará a mis hermanos…»
Una conexión entre el entorno y la musicalidad de la voz hacen que este tipo de canciones provoquen un sentimiento único en todos aquellos que participan en la dinámica. Se experimenta la comunidad desde una edad temprana, un vínculo sobrehumano entre personas desconocidas; unidas por la música. Se percibe una fuerza superior a ti que conecta tu espiritualidad con la del prójimo. Parafraseando a Nietzsche; la música es un hechizo.
Más adelante salí de los círculos religiosos, pero seguí sintiendo la espiritualidad de la música en mi piel. Gracias a mi hermana y algunos amigos, encontré otros géneros que empezaron a colmar mis auriculares. La guitarra ya no era la de mis profesores de religión, pero ese algo seguía ahí. Ya entonces empecé a asistir a conciertos solo, aunque casi siempre acompañado, y comencé a entender que ese estado de éxtasis no era fruto de mi religiosidad, sino de un ente por descifrar. A más me dejaba la garganta con cada canción, menos entendía mi entorno. Mil, dos mil, diez mil, los conciertos a los que asistía eran cada vez más grandes pero no fue hasta que vi a The 1975 en directo que comprendí que la música tiene ese poder de unir. Fue el momento en el que desde el palco vi como miles de personas saltaban a la vez al ritmo de The Sound. Ahí comprendí lo diminuto de mi existencia frente a la del conjunto.
«Well I know when you’re around ‘cause I know the sound
I know the sound, of your heart»
Por otro lado, la música es un arte poco exigente para con su oyente, no es necesario entender conceptos previos para disfrutar, ni hacer largas reflexiones posteriores para extraer el sentido de la obra. Incluso si es tu primera vez escuchando la canción favorita de tu amigo, admite todas las interpretaciones, bailes, y voces. Tu ducha es tu escenario decía un conocido. No importan los estilos siempre y cuando susciten algo dentro de ti, una relación poliamorosa entre canción, persona y momento.
Dentro de mi familia, como en cualquier casa, tenemos gustos muy distintos, pero si a un instante me traslada la música cuando pienso en ellos es una canción de los Auténticos Decadentes, una banda argentina de rock. Ir en el coche, sin importar dónde, pero con la certeza de que mis hermanas estarán cantando Un Osito de Peluche de Taiwán a pleno pulmón. Porque también, entre incongruentes y acaloradas disputas familiares existe la unión.
«De repente no puedo respirar
Necesito un poco de libertad
Que te alejes por un
Tiempo de mi lado
Que me dejes en paz»
Aunque no es «conditio sine qua non» estar acompañado para disfrutar de la música, es más, son aquellos momentos, en los que uno se encuentra consigo mismo, cuando descubre ciertas canciones que sin saberlo le van a marcar de ahora en adelante. En la caótica tranquilidad de mi habitación descubrí a Chris Cornell y sus distintas bandas, pero en especial su trabajo en Audioslave dejó huella en mi. La crudeza con la que canta, y la suciedad típica de las guitarras en el «grunge» noventero, crean una experiencia auditiva rebelde. Que a los 19 años, cuando yo la descubrí, te hace percibir tus nuevas experiencias con nostalgia de una época que no has llegado a vivir. Una nueva manera de comprender la existencia se postra ante tus pies.
«You gave me life
Now show me how to live»
Por otro lado, mi conexión con la música siempre me ha llevado a querer formar una banda, y a pesar de haber tenido varios intentos fallidos, logré sacar una canción con un grupo muy especial de personas. ¿Y cómo explicar que en una sala de grabación me sentí más cerca del cielo que del infierno? Queda pendiente en mi lista dar un concierto, pero no quiero adelantar acontecimientos.
La música no me pidió devoción ni certezas, solo mi disposición a escuchar. Y en ese acto, aparentemente simple, hallé un refugio, un espacio donde poder respirar, libre de juicios. Por eso, aún hoy, cuando escucho un canto religioso, no siento rechazo. Al contrario, me reconcilio con esa parte de mí que un día buscó respuestas en las palabras de otros y las encontró, paradójicamente, en el silencio entre las notas.
La fe, si acaso, la encontré ahí: en el poder inquebrantable de la música para unir lo humano y lo divino, lo visible y lo intangible.

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