Hauntología

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Según indican una serie de encuestas del año 2014, un 42% de estadounidenses dice creer en los fantasmas. De ese porcentaje, al menos la mitad afirma haber visto alguno, es decir, haber tenido lo que llaman una “experiencia paranormal”, algo fundamentalmente inexplicable o que haya desafiado las leyes de la realidad en la que vivimos. No es de extrañar que un país con creencias cristianas profundamente arraigadas y que es famoso por su tendencia a las conspiraciones o visiones excéntricas del mundo muestre un porcentaje considerable de creyentes en este fenómeno, pero vale la pena recordar que, en Europa, tampoco es, ni mucho menos, una superstición aislada, pese a encontrarse en decadencia. En Inglaterra, la cifra de creyentes incluso aumenta, ya que un 52% manifiesta tener fe en la existencia de alguna forma de espectro, de almas errantes o en pena que recorren miserablemente el lugar en el que han vivido durante toda la eternidad. 

Por supuesto, el concepto de fantasma es tan amplio como el innumerable número de culturas y folclores que incluyen figuras análogas al mismo. En una punta u otra del mundo, la muerte no es el proceso directo que conduce desde la existencia a la mera inexistencia, a la desaparición. En definitiva, la muerte no es el final. Detrás de lo que era un cuerpo vivo permanece algo más, un rumor, una sombra que persigue y nunca nos abandona. Esta idea de permanencia no ha permanecido aislada en los ámbitos religiosos u ocultistas, sino que, precisamente por la obsesión general que existe respecto a ella, ha ido influenciando distintas teorías filosóficas y culturales a lo largo de los años. 

Jacques Derrida (1930-2004) pretendía hacer un juego de palabras cuando acuñó el concepto de hauntología en su obra Espectros de Marx (1993). Formó la palabra que daría nombre a su teoría más famosa uniendo la palabra inglesa haunt (embrujar, acechar) con el concepto filosófico de la ontología, que define la rama de la metafísica que estudia el concepto del ser, de la existencia y sus características fundamentales. Esta teoría nació con una proyección política, ya que Derrida pretendía expresar lo que él consideraba la naturaleza atemporal de los idearios de liberación, en particular el ideario marxista, que, tras más de dos siglos de existencia, continuaba ejerciendo una poderosa fuerza en la actualidad, pese a ser considerado un cadáver frente al avance neoliberal.

El momento de publicación de la obra de Derrida fue el momento del fin de la historia, del último hombre, del creciente número de pensadores que apoyaban la idea de que se había llegado a una especie de cénit en la historia de humanidad, un punto álgido. Todo lo que debía ocurrir ya había ocurrido, a partir de entonces viviríamos en el mundo del después, de las consecuencias, de lo posmoderno y lo posrevolucionario. Como sociedad, nos habíamos desprendido de todas las ideas y alternativas anteriores y, terminada la Guerra Fría, solo quedaba abrazar la opción restante, es decir, la existente. Ya nunca pasa nada, nada es nuevo. Vivimos liberados del pasado. 

Derrida, por supuesto, no opinaba lo mismo. Su obra insistía en la persistencia de elementos del pasado político, cultural y social, que se mantienen en el presente como lo haría un fantasma, existiendo en la forma de un espectro. Las ideas revolucionarias y auténticamente transgresoras que habían existido tienen la tendencia a acechar o perseguir a la sociedad occidental desde su metafórica tumba. En esta extraña disyunción temporal y ontológica, la presencia, el acto de existir verdaderamente en el pensamiento colectivo, se sustituye por una no-presencia fantasmal. Aquello que podría haber sido, y no fue. Las cosas no cambiaron. La pregunta del presente, pese a que todas las voces disidentes digan que ya no tiene sentido hacerla en un sistema percibido como inamovible, es ¿podrán cambiar en algún momento?

La teoría elaborada por Derrida no se mantuvo contenida en el ámbito político. Una variedad de filósofos, críticos culturales, antropólogos y sociólogos han empleado sus premisas originales para aplicarlas a su propio campo de estudio, dando así una versión propia de lo que consideran la aplicación de la hauntología en su área. Entre quienes han continuado expandiendo el concepto y reflexionando sobre sus ramificaciones se encuentra el crítico cultural Mark Fisher (1968-2017) que dedica una de sus obras a explorar la aplicación de este fenómeno en el ámbito cultural, ahondando en la idea de la permanencia de fenómenos supuestamente pasados y ofreciendo ejemplos de ello en la literatura, la música, el cine y, por supuesto, la política. 

¿Qué es un fantasma?

(…) la rareza (weirdness) abunda en la frontera entre mundos; lo fantasmal (eerieness) se transmite desde las ruinas de los mundos perdidos.

Lo fantasmal está constituido por un fracaso de la ausencia o un fracaso de la presencia (…) ¿Por qué hay algo donde no debería haber nada? ¿Por qué no hay nada donde debería haber algo?

Mark Fisher

Para poder saber con qué clase de fantasma se convive, tiene que saberse primero de qué está hecho. El filósofo Martin Hägglund (Suecia, 1976) habla de que debe diferenciarse con cierta claridad una especie de doble dirección de la hauntología. Para explicarlo, utiliza los conceptos de lo que él llama el ya no (no longer) y el todavía no (not yet), es decir, simplemente distingue lo que ya no está de lo que todavía no existe. Ambas cosas, aunque opuestas, se encuentran en el mismo lugar: la inexistencia. Sin embargo, lo que ya no está permanece de alguna manera, como si existiera una compulsión de repetirlo, un patrón fatal de comportamiento. El no longer es un golpe que recibiste en el pasado pero aún te duele; es unos padres crueles criando a hijos aterrorizados que, a su vez, se convertirán en padres crueles. Ya nadie se acuerda qué causó la herida, pero la sangre gotea como por inercia. Su opuesto, el not yet, todavía no ha ocurrido, sino que está agazapado, esperando. Es algo inexistente pero ya efectivo, una conclusión aparentemente inevitable que se anticipa y determina el comportamiento en el presente. Es borrar por segunda vez un mensaje cuando crees estar seguro de lo que te responderán.

En esencia, habiendo estado y desaparecido o no habiendo llegado nunca a existir aún, esa idea, cualquiera que sea, dirige nuestras acciones. Nos persigue pese a que su existencia depende, en gran parte, de si permitimos que lo haga. Puede ser un pasado que ha muerto o, como lo llama Mark Fisher, un “futuro perdido”, lo que podría llegar a ser, pero ya hemos dado por imposible. Si algo llega del pasado, de la muerte, hasta el presente, quien se identifica con ello ¿a qué tiempo pertenece?

No se puede hablar de ello de otra manera que no sea de la manera en que se hablaría de un fantasma. Siempre he pensado que es absurdo que los fantasmas sean polvo en el aire. Que puedan atravesarse con la mano o rozarse como el aliento propio en una mañana helada. El acuerdo no escrito entre muchas culturas de que los fantasmas son seres translúcidos y pueden desvanecerse es algo opuesto a lo que representan. Son un eco de lo que ya no progresa, de lo que ya no puede vivir o de lo que todavía no puede existir, deberían estar siempre rígidos y sobresaturados, ser incómodos para el lugar en el que se encuentran, atractivos pero imposibles de palpar, como intentar posar la mano sobre la vitrocerámica, corrosivos y ácidos, como intentar tragar un vaso de lejía. 

Fantasmas colectivos

En el ámbito social, los críticos han hecho uso de la hauntología para expresar la idea del constante reciclaje. La incapacidad de huir verdaderamente de lo antiguo y de escapar de las normas que ya existían ha conducido a la eterna repetición, a la estética retro, a fingir vivir en un tiempo que ya no existe porque no se está preparado para zambullirse en otro nuevo. Lo antiguo ha muerto y pulula a nuestro alrededor, a lo nuevo no se le permite nacer, pero condiciona al presente. En su obra Los fantasmas de mi vida, Fisher reflexiona no sólo sobre la incesante imitación que domina la cultura, sino también sobre la producción musical y artística preocupada por los futuros perdidos. Estos futuros son lo que se desea, lo que se sueña, pero se presupone que nunca ocurrirá y por tanto uno se funde en una especie de luto constante por su ausencia. 

Al hablar de la supervivencia del pasado, los escritos de Fisher llevan a tararear la canción irónica que el cómico y director de cine Bo Burnham (Massachusetts, 1990) escribió para su musical/documental Inside (2021), titulada That funny feeling:

La reacción de la reacción de lo que acaba de empezar

The backlash to the backlash to the thing that’s just begun

Y es precisamente eso, acaba de empezar, pero al mismo tiempo ya ha terminado. El consumo hiper acelerado e imparable de cualquier contenido solo puede llevar a un lugar, y es a la repetición de antiguas fórmulas, es decir, a la permanencia del pasado. No hay nada nuevo y sin embargo la producción de cosas es incesante. ¿De qué se componen todas estas “nuevas ideas”? ¿O acaso no son más que las ideas que alguien ya ha tenido antes, los logros que nunca ha conseguido, todos los cambios deseados y aplastados por el paso del tiempo, ofrecidos en una cómoda píldora que provoca una mínima alteración? Esto es el remake del remake de algo que una vez fue nuevo.

Ya no es una simple explotación de la nostalgia, de las décadas que se echan de menos o que se han idealizado colectivamente, sino que va más allá. Es traer ese momento al presente. Algo imposible, por supuesto. No puede devolverse ese momento a la vida, sólo se puede contemplar su espectro. 

Fantasmas propios

¿Cómo explicar el abrazo de un fantasma? Brazos abiertos y extendidos, ni siquiera son brazos. Todo el cuerpo extendido y abierto. Pero el abrazo, detenido, no se consuma. Los dos cuerpos abrazados nunca se tocan. Un abandono irremediable arde, como una estrella polar tragada, por la columna vertebral.

How can I explain the embrace of a ghost? Arms open and extended, not even arms. The whole body extended and open. But the embrace, arrested, is unconsummated. The two embracing bodies never touch. An irremediable abandonment burns, like a swallowed polestar, down the spine.

The grave on the wall. Brandon Shimoda 

Pese a que todo lo escrito sobre la teoría de la hauntología apela casi exclusivamente a lo colectivo, es decir, a la sociedad en su conjunto y los fantasmas que existen en ella, no es ahí donde acaba el alcance de su poder. Vale la pena mirar a lo privado, a lo personal, descubrir las sombras cosidas a los propios pies. Las personas pasamos la vida dejando cosas atrás, queramos o no, y topándonos con cosas nuevas, que en ocasiones tienen un parecido sospechoso con otras que ya conocíamos. Podemos tratar de volver a abrir una puerta que se cierra hasta que nos sangren las manos, pero no va a volver a dejarnos pasar. 

Continuamos hacia adelante con el recuerdo atado a la espalda y, ahora más que nunca, intentamos retenerlo para siempre en cualquier medio posible. Todo queda grabado en una cámara que solo es capaz de captar ausencias, cuya dimensión hauntológica es inherente. Las fotografías captan lo que ya no está ahí, quizás debería estar o quizás nunca debió existir de esa manera. Ahora que ya no es nada, podemos hacer espiritismo con todos los medios con los que conseguimos atrapar su espectro.

Por decirlo de forma sencilla, significa que has crecido, has vivido tu vida o has vivido tu infancia: se acabó. El tiempo ha pasado, y no puedes cambiar las decisiones que tomaste, y ahora tienes que vivir con ellas.

To say it simply, it’s that you’ve grown up, you’ve lived your life or you’ve lived your childhood—it’s over. Time has passed, and you can’t take back the choices you made, and now you have to live with them.

Mitski

Un año tras otro, una decisión tras otra, aquella desgracia que temías que ocurriera y no fue más que una fabricación de tu mente, un momento que no fue exactamente como recuerdas. No importa qué sea, lo llevas contigo. 

Vives en una casa encantada 

No se necesita ser una habitación- para estar embrujado

One need not be a chamber- to be haunted

Emily Dickinson

En la novela Cumbres borrascosas, uno de los protagonistas, Heathcliff, ruega a su amante fallecida, Catherine Earnshaw, que le persiga en forma de espectro. Lo repite como un loco, esa expresión que no se puede traducir de forma exacta al castellano, haunt me, haunt me, es preferible que me persigas a que no quede nada de ti a mi alrededor.

Pese al dramatismo de la plegaria de Heathcliff, no está lejos de cómo todos vivimos en la realidad. Los fantasmas descritos en este artículo, los comunes y propios, están en las esquinas de las casas, en los libros nuevos y en las dobleces de la ropa de otras temporadas que ha vuelto a ponerse de moda. Vivimos vigilados por los espectros de lo que fue, o nunca ha sido.

Y puede que ahí nazca ese insaciable impulso de tanta gente de guardar cada recuerdo, cada objeto inservible que sólo va a ocupar espacio en los cajones de casa. Es como si se pidiera un deseo. Ojalá, ojalá. Ojalá existir aquí, sin añadidos, sin tiempo, sin futuro. Ojalá todo esto jamás se tornara un recuerdo y estuviera vivo, en pie para siempre y siempre para nosotros, sin descomponerse, sin morir, sin que su espectro aceche las esquinas del resto de nuestras vidas. 

Somos seres muy testarudos, echando de menos constantemente o elucubrando qué habría sido de nosotros si hubiéramos tomado el camino opuesto, siempre mirando hacia los lados, hacia otras posibilidades, hacia conseguir lo imposible, en lugar de mirar hacia lo real. Lo que existe ahora. Creo que nos gustaría liberarnos del acecho del pasado y de la posibilidad de otros futuros. Desgraciadamente, lo único más interesante que lo que pasa es lo que hubiera podido pasar. 

Bibliografía

  • Los fantasmas de mi vida: escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos. Mark Fisher
  • Lo raro y lo fantasmal. Mark Fisher
  • Espectros de Marx. Jacques Derrida

Agradecimiento

A Carmen, autora de la portada de este artículo, que ha sabido reflejar en un solo dibujo algo que yo tardo un par de miles de palabras en explicar. 

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