Clarice Lispector y de la dualidad el quebranto
«Lispector es un laberinto y un océano, una creadora inagotable».
– Floyd Merrell
No; nunca más. No más de esto. Débil despertar, la peor tentación era el genio. Ha vuelto, Armando, ha vuelto. Chispeante, como una libélula ardiendo. Ha vuelto, Armando, ha vuelto. Agosto es un mes pesado. Septiembre es ligero. Mayo es también ligero. Cómo manejar consumir derrochar una alegría agotable pequeña: inconmensurable. Me apasionan aprisionan cuevas subterráneas, laberintos de tiempo. Unidades sexagenarias, dulces, rotas, unitarias. Me muevo entre ellos perdida, y solo el abandono de mi deseo me asegura su realización. Escondo mi pequeño cofre de alegría, ¡es tan pequeño! Vuela la pequeña libélula ardiente; está cubierta de fuego. De fuego está cubierta, entera y oblicuamente. Hermosa iridiscencia la del reflejo de la llama en sus alas azules.
Despiértame, Horacio. Despiértame, Sveglia. Despiértame con el trino de un cantor callado, de una risa muerta. Noviembre es. El profundo cielo azul es. El ser en cuanto ser, and what not. ¿Sabéis lo que es también? La espuma blanca del profundo cielo azul. La espuma blanca que rezuma porosa de las olas del mar, delgadas como cuchillas al alcanzar la costa. Me llamo Clarice, me llamo Sveglia. Vivo en los límites escasos de laberintos lingüísticos. No es, en efecto, infinita, la posibilidad. No son, tampoco, infinitos, los lamentos. Me llamo Clarice, me llamo Sveglia. Como una gallina me afano en poner huevos; en poner huevos me afano y así evito la pronta venida del matadero. A todas nos ha de llegar. Despiértame, Sveglia.
Cerca del corazón salvaje, ¿cómo me acerco a ti? Si te paseas con las cosas sin llave, con esposas sin llave, ni de retorno posibilidad. Mi cuerpo y mi mente son uno; es mi cuerpo fuente de todo conocimiento, toda sabiduría. El pensamiento no es más que un temblor en el eje de mi tobillo. Cómo romper esta cárcel de lo binario, binaria prisión. Explícame, o, en su defecto, yo te explico: ¿cómo deshacerse de unas cadenas cerradas en torno a la misma concepción del ser? Letal fatal metal rojizo de óxido que se te ha educado a desear con excruciante fervor.
Dime, lector. ¿No lo querrías tú? La muerte del pensamiento, combatiendo ontológico el despertar. ¿No lo querrías tú? ¿Qué no harías para evitarlo/conseguirlo? ¿Qué no harías para desvanecerte/ despertar? No sé lo que tú harías, sé lo que haría yo. Mira mi mano. No actúes como si no te hubieras dado cuenta; como si no te hubieras fijado. Es aparente que está desfigurada, mi mano. Está calcinada, mi mano. Es evidente, acércate más. ¿Ves las pequeñas letras, impresas como a máquina, en el borde de mi muñeca? Justicia poética. Yo escribo en lugar de ser una esclava, y el mundo se toma su venganza. Yo escribo; soy una esclava. Y el mundo se toma su venganza.
Intenté evitarlo. Lo prometo, Armando. Intenté evitarlo. No pude rechazar la belleza de la rosa. Intenté quedarme, poner huevos. Me estaba retorciendo las entrañas el intento. No tengo ese mecanismo, no puedo. Intenté estar a tu alcance, ser Una. No pude resistirme a la belleza de la rosa. El borde aterciopelado de cada pétalo, cálido abrazo de ontológico el despertar. Un ojo se combate: pone huevos. Tal vez hubieras aprendido a vivir en sexagenario el laberinto. A olvidar lo que había fuera. Aquello hacia lo que la intuición, voluntad fuerte y poderosa, te impelía. Con las uñas a excavar, mutilarte los dedos, olvidar la alegría. Pero había una libélula en llamas que a todas partes te seguía, y la visión del fuego por la esquina de tu ojo morado fue demasiado como para poder aguantar. Hacia adelante mirabas con diligencia de soldado, columna recta como una vara de metal, y la visión del fuego por la esquina de tu ojo azulado fue demasiado como para poder soportar.
Una imagen: un hombre de barba oscura, tesitura prerrafaelita, y una mujer joven del Este, arrodillados el uno frente al otro. Él sujeta una llama enfrente de la córnea de la pupila de ella. Ella se mantiene quieta, apenas a milímetros del fulgor anquilosante. Se mantiene quieta, estática, estoica. Eterna. Pasa el tiempo. Finalmente es él quien se quema la mano, se levanta, grita lejos.
Miro mis brazos, de gallina no son alas. Ciudad de Dios, eterna alzo el vuelo. Alzo el vuelo, eterna. El lenguaje es un laberinto insuficiente. Y una se pregunta, ¿cómo puede ser insuficiente el laberinto?
Si en él no hay emoción salvaje,
si algo,
Otro,
te impele al Despertar


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