Versos de «Phèdre» y «Andromaque»

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Pocas figuras del teatro universal son tan ilustres como Jean Racine, y, sin embargo, en apariencia tan poco atendidas fuera de su país natal hoy en día. La producción dramática del maestro absoluto de la tragediografía francesa, con títulos tan célebres como Andromaque (1667), Britannicus (1669) o Phèdre (1677), no pierden el lustre que tuvieran en los años del Rey Sol. En un contexto por lo general anclado en el mundo heleno o la historia romana, Racine sabe mostrar como nadie el poder de las pasiones sobre el alma, cómo estas se sublevan con violencia y pueden dominar a las personas hasta quebrantarlas enteramente. La intensidad emocional de sus personajes (es en especial digna de mención la celotipia) no actúa, sin embargo, en menoscabo del acendrado clasicismo de su dramaturgia.

Es sabido que escribía primero sus tragedias en prosa, para después verterlas en alejandrinos a la francesa, de cualidad sin par, con perfecta rima. La calidad de su poesía y excepcional destreza en este verso, sólo comparable con la de Molière, es quizá, en efecto, su mayor contribución a la literatura francesa. En cierta manera petrarquesca, su léxico, limitado a alrededor de dos mil quinientas voces, es elevado y de aquilatada elegancia. El dramaturgo alcanza un alto grado de lirismo, sin perder en agudeza, rapidez y furia cuando es menester. El poeta Robert Lowell recurrió con acierto al símil de «el borde de un diamante» para describir su escritura.

La tragedia raciniana

Era común en la tragedia helena, a que tanto debe el poeta francés, el someter a los hombres a los designios de los dioses, del todo indiferentes a sus padecimientos y aspiraciones. En el Edipo rey de Sófocles, el infeliz héroe se apercibe poco a poco del terrible hecho de que, muy pese a los esfuerzos de su familia para evitar la profecía del oráculo, él ha dado muerte a su padre y acabado en nefando matrimonio con madre, y debe pagar un alto precio por estos crímenes, ajenos a su voluntad. Ello impregna poderosamente La Thébaïde (1664), su primera obra que ve enfrentados a Eteocles y Polinices, hijos de Edipo.

Sin embargo, es interesante apreciar cómo Racine, desde una perspectiva cristiana, no está en posición de considerar que su dios es despiadado al conducir a los hombres a la fatalidad, sino que ha de recurrir al frenesí de un amor no correspondido para forjar dicho destino aciago. En su dramaturgia la ἁμαρτία (hamartía), descrita por Aristóteles en la Poética y entendida como aquel error que culmina últimamente en la ruina, no es una acción realizada de buena fe que después desembocará en terribles consecuencia, ni un fallo de juicio, sino un defecto de carácter.

Existe otra divergencia importante en la tragicografía helena y la raciniana, cuyos personajes, conscientes de la falta que los conduce a su ruina, no pueden hacer nada para superarla. La anagnórisis no se limita al término de la tragedia, sino que, por ejemplo, Fedra es conocedora desde el principio de lo monstruoso de su pasión por su hijastro, y conserva a lo largo de la obra una lucidez que le permite analizar y reflexionar sobre dicha falta. En el caso de Andromaque, el amor de Hermíone por Pirro, del todo natural, es más próximo al heleno. Sin embargo, por no correspondido, la cólera y el prurito de resarcirse acaban por dominarla, hamartía que lleva a la obra a un funesto término.

Retrato basado en un original perdido de Jean-Baptiste Santerre
Andromaque

Andromaque, posiblemente la obra más popular y estudiada del autor, está construida en su integridad sobre una cadena amorosa de un solo sentido: Oreste ama a Hermíone, que a su vez desea a Pirro, que ama a Andrómaca, que, por su parte, sólo piensa en su difunto esposo Héctor, príncipe dárdano, y en su hijo Astianacte.

Hermíone, hija de Helena y Menelao, presa de su pasión por Pirro y un deseo de venganza que no puede domeñar, expresa conmovedoramente su pesar en un magnífico soliloquio. Toma lugar en un punto crucial de la obra, cuando sus emociones ya no conocen freno y acaba por manifestar la humillación del abandono, la ira contra el hombre que ama y el afán de justicia que la consumen con poderoso dramatismo. En treinta y siete versos se halla cristalizada la totalidad de los aspectos más importantes a los que alude la tragedia clásica, personificada en Hermíone en su forma más pura, cautiva en un ineludible juego de amor, odio y venganza.

El verso cuarto es en especial importante y paradigmático: Ah ! Ne puis-je savoir si j’aime, ou si je hais ? (literalemente «¡Ah! ¿no puedo saber si amo, o si odio?») Evocarán muchos el memorable dístico de Catulo (LXIII):

Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris. 
Nescio, sed fieri sentio et excrucior.

Odio y amo. Por qué, te preguntas quizá.
No lo sé, pero siento que así es y me tortura.

Sin querer entrar en un análisis previo en detalle del texto, uno de los grandes momentos de la literatura francesa de todos los tiempos, incluyo sin más prolegómenos tanto el monólogo original como un intento de su (dificultosa) traducción al español.

Grabación de Maria Mauban de 1961 (BnF Collection)

Où suis-je ? Qu'ai-je fait ? Que dois-je faire encore ?
Quel transport me saisit ? Quel chagrin me dévore ?
Errante, et sans dessein, je cours dans ce palais.
Ah ! Ne puis-je savoir si j'aime, ou si je hais ?
Le cruel ! De quel oeil il m'a congédiée ?
Sans pitié, sans douleur, au moins étudiée.
L'ai-je vu se troubler, et me plaindre un moment ?
En ai-je pu tirer un seul gémissement ?
Muet à mes soupirs, tranquille à mes alarmes,
Semblait-il seulement qu'il eût part à mes larmes ?
Et je le plains encore ? Et pour comble d'ennui,
Mon coeur, mon lâche coeur s'intéresse pour lui ?
Je tremble au seul penser du coup qui le menace ?
Et prête à me venger je lui fais déjà grâce ?
Non, ne révoquons point l'arrêt de mon courroux.
Qu'il périsse. Aussi bien il ne vit plus pour nous.
Le perfide triomphe, et se rit de ma rage.
Il pense voir en pleurs dissiper cet orage.
Il croit que toujours faible, et d'un coeur incertain,
Je parerai d'un bras les coups de l'autre main.
Il juge encor de moi par mes bontés passées.
Mais plutôt le perfide a bien d'autres pensées.
Triomphant dans le temple, il ne s'informe pas
Si l'on souhaite ailleurs sa vie ou son trépas.
Il me laisse, l'ingrat ! Cet embarras funeste.
Non, non encore un coup, laissons agir Oreste.
Qu'il meure, puisqu'enfin il a dû le prévoir,
Et puisqu'il m'a forcée enfin à le vouloir.
À le vouloir ? Hé quoi ? C'est donc moi qui l'ordonne ?
Sa mort sera l'effet de l'amour d'Hermione ?
Ce prince, dont mon coeur se faisait autrefois,
Avec tant de plaisir redire les exploits,
À qui même en secret je m'étais destinée,
Avant qu'on eût conclu ce fatal hyménée ?
Je n'ai donc traversé tant de mers, tant d'États,
Que pour venir si loin préparer son trépas ?
L'assassiner, le perdre ? Ah ! Devant qu'il expire…
¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¿Qué debo hacer ahora? 
¿Qué pasión me embarga? ¿Qué pena me consume?
Errante y sin propósito corro por este palacio.
¡Ah!, ¿no puedo saber si amo, o si odio?
¡El cruel! ¿Con qué mirada me ha despedido?
Sin piedad, sin dolor, al menos estudiada.
¿Lo vi turbarse, o compadecerse de mí un momento?
¿Oí de él un solo lamento?
Mudo a mis suspiros, indiferente a mis angustias,
¿Parecía siquiera compartir mis lágrimas?
¿Y sigo compadeciéndolo? Y para colmo
¿Mi corazón, mi cobarde corazón, se cuida de él?
¿Tiemblo con sólo pensar en el golpe que lo amenaza?
Y expedita mi venganza, ¿le muestro ya misericordia?
No, no refrenemos la resolución de mi ira.
Que perezca. De todos modos no vive ya para nosotros.
El pérfido triunfa, y se ríe de mi cólera.
Piensa ver esta tormenta disiparse en lágrimas.
Piensa que, siempre débil y de corazón inseguro,
Detendré con un brazo los golpes de la otra mano.
Todavía me juzga por mis bondades pasadas.
Pero el pérfido tiene otros muchos pensamientos.
Triunfante en el templo, no se preocupa por saber
Si en otro lugar se desea su vida o su muerte.
Me abandona, ¡el ingrato! Este funesto dilema.
No, no una vez más, dejemos que actúe Orestes.
Que muera, ya que al fin lo debía prever,
y ya que, finalmente, me ha obligado a desearlo.
¿A desearlo? ¿Qué? ¿Soy yo quien lo ordena?
¿Su muerte será el efecto del amor de Hermíone?
¿Este príncipe de quien mi corazón solía hablar
Con tanto placer de sus hazañas,
A quien incluso en secreto me había destinado
Antes de que concluyera este fatal himeneo?
¿He cruzado tantos mares, tantos estados,
Sólo para venir tan lejos a disponer su muerte?
¿Asesinarlo, perderlo? ¡Ah! Antes de que expire...

Hermione (V, 1)

Phèdre

Representada por primera vez bajo el título Phèdre et Hippolyte, la obra pone en escena esencialmente el amor que Fedra, esposa de Teseo, siente por su hijastro Hipólito. Pocas obras han dejado tan honda huella en la literatura posterior y en múltiples generaciones de lectores. Su lugar en La Recherche de Proust es privilegiado.

En la escena seleccionada, de las más intensas y dramáticas de la obra, Fedra revela a su confidente Enone el secreto de su amor prohibido. Acometida de profunda vergüenza y culpa por su pasión, se debate, como en irreprimible grito de desesperación, entre su inatajable deseo y el honor y virtud a que se debe.

Sin embargo, que este amor resulte abominable supone en cierto sentido un distanciamiento de la tradición helena, puesto que no dejaba de ser común el matrimonio entre la viuda y su yerno en la antigua Grecia: Phèdre está revestida de una visión cristiana del pecado. En el prefacio, el autor mismo asegura que en ninguna de sus obras queda la virtud más expuesta. La culpa es castigada, y los errores cometidos por la pasión amorosa quedan retratados en todo su horror. La obra es un campo de batalla de la culpa y la virtud.

No obstante, desde una perspectiva antigua, gran parte de la responsabilidad de los personajes se diluye en el destino y la voluntad de los dioses, como así lo entiende Racine: «Fedra no es ni completamente culpable ni completamente inocente». Ella misma siente que ya no tiene toda su razón, pues «los dioses le han quitado el uso de ella».

Esta confesión es, por otro lado, un punto decisivo en el desarrollo de la trama. El conflicto fundamental en que estriba la tragedia se hace explícito. Enone, en un intento de proteger a Fedra, acusará más tarde falsamente a Hipólito de haber pretendido seducirla, lo que acaba por conducir a la ruina de todos los personajes involucrados.

A nivel poético el fragmento es magistral, con maravillosa riqueza de metáforas e imágenes al servicio de la más viva expresión. El verso quinto, con que principia a describir cómo nace su amor al ver a Hipólito, es particularmente llamativo y sonoro, con tres pretéritos perfectos encadenados y vinculados a à sa vue: Je le vis, je rougis, je pâlis à sa vue. Los elementos antitéticos yuxtapuestos (como anteriormente en vv. 3-4), resultan en poderosa expresividad: et transir, et brûler (v. 8) (sentí mi cuerpo helarse y arder).

Según avanza en su confesión es mayor el dramatismo, y el tono más sombrío (vv. 3-6 del segundo extracto). La martiriza la culpa, la profunda aversión a ese hermoso amor cuyo albor dulcemente describiera versos atrás. Es digno de mención, por como se refleja en la traducción, el uso literario de flamme (acepción I. E2 descrita en el Trésor de la Langue Française informatisé), literalmente «llama», por «pasión» o «deseo amoroso».

Sin querer entretenerme más en su comentario, incluyo el fragmento acompañado de un humilde ensayo de traducción:

Mon mal vient de plus loin. À peine au fils d’Égée,
Sous les lois de l’hymen je m’étais engagée,
Mon repos, mon bonheur semblait être affermi,
Athènes me montra mon superbe ennemi.
Je le vis, je rougis, je pâlis à sa vue.
Un trouble s’éleva dans mon âme éperdue.
Mes yeux ne voyaient plus, je ne pouvais parler,
Je sentis tout mon corps et transir, et brûler.
Je reconnus Vénus, et ses feux redoutables,
D’un sang qu’elle poursuit tourments inévitables.
Par des voeux assidus je crus les détourner,
Je lui bâtis un temple, et pris soin de l’orner.
De victimes moi-même à toute heure entourée,
Je cherchais dans leurs flancs ma raison égarée.
D’un incurable amour remèdes impuissants !

[…]

Ce n’est plus une ardeur dans mes veines cachée :
C’est Vénus tout entière à sa proie attachée.
J’ai conçu pour mon crime une juste terreur.
J’ai pris la vie en haine, et ma flamme en horreur.
Je voulais en mourant prendre soin de ma gloire,
Et dérober au jour une flamme si noire.
Je n’ai pu soutenir tes larmes, tes combats.
Je t’ai tout avoué, je ne m’en repens pas,
Pourvu que de ma mort respectant les approches
Tu ne m’affliges plus par d’injustes reproches,
Et que tes vains secours cessent de rappeler
Un reste de chaleur, tout prêt à s’exhaler.

Mi mal viene de más lejos. A penas al hijo de Egeo
Bajo la ley del himeneo me hube entregado,
Cuando mi reposo y mi dicha parecían haberse afirmado,
Atenea me mostró mi soberbio enemigo.
Lo vi, me ruboricé, palidecí al verlo.
La turbación se apoderó de mi alma extraviada.
Mis ojos no veían más, no podía hablar;
Sentía todo mi cuerpo a un tiempo helarse y arder.
Reconocí a Venus y sus llamas temibles,
de una sangre que ella persigue tormentos inevitables.
Con asiduos votos creí poder rechazarlos,
Le construí un templo y me ocupé de adornarlo.
Rodeada de víctimas sagradas a todas horas,
busqué mi razón perdida en sus costados.
¡De un amor incurable impotentes remedios!

[...]

Ya no es un ardor oculto en mis venas:
Es Venus enteramente asida a su presa.
Estoy justamente horrorizada de mi crimen.
He odiado la vida y aborrecido mi llama.
Quería al morir cuidar de mi gloria,
Y esconder de la luz del día una llama tan negra.
No pude soportar tus lágrimas, tus luchas.
Te lo confesé todo, no me arrepiento,
Con tal de que respetando la inmediación de muerte
Ya no me aflijas con injustos reproches,
Y que tus vanos auxilios dejen de animar
Un resto de calor que pronto he de exhalar.

Phèdre (I, 3)

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