Eros ha batido sus alas muy lejos de nuestra sociedad según Byung-Chul Han
Dice Byung-Chul Han, uno de los filósofos europeos más relevantes de la actualidad, en su libro La agonía del Eros que «El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos del yo y del rendimiento, es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros.» Hay numerosos pensadores que, como Eva Illouz, consideran que el actual estado preocupante del amor se debe a la apertura en el mudo contemporáneo a un montón de opciones que no nos permiten decidirnos. Según ella, es el exceso de posibilidades lo que nos inmoviliza e impide que conectemos con otro ser humano. Para Han, en cambio, el problema es mucho más profundo que eso: todo proviene del narcisismo intrínseco a nuestra sociedad capitalista, que aniquila por completo al Eros y de su obstinada lucha por imponer la positividad, el optimismo y la productividad en detrimento de la negatividad, el límite o la diferencia.
Según el académico alemán, Eros es, en esencia, interés por el otro, es misterio, es un salto hacia la alteridad. Sin embargo, el neoliberalismo reinante ha impuesto de facto el individualismo voraz, el régimen dictatorial del yo y «en el infierno de lo igual, al que la sociedad actual se asemeja cada vez más, no hay ninguna experiencia erótica. No es casual que Sócrates, como amado, se llame átopos.» Miremos hacia donde miremos, siempre nos vemos a nosotros mismos reflejados. Precisamente, para Han, lo más demencial es haber perdido la atopía del otro, es decir, dejar de considerarlo como algo único e indefinible; en la lógica de la sociedad de mercado, todo el mundo ha terminado por ser fácil de categorizar, exhibible y semejante a otra cosa, no hay ninguna singularidad y esta es condición sine qua non para el erotismo. Dice el alemán: «Comparamos de manera continua todo con todo, y así lo nivelamos para hacerlo igual». Lo desconocido ya no nos excita, lo hace lo que ya está comprobado; no queremos jugárnosla tratando de conocer a alguien y encontrar allí una luz que merezca la pena descubrir, preferimos entrar en Tinder y proceder a lo que, lejos de una seducción, representa más bien la adquisición de un producto. No queremos dar ni un solo paso fuera de lo seguro y es imposible encontrar erotismo o amor allí porque: «Lo erótico nunca está libre de misterio».
El amor se ha convertido en un bien de mercado, como apuntaba Zygmunt Bauman, y nos lanzamos a consumirlo angustiados por nuestra separatidad, como afirmaba Erich Fromm. El resultado de todo esto, de esa mercantilización de los afectos, es la total deshumanización del otro, causada por la inercia narcisista y patológica de nuestra sociedad. En el siglo XXI, «el sexo es rendimiento y la sensualidad es un capital que hay que aumentar». El deseo se enfoca exclusivamente en el objeto, en el cuerpo y sólo atiende a su valor de excitación al ser mostrado, es una mera mercancía; para los ojos que lo contemplan, el otro no es nada más que un mecanismo con el que satisfacer un antojo y allí no hay cabida para el amor puesto que:
«No se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir. En ese sentido, el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentado en objetos sexuales parciales. No hay ninguna personalidad sexual».

La clave reside en la falta de consecuencias, en la ausencia de lazos, la inversión sin riesgos, esas relaciones que comienzan con un match y pueden terminar sin más problema. Byung-Chul Han observa en esto una atrofia del amor causada por el hedonismo barato -que no es tanto la entrega a los placeres como el rechazo del dolor-. Lo que se busca en estas dinámicas relacionales es una reafirmación propia, el confort de la homogeneidad, perpetuar esa cotidianidad plana en detrimento de la fuerza transgresora y trascendente del amor. Dice que «El hombre actual permanece igual a sí mismo y busca en el otro tan solo la confirmación de sí mismo». El que tiene relaciones sexuales lo hace con un espejo que le demuestra su valía, consideramos nuestro valor en virtud de nuestra capacidad para el coleccionismo, para la victoria en la acumulación de vivencias cuerpo a cuerpo. El que se queda en casa tranquilamente con su pareja no consume, se mantiene al margen de esa competición dopaminérgica tan adictiva y, así, está fuera del mundo. Lo más erótico que vemos a día de hoy son historias en Instagram sin camiseta, gente magreándose en las discotecas y apps de citas desbordadas, pero eso no tiene nada que ver con el erotismo de verdad.
La sensualidad ya no está enfocada hacia el otro porque no hay otro, sólo un «yo». No sólo deshumanizamos al otro tratándolo como un objeto, como un mero juguete sexual que podríamos adquirir a muy bajo precio en alguna página web durante el BlackFriday, sino que ni siquiera lo tratamos, el otro no está allí, sólo nosotros mismos. En nuestra sociedad neoliberal enferma de narcisismo, tal y como en el mito clásico, los únicos labios que queremos besar son los propios. Mantenemos relaciones sexuales con nosotros mismos, con nuestra imagen, con lo que nos excita tener la certeza de haber conseguido resultar deseables, es con el ego con lo que nos acostamos. El capitalismo ha convertido el sexo en porno y, así, lo que hacemos es ser voyeurs de nuestras propias vivencias en las que, en lugar de tener un encuentro erótico con otro, nos limitamos a la masturbación narcisista.
Dice Han citando a Hegel en su Estética: «La «verdadera esencia del amor» consiste en «renunciar a la conciencia de sí mismo, en olvidarse de sí en otra mismidad».» Al hombre contemporáneo se le devuelve su propia imagen al unirse carnalmente con otra persona, nunca ve nada fuera de sí mismo o de su valor como consumidor, en cambio, el amor exige esa enajenación, ese liberarse de las ataduras del ego y no dedicarse a nada más que al otro; esa cualidad de adorable, de átopos, de unicidad transformadora en los ojos del otro es lo que engendra al amor, lo que lleva a olvidarse de uno mismo. El amor debe ser entrega. Byung-Chul Han entiende, como Alain Badiou, el amor como una «escena de lo Dos». En ella, se cambia por completo la perspectiva y dejamos de ver el mundo desde nuestros propios ojos, comenzamos a hacerlo desde el punto de vista del otro, de nuestras diferencias.

La sociedad capitalista del ego marcha bajo el mandato de la positividad que, en realidad, según Han, no es nada buena. La positividad es esa exigencia de optimismo, rendimiento y actividad, nunca parados, nunca negativos. Sacrificio, límite, no o conflicto son palabras que no entran en nuestro vocabulario, precisamente porque significan negatividad. Sin dolor, esfuerzo o aburrimiento el ser humano está condenado al eterno avance, pero sin capacidad para evolucionar internamente. El amor, ese desagradable compromiso, es, en esencia, una gran negatividad. Mientras, el positivismo bursátil de nuestra sociedad nos invita a tener miles de experiencias eróticas que, en realidad, no son tales, sino que son vivencias. Una vivencia se limita a ser algo que se realiza, en lo que se ha estado, sin embargo, una experiencia es algo que tiene un fuerte impacto en tu realidad biográfica, algo que te cambia. Para Han, la negatividad del amor es tan beneficiosa porque implica un acontecimiento:
«El «acontecimiento» es un momento de «verdad» que introduce una nueva forma de ser, completamente distinta a lo dado, a la costumbre de habitar. Hace que suceda algo de lo que la situación no puede dar cuenta. Interrumpe lo igual a favor de lo otro.»
El amor es una salida, una invitación a escapar de uno mismo para engendrar en belleza con el otro. Volviendo a Platón -de donde nunca debió salir-, «Eros no es simple atracción, sino que abre el alma a lo desconocido, hacia la otredad que fascina y transforma». El amor tiene la capacidad de atar a la vez que libera, nos liga al otro, a la posibilidad de descubrirle y fusionarnos al mismo tiempo que nos libera de nuestra reclusión egoísta, de nuestro narcisismo inducido. No tendremos amor si tenemos demasiado ego, si estamos inmersos siempre en nuestra individualidad: en la separación neoliberal del mercado sentimental no hay espacio para el amor.
Bibliografía mencionada:
La agonía del Eros – Byung-Chul Han
Estética – Hegel
El Banquete – Platón

Deja un comentario