Alegrarse unas con otras

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Con frecuencia, entre ritmos acelerados, ansiedades y melancolías, me descubro proyectándome hacia lugares desconocidos y que considero apacibles. Me descubro diciendo que debería huir, debería marchar al campo, recluirme en el convento ante las velocidades que me impiden leer al ritmo que me he impuesto en Goodreads, que me impiden pensar en estos artículos, en qué escribir. Me imagino una vida conventual recluida sin ruido, en austeridad, sin compañía.

Con frecuencia, entre noticias que ponen en duda los avances de la acción feminista, me pregunto cuántas mujeres sufren, cuántas mujeres han sufrido, cuántas generaciones de mujeres libres se acumulan en la historia de nuestro país. Trato de recurrir a los testimonios de las mujeres sufrientes, trato de trazar genealogías femeninas de los dolores que atraviesan la historia de las mujeres, trato de encontrar voces, de recobrar su historia, de no olvidarlas. Y me encuentro acumulando lecturas, hablando de soledades, de encierros, de fármacos, de diagnósticos para justificar encierros y soledades. Me pregunto cuántas mujeres han estado solas en su dolor, en sus melancolías, en esas ansiedades que ahora también son mis ansiedades.

En una búsqueda acelerada por portales académicos acerca del encierro y la reclusión me topo con nuevas salidas que en mi mente eran solitarias. Me topo con conventos que en mi mente eran símbolo de reclusión individual, me encuentro con genealogías de mujeres que compartieron sus dolores y afectos en lugares con muros que las separaron de matrimonios no deseados, que las acercaron a una educación que tardó muchas generaciones de mujeres libres en llegar. Encuentro consuelo en esas salidas que me recuerdan que pese al dolor de la historia de la dominación, hubo mujeres que encontraron formas plácidas de vida. Y rompo ese deseo de convento como retiro en soledad y abro nuevos puentes; la recreación, el alegrarse unas con otras, la suavidad, lo colectivo.

En el momento de máxima tensión entre la reforma protestante y el catolicismo, la Iglesia católica pretendía restablecer la Norma primitiva dentro de las órdenes religiosas mediante el Concilio de Trento con el fin de hacer prevalecer el orden y evitar la relajación. Se impuso la clausura, la pobreza, la castidad, la obediencia y en consecuencia, el control emocional. Parte del objetivo del Concilio de Trento era mantener alejadas a las monjas de roles cercanos al sacerdocio, es decir; se pretendía alejar a las mujeres de posiciones de autoridad eclesiástica y del mundo exterior mediante un encierro físico y espiritual. 

Gracias a la recuperación por parte de los Estudios Feministas de numerosos textos redactados por monjas increíblemente lúcidas del momento, hoy podemos ver como muchas órdenes femeninas desafiaron esa vigilancia a la que estaban sometidas mediante el Concilio de Trento. La escritura conventual femenina constituye una puerta a cotidianidades, modos de socialización y de expresión de los afectos que se sobreponen al encierro y se posicionan a favor del encuentro con la Otra.

Con esto me propongo romper con ciertos clichés que señalan el mundo conventual femenino como un espacio represivo, como un lugar lleno de mujeres obligadas a representar el papel de beatas, con la idea de monja como sinónimo de pureza o por el contrario, de autoridad, frigidez y disciplina. Hubo monjas obligadas a aceptar su condición, hubo encierros involuntarios, hubo disciplina y normas pero también hubo otras fórmulas, también hubo comunidad, también hubo encuentro, también el convento fue una salida, pese a sus muros, para otras y también hubo fe. 

He encontrado un consuelo a mi necesidad de encontrarme reflejada en otras, he encontrado especialmente en la Orden Carmelita Descalza un nuevo consuelo que se sostiene, pese a las arduas condiciones y obstáculos que rodean las fundaciones, en un identificarme diferente al que suelo buscar. No dejo de lado las genealogías del sufrimiento de las mujeres, pero apuesto por las genealogías del encuentro entre mujeres, las historias de la vida en comunidad en un intento por encontrar nuevas formas de relacionarme desde la horizontalidad -algo que no estaba presente en las carmelitas tal y como lo concebimos hoy-, en un intento por encontrar el gozo y el placer que vivieron algunas mujeres a lo largo de la historia.

Para hablar de la Orden de las Carmelitas Descalzas me serviré de la definición de comunidad emocional acuñada por Bárbara Rosenwein:

«Las comunidades emocionales son precisamente lo mismo que las comunidades sociales —familias, barrios, parlamentos, gremios, monasterios, parroquias— pero el investigador que los estudia pretende más que nada descubrir sistemas de sentimiento: lo que estas comunidades (y los individuos que las constituyen) definen y estiman como valioso o perjudicial; las estimaciones que forman de las emociones de los otros; la naturaleza de los lazos afectivos entre personas que reconocen; y los modos de expresión emocional que esperan, incentivan, toleran, y deploran»

Barbara H. Rosenwein – Worrying about Emotions in History

Esta definición permite poner los afectos en el centro del estudio de las comunidades partiendo de la idea de que estos son los que dan coherencia al grupo y además, pueden constituirse como el centro del conflicto. Por otro lado, bajo la idea de comunidad emocional se elimina la premisa de represión como prisma sobre el que analizar las normas que rigen la socialización conventual carmelita, lo cual no supone que no haya represión.

La reforma de la Orden del Carmelo fue llevada a cabo por Santa Teresa de Jesús y continuada por María de San José. Santa Teresa de Jesús, defensora de la clausura, estableció como punto fundamental de su reforma la necesidad de dos horas de recreación dentro de la jornada. Una por la mañana y otra por la tarde. Unas horas de encuentro de las monjas donde se promueve la conversación, el desahogo de los dolores, el compartir y promover la alegría y la escritura colectiva.

Sin embargo, Santa Teresa defiende el amarse en general, no en particular, para evitar envidias y enfrentamientos:

«Ninguna hermana abrace a otra, ni la toque en el rostro ni en las manos, ni tengan amistades en particular sino todas se amen en general. […] Este amarse unas a otras en general y no en particular importa mucho.»

Santa Teresa de Jesús – Constituciones

Santa Teresa desafía la concepción aristotélica de la amistad que excluye a las mujeres y, a la vez, desafía la heterorrealidad, término acuñado por Janice Raymond. Según resume Ana Isabel Gorgas en su tesis sobre María de Zayas, «la heterorrealidad se fundamenta en el privilegio masculino y heterosexual, es la lectura de lo real en que las mujeres tienen existencia exclusivamente en relación a los hombres, son vistas y reconocidas solamente en función a ellos».

Santa Teresa de Jesús defiende una amistad radical que alcanza una dimensión política. Frente a la hermandad femenina que establece la unión de las mujeres en su lucha contra la opresión, Teresa de Jesús plantea una conexión emocional más allá de la funcionalidad -aunque sí que se puede observar esa idea de amar sin diferencia, es decir, de no establecer relaciones favoritas, sino de mantenerse unidas-. Santa Teresa crea así un continuo entre la hermandad y la amistad femenina estableciendo como posible la conexión y el encuentro entre mujeres. De acuerdo con Kathleen Jones (1990), «cuando los vínculos afectivos sustituyen a los funcionales se produce un desarrollo creativo de la personalidad, en vez de unos objetivos instrumentales; un sentido compartido de comunidad, en lugar de unas normas competitivas.»

Con esto no me opongo a la hermandad femenina, defiendo la sororidad, la unión frente a la opresión y considero esta la vía para la acción feminista pero me opongo radicalmente a un mundo donde no se compartan los dolores, donde los afectos se perciban como un factor que ralentiza el avance y donde las corporalidades y sus vulnerabilidades no estén en el centro.

Para María de San José esto también era fundamental. Con la intención de continuar la reforma teresiana, rompe con la dicotomía aristotélica de las emociones que establece de forma jerarquizada una distinción entre las emociones espirituales y las corporales. María de San José señala los afectos humanos como la clave para mantener la salud espiritual de los conventos, como señala Alison Weber. El cuerpo habla mediante sus afectos, y estos afectos debían ser regulados por la labor de la priora pero también compartidos. La alegría y la afabilidad reinan la concepción de la vida comunitaria de María de San José. Lo humano y mundano de la emotividad es fundamental, lo propio del cuerpo, que históricamente había sido desdeñado, adquiere en las Carmelitas Descalzas un papel central. Y así lo expresa en Libro de las Recreaciones:

«No hay cosa de que más guste que de verlas alegrarse unas con otras, y mi alma se goza porque se ve allí el amor y hermandad y gran contento que tienen y la mortificación de cada una, no mostrando ningún género de sentimiento, aunque se rían de sus boberías, que es el fin que nuestra Madre Ángela tuvo en querer que, después de comer y colación, se juntasen con sus labores a alegrarse en el Señor, con otros muchos, que ya se sabe que es necesario aliviar el espíritu del ayuno, oración y continuo silencio.»

María de San José – Libro de recreaciones

Así, las recreaciones se conciben como un espacio donde compartir y divertirse, donde crear redes de apoyo donde expresar las mortificaciones de cada una pero también reír, fomentar la escritura colectiva, la lectura y la música. Cuidar lo espiritual mediante el cuidado de los afectos humanos pero sin dicotomías. María de San José apuesta por una forma de relacionarse que sobrepasa los límites de la experiencia individual; la suavidad.

La lectura de autoras como María de San José y Santa Teresa de Jesús se suman ahora a esas genealogías que trato de construir, también a partir de las voces de mis amigas, con suavidad. Estas narraciones a las que nunca me he acercado guiada por prejuicios y por intuiciones que me llevaban a pensar que no había ahí nada para mí. Hace tiempo que renuncie a encontrar gusto en algo solo por sentirme identificada pero siempre atrae el encontrarte en otras. Ahora trato de tender un puente entre mi forma de relacionarme y la forma carmelita, trato de encontrar esa suavidad, de desbordar mi experiencia individual, de encontrar siempre tiempo en mis recreaciones para alegrarnos unas con otras.

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